Noviembre 7, 2024

Tres instantes de «Niebla»

 

Por el poeta Sergio Muñoz Arriagada

 

UNO

Yo salí una noche de la Casa de las Flores hacia la casa de Rafael, situada más allá, en una terraza poderosa que daba sobre la calle del Marqués de Urquijo y sobre las frondas de un parque muy arbolado y sonoro. (…) Me gustaba hacer el recorrido a pie, de estas seis o siete cuadras que nos separaban, y luego subir a la regocijante casa de Rafael (…).
Allí llegué yo con el perro o perra. Ni el sexo o la raza ni el idioma en que ladraba se le podía conocer, de tan desgreñado, tan enmarañado, encejado y embarbado que era aquel montón de niebla que me había seguido desde mi casa.
Porque era invierno plenario la niebla, extraña a Madrid, se había depositado en las calles con una consistencia española, seriamente compacta. De tal modo que el estilo de esa niebla me dejaba apenas andar y casi no me dejaba ver. Pero oír sí me dejaba y yo noté en el camino que algo me seguía. Algo, un espectro seguramente, un cuervo, un nunca más. Severamente solo, semiperdido en la niebla, era yo un caminante de la absoluta soledad de aquella hora, y no pasaba nadie y no se oía nada sino el extraño tacatá detrás de mí como de pisadas de fantasma. Cuando me detenía, se detenía también aquel solícito sonido. Y apenas marchaba de nuevo, algo, aquello, recomenzaba a andar conmigo. Y todo esto con tanta niebla que me desazonaba. Sólo al llegar a la puerta grande de Alberti salió de la niebla y subió conmigo por la escalera un suavísimo perro. Perro de los arrabales, mitad niebla y mitad sueño, nos miraba desde su entrecruzado matorral de pelos plateados, todo el color de calle y con cierto aspecto de oveja que se hubiera extraviado en la ciudad conservando, se le veía en los ojos, la pureza silvestre.
Cuando entré con el perro, Rafael lo bautizó de inmediato “Niebla” porque se le veía impregnado aún con la sustancia misteriosa. Allí se sentó en medio de la sala, entregado al amor de los poetas, aquel extraño perro que pareció desde entonces natural y necesario, en medio de las arbitrarias esculturas abstractas, de piedra y fierro de Alberto Sánchez, que llenaban la casa de los Alberti-León.

Pablo Neruda.
“El regalo de Niebla”.
Confieso que he vivido. Ed. Argos Vergara, Barcelona, 1979.

DOS

(…)
Habrás pensado, Niebla,
que te dejé olvidada
por aquellas bahías y pueblos desventurados.
Que quise que la muerte
con sus negros retumbos
fuera la imagen última
que guardaran tus ojos solidarios al irme.
Habrás pensado, Niebla,
que me fui sin quedarme,
sin que mi corazón corriera desolado
con las puertas abiertas,
fundidas por el viento,
repitiéndote a gritos:
—Esta es tu casa, Niebla,
tus paredes de siempre,
el hogar que elegiste en una noche helada
para hacerlo más dulce, más de flor, más de sueño.
Habrás pensado, Niebla,
que España se moría
con mi desesperado, corporal abandono,
invadiendo un nocturno funeral, un silencio
definitivo todo lo que su ayer de sombras
y de heroicos relámpagos
fue creando su día,
su anhelante mañana.
Habrás pensado, Niebla,
lejos ya de tus mares,
sin ti, ya en otros tristes y extranjeros kilómetros,
ignorando en qué prados,
en qué montes u orillas,
yacías pobremente llorando por mi vuelta,
habrás pensado, amarga flor mía, habrás pensado,
y con cuánta dolida razón, que mi memoria
te perdía, cayéndose
tu nombre fiel, tu puro
amor con la caricia de otros nuevos amigos.
Pero no, que aquí estás jubilosa a mi lado,
Niebla de sol y bosques,
viva en mí para siempre,
junto a la mar tranquila.

Rafael Alberti.
«A Niebla, mi perro». Retornos de lo vivo lejano.
Losada, Buenos Aires, 1956.

TRES

Uno de los más entrañables homenajes hechos a Neruda y a Rafael Alberti relativos a la historia de Niebla, sucedió a mediados de la década del 70. Por esos años, Televisión Española emitió los 52 capítulos de la serie japonesa Heidi, la niña de los Alpes, basado en el libro de la escritora suiza Johanna Spyri. La serie, evidentemente, tuvo que ser doblada al castellano y de eso se encargó la poeta catalana Angelina Gatell, quien alternaba la poesía con otras ocupaciones, era directora y actriz de doblaje. En esta faceta, Gatell fue directora del doblaje de la serie Heidi y de Marco, otra serie famosa de la época. Ella, por tanto, fue la responsable de que el perro de la niña de los Alpes se llamara Niebla. «Yo acabé trabajando en una empresa de doblaje –dice Angelina Gatell–; eso me permitió ganarme la vida. (…) Ya en los años setenta nos llegó el encargo de preparar el ajuste y el doblaje de Heidi, la famosa serie japonesa de dibujos animados. Me responsabilicé de ajustar los diálogos y de doblar a algunos personajes. Y le cambié en nombre al perro. En el guión original se llamaba José y así pasó, por ejemplo, a la versión portuguesa. Pero yo dije que en España no era oportuno llamarle José a un perro y me dieron permiso para llamarle como quisiera. Claro, estaba pensando en el perro que Pablo Neruda encontró una noche de niebla en Madrid…». Angelina Gatell tuvo la tierna idea de rendir un homenaje a Niebla y llegó a conocer el inmenso alcance de su cortesía. La serie, doblada al castellano, se emitió con mucho éxito en España y América, aunque seguramente no todos los que la vieron sabían el origen del nombre del perro. «Después del éxito de Heidi –dice Gatell–, varias generaciones de perros en España se llamaron Niebla. Estábamos al final del franquismo y la gente no sabía que le estaban haciendo un homenaje secreto a la República».

Julio Gálvez Barraza.
«Una gran flor plateada». Otoño en Peñaflor y otros relatos.
Editorial Renacimiento, Sevilla, España, 2021.

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