Por Ernesto González Barnert
Víctor Coral es uno de esos poetas ineludibles e inclaudicables de la poesía viva del Perú. Un poeta que cuida el detalle y la generalidad con laboriosidad y desplante, afina la mirada histórica y política con una agudizada consciencia de las palabras y de la poética, a la caza del destello de la vida y su memoria en cada poema, en cada obra. Nació en Barranco, Lima, en 1968. Estudió Ciencias Administrativas y Literatura en la UNMSM. En 1998 fundó la revista literaria Ajos & Zafiros. En el mismo año fue primer finalista del concurso de cuentos de la revista Caretas. En poesía ha publicado Luz de limbo (2001). Luego vinieron Cielo estrellado (2004), Parabellum, (2008), tvpr (2014), Acróstico deleuziano (dos edicones: Lima, Ciudad de México, 2019) y Nada de este mundo, (Chile, 2020). En el año 2021 fue finalista del Premio Internacional de Poesía Copé, con Cuadernillo peruano de los diálogos. Con el mismo poemario fue finalista del concurso de poesía «José Watanabe» 2021. Ha representado a su país en la FIL Guadalajara 2005. Tiene dos novelas publicadas: Rito de Paso (2006) y Migraciones (2009). Poemas, artículos y ensayos suyos han sido publicados en Letras Libres; Hueso Húmero; Luvina; Periódico de Poesía, y otros. Actualmente edita un libro sobre Trilce, de Vallejo, por los 100 años de su publicación.
–«Alguna vez Dereck Walcott dijo/ que leer la poesía de Philip Larkin era como /charlar con un profesor universitario triste en un bar…» ¿Cómo será leer la poesía de Víctor Coral en el «pejerrey» del Perú?
–Me gusta pensar que al menos una parte de lo que escribo sea utilizado como insumo para producir y como motivo para pensar, por los jóvenes que vendrán. Creo que si algo tengo que aportar a la tradición peruana y latinoamericana, es a tomarse el hecho poético muy en serio; pero por otro lado, a ser y sentirse libres al escribir, sin huirle al sarcasmo, a la metafísica, a la fenomenología, a lo social, a lo místico, a lo escatológico…
–Quisiera llevarte al trabajo que desarrollaste este último tiempo alrededor de la lectura de César Vallejo y preguntarte ¿qué lecciones tomaste del poeta e hiciste mantra literario o de conducta?
–En el Perú leemos a Vallejo desde la primaria, aprendemos los poemas de Los Heraldos Negros casi como letanías, llevándonos por el ritmo (convencional, en general, en ese libro) y eso. En la secundaria viene Trilce y ya nadie entiende nada. Las hormonas hacen su trabajo (prepúberes y púberes somos) y muy pocos tiene el tiempo de sentarse a pensar y sentir la nueva lengua que propone Vallejo. Agreguemos a ello que los profesores en su inmensa mayoría tampoco saben un carajo de lo que quiere decir Vallejo, salvo los tópicos de siempre: la madre, la prisión, el sexo, etc. Vallejo termina siendo un «exitoso» poético cuyas virtudes concretas nadie tiene muy claras. Me pareció válido releer a Trilce este año, meterme con sus ritmos extremos, con sus neologismos insumisos, con ese grito de hombre puro —no de intelectual, obispo, académico, profeta y todo lo demás— que es lo que verdaderamente trasciende. No me considero vallejista (sálveme dios), pero creí que era esa mi tarea este año. Hay algunos resultados.
–Apuntabas en «esquirlas», «Escribir es aprender a escribir y, luego, olvidar la escritura. Nunca sólo escribir». Y cómo eso lo podemos encontrar en el arte poética que aún tu producción escrita, publicada o no, al presente?
–Realmente pensaba más en la prosa cuando pergeñé ese aforismo. Pensaba en los Petits Traités de Quignard, en Michon, pero también en Céline, en Bernhard. Grandes prosistas cuya prosa es como una proliferación exuberante de libertad. (Hoy creo que la frase puede incluir a maestros dedicados como ascetas a la escritura y nada más. Pienso en Kozer, pienso en Leoncio Bueno…) Hablaba de una exuberante libertad. Pero como todos sabemos, la libertad no es nada sin restricciones, sin responsabilidad. Los nombrados saben hacerlo. Yo lo intento.
