Noviembre 7, 2024

«Oda al elefante» de Pablo Neruda

Ilustraciones de Luis Scafati para «Bestiario» de Pablo Neruda, Libros del Zorro Rojo

 

Oda al elefante

Espesa bestia pura,
San Elefante
animal santo
del bosque sempiterno,
todo materia fuerte
fina
y equilibrada,
cuero
de
talabartería planetaria,
marfil
compacto, satinado,
sereno
como
la carne de la luna,
ojos mínimos
para mirar, no para ser mirados,
y trompa
tocadora,
sorneta
del contacto,
manguera
del animal
gozoso
en
su
frescura,
máquina movediza,
teléfono del bosque,
y así
pasa tranquilo
y bamboleante
con su vieja envoltura,
con su ropaje
de árbol arrugado,
su pantalón
caído
y su colita.
No nos equivoquemos.
La dulce y grande bestia de la selva
no es el clown,
sino el padre,
el padre en la luz verde,
es el antiguo
y puro
progenitor terrestre.

Total fecundación,
tantálica
codicia, fornicación
y piel
mayoritaria,
costumbres
en la lluvia
rodearon
el reino
de los elefantes
y fue
con sal
y sangre
la genérica guerra
en el silencio.

Las escamosas formas
el lagarto león,
el pez montaña,
el milodonto cíclope,
cayeron,
decayeron,
fueron fermento verde en el pantano,
tesoro
de las tórridas moscas,
de escarabajos crueles.
Emergió el elefante
del miedo destronado.

Fue casi vegetal, oscura torre
del firmamento verde,
y de hojas dulces, miel
y agua de roca
se alimentó su estirpe.

Iba pues por la selva
el elefante con su paz profunda.
Iba condecorado
por
las órdenes más claras
del rocío sensible
a la
humedad
de su universo,
enorme, y triste y tierno
hasta que lo encontraron
y lo hicieron
bestia de circo envuelta
por el olor humano,
sin aire para su intranquila trompa,
sin tierra para sus terrestres patas.
Lo vi entrar aquel día,
y lo recuerdo como a un moribundo,
lo vi entrar al Kraal, al perseguido.
Fue en Ceilán, en la selva.
Los tambores,
el fuego
habían desviado
su ruta de rocío,
y allí fue rodeado.
Entre el aullido y el silencio entró
como un inmenso rey. No comprendía.
Su reino era una cárcel, sin embargo
era el sol como siempre, palpitaba
la luz libre, seguía verde el mundo,
con lentitud tocó la empalizada,
no las lanzas, y a mí,
a mí entre todos,
no sé, tal vez no pudo ser, no ha sido,
pero, a mí me miro
con sus ojos secretos
y aún me duelen
los ojos
de aquel encarcelado,
de aquel inmenso rey preso en su selva.

Por eso hoy rememoro tu mirada,
elefante perdido
entre las duras lanzas
y las hojas
y en tu honor, bestia pura,
levanto los collares
de mi oda
para que te pasees
por el mundo
con mi infiel poesía
que entonces no podía defenderte,
pero que ahora
junta
en el recuerdo
la empalizada en donde aprisionaron
el honor animal de tu estatura
y aquellos dulces ojos de elefante
que allí perdieron todo lo que habían amado.

 

Ilustraciones de Luis Scafati para «Bestiario» de Pablo Neruda, Libros del Zorro Rojo

Ode to the elephant
[Translated by Ilan Stavans]

Thick, pristine beast,
Saint Elephant,
sacred animal
of perennial forests,
sheer strength,
fine
and balanced
leather
of global saddle-makers,
compact,
satin-finished ivory,
serene
like the moon’s flesh,
with minuscule eyes
to see—and not be seen—
and a singing trunk,
a blowing horn,
hose of the creature
rejoicing in its own freshness,
shaking machine
and forest telephone,
this is how
the elephant passes by,
tranquil,
parading his ancient façade,
his costume
made of
wrinkled trees,
his pants
falling down,
and his teeny tail.

Make no mistake:
this gentle, huge jungle beast
is not a clown
but a father,
a priest of green light,
an earthly progenitor,
ancient
and whole.

Bountiful
in its tantalizing avarice,
made of skin and fornication,
the elephant kingdom
grew accustomed to the rain.
But then came
a universal war,
bringing
silence
with salt and blood.

The scaly forms
of lizard-lion,
mountain-fish,
magisterial Cyclops
fell away,
decayed,
fresh ferment on the marsh,
a treasure
for torrid flies
and cruel beetles.
The elephant awakened
from its dethroned fear,
but almost vegetative,
a dark tower
in the olive firmament, his lineage
nurtured by sweet leaves,
honey
and rock water.

Thus he wandered through the forest,
in weighty peace,
sensitive to the humidity of the universe,
decorated
with the clearest commands of the dew,
enormous, sad and tender,
until they found him
and turned him into a circus beast,
wrapped in human smells,
unable to breathe through his restless trunk,
without earth for his earthly feet.
I saw him coming in that day.
I remember his agony.

I saw the damned creature entering the Kraal,
in the jungle of Ceylon.
Drums and fire
had changed his path of dew,
and he was surrounded.
Like an immense king
he arrived,
caught between howl and silence.
He understood nothing.
His kingdom was a prison,
yet the sun was still the sun,
palpitating free light,
and the world was still verdant.
Slowly, the elephant touched the stockade
and chose me from everyone else.
I don’t know why. Maybe it wasn’t so,
could not have been,
but he looked at me
between the stakes
with his secret eyes.
His eyes
still pain me,
a prisoner’s eyes,
the immense king captive in his own jungle.

That’s why I invoke your gaze today,
elephant,
lost between the hard stakes
and the leaves.
In your honor, pristine beast,
I lift the collar
of my ode
so you may walk through the world again.
My unfaithful poetry
was unable to defend you then.
Now I bring you back
through memory,
along with the stockade caging
your animal honor,
measured only by your height,
and those gentle eyes,
deprived forever of all they had once loved.

Pablo Neruda

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