Noviembre 21, 2024

Reseña: «El archipiélago imaginario» de Úrsula K. Le Guin

 

Por Darío Oses

 

En 2018, al cumplirse los 50 años de la aparición de Historias de Terramar se hicieron nuevas ediciones conmemorativas y de bolsillo, lo que dio oportunidad para leer o releer una obra precursora de las sagas que proliferaron después y que, en forma de relatos escritos y gráficos, han venido colonizando el imaginario de estos tiempos.

Terramar, el territorio de la saga de Le Guin, es un vasto archipiélago. No se conocen bien sus límites ni los del océano del que Segoy, un lejano dios creador, sacó a las islas desde el fondo del mar.

Es un mundo donde el poder se ejerce principalmente por la magia. Existen jerarquías de magos, hechiceros y brujas y también de artes mágicas. La más poderosa es aquella que se ejerce por la palabra: cada ser y cada cosa tienen un nombre falso y de uso común, y otro verdadero. El conocimiento de este último  otorga poder sobre el dueño del nombre, por lo que este debe mantenerse en estricto secreto. Por eso «a lo que un mago consagra  su vida es a descubrir los nombres de las cosas, y a descubrir cómo descubrir los nombres de las cosas».

Hay escuelas, donde los que tiene poderes innatos pueden aprender a ejercerlos. Existe también una burocracia que manda a los magos egresados a servir a la comunidad en alguna de las islas de Terramar. A pesar de sus protecciones mágicas este mundo está siempre amenazada por piratas y por seres y energías sobrenaturales.

El primer libro, Un mago de Terramar es una bildungsroman, novela de aprendizaje, en la que protagonista, Ged, un niño huérfano de madre,  muestra excepcionales condiciones para la magia, con la cual salva a su isla de los piratas que periódicamente la saqueaban. Después, en el curso de su aprendizaje Ged comete errores propios de sus impulsos adolescentes: despierta a una potencia oscura a la que debe enfrentarse, pero finalmente la reconoce como parte de él mismo, es decir, como su sombra, y opta por hacer las paces con su propio reverso oscuro.

El segundo tomo, Las Tumbas Atuán, es el correlato femenino de la historia de Ged: la niña Tenar es elegida para ser sacerdotisa de los llamados Sin Nombre, que son «las antiguas potestades sagradas de la Tierra, anteriores a la luz, las potestades de la oscuridad, la destrucción, la locura».

En este libro aparece otra Terramar, la de las montañas desértica y el inframundo donde están las tumbas y los tesoros de los Sin nombre y que es un sistema de túneles y cavernas que forman un gigantesco laberinto. Tenar dice: «Todo cuanto yo conozco es la oscuridad, la noche subterránea. Y eso es lo único que realmente existe». A ese mundo llega secretamente Ged y con la complicidad de la sacerdotisa entra donde no debe entrar, profana las tumbas, y ofende a los Sin nombre. Pero consigue lo que ha ido a buscar.

En La costa más lejana Terramar está viviendo en un tiempo apocalíptico. La magia pierde su poder. Las celebraciones rituales se interrumpen porque hombres y mujeres de pronto no pueden seguir cantando ni bailando:

El sentido ha desaparecido de las cosas. Hay un agujero en el mundo y el mar se escapa por él. La luz se está acabando .Nos quedaremos en la tierra yerma. No habrá más agua ni más muerte.

Para detener a la creciente invasión del mal, el mago Ged junto al príncipe Arren deben enfrentarse con un archienemigo difuso y poderoso.

Entretanto, los labriegos queman la tierra. El mal se ensaña contra la naturaleza. Aquí Le Guin despliega la incipiente  conciencia ambiental que despuntaba en los años 60:

Arren contempló la ruina negra en que se había convertido la tierra. Los árboles abrasados en los huertos contra el cielo (…) – ¿ Qué mal les han hecho los árboles? – preguntó -. ¿Tienen que castigar a la hierba por los errores que ellos mismos han cometido?

La humanidad de Terramar está desquiciada: se habla de un Anti Rey cuyos servidores estarían en nuestras mentes:

 …el traidor, el yo, ese yo que grita: ¡Yo quiero vivir, y que se pudra el mundo con tal de que yo viva! La pequeña alma traicionera que hay en nosotros, en la oscuridad como una araña en una caja.

En este libro se expanden los ámbitos de Terramar: hay un pueblo que vive en el océano, en un conjunto de balsas, y un extraño mundo de los muertos:

Todos aquellos que veían – no muchos porque aunque muchos son los muertos, inmensa es la comarca – estaban inmóviles o se desplazaban lentamente y sin rumbo. Ninguno de ellos parecía herido (…) No había en ellos rasgo alguno de enfermedad. Estaban intactos y curados. Curados del dolor y de la vida (…) veía a la madre y al niño que habían muerto juntos (…) el niño no corría ni lloraba, y la madre no lo tenía en brazos, ni siquiera lo miraba. Aquellos que habían muerto por amor se cruzaban en las calles sin verse.

La saga se cierra con el reencuentro de Tenar con Ged, que emprenden juntos una aventura contra un mago joven, formado en la misma escuela en que Ged había hecho su aprendizaje.

Aun cuando en esta saga aparecen los infaltables dragones, estos son distintos a los que abundan en otros relatos de literatura fantástica. Aquí, en sus orígenes, hombres y dragones fueron lo mismo.

La mayor parte de los personajes son hombres y mujeres, con o sin poderes de magos ni de brujas, con sus grandezas, mediocridades y bajezas humanas.  Por eso hoy, en medio de tanta ficción repleta de creaturas imaginarias, releer la saga de Le Guin es como repoblar espacios fantásticos con el vilipendiado homo sapiens.

 

 

Historias de Terramar: Un mago de Terramar, Las Tumbas de Atuán, La costa más lejana, Ursula K. Le Guin. Barcelona. Editorial Minotauro, 2018. Foto John Berry

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