Por Ernesto González Barnert
Conversamos en estos primeros días del 2024 con el periodista, investigador, escritor y poeta, Carlos Oliva. Un poeta que continua la gran tradición métrica insuflándole nuevas fuerzas gracias al dominio evidente y potente de su lengua particular, obsesiones, la historia personal que carga, los temas que trata y devela. Un poeta inquietante que no deja de sorprendernos desde “Marginalia” y ahora con “Cien pétalos de ensordecida furia” y que también nos sorprendió rescatando maravillosos ensayos literarios de la revista universitaria de la PUC en sus cien años que no tienen desperdicio en el volumen “Palabra recobrada…” del sello de esa casa de estudios.
–¿Qué deseas que encuentre el lector en tus libros de poesía Marginalia o el inédito Cien pétalos de ensordecida furia?
—Magia negra.
–Siendo un escritor precoz, desde los 7 años que escribes poesía ¿Cómo es el proceso creativo detrás de cada poema? ¿La cocina literaria para llegar a puerto? ¿Construir una obra?
—La verdad es que no sé si empecé a los 7 años a escribir poesía, sí recuerdo que tenía diarios de vida, agendas, cuadernos rotos, y que anotaba cosas que se me venían a la cabeza. También rayaba las paredes. Una vez, al cumplir 9 años, con brocha gorda pinté, sobre la mediagua de mis abuelos, e inspirado en los murales políticos de La Legua: “9 años de lucha e inteligencia”. Todos rieron. Fui consciente de que escribía poesía a eso de los 14. Ahora bien, ¿cómo se construye un poema o una obra? En mi caso, opero de dos formas: a veces se me revela un proyecto grande y, en función de él, sólo debo escribir las piezas que lo conformarán. Otras veces se me revelan poemas enteros u estrofas, escenas, líneas con las cuales puedes construir una pequeña arquitectura. En el peor de los casos tal como le oí a Louis Glück- a veces tienes una o dos líneas poderosas con las cuales no sabes qué hacer y quedan ahí, aleteando hasta morir. Vuelvo al punto de los proyectos: cuando lo tengo en mi cabeza (un proyecto de libro), me dedico a escribir y escribir a diario las historias que lo contendrán, cuatro o cinco horitas. Por supuesto, al cabo de un rato, de un año o de un semestre, purgo no poco, suele ser la mitad si tengo suerte o, si no, más. Cuando me queda lo que creo que es lo más decente, sigo con ello, sigo puliendo, y en haciendo esto, surgen nuevas ideas, piezas. Y así, hasta tener un volumen en borrador que me satisfaga.
–¿Quisiera ahora preguntarte por tu visión poética, ya sea en verso libre o métrica… Una mirada que, sin duda, coquetea con la historia personal, la crónica, la tradición, el barrio, la sexualidad?
—Mi visión poética o arte poética o ley poética es todo aquello que logre estimular mi imaginación. Esto suele ser una historia ajena, una noticia o crónica, alguna escena de mi memoria personal. Pero lo de estimular no significa que algo me guste per se. Son obsesiones que no me dejan, entonces, intento volcarlas al papel (escribo en papel cuadriculado con lápiz grafito o portaminas). Por ejemplo, hay un poema en el libro impublicado todavía (Cien pétalos de ensordecida furia) llamado “Agapantos en La Legua”. Esa historia surge porque alguna vez me topaba siempre con agapantos por las calles y parques de Santiago, pocos de ellos blancos, como los del poema. Pero en La Legua, que es la población donde crecí, al sur de Santiago, no hay agapantos (quizá ahora sí). Y así, de un día para otro, la imagen de unos agapantos blancos creciendo entre el asfalto, testarudos, alterando el contexto averaguado de las calles, comenzó a atosigarme. Para sacármelo de la cabeza, inventé una historia en torno a estas flores. En definitiva, citando a Parra, mi visión poética es un “embutido de ángel y demonio”.
–¿Cuáles son el día de hoy 10 libros claves en tu educación sentimental?
—Esta es una pregunta tramposa, puesto que no son 10, sino que 100, o más. Acá va, a vuelo de pájaro, una lista inconclusa: La divina comedia, Moby Dick, la mitología griega, las cinco obras maestras de García Márquez, la obra de Borges, los sonetos de Quevedo, de Góngora y Sor Juana, la obra de Rulfo, Residencia en la Tierra y Canto General, Sexual Personae, “Piedra de Sol”, Louis XIV, la poesía en inglés de Whitman, la poesía en inglés de Dickinson, la poesía en inglés de Wallace Stevens, Don Quijote, las altas tragedias de Shakespeare, Las flores del mal, Los detectives salvajes, La virgen de los sicarios, etc.
–Volvamos a tu inicio literario ¿qué detonó que te hicieras poeta? ¿Es ese destino elegido –sin importar cuál sea–, que esperas cumplir hasta el final, siguiendo una reflexión de Lou Andreas-Salomé?
—Esta pregunta tiene el peligro de la cursilería como respuesta. Honestamente, no sé qué lo detonó. Sólo recuerdo que cuando empecé a leer los primeros libros que me desangelaron (como “Corazón” de Amicis, los de Salgari, los de Neruda o García Márquez, o la mitología griega), me dio por imitar, sobre todo los versos. Escribí a mi 15 dos cosas que se perdieron: un poemario llamado Troncos de bermellón, imitando a Whitman y a los simbolistas, una novela a imitación de García Márquez llamada Frente al espejo para el concurso Pedro de Oña de Ñuñoa. Me di cuenta que lo mío no era tanto la narrativo como el verso, pues era lo más perecido que en ese tiempo pensé podría ser un conjuro. Un buen poema siempre es como un conjuro, un hechizo, un acto de nigromancia. Sobre tu otra pregunta: creo, como dijo Borges en algún lado, que escribir es un destino y no hay forma de escapar (ya me puse siútico). De hecho, me interesa menos publicar que escribir algo coherente y sensato para mis propios estándares. Entonces, yo no elegí escribir. De haber elegido hubiera sido un bailarín, un pianista, un escultor, un scort o un transformista, jaja.
