Por Ernesto González Barnert
Conversé hace un tiempo con Leda Quintana Rondón (Lima- Ancash- Yauyos) a propósito de su libro La casa umbría, que salió en Chile (Rancagua: Contraeditorial Astronómica, 2021). Volumen de poesía que presentamos en su paso por Santiago de Chile, de ésta educadora , poeta y mediadora de lectura de raíces andinas y chinas y coautora de diversos materiales educativos junto a la poeta y académica, Camila Albertazzo. Leda, además elaboró con Martín Quintana Chaupín las antologías literarias El Mundo de la Lectura 1- 5 y textos escolares del área de Comunicación para secundaria. Publicó el libro Escribir como lectores. Una comunidad que lee, conversa y escribe (Fundación SM- Comunidades letradas-Aele, 2018). Ha coordinado una muestra de poesía escrita por poetas peruanas de las últimas generaciones para la revista peruana de literatura y cultura Ínsula Barataria. Sus poemas han sido difundidos en algunas revistas impresas, blogs, mediáticas de poesía (la comparecencia infinita, Ojo zurdo, Santa Rabia, Liberoamérica, meninas vamos ao vira, entre otras). Comparto para ustedes mi presentación de tan maravilloso libro:
La casa umbría de Leda Quintana Rondón (Contraeditorial Astronómica, 2021)
Al terminar de leer “La casa umbría”, libro de la poeta peruana Leda Quintana Rondón [Lima, Ancash, Yauyos, 1975], pensé en una madeja que en lo oscuro la autora llama “casa” y va desmadejando poéticamente, a corazón abierto, con la mano intensa del silencio y de la propia historia de su lenguaje, para reconstruir y honrar el tejido epifánico de su “educación sentimental” y de su propia “heredad”, en medio de todos esos idiomas [formas de nombrar] superpuestas, dando sustancia y eco a esos hilos que la conforman y la abrigan en este meta-relato y vivencia, como deseo y sueño hasta confluir y pasar por el ojo de la aguja lo que es el poema –la experiencia en sí–, y lograr así sobre las fuerzas que la convergen, un “Arte de navegar”, es decir, un constructo de brújulas de sentido que la reconfiguran y guían en la distancia y alejamiento, en el presente, en la lectura de las experiencias, sanación y educación, a partir de un roto, pero vivo y nostálgico del revisionismo del lienzo familiar y las raíces que la sustentan, desde la historia del Perú que conoce y le pertenece, hace suya, baraja. Así trabaja este estudio de la memoria y la herida, de su propio destino y carga simbólica, del propio “daimon” que la sitúa en su lar, con minúsculas y mayúsculas, con su tradición migrante campo ciudad de ruido de fondo, llevando lo andino por remo a la diestra y a la siniestra en cada remo, en lírico salto de la rama para alzarse en vuelo que juega sutilmente con la poesía lúdica y experimental en el corte y búsqueda del quiebre formal de principios de Siglo XX. Repito, una madeja, un ovillo, domesticado a la luz de la poesía, que ella contiene, suelta, estira por toda la oscuridad y claridad de la lengua personal, el álbum familiar, con el nervio que la anuda a cada latido que estuvo antes, vendrá mañana a partir de esta fibra. Sin duda, el libro de alguien locamente enamorada de la literatura, marcada a fuego por las lecturas con que se lee en cada filamento y también posiciona, afirma su voz, contrapesa el dialogo interno con el externo, la microhistoria con la macrohistoria, sin dejar de abrigar su hablante lírico en la intemperie brutal de lo oral que señorea tanto en la barbarie como la civilización de estas tierras y capas de idiomas en dinamismo y superposición, cuya naturaleza y espíritu la alimentan sensorialmente desde que es una cría.
Así, Leda, marca este hito de hebras, para domeñar el desmadre de su propia habla, dar con un sentido mayor de la propia existencia desde cada poema donde juega y desata una madeja, repito, para encontrar un mapa sentimental en el cual apoyarse, atarse o desatarse en la intemperie, hacia ella o hacia nosotros –con vuelo de diario de vida–, cuyos poemas son esta casa umbría que la poeta Quintana trasmuta en un hogar propicio a la medida de su voz y respiración, donde refugiarse y claro, refugiarnos, como sus lectores.
