Septiembre 7, 2024

2004: Odisea al espacio olímpico

En la antesala de los Juegos Olímpicos de París 2024, destacamos el libro Cuaderno de deportes de Elvira Hernández y compartimos el epílogo de la reedición publicada por Provincianos Editores en 2021.

Por Andrés Urzúa de la Sotta

Grecia, año 2004. La delegación chilena aterriza en suelo olímpico. Chile llega a la capital griega sin haber obtenido una medalla de oro en toda su historia. La abanderada para la ceremonia de apertura es Kristel Köbrich. Casi como un presagio, cuatro años atrás, en las Olimpiadas de Sidney 2000, Nicolás Massú asume como abanderado olímpico ante la inesperada negativa de Marcelo Ríos, quien se bajó de la ceremonia inaugural porque la dirigencia chilena no logró conseguir entradas para su familia. El resto es historia conocida: Massú y González obtienen en Atenas las dos primeras medallas de oro para Chile en unos maratónicos partidos de tenis, de la modalidad de dobles y singles, que tuvieron al país paralizado durante todo un fin de semana.

Es 2004 también en suelo criollo. Elvira, impulsada por una invitación de la Fundación Mustakis para hacer un taller de poesía con motivo griego en la Biblioteca Nacional, comienza a escribir este Cuaderno de deportes. Imagino que toma apuntes, lee a los clásicos, se nutre del léxico griego y olímpico. Estudia fervorosamente a Píndaro, indaga sobre la arquitectura griega, se empapa de conceptos e imágenes áticas y egeas. Pero no se queda solo allí. Se detiene en los conflictos bélicos del período clásico. En la Guerra del Peloponeso y en la comprensión del término agón, en tanto «conflicto» o «contienda». Y también en un presente gobernado por la violencia internacional. Solo en febrero de 2004 un ataque del Ejército Israelí en Gaza termina con la vida de 15 civiles palestinos. Y exactamente un mes después se suceden los Atentados del 11 de marzo en Madrid, donde una serie de ataques terroristas en trenes deja a 193 personas fallecidas y a más de dos mil heridos.

Todo ese universo mestizo y simbólico, donde conviven un pasado y un imaginario clásico remotos, un presente olímpico hipermediatizado y una agenda internacional gobernada por la violencia, se conjuga en Cuaderno de deportes. En sus versos figuran lugares y personajes extraordinariamente diversos y distantes entre sí, como Hollywood, Zeus, los JJ. OO. de Múnich, Dostoievski, Faetón, Gaza, Pompeya, el Estadio Nacional, Némesis, la Vega Central, Edipo, Colina, el Cementerio General, Emil Zátopek, Creta, Teresa Calderón, Dioniso y Apolo, entre muchos otros. Y conceptos o usos lingüísticos como «el chorreo», demos, noúmeno, «el hoyo del queque», airway, «llover a cántaros», fair play, triumphus y el verbo «turistear».

Esta copiosa variedad de elementos da cuenta de un arco de tiempo de más de dos mil años y de un léxico cruzado y sincrético, el que alude a la cultura griega antigua, al deporte olímpico, al despliegue de anglicismos y a un lenguaje chileno cotidiano y coloquial, como advirtiendo los alcances de la globalización a escala mundial. Y en el caso de Chile, la norteamericanización del lenguaje y de la experiencia producto de un sostenido imperialismo cultural.

En este sentido, los poemas de Cuaderno de deportes dan cuenta de un presente donde los valores clásicos y olímpicos están completamente ausentes. Donde esa tregua sagrada que implicaba la realización de las Olimpiadas en la antigua Grecia es, en la realidad contemporánea, imposible. Donde el planeta lleva siglos siendo gobernado por ideales opuestos a los del olimpismo, que en su “Carta Olímpica” promueve «una forma de vida basada en la alegría del esfuerzo, el valor educativo del buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto a los principios éticos fundamentales universales (…) con el objetivo de poner el deporte al servicio del desarrollo armónico de la humanidad, con miras a promover una sociedad pacífica que se ocupe de la preservación de la dignidad humana».

Creo que Cuaderno de deportes es una alegoría de la derrota moral de la humanidad. Al igual que gran parte de la escasa tradición poética chilena deportiva, el deporte aparece en él como un símbolo que permite desplegar una profunda crítica social, centrada en el individualismo, en la codicia, en la banalidad, en la manipulación mediática de la realidad, en la perversión de la clase política y en la extensión de la violencia y del ímpetu bélico e imperialista. La presencia de los elementos griegos y olímpicos funciona a la manera de un contrapunto, en el sentido de que sugiere la proliferación, en el presente, de una filosofía de vida diametralmente opuesta a lo que dichos elementos simbolizan. Pero a la vez, pese a la debacle moral que se esfuerza por ilustrar el libro, los poemas no pontifican. Sus versos no son altisonantes ni sentenciosos. No buscan dar cátedra moral ni establecer códigos de conducta. Solo disponen una versión de la realidad, abundante y compleja en términos semióticos y antropológicos, ante los ojos del lector. Y lo hacen con gracia, con conciencia de la propia escritura y hasta con sentido del humor. E incluso se permiten recomendarnos, siempre con el regate que proyecta la ironía, que entremos a la coreografía del presente con gran alegría mundana.

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