Compartimos una serie de textos originales que dan cuenta de la amistad verdadera y admiración mutua entre Gabriela Mistral y Pablo Neruda. “Que tu corazón maravilloso descanse, viva, luche, cante y cree en la oceánica y andina soledad de la patria. Beso tu noble frente y reverencio tu extensa poesía”; “Nadie olvidará tus cantos. Perteneces al pueblo”, dijo Pablo Neruda sobre Gabriel Mistral. (Parte 1)
“Gabriela Mistral”
por Pablo Neruda
Ya he dicho anteriormente que a Gabriela Mistral la conocí en mi pueblo, en Temuco. De este pueblo ella se separó para siempre. Gabriela estaba en la mitad de su trabajosa y trabajada vida y era exteriormente monástica, algo así como madre superiora de un plantel rectilíneo. Por aquellos días escribió los poemas del Hijo, hechos en limpia prosa, labrada y constelada, porque su prosa fue muchas veces su más penetrante poesía. Como en estos poemas del Hijo describe la gravidez, el parto y el crecimiento, algo confuso se susurró en Temuco, algo impreciso, algo inocentemente torpe, tal vez un comentario burdo que hería su condición de soltera, hecho por esa gente ferroviaria y maderera que yo tanto conozco, gente bravía y tempestuosa que llaman pan al pan y vino al vino. Gabriela se sintió ofendida y murió ofendida. Años después, en la primera edición de su gran libro, puso una larga nota inútil contra lo que se había dicho y susurrado sobre su persona en aquellas montañas del fin del mundo.
En la ocasión de su memorable victoria, con el Premio Nobel cernido a su cabeza, debía pasar en el viaje por la estación de Temuco. Los colegios la aguardaban día a día. Las niñas escolares llegaban salpicadas por la lluvia y palpitantes de copihues. El copihue es la flor austral, la corola bella y salvaje de la Araucanía. Inútil espera. Gabriela Mistral se las arregló para pasar por allí de noche, se buscó un complicado tren nocturno para no recibir los copihues de Temuco.
Y bien, ¿esto habla mal de Gabriela? Esto quiere decir simplemente que las heridas duraban en las entrepieles de su alma y no se restañaban fácilmente. Esto revela en la autora de tanta grandiosa poesía que en su alma batallaron, como en cualquier alma del hombre, el amor y el rencor. Para mí tuvo siempre una sonrisa abierta de buena camarada, una sonrisa de harina en su cara de pan moreno. Pero, ¿cuáles fueron las mejores sustancias en el horno de sus trabajos? ¿Cuál fue el ingrediente secreto de su siempre dolorosa poesía?
Yo no voy a averiguarlo y con seguridad no lograría saberlo y, si lo supiera, no voy a decirlo. En este mes de septiembre florecen los yuyos; el campo es una alfombra temblorosa y amarilla. Aquí en la costa golpea, desde hace cuatro días, con magnífica furia el viento sur. La noche está llena de su movimiento sonoro. El océano es a un tiempo abierto cristal verde y titánica blancura. Llegas, Gabriela, amada hija de estos yuyos, de estas piedras, de este viento gigante. Todos te recibimos con alegría. Nadie olvidará tus cantos a los espinos, a las nieves de Chile. Eres chilena. Perteneces al pueblo.
Nadie olvidará tus estrofas a los pies descalzos de nuestros niños. Nadie ha olvidado tu «palabra maldita». Eres una conmovedora partidaria de la paz. Por esas, y por otras razones, te amamos.
Llegas, Gabriela, a los yuyos y a los espinos de Chile.
Bien vale que te dé la bienvenida verdadera, florida y áspera, en conformidad a tu grandeza y a nuestra amistad inquebrantable. Las puertas de piedra y primavera de septiembre se abren para ti. Nada mas grato a mi corazón que ver tu ancha sonrisa entrar en la sagrada tierra que el pueblo de Chile hace florecer y cantar.
Me corresponde compartir contigo la esencia y la verdad que, por gracia de nuestra voz y nuestros actos, será respetada. Que tu corazón maravilloso descanse, viva, luche, cante y cree en la oceánica y andina soledad de la patria. Beso tu noble frente y reverencio tu extensa poesía.
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(Pablo Neruda, Confieso que he vivido. Seix Barral, 2017. Págs. 331 – 332)