Noviembre 7, 2024

Entrevista Nicolás Miquea Cañas: «Lo ya escrito es vacío, ausencia. Y lo por escribir ya lleva siglos escrito. Contra eso se lucha…»

 

Por Ernesto González Barnert

 

Converso con Nicolás Miquea Cañas, a propósito de su nuevo libro de poesía, Samosata, tras un lustro de trabajo soterrado, más o menos silencioso, de búsqueda editorial, en que el poeta, profesor y corrector de estilo, nacido en Llay Llay, en 1951, forjó en las mazmorras de su consciencia este «nuevo testamento». Miquea Cañas, es uno de los excepcionales poetas que componen la camada penquista que sale al ruedo en los 80 del siglo pasado. Ya en el 2008 si mal no recuerdo, apunté en una entrevista del sitio letras.s5, que Nh Miquea «es la cabeza de una poesía que te punza de principio a fin. Una escritura brava. La ambición de una obra total. Cuya escritura socarrona, lúdica, inteligente y asentada en las raíces de la poesía castellana sin perder olfato en las flores que vienen, lo hace vital para cualquiera que se jacte de conocer la poesía actual, sus mejores respiraciones. Sin duda, es un poeta que moja el agua cuando escribe…». Hoy volvemos a repetir esta presentación a la luz de Samosata (Ediciones Altazor, 2022), libro que vuelve a visualizar un recorrido de vida lírico y prosaico por las letras nacionales a partir de sardónicas o lúdicas máscaras, con ese lenguaje tan clus como juglaresco, que equilibra con habilidad, alcanzando en no pocos poemas ese escalofrío que pedía Nabokov para cualquier cosa escrita en verso o prosa. Un libro que también es un ajuste de cuentas, a lo pistolero del far west, entre la dura imaginación apocalíptica del autor y el hermoso engaño literario del hablante lírico, ya de cara ambos a la recta final de la existencia en este castellano de parcas, donde se van «enredando nuestros destinos entre hilos de oro e hilos de lana negra» y que subraya la tradición occidental, chilena, personal, de ayer y hoy,  así como con nuestros tic epocales, buenos y malos, entrándole con tutti a la poesía, urbi et orbe.

 

 –En el tráfico de cánones lingüísticos que cruzan tus obras, desde Textos a Samosata, pasando por Que nos queremos tanto, Fermosa fiera y el Libro de Atanasio Beley… Incluso, en este último aún resiste en el nuevo latido discursivo de Samosata y su modo de contar historias… ¿Ves qué  oscilación o búsqueda de sentido poético mayor enfrentado a esta vara de distintos alcances y signos a la orden de tu escritura?

—La acumulación de lecturas y tanta poesía escrita y reelaborada durante décadas sin publicar me hacen difícil visualizar y conceptualizar la linealidad de mi escritura como una progresión y búsqueda de nuevos sentidos de un libro a otro. A menudo, junto a una impronta nómade convive conmigo la necesidad de estar y reconocer ciertas materialidades como propias, sobrellevándolas o dejándolas de lado, según las vicisitudes de un viaje escritural, inseparable de lo biográfico para, en algún momento de los desplazamientos, tener un hipotético espacio donde retornar y dar cuenta de las discursividades e historias de mi itinerario poético. A esta esta altura de los años vividos prefiero gastarme las palabras y recorridos que me quedan en los fritos y refritos que se hacen en la sartén de mi cocina literaria. Cada plato es diferente, pero el menú se repite en los mismos días de la semana siguiente. Las recetas secretas no existen, pero es de cortesía darle el gusto de la exclusividad a las personas que amas, aunque particularmente conozco a una que sí hace pebres que son inimitables.

