En su disfraz de objetividad, en su ilusión de rigor y en su pretensión de exactitud, la ciencia aplica sus taxonomías a cada especie sobre la tierra y define así su individualidad: esto es lo que conocemos bajo el concepto de nombres científicos, para los que normalmente se emplean voces del latín o el griego. Por otra parte, los sujetos sintientes que existimos y nos relacionamos día a día con el mundo fuera de los propósitos de la ciencia dialogamos con conceptos que no solo cargan definiciones objetivas, sino que además se componen de los detalles que delatan nuestro vínculo personal con cada referente. A estos conceptos se les conoce como nombres vulgares, existentes en nuestras lenguas nativas. Para dejarlo más claro, la ocimum bacílicum tiene etimología, origen, clase, subclase y orden, pero la albahaca tiene sabor, olor, textura y relación con nuestra memoria sensible.
Más allá de sus evidentes diferencias, las dos denominaciones encierran la falaz ficción del conocimiento antropocentrado: asumir que es nuestro ojo humano el que crea, define y modifica la realidad, que nuestra experiencia de las cosas del mundo las genera y las cambia a ellas, y no al revés. El mismo verso de este libro tempranamente nos advierte:
“toda percepción es una mentira
penetrar
no es una penetración” (p.21)
En Botánica (Oxímoron, 2023), de Ashle Ozuljevic Subaique, nombres científicos y vulgares coexisten de una manera tanto bella como peculiar para un género que convencionalmente invita a la exacerbación de las maneras subjetivas de relacionarnos con la vida. En el libro esta confluencia no busca glorificar ni romantizar, sino sencillamente traducir una forma más sincera de mirar que permea taxonomías y experiencias.
Así, el imaginario que compone Botánica se debate entre cualidades “objetivas”, medibles y catastrables de la realidad y la circunstancia humana y personal: observar, interpretar, recordar, recrear en la palabra, la imagen y la memoria. La mirada y el verbo se hacen simultáneos en el largo aliento del poema y en pasajes como
“pero cuando allí se dice tiempo se dice viento y cuando se dice viento
se dice tempestad y se dice olvido susurrando que la única manera
de salvarse es lanzarse al agua gélida
o el invierno blanco te carcome la cabeza y no hay salida si naciste
en una isla” (p.16)
Entre las páginas de este conjunto se dejan impresos ambos lados de la superficie: hacia arriba −hacia afuera−, y bajo la tierra −en la raíz−. La palabra se encuentra en la frontera, trinchera en que habita además la condición humana, “entre los espacios/entre los pliegues” (p.57), en el recoveco en que se interceptan estos nombres científicos y nombres vulgares desde esta voz particular que afirma en verso:
“Gustarte ojalá
como scabiosa cretica
la cabeza seca sobre el erecto tallo
en la que ver los bordes no verdes ni violetas
mínimas campánulas de caleidoscopio biocromático
y en cada justo centro/un minúsculo anillo
vacío” (p.57)
El ojo mira con el corazón y ambos son las manos con que escribe el cuerpo:
“entonces estaba muda
ahora que hablo
estoy sola” (p.82).
En Botánica, el nombre es el ejercicio retórico tras la existencia, rebrotando nuevamente el dilema entre lo evidente, que sobresale de la superficie, y lo que se oculta bajo tierra. Esta dualidad y contradicción es a su vez la definición de la poesía: el idioma de lo imposible. Significado y significante. Imagen y palabra. Silencio. Poema:
“guerra que no es guerra
la paz de la jungla suena
desde el hueco de este tronco
que tampoco es hueco
todos son secretos y cada secreto es un motivo
inasequible para cualquiera
los ojos no son solo para ver (p.87).
Los dos apartados que componen Botánica, “Botánica” y “Cuidados de un jardín”, son, por una parte, el herbario y, por otra, el zoológico humano, la galería hacia el mundo propio y su relación con lo natural. Prueba de esto es que, entre el frondoso ejercicio del verso libre que a ratos bordea los límites difusos del relato y testimonio, se entrometen momentos en que la rima y el rigor de la métrica se hacen evidentes, como en el poema Vitis vinífera en que la autora despliega una décima elegante y pertinente como la forma en que debiésemos escribirle a la semilla de nuestro vino:
“digo: en eso se parecen
la parra y el patagón
al centro del corazón
estar solos los escuece
muy bravío se aparece
el gaucho cuando descampa
lo triste tendió su trampa
envuelto en las tempestades
adicto a las soledades
de pampear tanto la pampa” (p.71)
Respecto justamente a la composición y estructura del libro, la existencia de las dos secciones ofrece una riqueza que se vuelve palpable a la lectura: para la autora y para el libro en sí escribir no se trata solo de registrar lo visto, sino de tomar decisiones, escribir como laburar con la fuerza creadora de quien planta la semilla, con la convicción de quien quita las raíces muertas, con la inquietud de quien crea un aroma. Escribir:
“profundizar en el surco
arar la tierra
penetrar con mis dedos el suelo resquebrajado y limpiar las malezas
de este patio huérfano” (p. 103)
Tras la lectura se hace evidente que el transitar por las imágenes y denominaciones vinculadas a la botánica no es solamente una decisión estética, sino una toma de posición política, poética e ideológica. La autora toma aquellos caminos que parecen serle naturales, propios: mirar y conocer la naturaleza para verse, entenderse y reconocerse, para crear imágenes y sonidos y así encontrar en la tierra, en el agua, en las hierbas, un espejo del ser:
“antes que la multitud
la solitud
la simpleza de ser una linaria
autoimplantada en lugares inaccesibles
linaria de hojas verticilidas, invisible en la ciudad.
Y es que
a ratos
todos queremos ser planta” (p.63).
En este reconocimiento se va hilvanando un yo complejo cuya constitución por varios momentos parece erguirse como la razón primaria de esta escritura:
“comenzar diciendo
otra vez
que soy lo que queda de mí
planta perenne que no descansa
zarcillo caulinar que ha perdido la capacidad
de producir flores o frutos
pero espinas espinas espinas
salsolakali que aprovecha los ventarrones para soltar sus semillas
dale viento
dale furia
dale un suelo por el cual rodar
y verás la extensión de su desarraigo
la voracidad de su desolación
esta voz que no logra alcanzar volumen
pero hace vibrar mi pecho
como un río silencioso de fuerza estentórea
soy
lo que queda de mí” (p.84)
Entre palabras, planta, portento, la voz comienza a tomar forma entre su materia y su vacío:
“entonces descubrir
el cactus entero
que yace dentro mío
y poder comenzar así
a sacarme las espinas” (p. 112)
Botánica es un libro que homenajea a los sentidos como la llave con que acceder y la luz con la que descubrir los rincones de la memoria en que se encierra lo que somos. Nombres científicos/ nombres vulgares: todos espejismos del sustrato que pretenden referir: la experiencia primigenia de ser una especie entre otras, de entenderse solo como una realidad más en un vasto universo de realidades; un ojo más entre todos los ojos, un tallo más entre todos los tallos. En esta epifanía se devela el carácter con que la autora enfrenta la imagen poética: principalmente bella, con una sutileza que se asemeja a la del crecimiento de una planta: esquiva del ojo, forjada en pequeños pasos de gigante, enormes detalles para los que, centímetro a centímetro:
“solo la tierra basta
y la vastedad de las palabras” (p. 12).
Botánica de Ashle Ozuljevic Subaique (Oxímoron, 2023)