Noviembre 7, 2024

«La Chascona» por Pablo Neruda

 

La Chascona

 

La piedra y los clavos, la tabla, la teja se unieron:
he aquí levantada la casa chascona
con agua que corre escribiendo en su idioma,
las zarzas guardaban el sitio con su sanguinario ramaje
hasta que la escala y sus muros supieron su nombre
y la flor encrespada, la vida y su alado zarcillo,
las hojas de higuera que como estandartes de razas remotas
cernían sus alas oscuras sobre tu cabeza,
el muro de azul victorioso, el ónix abstracto del suelo,
tus ojos, mis ojos, están derramados de roca y madera
por todos los sitios, los días febriles, la paz que construye,
Mi casa, tu casa, tu sueño en mis ojos, tu sangre siguiendo el
camino del cuerpo que duerme
como una paloma cerrada en sus alas inmóvil
persigue el vuelo y el tiempo recoge en su copa tu sueño y el mío
en la casa que apenas nació de las manos despiertas.

La noche encontrada por fin en la nave que tú y yo construimos,
la paz de madera olorosa que sigue con pájaros
que sigue el susurro del viento perdido en las hojas
y de las raíces que comen la paz suculenta del humus
mientras sobreviene sobre mí dormida la luna del agua
como una paloma del bosque del sur que dirige el dominio
del cielo, del aire, del viento sombrío que te pertenece,
dormida durmiendo en la casa que hicieron tus manos,
delgada en el sueño, en el germen del humus nocturno
y multiplicada en la sombra como el crecimiento del trigo.

Dorada la tierra te dio la armadura del trigo,
el color que los hornos cocieron con barro y delicia,
la piel que no es blanca ni es negra ni roja ni verde
que tiene el color de la arena, del pan, de la lluvia
del sol, de la pura madera, del viento,
tu carne color de campana, color de alimento fragante,
tu carne que forma la nave y encierra la ola!

De tantas delgadas estrellas que mi alma recoge en la noche
recibo el rocío que el día convierte en ceniza
y bebo la copa de estrellas difuntas llorando las lágrimas
de todos los hombres, de los prisioneros, de los carceleros,
y todas las manos me buscan mostrando una llaga,
mostrando el dolor, el suplicio o la brusca esperanza
y así sin que el cielo y la tierra me dejen tranquilo,
así consumido por otros dolores que cambian de rostro
recibo el sol y en el día la estatua de tu claridad
y en la sombra, en la luna, en el sueño, el racimo del reino,
el contacto que induce a mi sangre a cantar en la muerte.

La miel, bienamada, la ilustre dulzura del viaje completo
y aún, entre largos caminos,
fundamos en Valparaíso una torre,
por más que en tus pies encontré mis raíces perdidas
tú y yo mantuvimos abierta la puerta del mar insepulto
y así destinamos a la Sebastiana el deber de llamar los navíos
y ver bajo el humo del puerto la rosa incitante,
el camino cortado en el agua por el hombre y sus mercaderías.

Pero azul y rosado, roído y amargo entreabierto
entre sus telarañas he aquí, sosteniéndose en hilos,
en uñas, en enredaderas,
he aquí, victorioso, harapiento, color de campana y de miel,
he aquí, bermellón y amarillo, pupúreo, plateado violeta
sombrío y alegre, secreto y abierto como una sandía
el puerto y la puerta de Chile,

el manto radiante de Valparaíso,
padecimientos el sol resbalando en la oscura mirada
en los ojos más bellos del mundo

Yo te convidé a la alegría de un puerto agarrado a la furia
del oleaje metido en el frío del último océano, viviendo en peligro,
hermosa es la nave sombría,
la luz vesperal de los meses antárticos,
la nave de techo amaranto,
el puñado de velas o casas o vidas
y se sostuvieron cayéndose en el terremoto
que abría y cerraba el infierno,
tomándose al fin de la mano los hombres,
los muros, las cosas,
unidos y desvencijados en el estertor planetario.

 

Pablo Neruda, «La Chascona», en La Barcarola, 1967.

 

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