Siempre deseé que la primera autopublicación fuera un libro «testimonial» titulado En estos lugares. Esperaba en él escribir poemas de tan alto vuelo y precisión como los del poeta Guillermo Riedemann, pero le anduve demasiado lejos. Y me he desviado y perdido en el camino. No obstante, aún persevero y sigo siendo esa persona que viene y va desde que salió de su Llay-Llay natal.  Bajo esta imperativa trashumancia subyacen mis lecturas, más un historial de desarraigo, separación y desplazamiento desde la infancia. Tal vez por eso al segundo libro lo titulé Que nos queremos tanto, un enunciado del bolero de Pedro Junco que escuchaba cantar a mi padre. Aún sin saber con certeza si fueron verdad o mitos las circunstancias de la muerte de este compositor cubano, devorado por una temible enfermedad de la época, lo cierto es que mi padre sí murió de TBC. Yo, en cambio, magullado y todo la esquivé veinte años después, en el Hospital de Crónicos del Parque Ecuador, en Concepción, exorcizando mi extrañamiento de casi toda una vida de la mano firme de César Vallejo, Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Rosamel del Valle, Gonzalo Rojas, Linh, Teillier, y alerta a las clases de mis profesores del ex Instituto de Lenguas de la UdeC, Jaime Concha, Gilberto Triviños, don Romano Vallebuona, don Luis Muñoz, la señora Merello, don René Cánovas, Marcelo Coddou, Mario Rodríguez, Ramona Lagos, Silverio Muñoz y Roberto Hozven. Los nombro por admiración, cariño, respeto y haber encauzado mi amor por la literatura, junto a los poetas Mario Milanca, Carlos Cociña, Carlos Decap, Jorge Ojeda, Egor Mardones y Tomás Harris como compañeros de ruta.  De entre todos ellos parafraseo la premonitoria presentación del profesor Triviños, en una muestra antológica de mi poesía (revista Atenea, UdeC, N° 432, año 1974), donde escribió que yo percibía en la escritura las posibilidades más productivas de mi ser, reconociendo en ella mi única vocación y asignándole a cada texto un carácter de trabajo preliminar, de anticipación, de preludio, de reconocimiento. Y aún no imagino una búsqueda diferente para lograr alguna satisfacción con lo que libro a libro he conseguido escribir.

Desde mi arco de escritura hay una totalidad de flechas sin tiempo que suelen apuntar a diversidades que completan texto a texto un fragmentario campo lingüístico de disparidades, invenciones, paradojas, excesos, comentarios, coincidencias, utopías, traiciones, series, recuerdos, refutaciones, monotonías, comparaciones, lealtades, inversiones, sin deslindes temáticos ni discursivos. Buscar sentidos poéticos mayores, de un libro a otro, solo lo percibo como razonamientos que no pasan de ser apreciaciones estacionales provenientes, quizá, de algunas desmedidas y a menudo inciertas marcas generacionales que requieren mucho más que un encadenamiento de décadas para hablar en propiedad de generaciones: la del ‘50, del ’60, del ’70, del ’80, del ’90, del 2000, etc. Resulta un buen comodín, en muchos casos, comentar libros y escritores, con un escolar conocimiento de secuencias (sucesión de números y fechas de nacimiento), pero lejos de una elaborada conceptualización crítico-literaria de los escritores y su obra.

 –¿Qué valor hoy está en alza y cuál en baja en tu bolsa de valores cotidiana del lenguaje?

—Yo no soy un intelectual. No tengo discursos hechos sobre lo que escribo ni mucho menos de aquello por escribir. Hacer poesía me sigue resultando una compensación imaginaria, a partir de la eventual acumulación de desalientos estéticos y vivenciales en el desarrollo de un proyecto escritural. Me deleito leyendo y escribiendo, aun con la convicción de que solo consigo llevar al papel, como textos definitivos, apenas fragmentos de toda aquella totalidad que deseo. Si bien considero el acto cotidiano de escribir poesía como un oficio, convivo con la sensación del fracaso, en consideración a mi incapacidad de hacerlo visible y concretar su última etapa que es la publicación.