–Eres un escritor reflexivo, metaliterario, de temple filosófico. De qué manera ese aporte también puede ser un lastre –si lo es– en la escritura misma?
–Sinceramente, no me cuido de lo que puedan decir ciertos críticos sobre mi producción poética, y mucho menos sobre mi crítica. Soy honesto hasta donde pueda ser uno honesto hoy. Si hago un poema sobre Chacalón y otro sobre la navaja de Ockham, puedes estar seguro de que en ambos soy yo el que está en juego, y, suele suceder, ambos pueden ser muy malos (risas); pero son míos, son parte de mí porque mi vida formativa fue así, ecléctica y libre.
–Vamos a las listas. Si tuviéramos que concluir en diez libros esenciales de tu «cocina literaria», de tu «educación sentimental», elementales o modulares de tu quehacer o panteón, qué pillaríamos en esa maleta portátil?
–Porque mi padre me lo legó antes de morir, y fue el primer libro de filosofía que leí: El mundo como voluntad y representación. Luego tres poemarios abrasadores: La tierra baldía, The cantos, Trilce. Inmediatamente, Residencia en la tierra, la poesía de Emily Dickinson y la poesía de Olga Orozco. Esto puede ser polémico: Las flores del mal mucho antes que lo de Rimbaud y un poquito por encima de Mallarmé. Creo que Baudelaire nos recordó lo que habíamos olvidado del viejo y sabio clasicismo: la poesía es un arte y el poeta un artista; dignidad e inteligencia por delante. De la segunda mitad del siglo veinte, indudablemente Paz, con igual indudabilidad Juarroz, y con mucha esperanza de que su poesía sea mejor valorada, Martín Adán. Cierro con mi maestra y amiga María Auxiliadora Álvarez, Diana Bellessi y mi admirada Rossella Di Paolo. Creo que ya me pase de diez…
–¿Cuáles son los tres escritores más sobrevalorados del Perú?
–Interiormente hay muchos, porque Perú es el país del mutuobombo y del «habla bien de mí que luego yo hablo bien de ti». Yo diría qué hay mejores poetas mujeres en los 70 que María Emilia Cornejo. La figuración de Santiváñez también me parece exagerada. Me gustan Symbol y un par de poemarios más, el resto me sabe escandalosamente a lo mismo. Te regalo un infravalorado: Andrés Alencastre, Killku Waraka. Por razones ideológicas —él fue un gamonal que se llevaba mal con el campesinado— su poesía ha sido soterrada y ninguneada. Bien decía Arguedas que era el mejor poeta quechua peruano.
–¿Para un poeta que no tenga idea de literatura peruana, cuáles son los 12 libros, con que le aconsejarías partir?
Los heraldos negros
Trilce
Ande
Cinco metros de poemas
La mano desasida
Poesía Escrita
Objetos enajenados
Noches de adrenalina
Consejero del lobo
Como una higuera en medio de un campo de golf
Álbum de familia
Vida Perpetua
Pastor de Perros
Zona Dark
–¿De qué manera dialogas con la obra poética nerudiana?
–Siempre dialogo. No me queda duda de que es uno de los grandes poetas del siglo veinte. Y mi interés por su trabajo cambia con mis estados de ánimo y con los años. Ahora investigo sus Odas, me dan mucha tela para cortar en crítica. Antes recitaba de memoria los poemas de Residencia. Eso suele pasar con los grandes poetas; en realidad nunca los abandonas.
–Tienes algún poema que quieres escribir en tu cabeza, obsesivamente, una especie de Moby Dick, que buscas dar «caza y alcance» y aún no has podido? ¿De qué va ese poema?
–Pues fíjate que sobre mi infancia; un poema sobre los años de Barranco, mi hermana mayor muerta, mi padre que se fue cuando yo tenía 12 años, mi abuela el mismo año, los veranos frente al mar de Barranco, las chicas lindas en la playa, las cometas recortándose en el cielo de los acantilados, etc.
–¿Recuerdas el primer momento o un gran momento en que la poesía te hechizó por completo?
–En ciertos momentos de la lectura de Perse, de Ashbery, de Eluard, me he dicho a veces, estoy hecho; nunca seré como ellos.
–¿Cómo ves el panorama actual poético en el Perú? ¿Qué voces destacas?