–Quisiera ahora ahondar en otro destacado libro tuyo “PALABRA RECOBRADA. Un siglo de ensayos literarios en la Revista Universitaria” de Ediciones UC. ¿Cómo nace, desarrollas este hermoso proyecto de rescate literario? ¿Qué crees trae de regreso a este país desmemoriado e ignorante de sus grandes humanistas, intelectuales, hombres de letras, escritores, poetas?
—Ese proyecto nació de casualidad. Lo digo en el prólogo. Mientras revisaba el material de las revistas antiguas para un reportaje X, me topé con un ensayito sobre la enseñanza del latín en los colegios, de hace como un siglo. Supuse que podrían haber otros textos así. Entonces me encontré con uno muy elocuente de Pedro Prado: “La ciudad de los Césares”. Y así, cada sábado, comencé a visitar la hemeroteca del Campus San Joaquín de la UC para sondear todo los números de un siglo entero. Me tomó tres años todo el proyecto (escanear, leer, releer, revisar, editar). Al principio, no muchos creyeron en él. Pero luego tomó cuerpo y salió. Es un proyecto que me gustó mucho impulsar, sobre todo porque es un proyecto que le da valor a una revista de gran calidad.
–¿Qué significa en lo personal “Revista Universitaria”, “La Legua”, “Endecasílabo”, “EEUU”, “UC”, “Cultura”, “Género”?
—“Revista Universitaria”, un impreso para coleccionar.
—“La Legua”: mi Barrio Fino.
—“Endecasílabo”: un acorde.
—“EEUU”: un país inmenso con muchas librerías.
—“UC”: bibliotecas, by the way, y serenidad.
—“Cultura”: Goethe.
—“Género”: un ring.
–¿Tras el ensayo sobre los orígenes de la “Oda al hígado” [rescatado en tu libro …], qué otras cosas de la obra de Pablo Neruda dialogan con tu propia obra y mirada literaria?
—Neruda fue uno de mis primeros amores, pero para serte honesto, no sé si dialogan mis cosas con las suyas, son muy distintas, yo escribo principalmente en endecasílabos y él en verso libre. Si algo me enseñó Neruda fue el ser menos cursi, y no poco de una música verbal. En mis primeros años de lector leí con ansiedad Crepusculario, Los veinte poemas…, las dos primeras Residencias… y Canto general, con especial énfasis las “Alturas de Machu Picchu”, un poemario que, a mi juicio, podría ser el más poderoso de nuestra lengua (así al menos lo creo yo).
–¿Cómo ves el panorama actual poético chileno para los escritores que escriben con métrica?
—Tengo la impresión que pocos escriben con métrica. No sé si hay panorama, más bien creo en las obras, en la solidez de una obra gruesa que adquiere valor en el tiempo. Honestamente, no sé si una obra, en este caso, poética, tenga más valor por estar escrita en endecasílabos o verso libre. Al final de cuentas, eso termina siendo una anécdota si el volumen que los contiene carece de fuerza u originalidad.
–¿Qué libros, músicas, películas, etc…, te han marcado esta temporada?
—Veo poco cine, lo que suelo hacer es pedirle a un amigo que me descargue ciertas películas que se me antojan más por curiosidad que por otra cosa. El cine de las últimas décadas me aburre, está lleno de lugares comunes, con pésima fotografía. Música oigo bastante, todos los géneros, salsa, boleros, rock. Según el ranking de fin de año de Spotify, lo que más oí en 2023 fue, y en este orden: George Michael, Bach, Madonna, Schumann y Joao Gilberto. Esta última temporada te diría que me he reencontrado con Mahler, la segunda y novena sinfonías, sobre todo porque el director local, Paolo Bortolaomeolli, ha hecho un gran trabajo con ellas en el Municipal. ¿Libros? El último año leí mucho la obra del gran autor austríaco Thomas Bernhard y no poco de la recientemente fallecida poeta gringa Louis Glück. ¿El último? “La carne, la muerte y el diablo”, del finado Mario Praz.
–¿Algún libro que sueñas traducir?
—Claro, una de las vidas del doctor Samuel Johnson, pero no diré cuál, para que no se me adelanten.
–¿Un libro que nunca pudiste terminar de leer?
—El maestro y Margarita de Bulgakov, y The year of the magical thinking, de Joan Didion.
–¿Qué le dirías a un poeta que recién comienza en este oficio literario?
—Que lea mucho, que una buena oración siempre es un acorde, que la poesía no es vómito verbal ni un testimonio melancólico de nuestras cuitas, que la poesía es música, metáfora y maldad (esa triple entente despiadada), y que no crea en los premios, puesto que estos últimos nos hacen creer que lo estamos haciendo regio cuando podría ser todo lo contrario (no pocos de los premios ensalzan el discurso político, lo políticamente correcto, la contingencia).
–¿A qué le temes?
—Al sparagmos órfico que, según Harold Bloom, es el temor de morir joven (igual tengo 40, ya no soy tan lolo) o antes de tiempo, antes de haber escrito las obras que queremos sacarnos del cerebro.
–¿Una frase que siempre te dices a ti mismo o te sirve de apoyo, mantra, en los momentos difíciles, cruciales o importantes de la vida?
—Mmmm, no tengo. ¿Debería?