Noviembre 7, 2024

«Subterfugio» de Nicolás Poblete Pardo: El ejercicio del mal y sus conjuros

 

Por Darío Oses

 

 

Se la ha calificado como thriller psicológico. También como una reflexión sobre los límites de la utilidad de la terapia; y como un relato  sobre el Chile del estallido social, y sobre las heridas del país vistas por su elite dominante.

La novela Subterfugio es todo lo anterior y más: escapa de cualquier intento de clasificación, y ofrece muchas posibilidades de lectura.

Se inicia con la interpelación de Susana, una terapeuta que antes de empezar su sesión pregunta a los participantes si alguno de ellos ha matado a alguien. Sebastián, el protagonista, comenta: “qué revelación entender que ese ambiente podía ser tan inclusivo, la única exclusión pasaba por el asesinato.”

La novela puede leerse como el camino que lleva a Sebastián – también terapeuta – a participar en un ritual de castigo con resultado de muerte.

En su infancia Sebastián fue víctima de prácticas feroces de bullying en un colegio de elite. El titular de estas acciones es José Miguel Barrios, que con la complicidad del curso pone una rata muerta en la mochila de la víctima. De ahí en adelante el bullying va escalando hasta llegar a agresiones que dejan su marca indeleble:

Lo feo, lo degradante: qué difícil, incluso más que la maldad, de amortiguar en un pasado aceptable. Entre ser recordado por un acto vil  versus ser recordado como humillado.

Barrios se convierte en un connotado urólogo, millonario no tanto por el ejercicio de su profesión sino por su participación en el negocio de la salud privada. En una aventura juvenil tuvo una hija no deseada, María Ignacia  que estorba su matrimonio en el que tiene dos hijos varones y legítimos. Accede a pagarle una terapia, siempre que el sicólogo sea Sebastián, su antigua víctima del colegio.

La parte medular de la novela está en los encuentros terapéuticos y no terapéuticos de María Ignacia y Sebastián, ambos víctimas de Barrios.

Se ha criticado de convencional la construcción del personaje de Barrios, malo cien por ciento. Sin embargo la realidad produce este tipo de caracteres que en su perversidad llegan a ser tan elementales como los villanos de las series de televisión. Hemos visto últimamente este mimetismo en los comportamientos y dichos  de algunos exponentes del mundo político.

Barrios se mueve con el aplomo de los dueños del mundo. Está convencido de que todo lo que ha hecho está bien y encuentra la prueba en su propia prosperidad económica. Es un triunfador de acuerdo con ciertos criterios de calificación mercantil. Desprecia a los perdedores. Habla por teléfono con Sebastián con afabilidad, como si nunca hubiera abusado de él. Hasta lo invita a una reunión de los ex compañeros del curso. No es que no recuerde el daño que hizo. Para él, el daño nunca existió.

Me parece que este juego de caracteres encontrados: Sebastián y José Miguel, dos personajes de una misma clase social, ambos exitosos, pero uno sensible y el otro no, uno víctima y otro victimario, es un acierto de la novela que de esta manera construye una visión de mundo compleja, no maniquea.

Hacia el final del relato se revela que María Ignacia ha sido abusada por su padre y espera un hijo de él. La acción se precipita entonces hacia una consumación que también podría criticarse como tranquilizadora para el lector que desea el castigo del abusador y el triunfo del bien sobre el mal.

Pero hay que tener en cuenta ciertas consideraciones que hace el protagonista sobre la eficacia que puede tener el castigo en la sanación del castigado:

Es una fantasía que el dolor del … culpable va a eliminar nuestro dolor. O que la muerte de esa persona sería una especie de compensación. No resulta pensar que si castigamos ahora arreglaremos el dolor pasado.

Además la escena final es de una riqueza que va mucho más allá del éxito de los buenos. Tiene una notable textura apocalíptica. Uno de los hilos finos de la novela es la postergación de la lluvia: a lo largo del relato hay persistentes pronósticos de precipitaciones sobre Santiago, que no se cumplen. Al final se desata el aguacero con ímpetus de diluvio. Al mismo tiempo se producen manifestaciones sociales en las calles y arde una hermosa araucaria, con lo que se  incendia un gran nido poblado por muchos pájaros nuevos, mientras otras aves huyen volando con las alas ardiendo. Se produce una especie de conmoción cósmica, ajena a triunfos y derrotas.

 

Más allá de la acción, la novela tiene aciertos como guiños intertextuales notables. Así por ejemplo habla de una mujer, que acababa de quedar viuda: “Su marido le había arrojado ácido en el rostro y luego se había matado”. Clara alusión a la novela El desierto y sus semillas, de Jorge Barón Biza, y gesto de complicidad con el lector.

Esta es una novela que hay que leer más de una vez. En una segunda lectura se aprecian párrafos que pueden pasar inadvertidos cuando se está más pendiente del desarrollo del thriller, hay anotaciones como esta:

Hay una turbulencia en el mar, un poder secreto. Hay una sincronía entre el disturbio del agua y el interior de mi cuerpo, porque comienzo a sentir la desorientación a medida que las rocas y la arena se transforman e ingresan por mis poros.

Creo que esta novela perdurará, entre otras cosas porque da cuenta de conflictos, miedos, culpas, necesidad de expiación y otras pistas para trazar el mapa de la subjetividad nacional en un punto de inflexión  de su historia

 

Subterfugio, Nicolás Poblete Pardo (Editorial Cuarto Propio. Santiago, 2022).

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