Por Carolina Reyes Torres
El libro que nos convoca reviste dos acontecimientos importantes con él; es el inicio de Editorial La Finestra y es el primero del abogado y escritor Ismael Sierra. El texto nos adentra a un pequeño mundo poético que despliega puntos de fuga hacia reflexiones de carácter más filosófico, en ese sentido, lo vemos relacionado con el poeta sueco Tomas Tranströmer que utiliza pequeñas epifanías para iluminar la existencia. En el caso de este poemario, el autor emplea recursos metafóricos como la personificación, de esta manera, los pequeños seres en los que se enfoca sufren devenires que los emparentan más con los humanos:
Un abejorro
se toma su tiempo.
Aprovecha las ventiscas
alardeando
su indefensión.
Reproduce múltiples ansiedades. (8)
El vuelo a contraviento del abejorro, para la voz poética, es una imagen del trastorno sicológico de la ansiedad, u otra escena en donde se observa a una metódica larva: “Encima de la hoja de lechuga / revisa hábitos / […] Es pasiva ante las extrañezas. / Repasa el equilibro, sabe / cuanto arriesga.” (9). Pero en medio de un primer plano en donde se ven una tórtola y una paloma, alrededor de un cable eléctrico en una calle, se destilan declaraciones de principios: “Conseguir un triunfo / o un lugar en la historia / no es parte / de sus propósitos” (11). Algo similar ocurre con el poema “Todo intento” la operación escritural es parecida, la primera toma que se nos entrega es una imagen posible en su cotidianidad:
Por anticipar
una manzana podrida
en medio
de un peladero
debe mirarse
con atención.
Cada desastre tiene
su propio ritual. (16)
Luego llegamos a la contorción poética que da cuenta de una aseveración mucho más profunda, en este caso, la idea de que incluso las calamidades poseen un orden ceremonial, una estructura a desarrollar, como la tragedia de Romeo y Julieta o el desencanto de muerte de Madame Butterfly con su antiguo amante.
Dentro del libro se observa un paisaje natural algo degradado por la ciudad o en el límite urbano, es así como se presenta, encorsetado por la gran urbe, amaestrado en jardines o parques municipales, desde ahí el escritor lo rescata como un lente fotográfico y es la materia prima para sus textos:
El color que toma el agua
fluyendo cerca
de la mala tierra.
Todos los niños
que pudieron crecer ahí, intentando
asomarse a las jardineras
[…] notaron
que el reflejo de ese color
no se ve solo una vez
sino que los persigue por siempre. (24)
Notamos elementos de la naturaleza, en este caso la tierra y el agua, pero no dentro de un paraje agreste, sino muy por el contrario, entran en el cuadro las jardineras, unos maceteros rectangulares de menos de medio metro, muy de moda en la actualidad para usar en departamentos. La escena entonces nos remite a un antejardín o un patio interior de alguna casa antigua, si tenemos suerte perteneciente a alguna abuela. Y la experiencia señalada está envilecida, la representación del agua y la tierra mala es algo pesadillesco que los antiguos infantes mantendrán en sus cabezas a modo de trauma.
Debemos relevar aquí la herida que nos ha provocado la ciudad a todos los que fuimos niños habitando en ella, más aún si ésta es de carácter neoliberal, ya que incluye divisiones y segregaciones, pero la llaga mayor es tener un contacto muy menor con lo silvestre, a diferencia de los pequeños que han vivido en la costa o en los campos, y creo que esa laceración implica la ceguera frente a los exiguos focos verdes que podamos encontrar en la urbe, en este caso, observo en el poeta la desesperación de rescatar la poca floresta que podemos ver en la ciudad dentro del poemario, se aboca de forma insistente en ello.
También en el libro se incorpora cierto paisaje social urbano, así nos encontramos con los ojos de una compradora que descubre una casona y siente que ha llegado a El Dorado: “[…] Examinó / como si fuera / un tesoro vivo / terminaciones, pilares, / y por cierto, / esos letreros / que exhibían / el celular de la corredora” (30). Asimismo aparecen los trabajadores despuntando la mañana, tratando de despabilar el sueño y la necesidad de azúcar con un café: “Lo único que podían hacer / era terminar / rápidamente / su vasito de café plástico / Cinco minutos antes / de las nueve AM/ ya nadie pelea / un primer lugar en la fila” (32-33)
Una niña se cae en una plaza, la madre para poder consolarla le baja el perfil a su pequeño accidente: “Gritaba con rabia. / Su mamá se acercó / para decirle; / no es nada / vamos, vamos / arriba” (35). Pero la pequeña en esa situación aprende algo mucho más duro, que solo el paso del tiempo y su crecimiento le develaran: “[…] Presenciaría muchas discusiones / antes de preguntar / si es posible decir algo / cuando ya es / demasiado tarde” (36)
El poema que contiene el verso que da nombra al libro, pensamos que condensa gran parte de las operaciones poéticas que realiza el escritor en éste, su primer poemario:
Con un ala menos
el pichón intenta volar.
Choca con la ventana,
se aturde.
Su ética
es insistir.
Ni siquiera
la sangre del vidrio
es excusa. (34)
Observamos nuevamente la personificación, esta vez es un pichón sin un ala que intenta volar, está cerca de la ventana puede ver el afuera, pero al tratar de elevarse, carente de una de sus partes, choca con el cristal haciéndose daño, lo que no impide que persista en su faena, aun acosta de sus propias heridas, movido por su ética de la insistencia. Advertimos como la naturaleza una vez más aparece degradada al contacto de la modernidad, el vidrio que aprisiona al pichón le impide volver a su estado innato que es volar y pertenecer a los cielos. Percibimos en todo el comportamiento de la joven ave una metáfora de la conducta humana; poseer carencias, caer en la trampa de la ilusión, intentar aprehenderla, darnos de bruces con la realidad y a pesar de eso insistir rotos, heridos y sangrantes en realizar un nuevo intento. Creemos que esta “Ética de insistir” vale para la actividad poética y pensamos que el autor también es dueño de este proceder, en su transitar por diferentes talleres y persistir en su escritura, tenemos en nuestras manos el resultado de esta ética y sin lugar a dudas ha sido un muy interesante comienzo.
Ismael Sierra Contreras (Santiago, 1986): Abogado de la Universidad de Chile. Ha sido parte de varios talleres literarios. Ética de insistir (2022) es su primer libro.
Carolina Reyes Torres (Santiago, 1983): Profesora de Inglés por la Universidad de Santiago de Chile y Magíster en Literatura Latinoamericana y Chilena por la misma universidad. Doctora en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Es fundadora y miembro de la Red de Estudios Literarios y Culturales de México, Centroamérica y el Caribe (Remcyc). Ha realizado investigación académica en el campo de la poesía chilena y la literatura caribeña. Escribe crítica literaria para distintos medios digitales, y crítica cultural y crónica en su blog omnivoracultural.wordpress.com.