Por Manuel Marchant
A partir del cuadro la Batalla de San Romano del pintor Paolo Uccello, Manuel Marchant reflexiona acerca de la profundidad y el espacio escénico de las grandes batallas de la humanidad por una sociedad más justa y una ciudad más solidaria. El recuerdo de los acontecimientos de octubre del 2019 surge en esta reflexión como una tarea inconclusa y un lienzo que aún debe ser pintado.
Uccello deconstruye la Plaza de la Dignidad
Elaboración digital de Manuel Marchant R
Paolo Uccello visita la Plaza de la Dignidad
El espacio o conformación espacial de las grandes batallas, es fundamental para generar una convicción de que aquello por lo cual se lucha es un terreno en el que el ser humano materializa de manera dramática y sangrienta sus convicciones políticas.
¿hay belleza en el acto de la guerra? ¿puede haber belleza en la ciega acción que lleva a la humanidad a intentar fagocitar y anular a la otra parte de la humanidad, aquella considerada enemigo? Sin embargo…que belleza hay en esa coreografía insensata de la guerra, el ardor de las miradas, el despliegue y la coreografía de los cuerpos, la seducción de la sangre la mutación del espacio urbano en un campo de contenidos simbólicos que ya no solo están ahí, sino que persisten en la memoria y lo hacen por generaciones.
Las grandes batallas requieren de una correspondiente profundidad escénica, como si la condición espacial de las batallas fueran parte de la construcción histórica. No hay vencedores ni vencidos, si el campo en el cual la batalla se desplegó no tiene fuerza y presencia histórica en la ciudad, profundidad escénica y certeza material de la bajeza humana. Todo debe quedar allí grabado y perpetuado, la batalla debe motivar y estimular el eros mortuorio, el odio atávico del ser humano por la destrucción de los de su misma especie.
Palo Uccello, el gran pintor del Renacimiento crea de manera sublime los instrumentos pictóricos de la profundidad del espacio y la armonía de las líneas, ahí despliega el color, ordena y dispone la Batalla de San Romano, esa gran batalla entre Florencia y Siena y mediante la mágica y sublime construcción de la perspectiva, nos la trae al presente y nos muestra de manera fría y sublime que la guerra y la muerte son el espectáculo preferido del animal humano. Es un sueño ver ese despliegue de lanzas, los caballos caídos de ambos bandos, el descabalgamiento de Bernardino della Carda, líder de la ciudad de Siena, que es penetrado por la lanza rompiendo así su equilibrio y dejando el hermoso corcel blanco solo al centro de la escena. Son los animales, los que muestran su fuerza y su belleza en los cuadros de Uccello y la disposición lineal de las lanzas, la profundidad nos permite estar ahí, como si fuera hoy. Por esta razón Antonín Artaud escribe sobre Uccello lo siguiente “Bendito seas, tú que tuviste la preocupación rocosa y terrenal de la profundidad. Viviste en esta idea como en un veneno animado”.
¿Y qué escribiría Artaud, al ver la profundidad escénica de nuestra Plaza de la Dignidad?, nuestra Plaza de los 400 ojos, ¿dónde quedó aquello que esos ojos miraron y ya no miran? ¿Muere la mirada por la inexistencia del ojo? ¿Es necesario tener ojos para ver el destino y la miseria humana? No es necesario nos diría Tiresias el adivino ciego de la ciudad de Tebas. Es necesario arrancarse los ojos al saber la horrible verdad nos diría Edipo al saber que él fue el asesino de su padre.
Sin embargo, son los ojos los que nos posibilitan ver la belleza de la profundidad escénica, el maravilloso despliegue de los cuerpos y las lanzas. Es la mirada de Uccello la que inmortaliza para la memoria humana el mortal encuentro del Florentino Nicolás de Tolentino y el Sienés Bernardino della Carda. El escorzo de Uccello abre la profundidad del espacio y da lugar a la mirada infinita de la humanidad, testigo desde entonces de esa lejana y batalla.
Los contenidos de la guerra, la lucha por la libertad y los derechos sociales en octubre del 2019 quedaron plasmados en Santiago de Chile, en el espacio escénico y en la misteriosa profundidad de la Plaza de la Dignidad. Descabalgado al General Bulnes, el caballero de turno de su corcel, expulsado del espacio simbólico de la plaza, queda el espacio abierto para la historia que aún está por escribirse, pero sobre todo por pintarse, constituirse en imagen, para que no se borre de nuestros ojos el color de la esperanza y el deseo que en ese momento se expresó de una sociedad más justa y una ciudad más bella, plena y solidaria.