El escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) escribe sobre Pablo Neruda a propósito de una visita a la Casa Museo Isla Negra
Neruda /1
Por Eduardo Galeano
Estuve en la Isla Negra, en la casa que es, que fue, de Pablo Neruda… Estaba prohibida la entrada. Una empalizada de madera rodeaba la casa. Allí la gente había grabado sus mensajes al poeta. No habían dejado ni un pedacito de madera sin cubrir. Todos le hablaban como si estuviera vivo. Con lápices o puntas de clavos, cada cual había encontrado su manera de decirle; gracias. Yo también encontré, sin palabras, mi manera. Y entré sin entrar. Y en silencio estuvimos, conversando vinos el poeta y yo, calladamente hablando de mares y amares y de alguna pócima infalible contra la calvicie. Compartimos unos camarones al pil-pil y un prodigioso pastel de jaibas y otras maravillas de esas que alegran el alma y la barriga, que son como él sabe, dos nombres de la misma cosa. Varias veces alzamos nuestros vasos de buen vino, y un viento salado nos golpeaba la cara, y todo fue una ceremonia de maldición de la dictadura, aquella lanza negra clavada en su costado, aquel dolor de la gran puta, y todo fue también una ceremonia de celebración de la vida, bella y efímera como los altares de flores y los amores de paso.