Por Darío Oses
Esta es la extraña historia de la invasión del mundo por seres tecnológicos y a la vez humanos, que además requieren que otro homo sapiens sea su amo. Lo inquietante de estos bichos, denominados kentukis, es que se encuentran en una zona limítrofe entre la humanidad y la máquina. No son autómatas. Tienen la forma de animales de fantasía, apariencias de peluche y a veces se comportan como mascotas. Otras veces su conducta es impredecible y hasta peligrosa.
Hasta ahora estábamos acostumbrados al relato de la fantaciencia donde el personaje del alienígena representa la alteridad radical. El kentuki, en cambio, es la ambigüedad total.
Para que el artefacto kentuki adquiera vida debe haber un humano dispuesto a «ser» ese kentuki y, por otra parte, un amo que se haga dueño del mismo. De esta forma el kentuki contiene a un ser humano que sin embargo continúa llevando su vida normal, a veces en regiones lejanas. Y por otra parte tiene a un amo y propietario, con el cual cohabita.
El procedimiento para que nazca un kentuki es el siguiente: el «amo», luego de comprarlo, debe cargarlo con la energía eléctrica que le permitirá moverse en el mundo. La primera vez que lo hace, el amo debe esperar que su kentuki se conecte con los servidores centrales de la empresa que lo fabrica y administra. Así se linkeará con un segundo usuario, un individuo que vive en alguna parte del mundo y que desea «ser» kentuki.
El kentuki funciona comandado por este segundo usuario, que es su «ser». Así, el kentuki «vive» entre el «ser» y el amo. Y se suscitan discusiones sobre las ventajas y desventajas de cada una de estas opciones. El amo no puede elegir al «ser», ni siquiera acceder a algún parámetro de selección del mismo. El amo no puede escoger con quién se conecta a través de su kentuki y así se producen las más sublimes, miserables y extrañas conexiones entre seres humanos.
El kentuki es vulnerable por cuanto tiene que ir a su cargador cuando su energía empieza a terminarse. Si no se conecta a tiempo muere y ya no habrá otra oportunidad de activarlo.
Uno de los personajes reflexiona que tener un kentuki «era abrirle las puertas de tu casa a un completo desconocido». Es uno de los problemas de los que deben hacerse cargo los propietarios de estos tecnobichos
Gracias a estos seres que se multiplican en el mundo, un chino que ha elegido «ser» kentuki, sin salir de Pekín puede pasarse por el departamento de una familia londinense o cenar con una pareja que vive en Buenos Aires. Poco a poco los propietarios de kentukis comprenden la multiplicidad de interacciones inofensivas y peligrosas que pueden establecerse con los kentukis o a través de ellos.
La invasión de kentukis se realiza por la vía del mercado y de la fascinación y la adicción que este producto suscita. Los humanos entablan toda clase de vínculos con estos seres, desde los más inocentes a los más perversos.
Alina, uno de los muchos personajes de la novela, es dueña o «ama» de un kentuki, y considera que la condición de «ser» kentuki, podría ser mucho más intensa que la del amo: «Si ser anónimo en las redes era la máxima libertad de cualquier usuario, cómo se sentiría entonces ser anónimo en la vida de otro».
Así, el mundo empieza a llenarse de nuevos ciudadanos anónimos, que visitan a diversos infiernos y paraísos privados. A través de estos extraños intermediarios la autora construye una galería de relaciones humanas y de los sentimientos que estas generan.
Este imaginario sistema de los kentukis podría ser una metáfora de situaciones, como la omnipresencia del smart phone y de las plataformas digitales, que están cambiando la forma de relacionarse entre hombres y mujeres.
La profesora Adriana Valdés ha comentado que los relatos de Schweblin «hacen pensar el presente desde un futuro indistinguible del presente». Y, sobre la novela Kentukis, agrega que «los sentimientos más evidentes se transforman hasta volverse irreconocibles y amenazantes».
«Su narrativa desestabilizadora, la exactitud de su prosa y la revitalización que opera su obra de la cuentística latinoamericana» fueron los méritos que consideró el jurado, para otorgarle a Schweblin, por unanimidad, el Premio Interamericano de letras José Donoso, este año, premio que vino a consolidar la condición de Schweblin – traducida ya a 25 idiomas – como una de las voces más importantes y singulares de la narrativa latinoamericana actual.
Kentukis, Samanta Schweblin (México. Literatura Random House 2017).