Por Ernesto González Barnert
A propósito de su visita a Chile a presentar rauda su poemario Gibosa menguante, la académica y poeta argentina Carla Grosman, contesta nuestras preguntas para la Fundación Pablo Neruda. Carla, es doctora en estudios culturales latinoamericanos sobre Cine y Política y con este libro obtuvo el primer premio categoría lírica «Leónidas Escudero», 2021, otorgado por la Cámara de Diputados de la Provincia de San Juan quienes lo publican en 2022 bajo el sello «Escritores sanjuaninos».
–Pasas a Chile, Carla, a presentar tu poemario Gibosa Menguante de camino a Nueva Zelanda, qué nos puedes adelantar de ese encuentro y del libro que presentará Karo Castro y Mauricio Torres Paredes en el Centro Cultural Argot?
—El encuentro planeado para la presentación de Gibosa Menguante es fruto de un vínculo cordial entablado con Mauricio Torres Paredes, desde y en el cual, venimos compartiendo pareceres y sentires respecto del mundo social y artístico. Este es el lado positivo de las redes sociales que acerca personas físicamente distantes bajo un modo parecido de percibir la realidad. Una forma de relacionarse que sea quizás efecto de las condiciones que nos obligó a transitar la pandemia (cuando debimos recurrir a las redes sociales y las nuevas tecnologías digitales para acercar caminos y sensibilidades). En mi vida, por su carácter migrante y de espíritu gitano, esta forma relacional no es novedosa, y de sus dinámicas han surgido amistades muy interesantes y prolíferas. Así es que la apuesta a conocerse y compartir lo que hacemos nos pareció lógica y necesaria aprovechando el momento en que voy viajando a New Zealand (mi segunda casa, donde viví 18 años y tengo mis hijos, mis amigos, mi trabajo) La idea es hacer una escala en Santiago para encontrarnos con otros hacedores y experimentadores de la poesía Chilena e intercambiar, compartir, conocernos.
–¿Qué te llevó a la escritura poética?
—La poesía (en cuanto escritura) llega a mi vida de manera tardía, luego de haber transitado desde muchos otros ángulos la poética (en cuanto forma de vivenciar el mundo). Empecé siendo bailarina y coreógrafa. También practicando las artes plásticas. Luego pase por una etapa de creación como cineasta (videasta) y como artista museográfica. Más tarde y por los últimos 25 años me dedique al análisis crítico cultural (de corte más académico) desde donde estudie la poética cinematográfica latinoamericana. Hay que reconocer que en todos estos estadios vivencié la poética porque nunca me despegué de una búsqueda de los simbólico, de la metáfora, de la alegoría en todo lo que hacía, pensaba o vivía. De todas maneras, la poesía (como escritura) era como la última capa de la ropa, develarla era un acto que me interpelaba en lo más íntimo. Por eso se quedaba olvidada en una servilleta usada en una mesa de café, o en papeles sueltos detrás de impresiones de artículos o de la lista del supermercado; jamás era concebida como «obra», solo como intima catarsis. La poesía en mi vida se manifiesta entonces de manera reciente, en un proceso de reencuentro con mi sensibilidad al volver a residir a mi provincia (San Juan) después de casi 30 años de extranjería, cuando comencé a reconocer que mi experiencia vital (la de mi cuerpo y de mi historia) tendrían algo para decir. Hoy me doy cuenta que la poesía me salva de la locura que produce este mundo, que me redime, que me alivia, que me ordena los sentimientos y los pensamientos y que me produce una alegría cuasi infantil cada vez que brota un verso que haya logrado cristalizar un sentimiento complejo.
–¿Cómo definirías tu arte poética?
—Su manifestación deviene de un entrenamiento por la economía de la palabra que exige el mundo académico sajón, en estos años de escritura académica aprendí a resumir ideas complejas con las palabras justas, de manera directa y «al hueso» de lo que se trata. De hecho me molesta mucho la redundancia, hasta en una charla me parece intolerable. Tiene además un elemento lúdico también viene de mi contacto con la lengua inglesa donde el «punning» es una forma muy común de comunicarse. El juego de palabras ha sido siempre parte de mi vida pues era característico del humor judío de mi padre. Ese humor es un recurso en mi poética que construye complicidad con el lector a quien considero un par, y de quien espero una participación en el esquema de sentidos desde el cual hablo. Quizás por mi entrenamiento en la realización y el análisis audiovisual, mi poesía se vale mucho de las imágenes, las sinestesias, la musicalidad y la intertextualidad. Tiende además a la rebeldía, a una position ético-política intransigente frente a las desventajas de las mujeres en el patriarcado. No es autocompasiva, por el contrario, expresa lo que duele y por qué, y señala los comportamientos humanos que producen ese dolor, pero de ellos toma distancia apostando a la ternura, al amor, y a la autoestima.
