Esa antigua costumbre de volver a leernos en voz alta, ¡Carajo!
Por Dante Cajales Meneses
En algunas notas que he tenido que leer sobre literatura chilena me he topado con una referencia de Clarice Lispector, La relación de la cosa. Digo lo que tengo que decir, sin literatura. Diré lo que tengo que decir, sin literatura. Podría afirmar entonces que este artículo es una expresión de anti literatura. Diré lo que tengo que decir: para nuestra generación decir nací en el silgo XX, es como haber oído a nuestros abuelos decir, nací en el siglo XIX. Soy parte de una generación que afines del siglo XX se reeducó, o, reconvirtió sus competencias motivado por el principio de la «auto educación». Tomar aquello que nos gustaba y nos hacía feliz aprender de los beneficios y la utilidad de la tecnología digital en nuestra vida cotidiana. Ya se ha escrito suficiente sobre el estado del arte de esta cuestión. Lo que, si es cierto, que el correcto uso de la tecnología digital obedece a nuestra valorización de la humanidad, de la gestión para hacer y ser justamente inteligente, útil, eficiente o preocupantemente estúpida el uso de la tecnología digital -está a la vista-. En estas líneas no pretendo agitar banderas moralistas, ni menos levantar argumentos para una apología de las tecnologías digitales, todo lo contrario.
La celebración de los veinte años del periódico literario «Carajo» nos motivó abandonar por unas semanas la «neo verdad». Partimos encontrándonos en el mítico bar «El manzano» de Avenida Irarrázaval Nº 3285. Tenemos que sacar un número especial en versión papel del periódico y organizar una lectura de poesía con personas reales. Por un momento me sentí, no solo en los 90, si no en los 80 cuando nos juntábamos a pensar y a colaborar en revistas como «El organillo» o la «Castaña», acompañando a mi amigo y vecino Erwin Díaz en la distribución de la revista por bares del Barrio Bellavista.
Recibir la invitación a ser parte de la celebración de los veinte años de “Carajo” me evocó que soy de aquellos que piensan que una buen poema sólo es bueno si pasa la prueba de la blancura, si se lee en voz alta, sometido a la paciencia o al delicado oído ajeno que transita caprichosa y apasionadamente por un tinglado de seis mil años de palabra escrita. La antigua costumbre de escuchar las palabras, de recibir también el ritmo, la postergada música de la narración poética, hoy ha pasado al olvido. En su ensayo Una historia de la lectura[1], el escritor Alberto Manguel[2] nos recuerda que la lectura silenciosa se instaló recién en el siglo X. Hasta entonces se entendía que leer, era leer en voz alta, al punto de que en la Antigüedad las bibliotecas eran espacios bulliciosos. Se pensaba que el hecho de leer en voz alta comprometía la vista y el oído, por lo que la imagen del lector aislado -en ese tiempo- era impresentable por que transmitía un profundo egoísmo.
El texto poético suele rebelarse al papel, motivo de sobra para que una o un poeta repase su escritura leyéndola en voz alta. Recuerdo al poeta Miguel Arteche en su casa de calle Martín Alonso Pinzon, haciéndolo, mientras construía un librero para su hija. Esta es la motivación de por qué me resulta tan placentero escuchar a Gabriela Mistral leer su poema Nocturno; a Gonzalo Millán, su poema La ciudad; a Jorge Montealegre, su lectura de Agenda, o a la poeta Rosabetty Muñoz leyendo Álbum familiar (3), por nombrar algunos, que encontrarnos en el patio de la vieja casona del Centro Cultural Manuel Rojas, en el corazón del Barrio Yungay, a tres cuadras de la casa de un presidente que lee poesía, oír a poetas como: Alejandra del Río, Tamym Maulen, Santiago Barcaza, Raúl Ignacio Valenzuela, Horacio Eloy, Camila Fadda, Marco Antonio Bugueño, Felipe Díaz, Elías Romero (Donsátula unde Bad Peter) Ninfa María, Giovanni Astengo, Ximena Ramirez, Antonio Cienfuegos (México), Augusto Carrasco (Perú), fue una experiencia que continúa poniendo a prueba los sentidos y el hondo deseo de volver a mirarnos, de volver a escucharnos con generosidad. Tocaron: Paula Repetto (Piano) e Ignacio Muñoz Crispi (DJ Antropoético). Presentó Octavio Gallardo.
¿Qué nos dejan los veinte años de «Carajo»?… puede parecer raro escribir esto: hoy contamos con una tecnología digital poderosa, de alto impacto, que, si la gestionamos con inteligencia y prolijidad, podemos radicar en la memoria colectiva, la organización y convocatoria de nuestras lecturas y la edición de una revista sin tener que lidiar con las mesas de luz de antaño para diagramar, que nos permitiría disponer al menos, una vez al año de un periódico en formato rústico y una presentación del mismo, en encuentros que nos recuerde a los que vamos quedando y a las próximas generaciones, de la importancia del tono y el relato, de ese lugar en la poesía de la que nos habló María Zambrano, y de esa antigua costumbre de volver a leernos en voz alta, a riesgo de aburrirnos capitalmente con el sonido y sentido de la poesía, cosa que creo profundamente, no sucederá, por que la grandeza de compartir la palabra poética, tan diversa como en su naturaleza, estilo, tono, origen y generación, es mayor. Me atrevo a escribir, al terminar esta nota un tanto improvisada sobre tecnología digital y la necesidad de volver a leernos en vos alta, tiene para rato ¡carajo!
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Fotografías por Ignacio Muñoz Cristi.
Dante Cajales Meneses. Chile, Santiago 1966. Algunos de sus libros de poesía son: Techo de pizarreño (1983); Casas para morir (1986); Fisura (2017); Latido de escombros (2019); Cielo falso (2021). https://dantecajales.wixsite.com/poesia
[1] Un historia de la lectura, Siglo XXI Editores, 1996.
[2] Argentina, Buenos Aires. 1948.