Por Darío Oses
Recientemente los llamados Cuadernos de Temuco, de Pablo Neruda, se reeditaron, esta vez por RIL Editores, con prólogo del poeta y escritor Bernardo Reyes. El título de Cuadernos se debe a que el soporte material de los manuscritos originales son tres cuadernos en los que el joven Neruda escribió la parte medular de su primera poesía. El «de Temuco» agrega, como señala el prologuista, el lugar geográfico desde donde nacen y se nutren estos versos…».
La singularidad de esta nueva edición es su condición de facsimilar. Esto es relevante puesto que, por diversas circunstancias se desconoce el paradero del soporte material de esta poesía inicial. Lo último que supo de esos tres cuadernos es que en 1982 fueron rematados por la casa Sothesby´s, en Londres.
Afortunadamente Bernardo Reyes encontró una fotocopia de estos manuscritos. La investigación de este material permitió a Reyes, como él mismo lo afirma, «modificar significativamente la biografía nerudiana de niñez y adolescencia», tema en el que es destacado especialista.
Reyes entregó la fotocopia a la Fundación Pablo Neruda en 1995. Ésta, a su vez la facilitó al investigador Víctor Farías, quien trabajó en su edición que fue publicada el año siguiente.
Por otra parte, Neruda, en vida, había entregado los cuadernos a su hermana Laura Reyes, quien en 1964 los prestó al estudioso de la vida y obra del poeta, Hernán Loyola, para que hiciera una copia mecanoscrita. Loyola publicó este material con el título de “Los cuadernos de Neftalí Reyes (1918 – 1920) en el tomo IV de las Obras completas del poeta, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores, 2001.
Más allá de la historia de estos Cuadernos, llama la atención el tono oscuro, pesimista, con alusión permanente a la derrota, la muerte, la soledad y la nostalgia de la poesía que contiene. Citaremos solo algunos ejemplos:
«Las zarzas del camino me hundirán sus espinas, / harán gotear la sangre de mi cuerpo cansado, / y cuando velozmente pasen las golondrinas / verán rotos mis miembros y mi cuerpo doblado» (De: «Iré por el camino», marzo de 1919).
«…Poco a poco / seguiremos la ruta que siguieron, / sentiremos la misma repugnancia / hacia la vida que tuvieron ellos» (De: «El llanto por las tristes» agosto de 1919).
«…La vida corre siempre de prisa / estúpida amalgama de llantos y de risas / que antes que amara el Bien me hizo amar el Mal» (De: «Desde mi soledad III» agosto de 1919).
«La ilusión hecha trizas quebrará mis caminos, / todo se hará cansancio, todo se hará dolor…» (De: “Mi tríptico simbólico s/f).
Y así…
¿Cómo conciliar todo este drástico desencanto con el deslumbramiento del joven poeta con los paisajes del sur: con los bosques, el océano, la cordillera y la lluvia australes? En esta primera poesía apenas aparece tímidamente el mundo natural que más tarde se instalará como una constante en la poesía nerudiana. Por el momento, en el poema «Deslumbramiento», de octubre de |1919, la vegetación se asoma con timidez: «Los árboles humildes sobre la tierra triste…».
Es posible que al joven Neruda le haya tomado tiempo procesar las impresiones que le produjeron los abrumadores paisajes del sur. Puede que le haya costado asimilar su profundo sentido de pertenencia a ese mundo austral o quizás haya necesitado de algunos años para descifrar el misterio de su —como el mismo la llama— «conexión interminable con una determinada vida, región y muerte».
Recién a partir de 1921, ya en Santiago Alberto Rojas Giménez arrancó al joven Neruda de su vida melancólica y sombría. Como apunta el profesor Hernán Loyola, «… Rojas Giménez le mostró a Pablo, en toda su luminosidad contradictoria, un aspecto diferente de la vida, un aspecto más liviano y risueño que quizás el joven Neruda necesitaba y buscaba para compensar ese creciente desgarro interior que asomaba en sus versos…».