Por Iván Martínez Berríos
Julius Robert Oppenheimer llegó al mundo el 22 de abril de 1904 en Nueva York y solo tres meses después lo haría, un 12 de julio en Parral, Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto. El primero fue un notable físico, el segundo un poeta. Ambos serían protagonistas indiscutibles del siglo XX, con vidas llenas de curiosos paralelos y un legado que se vuelve a visitar este 2023.
A propósito de Oppenheimer, la reciente película de Cristopher Nolan, la vida y legado de este físico y profesor estadounidense ha vuelto a despertar atención. Conocido tristemente como el «padre de la bomba atómica», Robert Oppenheimer fue hijo de un inmigrante alemán que se enriqueció con la importación de productos textiles. Esto le permitió acceder a una educación privilegiada en las más importantes universidades de Estados Unidos y Europa. De niño, Oppenheimer tuvo contacto con la filosofía y estuvo fuertemente interesado en la Minerología. Sus intereses intelectuales lo convirtieron en un joven solitario.
El joven Neftalí, huérfano de madre e hijo de un obrero ferroviario, tuvo también una juventud solitaria. Fascinado también por la naturaleza, su relación con ella quedó marcada en poemas que muy pronto firmaría como Pablo Neruda.
Tanto Neruda como Oppenheimer manifestaron un temprano interés y facilidad por el aprendizaje de lenguas extranjeras. Mientras Neruda traducía obras del inglés y francés, Oppenheimer leía a los clásicos griegos y latinos, además era un gran aficionado a la poesía.
En 1923, mientras Neruda publica su Crepusculario, Oppenheimer escribe tesis y poemas y comienza a pavimentar su camino de ingreso a la física.
La guerra civil de 1936 en España los pone a ambos del lado del lado Republicano. Mientras Neruda organiza la proeza de los refugiados del Winnipeg, Oppenheimer les brinda su apoyo económico gracias a la herencia que su padre le deja al fallecer en 1937. Un año más tarde, fallecerá el padre de Neruda.
En 1945, Estados Unidos lanza sobre Japón la primera de las dos bombas atómicas que marcarían el fin de la Segunda Guerra Mundial y que llevarían a Oppenheimer a arrepentirse de su creación. El mismo año Pablo Neruda sería galardonado con el Premio Nacional de Literatura.
Neruda y Oppenheimer fueron perseguidos por su cercanía con el partido comunista. Mientras que a Neruda le costó salir del país en forma clandestina en 1949, Oppenheimer fue acusado en 1953 por el Comité de Actividades Antiestadounidenses de ser una «amenaza para la seguridad nacional». Ese mismo año, Neruda recibe el Premio Stalin de la Paz, un año antes de publicar el poema a Stalin por el cual sería públicamente cuestionado.
En marzo de 1962, la Universidad de Chile le otorga a Neruda la calidad de miembro académico en reconocimiento por su labor poética. Solo unos meses después, esa misma casa de estudios recibe a Oppenheimer, quien dictó una charla sobre su creación y sus implicancias morales. Cuatro años más tarde, en 1966, Neruda viajará a Nueva York para participar como invitado de honor en la Reunión del PEN Club Internacional, ofreciendo recitales y grabando una selección de su poesía para la Biblioteca del Congreso.
En el aspecto amoroso, ambos tuvieron relaciones intensas que encendieron el fuego inicial de sus carreras. Así, gracias a esos sentimientos Neruda construyó su temprana poesía amorosa, mientras que Oppenheimer recibió una gran influencia sobre su pensamiento y carácter. Sus últimas compañeras serán la inspiración en el momento más alto de sus carreras y les sobrevivirán a sus muertes.
En 1967, Neruda publica «La Barcarola», un poemario dedicado a Matilde Urrutia. La barcarola era una forma musical inspirada las canciones de los gondoleros venecianos y Neruda rendía homenaje a través de su libro a los años compartidos con su musa principal. Ese mismo año, Oppenheimer fallece afectado de un reincidente cáncer de garganta, se había retirado años antes a una residencia en la en la isla de Saint John, una de las Islas Vírgenes de Estados Unidos. Allí dedicaba los días a navegar con su esposa.
Neruda también se había retirado a vivir frente al mar, en Isla Negra, y fallecería cuatro años más tarde, en septiembre de 1973. La versión oficial dice que de un cáncer de próstata avanzado, lo que a 50 años de su muerte, aún está por confirmar la justicia.
