Compartimos una serie de textos originales que dan cuenta de la amistad y admiración mutua entre Gabriela Mistral y Pablo Neruda. “Gabriela nos honra ante el mundo porque comienza por honrar a Chile dentro de sí misma”, dijo Pablo Neruda. (Parte 2).
Homenaje a Gabriela Mistral
(Sesión en martes 20 de noviembre de 1945)
-EL SEÑOR ALESSANDRI PALMA (PRESIDENTE). Tiene la palabra el honorable señor Reyes.
-EL SEÑOR REYES (Pablo Neruda). Señor presidente:
El Partido Comunista de Chile me ha acordado una distinción particularmente honrosa en mi condición de escritor, al pedirme expresar nuestra alegría y la del país entero por haber recaído este año la más importante recompensa literaria internacional en nuestra compatriota Gabriela Mistral.
Nuestro pequeño país, este primer rincón del mundo, lejano pero primordial en tantos sentidos esenciales, clava una flecha purpúrea en el firmamento universal de las ideas y deja allí una nueva estrella de mineral magnitud. Cuántas veces apretados junto a una radio escuchamos en la noche limpia del norte o en la tumultuosa de La Frontera la emocionante lucha de nuestros deportistas que disputaban en lejanas ciudades del mundo un galardón para nuestra antártica bandera. Pusimos en esos minutos una emoción intensa que unía desde el desierto a la Tierra del Fuego a todos los chilenos.
Ese premio mundial, esa ventana para mirar al mundo y para que por ella se nos respete, lo ha conquistado el espíritu. Y nuestra capitana es una mujer salida de las entrañas del pueblo. Gabriela Mistral -ayer lo dijo María Teresa León, heroína española-, «nombre de arcángel y apellido del viento», es en su triunfo la vindicación ejemplar de las capas populares de nuestra nacionalidad. Ella es una de esas maestras rurales o aldeanas, elevada por la majestad de su obra y combatida por todos los problemas angustiosos que acosan a nuestro pueblo. Sin dejar de ver por un minuto la excepcionalidad de su fuerza interior, pensemos cuántas pequeñas Gabrielas, en el fondo de nuestro duro territorio, ahogan sus destinos en la gran miseria que infama nuestra vida de pueblo civilizado.
Gabriela lleva en su obra entera algo subterráneo, como una veta de profundo metal endurecido, como si las angustias de muchos seres hablaran por su boca y nos contaran dolorosas y desconocidas vidas. Toda su obra está empapada por una misericordia vital que no alcanza a convertirse en rebeldía ni en doctrina, pero que traspasa los límites de la caridad limosnera. En ella están los gérmenes de una gran piedad ha-cla su pueblo, hacia los humillados y ofendidos de otros grandes piadosos, Dostoyevski y Gorki, piedad de la que otros hombres de nueva sensibilidad deducirán caminos, extraerán enseñanzas políticas, como en la patria de Gorki y Dostoyevski las sacaron nuevos hombres que establecieron un orden humano y una justicia basada en la ternura.
Debo también celebrarla como patriota, como gran amadora de nuestra geografía y de nuestra vida colectiva. Esta madre sin hijos parece serlo de todos los chilenos; su palabra ha interrogado y alabado por todo nuestro terruño, desde sus extensiones frías y forestales hasta la patria ardiente del salitre y del cobre. Ha ido alabando cada una de las substancias de Chile, desde el arrebatado mar Pacífico hasta las hojas de los últimos árboles australes. Los pequeños hechos y las pequeñas vidas de Chile, las piedras y los hombres, los panes y las flores, las nieves y la poesía han recibido la alabanza de su voz profundísima. Ella misma es como una parte de nuestra geografía, lenta y terrestre, generosa y secreta.
Aquí nos habíamos acostumbrado a mal mirar nuestra patria por un falso concepto aristocrático y europeizante. Aún persiste un aire dudoso de comparación hacia las grandes culturas, una comparación estéril y pesimista. Recuerdo haber oído de un gran escritor en Francia: «Mientras más local un escritor es, más universal se presenta al juicio universal». Gabriela nos honra ante el mundo porque comienza por honrar a Chile dentro de sí misma, porque, como Vicuña Mackenna, vive en preocupación de toda su tierra, sin compararla, sin menospreciarla, sino plantándola y fertilizándola con esa mano creadora, poblándola con ese espíritu hoy iluminado por la gloria.
Busquemos en nuestro país todas la plantas y los gérmenes de la inteligencia. Levantemos la dignidad de nuestra patria dando cada día mejores condiciones a nuestro pueblo abandonado y esforzado, para que la Gabriela pueda repetirse sin dolores, y para que el orgullo que hoy compartimos todos los chilenos nos haga, en este día de fiesta nacional, limpiar la casa de la patria, cuidar a todos sus hijos, ya que desde la alta y hermosa cabeza arauco-española de Gabriela Mistral, los ojos del mundo bajarán a mirar todos los rincones de Chile.
En: “Obras completas 4: Nerudiana dispersa, Tomo 1, Galaxia Gutenberg, 2001“.