–Muchas voces femeninas. Laura Rosales, Dina Ananco, Lisbeth Curay, en fin, tantas. Entre los hombres es más difícil. Me gusta lo que hace Salomón Valderrama. Santiago Vera por ahí, y Jorge Díaz-Untiveros. Pero hay varios más…
–¿Una canción que siempre que escuchas te sube el ánimo?
–«Lucky Man», de Emerson Lake & Palmer. «Natalia y Brown Eyed Girl», de Van Morrison. «You Make Me Feel Like Dancing», no recuerdo de quién. Mozart, siempre Mozart.
–¿Última gran película o serie que viste?
–Serie: Breaking Bad. Pela: The Cook, The Thieve… de Greenaway. Debo haberla visto unas doce veces. Voy a escribir algo sobre ese filme de todas maneras.
–¿Un olor que te fascina?
–La plastilina, y ese olor peculiar de las loncheras antiguas, cuando las abrías y encontrabas tus huevos cocidos, tu sandwich de pollo y tu jugo.
–¿Una palabra que jamás aparecerá en tu poesía?
–Lapislázuli, melifluo, y muchas otras…
–¿Te encuentras preparando una antología de poesía peruana? ¿Cuál es el mayor defecto de la poesía peruana que quieres subsanar? ¿Qué no sea una muestra limeña solamente?
–El encargo lo tengo gracias a una oportunidad de una universidad extranjera. Será una muestra muy diversa. Tanto que hasta los limeños tendrán más espacio. El mayor defecto de la poesía peruana es que fomenta el solipsismo, hace creer a los poetas que, como Vallejo hizo lo que hizo desde la miseria, eso es siempre posible. Pues duele, pero no. Un poeta actual necesita dinero para comprar libros de calidad, para asistir a eventos internacionales, para conocer a poetas de otros países, en fin, para formarse más allá de la universidad. Con respecto a la antología, espero enorgullecerme al menos de esto al final: haber antologado, digamos, a un 70% de poetas que simplemente no conozco en persona.
–¿La poesía está más cerca de los «puros» o de los «sociales»?
–Mao escribía bellos poemas puros. Claro, no tan bellos como los de Miguel Hernández, Vallejo o Victor Jara. Muchos poetas «sociales» han escrito poemas olvidables; salvo Javier Heraud y el maestro Roque Dalton, pocos son los realmente buenos. Dicho esto, no me quita el sueño la dicótomía puros-sociales.
–¿Un verso que pondrías en tu epitafio?
El que escribí en la «Tumba de Martín Adán»:
«Fuiste un trébol de cuatro hojas
Y no te hallaron…»
–¿Quisiera invitarte a dejarnos acá una docena de tus esquirlas, claro, si se puede, donde reflexionas sobre el oficio y arte poético?
He estado pensando mucho en el poema largo últimamente. Es curioso porque muchas veces ese tipo de texto se entrega a lo narrativo, a lo discursivo, casi naturalmente. Cuando no se convierte en un real vertedero de imágenes, ideas y metáforas sin hilación o con poco de ella. Hace poco leí un poema largo de Javier Sologuren y me dejó perplejo por unos días. No era narrativo, no era una perorata sobre la vida y la muerte, no se entregaba facilonamente a lo surrealista. Es un poema muy construido, de calidad arquitectural, diría. Y con versos potentes… Si asumo el poema largo, me gustaría que sea algo parecido a ese poema de Sologuren.
–¿Por último, si estuvieras en Chile en este preciso instante, qué poema elegirías para abrir la lectura y si lo puedes compartir con nosotros tus lectores?
Uchuraccay, un sobreviviente
Desde el fondo del valle de la matanza,
una vez idos los turbios invasores,
mi padre recuerda en voz alta:
Hace muy poco aquí florecían la retama y la rosa;
la cantuta y el amaranto se peleaban nuestras miradas.
Hace apenas un año en este valle abrevaban los gamos en el puquio
y los halcones buscaban huevos tiernos entre los pinos y robles del bosquecillo.
Pero a mí me parece todo eso locura.
Nunca existió tal valle de la vida.
Esto es polvo muerto y desolación;
chirriar de vientos moribundos,
heder de carnes despavoridas. Misterio:
lo oscuro nos marca más fuerte que la vida.
De Parabellum (2008).