Vamos ahora a la entrevista:
—La otra vez citabas a Gabriela Mistral, decías “no voy sino a los lugares donde puedo servir”. ¿De qué manera encarna tu proyecto poético ese espíritu de entrega?
Muchas gracias por la oportunidad de compartir sentires, reflexiones y memorias vinculados a mi proyecto poético, Ernesto. Siento que La casa umbría, mi primer poemario (editado en Chile en preciosa edición artesanal por Astronómica) y Constelaciones (recién salido del horno este 13 de agosto, en bella edición de la colección La Trenza de La purita carne-Madrepora, editorial peruana) son ofrendas poéticas a mis ancestras y ancestros que migraron de la sierra peruana a Lima, la capital. Varios de mis poemas comparten sus voces, s sus historias desde los ecos de sus hijos e hijas, nietas y nietos y también pedacitos de sus proyectos de vida en los que hay claroscuros, pero también se respira “el espíritu de entrega” por la vocación pedagógica, fraterna e intercultural de mis padres y de mis abuelas y abuelo materno. En mi primer libro de poesía también habitan otras voces, otros espectros familiares de esta poderosa casa umbría que es el Perú (mi país lleno de riqueza cultural y de tantas fracturas).
Esta pregunta me hace viajar a sentipensar a mis padres y abuelos: Celia, mi madre, quiso ser monja, pero finalmente fue maestra de aula, coordinadora de Orientación y Bienestar del Educando y finalmente directora de una escuela pública. Su trabajo estuvo marcado por su fuerza vital, su liderazgo y por su vocación de servicio. También fue coautora de textos escolares. Recuerdo escenas en las que ella tuvo que liderar un proceso de sensibilización en un salón donde se hostigaba al estudiante brillante que tenía rasgos indígenas y al que todxs apodaban despectivamente “Túpac Amarú”. Recuerdo haber conversado con ese estudiante agradecido por la fuerza y empatía de de mi madre para empoderarlo. Martín, mi padre, era de origen muy humilde, él repetía siempre que quién ha vivido en pobreza extrema se siente más llamado a servir y compartir, era brillante, visionario, emprendedor, generoso. Fue dirigente estudiantil de izquierda, maestro de aula, catedrático, compañero de ruta de poetas de la generación del 60 y 70 (Chacho Martínez, Juan Ojeda, Rosina Valcárcel…); autor de textos escolares que se difundieron desde el norte hasta Tacna, editor independiente y un líder capaz de crear & sostener comunidades para el bien común (fue presidente de la Asociación Peruana de Lectura en los noventa y de varias comunidades) y, además, pudo fraguar una editorial dedicada a los textos escolares de Lengua y literatura…Desde allí sostuvo un diálogo fecundo con docentes a través de talleres que realizaba desde el norte hasta el sur de nuestro país. Lo acompañé a dar talleres de didáctica de la literatura y escribimos juntos algunas antologías literarias escolares y textos escolares.
Autbertha Chaupín, mi abuela paterna, fue campesina en zonas rurales de Yauyos (sierra de Lima), antes de migrar a Lima. Siempre fue ama de casa y encarna desde sus prácticas de maternar a hijos propios y ajenos, y a nietas y nietos, el mismo espíritu de servicio desde una poética vital de cuidar, acompañar procesos de enfermedad con entereza y solidaridad familiar. Rosalía Vásquez Jara y Guillermo Rondón, fueron maestros rurales y líderes pedagógicos y sociales de su comunidad (impulsaron el trabajo de la carretera a Huasta; asesoría a las comunidades campesinas; organización de tertulias artísticas; mecenazgo a orquestas musicales del pueblo de Huasta, tierra de músicos, tierra del fundador del grupo de cumbia “Destellos”.
