Septiembre 19, 2024

«Pablo Neruda, plenos poderes»

 

 

por Julio Barco

 

El poeta y el hombre

Todo gran poeta implica un suceso para un contexto determinado y afecta de modo directo el uso y funciones de su lengua. La poesía es una irrupción del hablar normal de la tribu para liberarla a una expresión más problemática, para abrir nuevas ventanas y dar nuevos colores al lenguaje usado como moneda banal. Un poeta renueva el lenguaje, lo oxigena, levanta sobre la osamenta lánguida, la nueva música de su canto. Todo creador, abre nuevas puertas, sin olvidar que el trabajo de lo nuevo es consecuencia de un diálogo profundo con el pasado: es el pasado, el que permite observar el futuro, verlo con otros ojos y mejores horizontes. Frente a un gran poeta, hay un instante de lucidez en la lengua; un instante que divide la historia y permite observarla de otro modo. Y Neruda es uno de los grandes.
Pero primero hablemos de la relación del hombre y el lenguaje. El lenguaje es el mismo hombre, es la representación, la esencia, el reflejo del ser humano. Con el lenguaje se crea la constitución de las naciones, las grandes obras religiosas, los innumerables libros, el lenguaje como puente de las relaciones entre las personas. El poder de la palabra es obvio; el hombre usa el lenguaje con diversos fines, sin embargo, en el fin estético, el lenguaje se abre en todo su poder. El poeta y la palabra se encuentran en un escenario convergente: al usar lenguaje para expresar realidad, el poeta es arquitecto del espíritu del hombre. Si los historiadores pueden representar al hombre bajo tiempos y eras, el poeta puede recobrar su intimidad, su emoción, su mente. En sí, podemos ver que la poesía es la historia de la mente, es decir, del espíritu de cada época; así, un poema representa un tiempo y un infinito: encapsula una época y detiene un espacio y tiempo. Los poetas se consideraron vaticinadores, por eso, su lenguaje se hizo profético: en muchos casos, o se adelantan a su tiempo, o van con ellas, o escapan de él hacia un pasado determinado. En cualquier caso, el poeta define un tiempo, el que utiliza para escribir su poesía; he ahí el acto político de escribir conscientemente, y de usar el lenguaje que es el ser del hombre. Pese a lo sofisticado de nuestro presente, la poesía se sigue leyendo y escribiendo: renovando; en nuestras sociedades, mientras mejores condiciones de vida tengan las personas, se ejercita este arte y de difunde con rigor y belleza.
Así definido estos conceptos, volvamos al autor de Crepusculario. Neruda (Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto) es uno de los poetas más determinantes de nuestra lengua, pero sería mejor decir, del “modo de usar nuestra lengua”, de irrumpir sobre sus códigos íntimos y de crear una música particular y orgánica; una de las voces más importantes del siglo XX, cuya poesía todavía nos causa estremecimiento, parece que su canto aún se desatará de una caracola cósmica, de una forma primitiva de establecer contacto entre la Naturaleza y el Hombre. Porque en los mejores instantes de su poesía, somos atrapados por la voz de la Naturaleza, que el poeta sabe expresar con maestría. Los modernistas hablaron del poeta como “Pararrayo de Dios”, aquel que puede captar el relámpago, su intensidad, y cantarlo. En la poesía del chileno vemos una energía desbordante y unitario, hay un timbre que lo diferencia de otros bardos; siendo, sin embargo, la reunión de muchísimas “voces” la poesía nerudiana: es un pararrayo de la Naturaleza. En Neruda vive la tradición en lengua española, modificada a su propio gusto y decir, y en ese gusto se siente la tierra, los elementos, el sonido de la cultura y la afirmación de un temperamento: a diferencia de otros poetas, que se inclina por su voz singular, la que va perfeccionando hasta sus Odas; en el camino, canta al Amor, a la Vida, a Latinoamérica, al Hombre, a las Cosas, a la Izquierda Chilena. Hay una evolución que va de romántico hasta el poeta comprometido, que le canta al hombre concreto y a lo más objetivo: un viaje desde lo lírico y surrealista, hacia lo más claro y personal. Neruda es el poeta que no puede dejar de escribir, el que hace del oficio una forma de vivir, de habitar la realidad, de expresarse y cantar, lo cotidiano e infinito. En eso, es apasionado como dos antecesores: Rubén Darío y José Santos Chocano.

 

Los plenos poderes nerudianos

El oficio en Neruda se humaniza, se hace más trabajo de obrero, (trabajo de alfarero dirá Heraud). Es el hombre que se afana en amasar la energía humana.
La Naturaleza se representa en los seres vivos. Y entre todos, el hombre la representa con los símbolos, otros seres vivos.
Hay un canto que se va creando, armando, confeccionando como un himno mayor: es el arquitecto de lo humano. Pedazo a pedazo arma sus versos, sacude, consume la realidad más íntima, usa la melodía interna, enhebra pedazos de diversos versos, traduce, cuenta, forma su propia voz. Hay pasión en esa voracidad, hay una danza, un deseo insaciable. Y aunque toda pasión es trágica, en Neruda hay una búsqueda final por la alegría, por defenderla, por ponerla como centro:

(…)contigo
quiero ir de casa en casa,
quiero ir de pueblo en pueblo,
de bandera en bandera.
No eres para mí solo.
A las islas iremos,
a los mares.
A las minas iremos,
a los bosques.
No sólo leñadores solitarios,
pobres lavanderas
o erizados, augustos
picapedreros,
me van a recibir con tus racimos,
sino los congregados,
los reunidos,
los sindicatos de mar o madera,
los valientes muchachos
en su lucha.