Así como Oppenheimer fue un gran amante de las letras, llegó incuso a aprender el italiano para leer a Dante en su idioma original, Neruda reflexionó sobre la ciencia y en su «Oda al átomo» escribió unos versos para describir lo que le produjo la creación de Oppenheimer. Sin duda, Neruda y Oppenheimer fueron grandes hombres de su tiempo, dos cohetes que fueron lanzados desde distintas partes del mundo y subieron imparables hasta el cielo. Mentes inquietas que compartieron dos tercios de un siglo que aún resuena. Uno el «destructor de mundos», el otro el «albañil del andamio desafiado».
Oda al átomo
Pequeñísima
estrella,
parecías
para siempre
enterrada
en el metal: oculto,
tu diabólico
fuego.
Un día
golpearon
en la puerta
minúscula:
era el hombre.
Con una
descarga
te desencadenaron,
viste el mundo,
saliste
por el día,
recorriste
ciudades,
tu gran fulgor llegaba
a iluminar las vidas,
eras
una fruta terrible,
de eléctrica hermosura,
venías
a apresurar las llamas
del estío,
y entonces
llegó
armado
con anteojos de tigre
y armadura,
con camisa cuadrada,
sulfúricos bigotes,
cola de puerco espín,
llegó el guerrero
y te sedujo:
duerme,
te dijo,
enróllate,
átomo, te pareces
a un dios griego,
a una primaveral
modista de París,
acuéstate
en mi uña,
entra en esta cajita,
y entonces
el guerrero
te guardó en su chaleco
como si fueras sólo
píldora
norteamericana,
y viajó por el mundo
dejándote caer
en Hiroshima.
Despertamos.
La aurora
se había consumido.
Todos los pájaros
cayeron calcinados.
Un olor
de ataúd,
gas de las tumbas,
tronó por los espacios.
Subió horrenda
la forma del castigo
sobrehumano,
hongo sangriento, cúpula,
humareda,
espada
del infierno.
Subió quemante el aire
y se esparció la muerte
en ondas paralelas,
alcanzando
a la madre dormida
con su niño,
al pescador del río
y a los peces,
a la panadería
y a los panes,
al ingeniero
y a sus edificios,
todo
fue polvo
que mordía,
aire
asesino.
La ciudad
desmoronó sus últimos alvéolos,
cayó, cayó de pronto,
derribada,
podrida,
los hombres
fueron súbitos leprosos,
tomaban
la mano de sus hijos
y la pequeña mano
se quedaba en sus manos.
Así, de tu refugio
del secreto
manto de piedra
en que el fuego dormía
te sacaron,
chispa enceguecedora,
luz rabiosa,
a destruir vidas,
a perseguir lejanas existencias,
bajo el mar,
en el aire,
en las arenas,
en el último
recodo de los puertos,
a borrar
las semillas,
a asesinar los gérmenes,
a impedir la corola,
te destinaron, átomo,
a dejar arrasadas
las naciones,
a convertir el amor en negra póstula,
a quemar amontonados corazones
y aniquilar la sangre.
Oh chispa loca,
vuelve
a tu mortaja,
entiérrate
en tus manos minerales,
vuelve a ser piedra ciega,
desoye a los bandidos,
colabora
tú, con la vida, con la agricultura,
suplanta los motores,
eleva la energía,
fecunda los planetas.
Ya no tienes
secreto,
camina
entre los hombres
sin máscara
terrible,
apresurando el paso
y extendiendo
los pasos de los frutos,
separando
montañas,
enderezando ríos,
fecundando,
átomo,
desbordada
copa
cósmica,
vuelve
a la paz del racimo,
a la velocidad de la alegría,
vuelve al recinto
de la naturaleza,
ponte a nuestro servicio,
y en vez de las cenizas
mortales
de tu máscara,
en vez de los infiernos desatados
de tu cólera,
en vez de la amenaza
de tu terrible claridad, entréganos
tu sobrecogedora
rebeldía
para los cereales,
tu magnetismo desencadenado
para fundar la paz entre los hombres,
y así no será infierno
tu luz deslumbradora,
sino felicidad,
matutina esperanza,
contribución terrestre.
(Pablo Neruda)