Por Ernesto González Barnert
Conversamos con Marina Arrate (1957), una de las voces destacadas dentro del panorama que irrumpe la escena de poesía en los 80 y 90, recomponiéndola desde la presencia de la mujer y mirada crítica feminista, abriendo nuevos derroteros y ahondando nuestro corpus poético y cultural, político y estético. Escribe Eugenia Brito en Cuerpos desiguales, «Desde la convergencia de tres puntos: lo femenino, como artificio; la cultura, como juego de artificios y máscaras y; el encuentro con el otro como desafío y violencia, Marina Arrate, organiza su proyecto literario en la suntuosidad de unir el escenario antiguo y arcaico con la posmodernidad literaria».
—Naciste en Osorno. ¿Cómo fue tu educación sentimental sureña? Te pregunto porque no se te suele considerar una poeta digamos sureña, tras años de vida y obra en Santiago.
—No soy una poeta sureña. Cuando mis padres se casaron, mi padre que se había titulado de Ingeniero Civil entró a trabajar a Ferrocarriles del Estado. Y en ese tiempo, a los recién ingresados a los FFEE (Ferrocarriles del Estado) los enviaban a provincia. Y así fue que mis padres llegaron a Osorno. Yo y mi hermano nacimos en Osorno. Pero la estadía en Osorno fue corta. El clima húmedo afectó la salud de mi padre, de tal manera que pidió el retorno a Santiago y le fue concedido. Según mis cálculos, yo tenía tres años cuando volvimos a Santiago.
Y no tengo recuerdos propios. Por ahí andaban unas fotos, que ahora no están, no sé qué se hicieron, de un lugar muy bonito con muchos animales.
—Estudiaste Psicología. Y bueno, después literatura. Pero, ¿Cuál crees es el gran aporte de la psicología como mirada en tu poesía? ¿Cómo entra la poesía en tu trabajo profesional actual?
—Respondí esa pregunta largamente en una entrevista que me hizo Natalia Figueroa. Quizás, en esta ocasión, podría actualizar esa reflexión, porque esa dualidad – poeta y psicóloga clínica de orientación analítica – me ha acompañado la vida entera. En mi mente, representaba esa dualidad como dos círculos unidos por una y. Poeta y Psicóloga o al revés. A veces, había una región achurada cuando los dos círculos se superponían. Y, por supuesto, todo esto vivido con mucha tensión de mi parte.
Hace poco, sin embargo, acudió a mi mente otra representación. Era un sólo núcleo del cual crecían dos árboles. Uno de los árboles era la poesía, y el otro árbol era la psicología. O sea, mis actividades y tareas en ambos ámbitos. Y fue muy tranquilizador. Lo que había que cuidar era el núcleo. Las raíces en el núcleo se confundían entre sí, y su sustancia alimentaba los dos árboles.
—Vienes en este último tiempo de publicar una senda Obra Reunida (2017) y Elogio del Odio (2021). Cómo ves hoy tu poesía, su búsqueda, lo que has encontrado, la definición que procuras o la definición de la que escapas? Cómo ves el arco poético de tu obra desde Este Lujo de Ser (1987, 1990) hasta hoy?
—Muy ambiciosa tu pregunta, Ernesto. Aún no he llegado a una formulación definitiva. Pero ayer leí una Reflexión de Wyslawa Szymborska, en el sitio Calle del Orco. Se llama No sé.
Puedo citar una parte, pero de otro modo dicho se trata de que una escribe una cierta intuición, una percepción, etc, y cuando una cierra un libro, ya ese mundo se ha cerrado como si fuera un sueño, y de forma virtualmente instantánea se han vuelto a abrir las preguntas. Pueden ser distintas preguntas, o las mismas preguntas modificadas o en distintas posiciones, los misterios que se abren y se cierran, y las pulsiones que no cesan, la pulsión de la escritura, la pulsión estética, la estrambótica búsqueda de la verdad, y la belleza siempre.
—Qué libros marcan tu vida como poeta?
—Son demasiados, la verdad. Lo que más me ha gustado en la vida ha sido leer, desde que aprendí a leer. Una noche, hará un par de días, de repente me pregunté cómo es que había caído de tal manera en las garras de la literatura. Por supuesto, me dio risa mi propia pregunta. Y las respuestas, son todas muy convencionales. No entregan mucho.
