Por Ernesto González Barnert
Antes de entrar de lleno en Matadero (Editorial Aparte, 2022) de Roberto Bustamante (Iquique, 1977), insisto en que la poesía norteña no deja de mandarnos grandes poemarios durante estos últimos años, alejados del virus de la corrección poética, la estrechez de corazón capitalina, con una mirada más descarnada de los tics epocales. Y este libro, confirma lo anterior, sumando los anteriores trabajos de Roberto, quien sigue dándonos volúmenes que desnortan, explotan nuestra cabeza. Con resultados brutales y jugosos, astutos y vivos que permean nuestra aspiración burguesa, sin subirse al cajón de tomate o púlpito a perorar. Ahora bien, el know-how de un poeta como Bustamante, que es capaz de lograr varias capas de sentido sin perder plasticidad, cierta comicidad sardónica y un cinismo en toda ley, en el poema breve, casi apunte, libre, con el fin de demoler cualquier certidumbre o ilusión que nos sustente haciendo nido poético en la precariedad de todo lo que nos rodea o le importa, no lejos del cadáver que apesta, comienza a descomponerse, de su pedazo de país [un país que más que un país es un paisaje como bien sugería Nicanor Parra] mirado aquí desde el norte de Chile y que deja marcas de vida que más que asentar un relato unívoco sueltan a piso textos intensos como miguelitos de detalles ominosos camino al matadero. A su vez, leer a Roberto, para mí tiene ese prisma reflexivo que tan bien explica Gonzalo Millán en La poesía no es personal y es que «la poesía tiene esa capacidad terapéutica y regeneradora, en el sentido que uno no vuelve a esos temas por morbo ni para refocilarse en la desgracia, sino para reconquistar esas zonas que están sumergidas o son tan cenagosas. Son territorios salvajes que han sido inundados y a los cuales la escritura permite acceder». Creo que la única manera de entender algo sobre este país, esa zona, sus territorios y lograr algo es a través de poemarios como los de Roberto Bustamante, cuyos textos, me son también tiritas destellantes de genio y canto. Por otra parte, el box, sigue siendo un vector con el que generalmente el autor nos abre a una manera de stalkear esta chilenidad en las cuerdas, al borde del nocaut, golpeándonos, insisto, con las manos llenas de precioso mineral puro, en imágenes vivas de valor poético, patrimonial delirante y zafado, si uno observa un poquito y no solo discursea. Un libro breve, intenso, culto, callejero, inteligente, que pesa como una enciclopedia Larousse en sus golpes de sentido, ráfagas de consciencia, alucinaciones desérticas o marinas en el meollo del saqueo y ruina mineral y pesquero, donde la desolación narco y anarca del espíritu hace de bella y contrariada «eco», a nuestro narciso deseo de estado policial o progresista, empujados hoy por la manipulación y conspiración plutócrata. Repito, Roberto Bustamante, no olvida que nuestro oficio diletante y delirante es hacer un caballo de troya atemporal para vencer la guerra, baldear este “matadero” [o lo que dejó la ola] donde todo quiere contarnos hasta diez, meter mano a la cartera de mamá, mapear su origen, sortear la paternidad y migración al palo, echarse o joder la cadena de producción, porque la poesía —con sangre–, entra.
Matadero de Roberto Bustamante (Editorial Aparte, 2022)