–¿Quisiera ahora nos hables de los diez libros claves en tu educación sentimental como poeta y mucho más?
—Tendría que decir que me educó la nueva canción, el boom y el cine latinoamericanos tanto como la literatura. De pequeña escuchaba mucha poesía de la boca de mi madre (tanto como sus quejas con el patriarcado), ella era profesora de literatura y entre que acomodábamos las camas o pasábamos el plumero, se detenía a leer Mistral, Storni, Vallejos. Ella me acerco también a la literatura gauchesca, picaresca y los románticos latinoamericanos. Mi madre, una mujer muy inteligente y educada que a regañadientes cumplía el rol materno y doméstico, no perdía oportunidad de anoticiarme de la etimología del idioma castellano y la historia de las invasiones godas (y vicigodas) mientras picábamos cebolla o revolvíamos la humita para que no se pegue. Así se «leia» en casa cuando, a la hora del almuerzo, se sentaban también Cervantes, Lorca, Miguel Hernández, Antonio Machado a comer lentejas o bifes a caballo. Mi madre los dejaba para las siestas a Octavio Paz, a Neruda, a Amado Nervo, poesía que acompañaba el preparado del dulce de membrillo o el amasado de las tortas fritas. En las noches de sábado y vino mistela se sacaba a relucir la poesía en la escritura de Homero Manzi y de Enrique Santos Discépalo, Alfredo Lepera. Ahora que lo pienso, la literatura y la domesticidad son constitutivas en mi poesía y no es casual que Gibosa Menguante comience con el texto como «La poeta y la sopapa» y que haya empezado a escribir «en serio» cuando finalmente volvía a vivir a san juan y alquilé la casa de en frente de la casa de mi madre. Ya mayor he leído a Borges y a Pizarnic, A Rosario Castellanos y Miguel Hernández, Nicanor Parra, pero, como comentaba antes, la poética (antes que la poesía) me interpela desde muchos formatos; la prosa de Flaubert, Un film de Pino Solanas o de Felinni, una Sinfonia de Dvořák, Una milonga de Zitarrosa, Cafe Müller de Pina Bauch, un cuadro de Paul Klee, ¡desde un análisis de texto de Fredric Jameson hasta un chiste de Quino me parecen poéticos!
–¿Cuál ha sido el peor chascarro que has cometido como escritora?
—Soy muy distraída con la ortografía y la gramática hace poco sometí mis textos a una clínica de escritores, en la cual nos leemos, comentamos y criticamos constructivamente y mi poema llevaba errores de ortografías, casi todos menos yo eran profesores de literatura y castellano, me dio mucha vergüenza cuando gentilmente las otras poetas querían encontrar el significado oculto del uso de esta palabra con esta o aquella particular falta ortográfica. Otra cosa es que siempre hago mil cosas; ahora soy yo la que bate el huevo con una mano, toma notas sobre Heidegger con la otra, con el pie abre la puerta del horno para poner el pastel de papa mientras lleva aplastado entre la oreja y el hombro el celular para coordinar un seminario o resolver los pormenores de un texto editorial. En esa vorágine quise mandar un poema a un concurso (justamente en conmemoración de los casi 50 años de su muerte) carta de presentación, poema, contactos, todo listo, pero nunca envié el email. Luego y por dos semanas ininterrumpidas, volví loca a una colega que estaba en la organización del certamen quejándome por la falta de seriedad del concurso que no me había dado acuso de recibo etc., etc.
–¿Una canción que te sube el ánimo?
—«Todo cambia» (Julio Numhauser) porque yo también de alguna manera he experimentado saudades del exilio y sin embargo no he perdido la esencia de quien soy, de donde soy.
«Maldigo del Alto Cielo» (Violeta Parra) porque para levantarse, antes hay que tocar fondo.
–¿Un olor que amas?
—Café y petricor.
–¿Cuál es tu mayor miedo como escritora?
—Que lo que comparto no emocione, no sirva, no ayude, sea una pérdida de tiempo del lector.
–¿Cómo ves el panorama actual argentino de poesía?
—Prolifero, valiente, heterogéneo, inteligente. Me emociona que existan espacios donde periódicamente los poetas puedan ir a leer y compartir sus cosas, hay muchas propuestas de encuentros «casas tomadas» cada una con su ritual, sus convenciones, todas muy distintas; la única constante es el vino. La colaboración interdisciplinaria y las propuestas colectiva también ocupa un espacio importante: blogs, libros de foto poesía, propuestas de poesía y performance, poesía y música. Las colaboraciones y relecturas que vamos realizando unos sobre las obras de los otros, son de muchísima nutrición intersubjetiva. Por ejemplo, recientemente un colega audiovisual y activista político tomo mi poemario y realizó un video-poesía en el que actuamos mi hija y yo, y su relectura me ha devuelto muchísimas cosas que yo no había visto de mi propia obra. Esto es cotidiano en Argentina, en mi caso por ejemplo colaboro online con un colega académico brasilero que ha traducido varios de mis poemas al portugués, con fotógrafos que tomaron algunas fotos para ilustrar el libro, o, a raíz de lo que el libro les sugiere me devuelven dibujos, fotos, otros poemas. Un amigo músico está componiendo canciones con mis poemas, otra amiga artista interdisciplinaria convoco a mi poesía para un fotolibro. Hay muchas editoriales independientes publicando poesía, las redes sociales también ayudan mucho a agrupar personas con este interés.
