Julio 3, 2024

La brevedad del cuento interminable: Pasajeros muertos e inofensivos sicópatas

 

Por Darío Oses

 

Sergio Sant´anna (1941) es uno de los autores más productivos y originales de la narrativa brasilera contemporánea. Sus relatos deslumbran no solo por sus argumentos, sus mundos y personajes, sino también por las formas en que los construye. Además de usar con maestría las técnicas tradicionales de construcción narrativa, siempre está busca recursos literarios nuevos y esta experimentación no va en desmedro de la claridad ni del interés que suscita el relato.

 

El autor busca situaciones extrañas y las encuentra en la vida cotidiana. Así por ejemplo el cuento que da su nombre a este libro, se refiere, en parte a un vuelo comercial en el que la mayor parte de los pasajeros están muertos. Pero esta situación se explica. Lo sobre natural parece venir después, cuando aparecen seres con textura de fantasmas, pero tampoco lo son: habitan dentro del protagonista.|

El relato propone una segunda lectura que hay que buscar fuera del texto, y el autor deja las pistas para encontrarla.

 

El insomnio y sus consecuencias

En el comienzo de la historia, el narrador advierte a los lectores que en su vida «ardua e insípida», la única cosa digna de ser contada es la de haber estado entre los pasajeros de un vuelo especial, nocturno, extraño, al que llegó por una trama de circunstancias ordinarias.

El personaje es un ser solitario, empleado de una empresa farmacéutica con Sede en Sao Paulo, que viaja por el país revisando la contabilidad de las filiales.

Sant´anna tiene la habilidad de darle un tinte de maldición a escenas de la vida cotidiana. El relato se abre con el contador en el hotelucho de mala muerte que le paga la empresa. Aun cuando tragó las píldoras de muestras médicas para dormir, no consigue conciliar el sueño a causa del ruido que procede de la discoteca del frente. Las canciones que se suceden sin interrupción – dice el narrador «eran de esas grabadas especialmente para ser bailadas en discotecas de mala fama, las mismas que se pasan en las peores radios de cualquier parte y que resultan difíciles de distinguir entre sí».

El autor muestra una pericia singular para describir un ambiente urbano degradado solo a través de los ruidos que escucha el insomne desde su dormitorio: «había voces que parecían discutir, risas de alegría desesperada, gritos que llegaban amortiguados, alboroto de coches y motos  y, en cierto momento la sirena de una ambulancia o patrullero de policía».

El paisaje que le sugieren los ruidos excita la imaginación del contador que abre las cortinas y se encuentra con la infame discoteca cuyos carteles luminosos invaden cuarto «confiriéndole un marco lúgubre a sus muebles y resaltando mi absoluta soledad».

 

Matarlo hubiera sido un placer

Del local entran y salen prostitutas. El protagonista se viste y sale con la intención de contratar a una de ellas. Desde un rincón oscuro lo llama una voz femenina. Se acerca a la mujer que lo emite, y dice: «comprobé aterrorizado  que la que estaba dentro de un vestido rojo, de tiritas y escote, con un tajo lateral e una de las piernas, parecía ser una niña, a pesar de los labios pintados y de la estudiada pose de dama de la noche».

Entonces aparece el explotador de la chica. Es el primero de los personajes en los que el protagonista se proyecta: «Sentí que lo detestaba desde siempre, que reunía en sí todo lo que existía de más odioso en la especie humana, pero particularmente en el sexo masculino, y que verlo muerto o hasta matarlo hubiera sido un placer».

El protagonista, claramente ha tenido un encuentro con su sombra. Es decir, con aquella parte de sí mismo a la que niega y odia y de la que quiere deshacerse: «matarlo hubiera sido un placer».

Regresa a su cuarto, horrorizado y fascinado. Decide irse de inmediato al aeropuerto para evitar la tentación de negociar con el proxeneta. Su pasaje es para el día siguiente, pero no le importa pasar en la sala de espera el resto de la noche. De todas maneras llama para preguntar si hay algún vuelo que salga pronto hacia Sao Paulo. Para su sorpresa le contestan afirmativamente, pero le advierten que es un vuelo especial.

Sale del hotel y del callejón infame. Anota que fue  como si abandonara allí a una parte de sí mismo. Y claro, aunque el autor no lo explicita, su protagonista huye de su propia sombra.

Cuando llega al precario aeropuerto del lugar, encuentra a los extraños pasajeros que esperaban el vuelo. Muchos estaban vestidos de negro y con los ojos enrojecidos cuando no llorando abiertamente.

Alguien le explica que son los parientes de los muertos en un accidente aéreo, y que la compañía dispuso ese vuelo especial para los familiares y para los restos que pudieron rescatarse del otro avión, que cayó en la selva.

