Por Darío Oses
En septiembre de 1973, Pablo Neruda había invitado a Isla Negra al escritor y periodista José Miguel Varas, entonces jefe de prensa del canal nacional de TV. El poeta se había recluido desde fines de 1972 en su casa frente al mar. Padecía de un cáncer prostático con metástasis en los huesos. Las operaciones a que se sometió en París y en la URSS, no detuvieron el progreso de la enfermedad.
La visita quedó agendada para el martes 11 de septiembre. Varas iría con el escritor Fernando Alegría. Le llevaría una carpeta con información y documentos sobre las acciones de la International Telephon and Telegraph Company, ITT contra el gobierno del Presidente Allende. Neruda la necesitaba para escribir un artículo que iba a publicar el New York Times.
Alrededor de las 7 de la mañana el poeta recibió una llamada de José Miguel Varas, quien le comunicó que la marina se había sublevado contra el gobierno. Era lo que hasta esa hora se sabía. El golpe había comenzado. Varas no podría visitarlo ese día. —Tal vez más tarde— sugirió.
—Tal vez nunca— contestó el poeta. Fue la última vez que Varas escuchó su voz.
Matilde Urrutia, esposa del poeta, anotó en sus memorias que el 11 de septiembre de 1973 era el día «señalado para darle fin a varios proyectos que se trabajaban hacía bastante tiempo».
Neruda esperaba también la visita de su amigo, el abogado Sergio Insunza, Ministro de Justicia del Presidente Allende. Insunza le llevaría los borradores de los estatutos de la Fundación Cantalao, así como los planos y la maqueta de la construcción principal del proyecto.
Cantalao fue el último sueño de Neruda. Para concretarlo había comprado un predio litoral en Punta de Tralca, cerca de Isla Negra. Allí se edificaría un lugar junto al océano, para que poetas, escritores y artistas pudieran dedicarse a sus proyectos de creación. La obra estaba a cargo de la Corporación de Mejoramiento Urbano, CORMU. Se había entregado ya el financiamiento y hecho la instalación de faenas.
Fotografías Archivo Fundación Pablo Neruda
Pero el ministro Insunza tampoco pudo llegar a Isla Negra. Estaba oculto, mientras se sucedían los bandos que ordenaban entregarse a todos los altos funcionarios del régimen derrocado.
Fue así como aquel 11 de septiembre de 1973 comenzó el tiempo extraño de la primera muerte del poeta: el asesinato de su mundo.
Matilde recuerda: «…ese día marcaría para nosotros el fin y la muerte de un modo de vida». Luego insiste: «Esto era el fin. Todo este júbilo del pueblo, esta esperanza de una vida con igualdad, con justicia, se va desvaneciendo; esta gran esperanza de Pablo, por la que trabajó toda su vida, se ha venido abajo bruscamente, como si fuera el castillo de fósforos quemados que solía armar en sus ratos de ocio».
Matilde registró también los estados de ánimo del poeta: «Pablo reacciona en forma extraña para mí, distinta del hombre batallador y fuerte que yo conozco. En su actitud, en sus ojos, hay un brillo vacío, inconscientemente desesperado (…) Pablo en ese momento estaba muerto, quebrado por dentro; esa fuerza inmensa de lucha que lo sostuvo siempre, ya no la tenía (…) Siento que una desilusión muy grande se ha apoderado de Pablo. Es como si de repente se diera cuenta de que todo ha sido inútil, que había fuerzas tan poderosas defendiendo sus privilegios que, al lado de ellas, nos sentíamos pequeños e indefensos».
Años más tarde, en una entrevista a Inés María Cardone del diario La Tercera, Matilde declaraba: «…en otras circunstancias, si él hubiera estado completamente sano, esto lo habría hecho saltar como un león, como saltó en el tiempo terrible de la otra dictadura, la de González Videla. Pero ahora sentí algo en sus ojos, una cosa desesperada, y yo para distraerlo un poco, pedí desayuno, le hablaba pero no quiso tomar nada (…) en ese momento Pablo ya estaba quebrado».
«Estamos aquí, solos, sintiendo toda la amargura del mundo —concluye Matilde—. Salvador Allende asesinado. La Moneda incendiada…».
Fotografías Archivo Fundación Pablo Neruda