Esta pasión también se expresa, por qué no decirlo, en la vida misma del bardo: en la construcción de sus casas y en su colección de conchas, como en el deseo de las cosas, sean herramientas o vasos o un león de peluche que el poeta atesoraba. Entre todos, va tomando postura, como una sustancia más, como la sangre misma. Sin embargo, en otros versos llega a las alturas, con viejos afanes, para expresarse y expresar nuestro propio acervo cultural; así es que le canta al amor y a lo milenario, a lo histórico, a la propia cultura del continente; sin dejar de ser una expresión del vacío de yo poético, de la búsqueda del verdadero yo, para terminar contando el estremecimiento de la roca y rindiendo un homenaje al ser andino, a su capacidad e inagotable inteligencia para crear maravillas.
Por eso, en Canto General encara la historia y el tiempo de Latinoamérica, y con frondoso ánimo llega al canto de Machu Picchu, que según afirmó en entrevistas, era el centro de nuestro continente y expresaba lo más perfecto hecho por el hombre americano. Este poema es el poema cumbre de Neruda y es un canto de amor al Perú:

Sube conmigo, amor americano.

Besa conmigo las piedras secretas.

La plata torrencial del Urubamba

hace volar el polen a su copa amarilla.

 

Vuela el vacío de la enredadera,

la planta pétrea, la guirnalda dura

sobre el silencio del cajón serrano.

Ven, minúscula vida, entre las alas

de la tierra, mientras -cristal y frío, aire golpeado –

apartando esmeraldas combatidas,

oh agua salvaje, bajas de la nieve.

 

Como afirma Menéndez Pidal, el hombre que hace la historia y poetiza es uno, no divergen; así, el poeta hace también la historia. Pero Neruda también es el poeta del amor, el de aquellos versos:

AMO el amor de los marineros
que besan y se van.

Dejan una promesa.
No vuelven nunca más.

En cada puerto una mujer espera:
los marineros besan y se van.

Una noche se acuestan con la muerte
en el lecho del mar.

 

No olvidemos que muchos versos de Neruda se usan en el argot popular, como la frase “es tan corto el amor y tan largo el olvido”, entre otras; lo que permite ver que su lenguaje sigue siendo popular. En los poetas de temperamento terráqueo, su verso vuelve a la raíz de la lengua y de reparte como diente de león.

Por esa pluralidad es importante, porque supo captar diversos registros y expresarlos de modo solemne y personal; sin evitar la risa, lo simple, sin pretender lo retórico, con huida de otra consecuencia que no sea su propio ritmo, sin caer en la pedantería de tratar de racionalizarlo todo, es el hombre que canta el caos y la vida en su propia torrencialidad. Por eso, creemos que Juan Ramón Jiménez se equivoco al decir que ese caos era errado en Neruda; en realidad, en el mejor de los casos Neruda –Canto General, Residencia en la tierra– logra una musicalidad cósmica y usa el idioma como una gema perfectamente bruñida que refracta el caos; él es el espejo infinito: mira y canta, y canta lo que mira porque es poeta visionario.

Junto a Vallejo, son dos clásicos imprescindibles de la poesía de siglo XX. Sin embargo, qué diferente al escritor de Santiago de Chuco: Vallejo es parco y recibió incomprensión; Neruda fue prolífico y amado en su tierra, donde el poemario Veinte poemas de amor y una canción desesperada se volvió un best seller. Neruda recibió el Nobel en vida, Vallejo no tuvo un premio digno de su trayectoria. Sin embargo, ahí se encuentran los dos poetas, incomprendidos a su manera, unidos por su afán comunista, por esa izquierda que ambos, en su edad madura, encarnan; según Mario Benedetti, Vallejo era más grande porque su familia era mayor: Juan Gelman, Gonzalo Rojas, etc. Sin embargo, Neruda solo reúne a muchos poetas, a una tradición entera, a una constelación de voces. Como otros poetas de mucho voltaje, Neruda fue combatido. Quizás de ese roce nace aquel poema:

Con amor o tristeza,
de madrugada fría,
a las tres de la tarde,
o en la noche,
a toda hora,
furioso, enamorado,
en tren, en primavera,
a oscuras saliendo
de una boda,
atravesando el bosque
o en la oficina,
a las tres de la tarde
o en la noche,
a toda hora,
escribiré no sólo
para no morirme,
sino para ayudar
a que otros vivan,
porque parece que alguien
necesita mi canto.