Entonces se acerca otro personaje arquetípico. Es una mujer negra, muy vieja, a la que le han amputado una pierna, y que vende el café que lleva en unos termos colgados de los hombros.

—¿No tiene miedo de viajar con ellos? —le pregunta al protagonista, quien se da cuenta que por su decrepitud ella debe encontrarse ya en una zona indeterminada entre la vida y la muerte. Él contesta que los muertos no pueden hacer daño. A lo que la mujer, a su vez responde: «Nadie sabe lo que viaja con ellos, hijo mío».

Aquí se manifiesta nuevamente la habilidad del autor para construir personajes que, siendo convincentes como tales, están en otro plano del relato. El explotador de la chica es mucho más que un proxeneta: es la parte oscura  del protagonista. La vieja del aeropuerto desolado es más que una vendedora de café: es la guardiana del umbral, que remite al protagonista a la continuación del viaje en ese avión que es como el mítico barco de Caronte, que carga a los muertos.

 

Encuentro con el ánima

El viaje depara otro encuentro que enfrentará al protagonista con su propio interior. Durante el vuelo en el avión, en el que hay muchos asientos desocupados, una mujer hermosísima va a sentarse a su lado sin darle ninguna explicación. Lo abraza y lo acaricia. Él comenta que era «como si retrocediese muchos años al recostar la cabeza sobre su pecho…».

Al despertar el protagonista, solo en su asiento, busca a la mujer, pero ella no está entre los otros pasajeros. Tampoco en los retratos de los viajeros muertos. Nadie la ha visto. Es parte de él, es lo que Jung llama el ánima: la mujer que todo hombre lleva dentro. Muchas veces una derivación de la madre.

Finalmente al llegar a su departamento, ya de regreso, siente «otra presencia en aquel espacio, alguien allí conmigo, o quién sabe si no sería mejor decir en mí».

En su dormitorio, sentado en su cama, encuentra a un hombre al que demoró algunos segundos en identificar como él mismo. Ahí está el arquetipo al que Jung llama el Sí mismo: «aquel que yo podría ser o, quién sabe, aquel que verdaderamente era», una vez vencidas «las barreras más extrañas».

Es cierto, como ya dijimos, que las claves para entender esta historia están fuera del libro, pero el autor deja las pistas necesarias para que el lector interesado las busque y las encuentre. O tal vez para que encuentre otras claves que le permitan una lectura distinta. Así, el cuento queda abierto a múltiples indagaciones, a lecturas casi infinitas.

 

Un gorila inofensivo

En el volumen se incluye también una novela breve sobre un personaje levemente sicopático, solitario, que se hace llamar el Gorila, y que llama, al principio al azar, a diversas mujeres, algunas de las cuales le tienden trampas o tratan de seducirlo o lo extorsionan con amenazas de suicidios. Pero las identidades de ellas están siempre en procesos de ocultamiento, de revelaciones poco confiables y de transformación.

La novela está escrita en diálogos telefónicos entrecruzados, que conducen a nuevos personajes envueltos en situaciones que llevan a escenas de locura y deseo desenfrenado. Así por ejemplo, la noche Navidad, el  Gorila va dar al teléfono de una mansión donde se celebra en forma orgiástica el nacimiento del anti cristo y los regalos entre amigos secretos son viagra y drogas. Para amplificar las posibilidades del  relato, el argumento tiene variantes que lo ramifican y llevan la historia por rutas alternativas que, sin embargo, casi siempre regresan al tronco central.

Entre los recursos de Sant´anna para diversificar las formas del relato está el de describirlo detalladamente en lugar de narrarlo. Sugiere, por ejemplo: “un cuento de palabras que valgan más por su significación que por su resultado. Un cuento abstracto y concreto, como una composición tocada por un grupo instrumental…” (“Un cuento abstracto”)

También satura el texto con la enumeración de las escenas e imágenes que puede contener otro cuento: “En el cuento oscuro hay un viejo desnudo, pura piel y huesos, que acaba de abandonar este mundo y ahora lo visten con su mejor traje, que sin embargo le quedó enorme (…) En el cementerio, a la hora de bajar el cuerpo a la sepultura, surge entre las tumbas, a una cautelosa distancia de los familiares del muerto, su amante fiel y secreta, también vejeta, que dice bajito: «Espérame que allá también seré tuya». (Un cuento oscuro). Esto nos remite a Quevedo y al tópico del amor después de la muerte, y así, en referencias que invitan a descubrir otras posibles lecturas y también formas diversas, incalculables de escribir cuentos.

Sí, la narrativa de Sant¨anna, puede tocar levemente el infinito.

 

 

El vuelo de madrugada, Sérgio Santa´anna. (Santiago, editorial Hueders, 2016. Traducción de Ariel Magnus).

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