He respirado el espíritu de servicio por mi familia y lo engarzo con mi proyecto de vida y con mi camino de establecer puentes entre la literatura y la educación, así como de acercar la lectura literaria y la poesía en mi labor de mediadora de lectura. Por eso, he aceptado, feliz y agradecida, compartir talleres en los lugares más diversos; algunos, humildes y remotos. Justamente la cita de Gabriela Mistral que recuerdas en tu pregunta, Ernesto, la escribí como pie de página de una foto de Facebook celebrando el compartir entrañable como mediadora de lectura y escritura creativa con docentes, niñas y niños de la escuela rural Los Pinos en la Isla Lin Lin de Chiloé a fines de marzo de este año en el marco de una invitación de la Universidad de Los Lagos, la Red Patagonia Cultural para participar en varias actividades del Congreso de Educación Artística “Pensar lo Invisible” en la facultad de Educación de la Universidad de Magallanes, liceos y colegios de Punta Arenas, así como una pasantía de educación artística en la isla que menciono.
Esta experiencia significó reencontrarme con la poderosa dimensión presencial de mi trabajo como mediadora de lectura en el ámbito escolar. Me siento profundamente agradecida y honrada de haber acompañado experiencias de escritura poética en la escuela que resultaron cálidas, sostenedoras y muy creativas por la apertura sensible y la buena disposición de las diversas comunidades del sur de Chile. Ahora escribo desde Juliaca-Puno con toda la ilusión de compartir sentires y saberes en clave presencial con la maravillosa comunidad pedagógica de CPUR y en unos días con comunidades de Bolivia en el marco de una nueva edición del Festival de Poesía Jauría de Palabras.
Mi poética vital nutre mi poética escrita (y viceversa). Estas experiencias que comparto en clave presencial con estudiantes, docentes tienen el anhelo de contribuir con la formación de comunidades de lectores y escritores que cuestionen el sistema y sentipiensen otra manera de estar y ser en el mundo. Todo esto nutre mi camino poético y me inspiran a escribir de a poquitos un proyecto poético de largo aliento que se llamará Nosotras, las maestras en diálogo intertextual con el libro de pensamiento pedagógico de Arguedas, editado por Kapsoli Nosotros, los maestros. Y es que estoy convencida que la poesía es un derecho que necesita aterrizar en la escuela desde la apertura, la visión y el esfuerzo de cada integrante del ecosistema del libro y de la lectura, así como de políticas de lectura. Desde una lógica del déficit se cree por ejemplo que la poesía vanguardista no puede aterrizar en la escuela; sin embargo, el gran maestro Arguedas demostró que sí. Sus estudiantes rurales de una remota escuela en Sicuani tuvieron la oportunidad de leer al poeta peruano Westphalen, por ejemplo. Arguedas diseñó rutas para conversar, leer y escribir poesía en diálogo con lo que ocurría en la comunidad y creó con sus estudiantes una revista que se llamaba Pumacahua. El objetivo de esta revista era hermanar a estudiantes de América. Estas experiencias pioneras (de grandes creadores como Arguedas y Gabriela Mistral con gran vocación de servicio y talento para fraguar pensamiento pedagógico) inspiran mi proyecto de vida, mi escritura poética y también mi escritura pedagógica.
—¿Cómo fue el proceso de escritura, la cocina literaria, detrás de La casa umbría?
—Estuve a punto de publicar un poemario el 2000, con la editorial de mi padre. La gran Nobuko Todokoro hizo unas bellas ilustraciones con los seres femeninos que habitaban mis poemas de vocales, un poemario juvenil que escribí influenciada por Rimbaud, Alejandra Pizarnik y Javier Heraud. Pero no me sentí segura por varios factores y lo fundamental fue que sentí que el poemario no terminaba de funcionar poéticamente. Este proceso fallido fue fundamental para mi Casa umbría. Comprendí que la poesía es tiempo y me preparé para mi largo embarazo poético de mi Casa umbría con muchas lecturas, conversaciones y con un largo silencio. Dejé el ropaje de “musa”en mi compartir con el grupo poético Cultivo, me concentré en mi familia, en mi trabajo como educadora y en la elaboración de varios materiales educativos. Siempre leía poesía peruana contemporánea y de muchas partes del mundo. Descubrí Diario de poeta de Martín Adán y me quedé resonando con su Arte poética, especialmente con estos versos:
