Noviembre 7, 2024

Entrevista a Juan Eduardo Díaz: «De los reconocimientos que he recibido este es el más importante»

 

Por Ernesto González Barnert

 

Conversamos con el poeta Juan Eduardo Díaz (1976) quien acaba de obtener el Premio de Poesía de la Revista de Libros El Mercurio por el poemario inédito Manual de Carpintería. El poeta y profesor, oriundo de San Bernardo y residente en el Litoral de los poetas desde hace años, es un gran colaborador de la Casa Museo Isla Negra, Editor del Sello Caronte y profesor de castellano. Este galardón obtenido se suma al Premio Enrique Lihn, certamen nacional «Arte y poesía joven» Universidad de Valparaíso (2004), IX Certamen Literario Eusebio Lillo, Concurso Nacional Casa de la Cultura I. Municipalidad de El Bosque (2005). Compartimos gracias a su gentileza algunos poemas de Manual de Carpintería.

 

—¿Qué significa el premio?

—Cualquier reconocimiento hacia el oficio es honroso y ayuda al desarrollo de este con un poco más de entrega. Se da la pretenciosa idea de que alguien nos lee y logra conectar con estas maravillosas creaciones que, de vez en cuando se nos antojan.

De los reconocimientos que he recibido este es el más importante, por motivos tan diversos como que es de carácter nacional, lo ofrece un medio escrito de comunicación importante por lo que ofrece a la obra ganadora una interesante cobertura en su difusión. Viene además con una publicación de la obra y un estipendio generoso. Posiciona el trabajo por un rato en una vitrina significativa que rápidamente es repuesta por títulos nuevos.

—¿De qué habla manual de carpintería?

Manual de Carpintería es un poemario que habla del oficio de la carpintería, comienza con un capítulo que toca algunas imágenes de la tradición carpinteril japonesa, pasando por algunas postales de esta cultura con la figura del cerezo como signo. Los dos capítulos que siguen hacen referencia a la carpintería chilena (la que conozco por mi padre) y cuyo hablante lírico puede ser un aprendiz que posee como maestro a su padre. Las formas de estos dos mundos se perciben y diferencian a través de escenarios sureños y costeros locales (El Quisco).

—¿Qué viene ahora en la carrera?

—No me apuro mucho en la producción de obras nuevas, me tomo tiempo en la creación y publicación de mis libros. Tengo ganas de reeditar algunos títulos como Instantáneas… o Claveles lejos de las aguas de Caronte, si viene algún sello ahí están, creo que son buenos textos.

Por otro lado continuaré como profesor de liceo, dirigiré mis talleres de escritura y armaré los libros de mis amigos poetas en la editorial. El oficio por ahora no lo abandonaré, estamos muy bien en esta relación «…de nada y para nada tan fatigosa como el álgebra» diría nuestro amigo Enrique Lihn.

 

Poemas

El keshōmen (1)
tiene vacilante al carpintero mueblista.

Del trozo de madera que tiene en sus manos
puede contar una bella historia del origen del mundo
o una encantadora ficción de amor.

Cierra sus ojos para oler la resina
lo acaricia suavemente con sus dedos
luego observa sus caras y sus cantos.

Sabe bien qué madera es
el tipo de aserrado que le dio esa forma
y conoce la lluvia que humedeció las raíces del árbol.

Ahora puede decidir cuál es la mejor cara
que observará la mujer que ve pasar cada tarde.
Imagina también su rostro cuando descubra en la vitrina
la mesa de té que fabricará para ella.

(1) El keshōmen en japonés: superficie decorativa de un trozo de madera.

 

Indisciplina esta

Freddy la descubrió frente a las cámaras
el secreto de mi madera, mi línea bruta
dos extremos que se reconocen en una misma mano.

La letra dominada es la mentira que dicto a otros
porque no soy capaz de ejercerla,
soy el Adán que retorna experto,
sé que no seré castigado y que dios no existe.

Esta es la mano que dirige
que señala y avanza las páginas de memoria
evangélica, católica, de memoria.

La precisión del corte que acaba en el ensamble,
la verdad de todo, lo otro no logrará parecerse a nada.

Ningún oficio será parentela, ni la madera ni la letra,
toda la indisciplina entre mis zapatos
aserrín que se acumula nada más para enfrentar la lluvia
que asoma más allá de la punta del trueno.

 

De la vitrina hacia afuera

hay un rastro de aserrín
que llega hasta la calle.

La lluvia inicia la competencia de las soleras,
rememoran las acequias ochenteras
de la aldea, colmadas en invierno.

La de este lado tiene un perro negro muerto
la basura se estanca en él y enancha el curso,
alguien mueve el bulto,
y como siempre ha sido acá,
el agua se lleva el cadáver
con toda la inmundicia que sostenía.

 

Del carpintero de rivera
hay algo, el cadáver de una ballena
dibujado en la orilla.

La quilla brotada del bosque oscuro
de tumbados viejos, largos,
rectos, colorados como el ulmo.

Las cuadernas ocultas
en profundas quebradas, niños ciegos
que siguen la luz del sol que los enchueca.

El cierre de ciprés y de olivillo para sumergirse,
todo sobado al vapor, cajas largas
donde se ablanda el espíritu.

El calafateo con estopa de alerce
canta al oído, el martillo sordo porfía
y el cincel se entremete en secreto por las rendijas.

Hay un cadáver varado en la arena,
aún respira junto al cauce
que de vez en cuando desaparece.

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