Es muestra de aquel ímpetu: aquel deseo invencible de crear, de cantar, de acercar su voz a los otros. Neruda es de la familia de Whitman, aquel poeta mayor del Norte. El poeta usa el lenguaje, pero no como acto individualista y cerrado, sino para comunicar de manera directa la forma del ser, que es de todos, es decir, el yo del poeta es el yo del mundo. Neruda contó que sus encuentros con Vallejo fueron especialmente en España. Ojo que, bajo el contexto de la Guerra Civil, cada uno le dedica un poemario al sufrimiento del combate. Toman posturas, no aceptan ser indiferentes. En una entrevista entre García Márquez y Neruda, ambos dialogan sobre la novela y la poesía. Escenarios internos, posibilidades, ventajas. Para el autor de Cien sonetos de amor, es evidente que la novela es el bistec de la literatura; afirma que nadie compraría uno de sus libros al subirse a un tren, pero sí, por ejemplo, una novela. Sin embargo, la poesía de Neruda se sigue leyendo, quizás no en toda su dimensión, sino en un pedazo más bien ligado a su etapa romántica. Se sigue conociendo su figura, sus versos caen en presurosos amantes con afanes expresivos, se leen en libros escolares y gozan de su propia vigencia. La fundación Pablo Neruda, desde Santiago, sigue dirigiendo la difusión digital del poeta y sus casas funcionan como museos. En otro fragmento de la entrevista, García Márquez le pregunta: Si la novela es el bistec ¿qué es la poesía? Neruda dice que la poesía es parte del amor, algo íntimo, más recogido; es una comunicación secreta e intransferible con partes del alma del poeta y del que está leyendo, y existe y es verdadera y la siente como una corriente eléctrica, alterna. Y es que la poesía es una energía que corre, se inyecta directo a la vena mental de que la lee, provocando una situación especial, un encuentro, una experiencia nueva con el lenguaje y la mente del que la lee. Cuando una energía como la de Neruda pasa por una tradición la transforma y configura, y la libera de retóricas y la expande: con Neruda, la poesía en español, cobró una nueva órbita.

 

Neruda y el Perú

La relación entre Neruda y el Perú no es volátil. La influencia con Chocano es evidente y, por otro lado, hay versos del propio Heraud donde lo menciona (sin contar con la anécdota con César Calvo en una lectura en la Universidad de San Marcos): relación dual, de recibir y dar. No olvidemos, por ejemplo, el poemario Mano Desasiada que es claramente un diálogo con En las alturas de Machupicchu, lo que nos da una idea del efecto que causó en Martín Adán el poemario nerudiano. Y es plausible la honestidad de los versos del Canto General:

Diez mil peruanos caen
bajo cruces y espadas, la sangre
moja las vestiduras de Atahualpa.
Pizarro, el cerdo cruel de Extremadura
hace amarrar los delicados brazos
del Inca. La noche ha descendido
sobre el Perú como una brasa negra.

 

Es evidente que, en el Perú, a partir de 1970 el gusto fue cambiando y se perdió la onda española, con autores como Lorca o Alberti, y se impuso el estilo conversacional, que terminó apagando a Neruda; lo mismo, imagino, pasó con Nicanor Parra y sus antipoemas, que es claramente un reflejo adverso a tres poetas chilenos: Huidobro, De Rokha y Neruda. Por otro lado, no olvidemos que el autor de Memorial de isla negra fue un declamador del poema Tristítia de Valdelomar, sin olvidar.

 

Cierre nerudiano

A estas alturas de la vida, observo que toda relación poética se mantiene siempre viva con su entorno. Nunca se puede terminar de cerrar la valoración de un autor, ya que depende de dos factores: la crítica, que termina en obras ensayísticas; y la voz popular, que pasa opiniones en su entorno, consolidando carreras literarias. En Neruda se dieron cita todos los ríos; así como poeta pudo participar en su Estado, trabajando primero como cónsul, y después, en el gobierno de Allende, como embajador en Francia. Desde allá, cuenta Jorge Edwards, lideraron los ataques de diferentes sectores de la derecha frente a un gobierno de izquierda popular, que llegaba al gobierno por vía democrática. A los pocos días del derrumbe del gobierno, el poeta cae enfermo. Se dijo que fue por un paro cardiaco, cuando, después tomar una siesta junto a Matilde Urrutia no despertó: sin embargo, nuevos estudios, informan que fue una trampa de gobierno, con el fin de silenciarlo. Como señaló en un viejo ensayo dedicado a Quevedo, aunque se corte la cabeza, si hay fecundidad, esta sigue creciendo. Y se enfrenta a cualquier adversidad de gusto o estilo, de espacio o tiempo. Neruda ahora es un clásico de nuestra literatura. Creo que lo mejor a sus 119 años de nacimiento, es volver a su obra sin prejuicio y con ánimos de conocer y oír la plenitud su canto.

 

 

Nota: en el texto, se usó fragmentos de los poemas Oda a la alegría, Farewell, Oda a la envidia, En las alturas de Machu Picchu, Canto General.

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