Pero si vamos a la anécdota, recuerdo un momento quizás clave. Yo tenía doce años, ya manejaba un diario desde los 10 años, mi madre se había ido a USA por trabajo por un año, y quedamos con mi padre y mi hermano, los tres, en la casa. Y mi padre me regala Los Veinte Poemas de Amor, de Neruda. Creo que un mes después o dos meses después, le mostré a mi padre dos poemas escritos por mí. Quedó admirado y deslumbrado. Según yo, claro. Bueno, mi padre fue siempre mi fan número uno. Y de ahí en adelante, comencé a escribir poesía. Era el diario, y la poesía.
—Cómo ha sido tu relación con la obra nerudiana?
Espléndida, la verdad. Neruda es un gran poeta. Ya te mencionaba en la respuesta anterior cómo los Veinte Poemas… regalados por mi padre, gatillaron en mí la escritura de poesía. Ahora, debo agregar que corría el año 1970. Yo tenía 13 años, y Allende había ganado las elecciones. Yo estaba eufórica. Aunque yo era chica, me daba cuenta perfectamente del precioso proyecto de país que venía con su triunfo. Y el resto, bueno, ya lo sabemos. Neruda formaba parte de ese tiempo y de ese proyecto.
—Eres parte central de una generación con mujeres escribiendo a gran nivel, muy destacadas al día de hoy, que lucharon contra la Dictadura, mujeres que dieron voz y espesor teórico y lírico al signo mujer. Quienes son las poetas coetáneas que más te interesan en Chile o Hispanoamérica?
—De mis coetáneas chilenas, me interesan mucho Eugenia Brito, Carmen Berenguer, Soledad Fariña, Elvira Hernández, ya un poco o mucho más jóvenes que yo: Malú Urriola, Damsi Figueroa, Cecilia Rubio, Verónica Jiménez, Gladys González, Natalia Figueroa. En Argentina, Diana Bellesi, Mercedes Roffé, Nini Bernardello que ya murió, María Negroni, o la fascinante Olga Orozco y por supuesto, la ineludible Alejandra Pizarnik; en Uruguay, la grande y deslumbrante Marosa di Giorgio, tengo una deuda ahí con Amanda Berenguer, no he logrado encontrar un libro suyo y le he leído casi por azar unos textos geniales. En Brasil, Clarice Lispector es una estrella fulgurante: narradora – filósofa – poeta. Ahora, estoy leyendo con fruición poetas norteamericanas: Sylvia Plath, Ann Sexton, Elizabeth Bishop, Marianne Moore, Ann Carson, Louise Glück, Levertov, Emily Dickinson, en fin, un mundo muy rico. En España, me interesó en su tiempo una poeta que se llama Blanca Andreu, que no la encontré después, no sé qué habrá pasado con ella, y más recientemente los trabajos de María Ángeles Pérez López. Y hay más poetas que me interesan o me han interesado, un libro extraordinario: Electra/Clitemnestra de la cubana Magali Alabau, y también Damaris Calderón. Podría continuar, pero bueno, dejémoslo ahí por ahora.
Me gusta mucho seguir mis propias preguntas, no sólo cuando escribo, sino también cuando leo. Por ejemplo, ahora, estoy leyendo una Obra Completa de Silvia Plath, y me topo con un estupendo poema: «Electra en la Vereda de las Azaleas», y me saltan a la memoria, como un resorte, el texto de Magali Alabau: «Electra/ Clitemnestra», el texto de Mistral: «Electra en la Niebla» (que venía en el baúl que guardaba Doris Dana), una trabajo precioso de la filósofa Simone Weil sobre la Orestíada, específicamente en su caso, el regreso de Orestes, una belleza de texto, y así. Siempre me falta tiempo.
—¿En qué proceso escritural estás hoy?
En la práctica, tengo un libro virtualmente listo, pero está ahí, en su lento proceso de maduración.
Y sí, ya fantaseo con nuevas ideas, pero no sé por qué pienso que debo irme a vivir a la playa para poder continuar. Pero, a lo mejor, no es cierto.
—¿Cómo ves la poesía chilena?
—Una eclosión, no logro ver bien, porque hay mucha producción, muchos productores/as/es. Y estoy muy lejos de conocerlos a todxs.
—¿Qué poema tuyo leerías hoy en una sala de clases?
—«La Dorada Muñeca del Imperio». Es bello y didáctico a la vez.
— A propósito de tu libro Elogio del Odio, ¿cuál es tu odio favorito?
— Hay muchos. Pero lejos, mi favorito es mi odio a la injusticia, así es que con ese me voy a la tumba.
— Qué te respondió Don Alonso de Ercilla y Zúñiga?
Dijo: hay que Aprobar la Nueva Constitución.