–Carla, vamos ahora a otra de tus facetas –como doctora en estudios culturales latinoamericanos sobre Cine y Política–, a tu juicio, de qué manera el cine latinoamericano se debate entre la utopía y el neoliberalismo?
—Bueno, tengo un libro publicado en Madrid en 2018 que se ocupa de estas cuestiones. La alegoría del viajero inmóvil: Utopía y Neoliberalismo en el Cine Latinoamericano. En esta investigación analizo las estrategias ético-estéticas utilizadas por el cine Latinoamericano entre 1995 y 2005 para impulsar un desplazamiento epistemológico revelador de la aporía ontológica que, hasta entonces, había dictado las búsquedas latinoamericanas de una emancipación política y epistémica. Este estudio produjo un patrón crítico que explica cómo tal cine latinoamericano de entre milenios logra dar cuenta de la crisis utópica del periodo en el que se inserta, al tiempo en que proyecta la reconstrucción simbólico-material de una utopía de solidaridad intercultural. Llamo a este modelo poiético «la alegoría del viajero inmóvil». Este esquema lee a Utopía, de Thomas More (1516), como el primer intento de intervención poiética. Esto es de mediación del lenguaje simbólico para develar la idea de totalidad Moderna. Así, el formato de su discurso estructurado como relato de viaje, se vuelve móvil narrativo de una alegoría que se formula como posibilidad de exterioridad al mito de inclusividad moderna. Mi propuesta asume que en el marco de los procesos de descolonización Latinoamericanos el «mito de la exterioridad imposible» es una idea que la elite intelectual latinoamericana del siglo XIX y XX es incapaz de deshacer. Por eso entiende que, primero en la literatura de ficción y la ensayística, y luego también en el cine, el relato de viaje recorre circularmente el continente con el fin de establecer su propio centro en la integración a una única ética geopolítica que sostenía los impulsos revolucionarios del siglo XX a partir de la praxis política-intelectual del ideologema intelectual-artista/pueblo. Finalmente propone que a partir de los procesos de consolidación del sistema neoliberal de finales del siglo XX, el viaje está ligado a la dinámica de desintegración del ideologema intelectual-artista/pueblo: la narración del viaje se aborda, entonces, desde el fracaso del proyecto político latinoamericanista ahora como re-narración cuerpo política del trazo de la Historia en el presente. Por eso, en este periodo de parálisis de objetivos colectivos, los autores cinematográficos arremeten retóricamente en contra de la dimensión icónica del ideal moderno-crítico/ latinoamericanista: el telos del relato del viaje y del viajero. A partir de aquí establezco que, si un mundo sin utopía (moderno-critica/ latinoamericanista) se manifiesta narrativamente en la desaparición de la posibilidad del viaje y del viajero, la alegoría de un «viajero inmóvil» toma, para el fin de milenio, el lugar de una poiética posible, en cuanto es capaz de atender al signo meláncolico de su presente. Este es el lugar retórico de dicha alegoría como figuración de un pensamiento utópico en crisis que proponer desde la exterioridad, una nueva forma de relación intra-continental auto-sustentada que ya no aspira a la homogeneidad ontológica de «identidad latinoamericana» sino que celebra la interculturalidad como utopía colectiva.
–Quisiera llevarte ahora al mapamundi inexacto de las diez películas esenciales que marcan tu mundo cinéfilo, cultural o político?
• Memorias del subdesarrollo. Gutiérrez Alea, Tomás. 1969. Cuba: ICAIC.
• Koyaanisqatsi, Godfrey Reggio, 1982, E.U
• Sur, Pino Solanas, 1987, Argentina
• Las Alas del Deseo, Win Wenders, 1987, Alemania
• Tierra en Transe, Glaubert Rocha, 1982, Brasil
• La vida es silbar. Pérez, Fernando. 1998. Cuba
• Cuentos de hadas para dormir cocodrilos. Ortiz Cruz, Ignacio. 2003. México
• Amores Perros. González Iñárritu, Alejandro. 2001.Mexico
• Historias mínimas. Sorín, Carlos. 2002, Argentina
• Sostiene Pereira, Roberto Faenza, 1995, Portugal
• Tierra y Libertad, Ken Loach, 1995, Inglaterra
–¿Última película, documental o serie que viste?
