Durante el curso de las actividades culturales de la Fundación Pablo Neruda 2023, nos visitó la escritora y artista Paris Hache, quien en su visita a La Chascona compartió parte de su creación literaria además de importantes reflexiones en torno a la cultura actual. Compartimos un video de su participación, agradeciendo su visita a La Chascona. Paris Hache es una representante de las nuevas narrativas chilenas, su obra entrecruza la memoria, la nostalgia y una fuerte reflexión sobre Chile, la familia, las relaciones afectivas. Su voz única, conmueve por su fuerza y nos recuerda que hay que “escribir sucio para limpiarse la boca de malas palabras”.
Paris Hache
(5 de noviembre de 1987, Santiago de Chile). Storyteller, periodista, videasta. Magister en Comunicación Estratégica. Desde el 2015 participa activamente en proyectos de Fundación Neruda que fomentan la escritura colectiva. Activista por el cambio social desde la creación colectiva literaria: proyecto ARDE CHILE. Editora del naciente proyecto Ander Chilean Buks, editorial orientada a visibilizar a autoras y autores que cuentan “La otra historia” de Latinoamérica. En 2017 escribió la plaquette “Teoría del Fuego” de la micro editorial Ex Nudo de Globo y recientemente realizó un documental experimental co-producido junto a Fundación Neruda que cruza el deseo por la literatura y el vivir en Valparaíso.
ESCENAS FAMILIARES: VALPARAÍSO
Por Paris Hache
Siempre quise vivir en Valparaíso. Me parece tan mío recorrer sus calles sucias, esquivar con astucia el tambaleo de un ebrio en la esquina del terminal: Putas, travestis, borrachos y peor, las borrachas, las putas borrachas, las viejas borrachas, las viejas indecentes. Una ciudad sucia. Escribir sucio para limpiarme la boca de malas palabras. No me da miedo la gente le respondía a mi papá: ¡cuando grande me quiero ir a vivir al puerto! –¡Allá hay puros patos malos, mija! – Respondía mi padre mientras agitaba sus palmas para hacerme bailar sobre la mesa de su bar de viejos chicha y luego me decía: no le hables a esos niños, tienen la cara sucia, tienen la cara cochina de sueños rotos, de días de bolitas trizadas. Pequeños oráculos por los que ven el mundo. Yo los veía lanzarlas inquietos contra el pavimento hasta que saltaran los pedacitos minúsculos de vidrio. Veía esos pedacitos minúsculos y lloraba, lloraba de felicidad. ¿Qué será de esos niños jugando a la pelota en la calle de mi casa? Los miraba a través de mi ventana deseando salir a calentarme el frío de vivir siempre adentro. Allí donde puedo guardarme de la mala educación. Yo sé que no siempre le he dado motivos de orgullo a mi padre. Supongo que los ojos con que veíamos el mundo eran diferentes, aunque fuesen los mismos. Supongo que era suficiente castigo no conceder mis deseos de vivir en la Valparaíso. Si tan sólo hubiese entendido que quería el mar para quitarme las palabras sucias, la escritura sucia y que arrastrarme a la escuela industrial no iba a calmarme la mugre que tenía por dentro. El director me preguntó qué era lo que menos me gustaba estudiar y le dije que las matemáticas, me preguntó qué porque, le dije que no las necesitaba, que sería escritora y que desde ahora debía dejar de hacer cosas en las que nunca volvería a pensar. Él se río de mí. Fue una buena carcajada, pero por la vergüenza que sintió mi papá, creo que fue una risa de rabia, de esas que se escapan violentamente cuando te sientes ofendido. Sentí que me quería decir que mis sueños ya estaban rotos. Que las artes eran para la gente que tenía plata, que tenía lindo apellido. La verdad es que, si hubiese sabido que iba a herir tanto a mi padre por boicotear su sueño de verme estudiar, me habría puesto a bailar sobre el escritorio del director. Habría dado vueltas y vueltas hasta caerme en sus piernas, cansada y desvalida y le habría rezado al oído un rosario de incalculables ecuaciones. Habría hecho fracciones en su mente hasta hacerlo eyacular, hasta provocarle el mareo intenso y enfermo que producen los números irracionales y todo porque amo Valparaíso y aunque me fuese lejos casa, me habría ido a un lugar donde siempre existirían los viejos de cantina, el olor a garrafa y fritura y los días de estúpida dicha de mi viejo.