Estoy al tanto de quiénes y qué se escribe y se ha escrito en nuestro país.  Prefiero un texto satisfactorio antes que la fidelidad al plan conceptual anteriormente definido. Todo tiene que ver con todo, según se esté o no cuestionando el lenguaje como objeto. Considero que no hay valores a la baja ni subida en la poesía chilena de estos días, salvo el interés por competir, como en el hipódromo, por fondos concursables que no es lo mismo pero que es  igual a correr tras la miserable zanahoria de un concurso literario, enfrentándose, además, a las cerradas lealtades del mundo literario canonizado y sus aspirantes. Existen buenos y malos especuladores en la bolsa, donde unos ganan y suben, otros se van a la bancarrota, pero dada su irreductible dedicación a las letras, a la larga son recompensados, en algún momento de sus vidas, con el premio municipal de literatura de su ciudad de origen. Vale un hermoso diploma y el abrazo y foto con el alcalde. Y con ello son felices. O casi.  Ahora, estrujando el símil de la competitividad, entre la comunidad literaria y los operadores de la bolsa, que yo arbitrariamente le he atribuido a la pregunta, considero que hay aciertos y desaciertos en el desenfreno ludópata de quienes escriben poemas y quienes transan en la bolsa de valores. En este mundo mercantilista, como en todos los tiempos, a río revuelto ganancia de pescadores: en el alza o baja de las acciones literarias existe mucha, excesiva gestión cultural, en donde los réditos, obviamente, no se los llevan los poetas, sino los gestores o gestoras, quienes sí poseen un mapa de la poesía chilena, pues, de ello depende la rentabilidad de su trabajo. Donde los gestores ponen el ojo, pues allí están los proyectos y la plata y las invitaciones y los viajes, las residencias y publicaciones.  Lo más importante es la transacción. Mas, lo que se vende hoy puede estar a la baja mañana. Y viceversa. Pero nadie responderá por ello. Los activos bursátiles son volátiles, se pueden comprar o vender, son negociables y propensos al halago. En consideración a esto es que me queda grande esta pregunta. A ningún lector, verdaderamente competente, le podría interesar lo que un ratón de cola pelá como yo pueda opinar, respecto al futuro de algún promisorio o viejo poeta y su poesía. Se puede decir, entonces, que quienes escriben no son los dueños de sus valores o desvalores financieros. A duras penas son los autores y autoras de algunos cuantos poemas bien escritos, que probablemente sean menos si los releyeran un poco más. Y lo que sobra, webeo aparte, se bebe y conversa en los bares donde conmovedoramente unos y otras leen y celebran su poesía. Y esto es lo que en definitiva vale si creemos en la libertad de Cada Cual de vivir y soñar como a este Cada Cual, o a varios cadacuales, les dé la gana.

–¿Cómo ves el escenario o backstage de la poesía nacional en estos años aciagos, de pandemia, estallido, etc.?

—Pese a la desgracia de tantas familias chilenas que han perdido algún ser querido, en lo estrictamente literario, impensadamente los escritores nacionales, en general, con una resiliencia a toda prueba, han resultado grandes emprendedores. Donde hubo un problema, más bien una catástrofe, ellos han visto una oportunidad.

Importantes actores de la literatura chilensis actual no podían desafinar, o ponerse a cantar rancheras, ante el ejemplo de la pujante e industriosa élite económica neoliberal chilena, que desde Arica a Tierra del Fuego (con tierra, aire, mar e islas y bosques del sur incluidos) es propietaria de nuestro país. La TV, prensa, la policía militarizada, bastiones universitarios de la oligarquía, milicos de toda calaña nos lo recuerdan, patrullando calles, cuidando sus monumentos, golpeando, matando y encarcelando mapuches en La Araucanía, apaleando, cegando, encarcelando voces disidentes en Santiago y el resto del país.

Yo, a su vez, tentado por la avalancha de talleres y cursos online (para consumo nacional)  de muchos de los más notorios representantes de la cultura chilena he vendido mi guitarra y ukelele, también unos cuantos Espasa-Calpe usados, que en mejores tiempos había comprado en San Diego, casi al llegar al Parque Almagro, más un imponente sobretodo gris que me llegaba a los tobillos, al que pretenciosamente llamaba el De Rokha. Es indudable que a diferencia de la «generación dorada» de nuestros próceres de la identidad nacional, (Vidal, el Alexis, Medel, Bravo, etc.), el recambio generacional, en este caso, no será traumático.  Al más corto plazo tendremos probablemente una sobreproducción, deo gratias, de cuentistas, poetas, ensayistas y guionistas de teleseries, con el valor agregado de que en el más breve plazo estos saltarán, desde los canales de TV, a los más importantes ateneos del país como las glorias de nuestra novela. Si bien ya caímos en cuenta de que no éramos los jaguares ni los tigres ni el oasis de Latinoamérica, que pensábamos, al menos seremos, más temprano que tarde, una avasalladora potencia literaria.