—Estuve re visionando el film El Viaje de Pino Solanas de 1992 (un film que he analizado bastante) y encontré con sorpresa que adema de dar cuenta y develar las problemáticas sociopolíticas que habían llevado a Argentina y Latinoamérica a una crisis ideológica y económica, el director fue premonitor de muchísimos conflictos sociales a nivel nacional e internacional que atravesamos ahora , 30 años después. Pero también miro Netflix y encuentro perlitas como la serie Maniac o La Emperatriz
–¿Crees que las grandes películas latinoamericanas (o argentinas) pasan sí o sí por las cruentas y terribles dictaduras que vivieron en su proceso político-social? ¿Es nuestro Moby Dick para dar con el arte mayor dentro de las márgenes del documental o cine?
—Creo que, al menos en argentina, a casi 40 años de terminada la dictadura militar, el cine (si bien revisa históricamente estos eventos como en el reciente film 1985 de Santiago mitre 2022) lo que hace con más frecuencia es mirar los efectos, las resonancias, los trazos en el presente de una memoria traumática de ese pasado represivo y de terrorismo de estado. El trabajo contemporáneo del cine argentino es, a mi parecer, con la memoria colectiva postdictadorial, por eso en 2020 publiqué El espectro de la ausencia: cine argentino de postdictadura como renarración de la memoria colectiva. Este libro recorre las dinámicas hiperreales a través de las cuales el cine argentino de postdictadura se erige como mapa cognitivo capaz de despertar interpretaciones críticas del mundo postditatorial; representar un modelo teórico acerca de cómo está estructurada la sociedad y orientar el sentido de lugar del individuo en el momento de olvido intersubjetivo Un estado social provocado estratégicamente por las políticas de desmemoria social características de los acuerdo económicos políticos de la redemocratización fuertemente condicionados por las políticas de consolidación neoliberales.
–Me gustaría llevarte ahora a tu dialogo con Pablo Neruda. Cómo ha sido en estos años. Sé que trabajaste además una «Triste conversación con una oda de Neruda» que ojalá puedas compartirnos aquí también?
—Canto General es de esos libros que lo ponen a uno de uno u otro lado de la vereda poético-politica para siempre. De joven fue tan fundamental que me organizo las ideas de un cortometraje que realice en animación de dibujo fijo y que habla del miedo sistémico, del miedo instaurado desde el poder hegemónico a través de los aparatos de reproducción ideológica. Es un corto muy simbólico que apela a las canciones infantiles y las leyendas urbanas y donde Neruda va dejando caer sentipensares que son claves para la emancipación epistémica y ontológica que necesitamos hacer colectivamente. Este es el link al cortometraje (originalmente era el guion de un largometraje que adapte para esta animación y de la cual soy responsable del guion literario y audiovisual)
Ahora, de grande quise escribir sobre la desazón que sentía por los resultados de su plebiscito. Como el poema es una toma de posición, es propositivo, en un comienzo se llamó «Apruebo» pero luego me pareció más sutil si ponía esta desilusión vis a vis con la esperanza que trasmite la Oda a la primavera de Neruda. Así el poema va haciendo un raconto simbólico de los horrores de la historia chilena reciente y cae en la cuenta de que, tanto el 11 de septiembre, la muerte de Jara y de Neruda, como este último plebiscito suceden en primavera. Era necesario para mi poner esta melancolía de la derrota en un poema tan esperanzador como es esa Oda y por eso se resignifican algunos de sus versos. El poema también hace una apropiación de otras revoluciones practicas o epistemológicas en contra de poderes obtusos e adquisicionales «achileneando» la figura de Giordano Bruno y Juana de Arco con los artículos «el» y «la» como forma de extrapolar geográfica e históricamente el martirio de estos personajes a ser una cosa de la cultura del pueblo.
–¿Por último, te invito a dejarnos un poema de tu autoría?
Palabra
Te necesito palabra.
Porque eres sombra y antorcha.
Incendio y aguacero.
Alimento, candor, sustento.
Hebra que hilo en laberintos.
Entrada y salida; pasadizo.
Te respeto palabra. Porque sin ti, no hay nombre.
Entonces todo es páramo, catábasis, tragedia.
Te deseo palabra. En ti, concibo un mundo.
Fecundo el caos: alumbro a un semidiós.
Te vomito palabra. Arrastras piedras río arriba, y de mí, te llevas el aliento.
Ante ti, no hay antídoto, lo sé. Sólo cicuta.
Te temo palabra. Porque traicionas bellamente lo que callo.
Siempre con la mesura de Dalila,
o la bruta alevosía de Caín.
Por eso en ti me apoyo, palabra.
Para no incendiar las capitales.
Para no invocar las siete plagas.
Para no lavar mis manos en plaza pública.
Para que, si hay catarsis, que no se note.