Por Ernesto González Barnert
Mientras la literatura infantil buscando ser edificante, en la mano de la gran mayoría de sus cultores mediocres, se vuelve sórdida y mediocre. La literatura de terror infantil, de suspenso o misterio, sigue a salvo aún del mercantilismo fácil para niños. Y, de paso, nos vuelve poco más humanos al leer cada una de estas historias que no dejan nunca de confrontarnos con la vida y con nuestros propios demonios y deseos, nuestro ego y los miedos, el sueño y el subconsciente. Estoy emocionado de encontrar en La Familia M y Cautiva de Luis Peña Álvarez [Santiago, 1968] esa mirada clásica y respetuosa, reminiscente de tantas leyendas míticas y siniestras de temple victoriano o gótico, donde hunde el lápiz el autor y trabaja magistralmente, sin necesidad casi de texto, gracias a la fuerza expresiva de su dominio ilustrativo, con dibujos que arrastran a sentirnos siempre unos supervivientes, no sin sobresaltarnos antes, de nuestra propia fragilidad y consciencia humana —con sus negros, grises y blancos— en esta misteriosa y fugaz existencia, acechada por lo sobrenatural, donde no somos los únicos, ni los primeros o últimos, acechada desde la más tierna edad por la muerte y el dolor, lo malo y terrible, el manto ilusorio que se cierne sobre nuestra mirada terrestre y divina. En La Familia M un regalo «torpe» del padre nos recuerda la distancia entre este mundo y el otro en el cumpleaños de su hija. Y en la obra la Cautiva, observamos un terrible canto de amor paternal pese al horror de lo que un hijo o hija nuestro pueda cometer siguiendo su propia naturaleza y libre albedrío. Felicitamos al sello «Pozo de arena» por internarse en estas aguas movedizas donde la gran literatura sobrevive y sigue atrapando lectores jóvenes y viejos con maestría, con una bella y cuidada edición, que subraya las dos joyas realizadas por este gran ilustrador y dibujante chileno.