A esta altura de la pandemia todo avanza para mejor. Ya el próximo 1 de octubre del 2022 podremos dejar caer las mascarillas de nuestros rostros. Después de dos años y medio ¿o tres? todos los chilenos nos volveremos a ver cara a cara, a rostro descubierto. También los poetas que no me cabe duda extrañaremos estos románticos, frívolos, años de los enmascarados.  Sin embargo, la caída de las caretas de poetas y no poetas llegó demasiado tarde para el plebiscito del apruebo o el rechazo de una nueva Constitución. Lo más probable es que en los tiempos venideros se acrecentará la sobreabundancia de elegías, haikús e himnos militares. Y también de escritores si se mantiene y consolida, como hasta ahora, la progresión de nuestras series menores.

–Si tuvieras que leer un poema de Samosata en una sala de clases hoy, ¿cuál escogerías?

—Con todo respeto, no leería ninguno de Samosata, que es lo que me pides, pero sí leería el poema Los motivos del lobo, de Rubén Darío. Incluidos los versos del padrenuestro, en letra cursiva, que susurra San Francisco de Asís al final del poema, aunque yo no sepa rezar, lo que es solo un decir,  porque lo aprendí de mi abuela, la Carmen Vega, de Rengo, valseadora y cuequera, aun antes de enseñarme el Ángel de guarda.

–Qué noticias hay del resto del clan Miquea? ¿Piden tu cabeza?

—Fuera de la dedicación, de unos y otras, a la música, la educación, el activismo político, la poesía, el dibujo, qué otra cosa puedo decir del clan Miquea, según tú nos aludes. Quizá, tan cerca y tan lejos, siempre. Eso es todo, por ahora, lo que puedo decir de los Miquea. Y nombrar a los más cercanos, más algunos ya muy distantes: Jimena, Isadora, Melisa, Santiago Miquea, Carmen Vega, Leonella, Horacio, Manuel Cañas, Atanasio Beley Vega, Nicolás Rodrigo, la María Cañas, Nicolás Miquea Vega, Rafaella, Nancy y la Carmelita.

–Ahora que está en carpeta, ¿qué le sigue a este «testamento» literariamente hablando?

—No es fácil advertir la imposibilidad de alcanzar y mantener la dirección hacia el lugar donde nacen los ríos y asoma el sol, ni dar vuelta la página y poetizar aquellos eriazos donde aparecen y desaparecen las ciudades. Mucho menos cuando se empieza a desconfiar de las certezas de los primeros años, cuando el nomadismo se transforma en un inconducente e incierto fin en sí mismo que dudosamente nace del libre albedrío. Existe un procedimiento que podría validar o no la evidencia de una correlación sociológica entre quien escribe, qué cosa escribe y quién, desde el interior de un texto, imagina e inventa al que escribe (aquel destinatario, tal vez,  para quien desde las sombras escribe). Intento sostener la proporción autor : ficción, así como la de poeta : biografía, y viceversa, que lejos de razones o precisiones matemáticas, mantiene cierta legitimidad en la medida que me puedo mantener alerta a las continuas y persistentes manipulaciones de una realidad ajena,  dirigida en dirección a  intereses que no son los de la sociedad en general. Promover su visibilización es homólogo a la actualización de mis entramados textuales, temáticos y discursivos, en la medida que pueda sostener  los secretos  y obviedades del poema, la suciedad de sus referentes y  variados registros escriturales que remitan a nuevas lecturas, a reelaboraciones textuales e intercesores con voz propia, en función de realidades y ficciones, insignificantes o glamorosas, mirándome desde los diversos tiempos y espacios del viaje.

Lo ya escrito es vacío, ausencia. Y lo por escribir ya lleva siglos escrito. Contra eso se lucha y contra el presente infinito, de De Rokha, que te cobra partes de la vida por cada momento que uno se aleja de las palabras. La soledad, que también es una palabra, no tiene espacios, tiempo, números ni identidades. No es una enfermedad, aunque así lo parezca. Es un buen silencio.  «Innecesaria, entonces, Huilp, es tu automedicación con pastillas de renglones cortos y tus amigos y amigas imaginarixs».

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