Un periodista me pregunta:
—Cómo ve usted el mundo en este año que comienza?
Le respondo:
—En este momento exacto, a las nueve y veinte de la mañana del día cinco de enero, veo el mundo enteramente rosa y azul.
Esto no tiene implicación literaria, ni política, ni subjetiva. Esto significa que desde mi ventana me golpean la vista grandes macizos de flores rosadas y, más lejos, el mar Pacífico y el cielo se confunden en un abrazo azul.
Pero comprendo, y lo sabemos, que otros colores existen en el panorama del mundo. Quién puede olvidar el color de tanta sangre vertida inútilmente cada día en Vietnam? Quién puede olvidar el color de las aldeas quemadas por el napalm?
Respondo otra pregunta del periodista. Como en otros años, en estos nuevos trescientos sesenta y cinco días publicaré un nuevo libro. Estoy seguro de ello. Lo acaricio, lo maltrato, lo escribo cada día.
—De qué se trata en él?
Qué puedo contestar? Siempre en mis libros se trata de lo mismo; siempre escribo el mismo libro. Que me perdonen mis amigos que, esta nueva vez y en este nuevo año lleno de nuevos días, yo no tenga que ofrecerles sino mis versos, los mismos nuevos versos.
Confieso que he vivido, Pablo Neruda.
Oda al primer día del año
Lo distinguimos
como
si fuera
un caballito
diferente de todos
los caballos.
Adornamos
su frente
con una cinta,
le ponemos
al cuello cascabeles colorados,
y a medianoche
vamos a recibirlo
como si fuera
explorador que baja de una estrella.
Como el pan se parece
al pan de ayer,
como un anillo a todos los anillos:
los días
parpadean
claros, tintineante, fugitivos,
y se recuestan en la noche oscura.
Veo el último
día
de este
año
en un ferrocarril, hacia las lluvias
del distante archipiélago morado,
y el hombre
de la máquina,
complicada como un reloj del cielo,
agachando los ojos
a la infinita
pauta de los rieles,
a las brillantes manivelas,
a los veloces vínculos del fuego.
Oh conductor de trenes
desbocados
hacia estaciones
negras de la noche.
Este final
del año
sin mujer y sin hijos,
no es igual al de ayer, al de mañana?
Desde las vías
y las maestranzas
el primer día, la primera aurora
de un año que comienza
tiene el mismo oxidado
color de tren de hierro:
y saludan
los seres del camino,
las vacas, las aldeas,
en el vapor del alba,
sin saber
que se trata
de la puerta del año,
de un día
sacudido
por campanas,
adornado con plumas y claveles,
La tierra
no lo
sabe:
recibirá
este día
dorado, gris, celeste,
lo extenderá en colinas,
lo mojará con
flechas
de
transparente
lluvia,
y luego
lo enrollará
en su tubo,
lo guardará en la sombra.
Así es, pero
pequeña
puerta de la esperanza,
nuevo día del año,
aunque seas igual
como los panes
a todo pan,
te vamos a vivir de otra manera,
te vamos a comer, a florecer,
a esperar.
Te pondremos
como una torta
en nuestra vida,
te encenderemos
como candelabro,
te beberemos
como
si fueras un topacio.
Día
del año
nuevo,
día eléctrico, fresco,
todas
las hojas salen verdes
del
tronco de tu tiempo.
Corónanos
con
agua,
con jazmines
abiertos,
con todos los aromas
desplegados,
sí,
aunque
sólo
seas
un día,
un pobre
día humano,
tu aureola
palpita
sobre tantos
cansados
corazones,
y eres,
oh día
nuevo,
oh nube venidera,
pan nunca visto,
torre
permanente!