Poesía, la casa umbría
La defuera de mi pisada…
Poesía, la aún no hallada
Casa que asaz busco en la mía…
Inmediatamente me sentí llamada a responder a Adán sobre lo que era la poesía para mí y empecé a escribir sobre un pozo y la necesidad espiritual y material de sacar las palabras como agua, mover la cuerda, intentar describir el fondo del pozo en clave poética. Todo este proceso era de sentipensar el pozo como medio para un arte poética …y de pronto ocurrió “la ceremonia”, entre en trance y escribí casi de un tirón “El pozo de Huasta”, con mi madre al lado, escandalizada y furiosa de reconocer mucho de mi abuela materna en mi esbozo de poema. Mi madre es amorosa pero también muy fuerte e intensa, me repetía con gritos: “No escribas”. Yo seguí escribiendo. Era un contexto de mi matrimonio en crisis, de mi vida en crisis. Cuando cerré el poema me di cuenta que la poesía me había llevado a un lugar no previsto, a mis memorias familiares, a esa casa umbría que fue Huasta, el pueblo materno ancashino, sin luz eléctrica y umbría por exclusiones, secretos familiares, muertes, violencia de género, enfermedades …y que necesitaba seguir poetizando, constelando y habitando de otra manera las casas andinas de mi infancia, las casas de Lima de mi niñez, la casa de mi juventud, las casas de mi primer matrimonio. Volví a mi poema Chayara, le cambié de título “Martín en Chayara” y después de casi 15 años pude cerrar mi poema …recuerdo la liberación que sentí cuando escribí el verso final: “los abismos y sus constelaciones”. Allí en ese verso estaba concentrado lo indecible de mi abuelo paterno y también el espíritu de mi Casa umbría. A partir de allí, mi poemario fue fluyendo como el río Cañete o como el río Santa, a veces, en palabras de Heraud, bajaba “furiosamente” y a veces el fluir creativo era como de un río “tierno y bondadoso”, dándome a mí agua para beber o a veces arrasándome con la conciencia de una poética familiar llena de claroscuros que se desocultaban desde el estado poético, “en poesía” como siempre dice el poeta peruano Roger Santivañez. Leí mucho sobre poéticas familiares, sigo leyendo y viviendo en esa clave. Ocurrieron muchos eventos de emergencia de salud familiar, me separé de mi ex esposo, mi padre falleció de cáncer, me dio estrés post traumático, estaba deprimida…a contraparte en medio de tanta enfermedad participé activamente de la escena poética de Lima desde el 2016 y siempre que he podido he viajado a regiones para compartir poesía. Algunas poetas se convirtieron en mis hermanas en este proceso, otras dejaron de serlo. Muchas nos reconocimos aprendices feministas y en ese camino infinito de desaprender, aprender, reaprender, sigo. Mis hermanas poetas y mis hermanas de toda la vida (del Pedagógico de Monterrico), más varias hermanas vinculadas al mundo de la educación fueron vitales en mi proceso de sobrellevar tantos duelos. Mi Casa umbría tuvo más de 10 versiones (la estructura inicial era Huasta-Yauyos- Lima), escribía pedacitos (como mi madre cuando escribía fragmentos, plegarias de su desesperación), tejía, corregía, eliminaba, decantaba. Algunas editoriales se interesaron por publicar los poemas que leía en recitales, pero yo estaba como bloqueada e imposibilitada de cerrar mi poemario. Sin embargo, iba fraguando en los hospitales y las clínicas los hilos con los que luego tejía. Fue un tiempo de muchas terapias alternativas, ceremonias de ayahuasca (allí también construí una familia fraterna que perdura). En una ceremonia se me reveló que en mi casa poética no solo tenían que estar las mujeres de mi familia sino todos incluso mi abuelo depredador sexual, mi primo suicida…Volví a los talleres de poesía como participante, aprendí mucho con los maravillosos maestros y poetas Miguel Ildefonso y Rossella Di Paolo. Fue hermoso ganar una beca para creadores porque durante tres meses del primer año de pandemia una comunidad poética y yo fuimos acompañados por Rossella en un taller virtual organizado por la Casa de la Literatura Peruana. Luego de eso, entre en un frenesí creador y di a luz la estructura final de mi Casa umbría: “Ceremonias – Viajes – Constelaciones”. Al final del proceso me di cuenta que lo que había escrito era una travesía de la oscuridad a la luz. En ese momento, Nicolás López-Pérez, poeta y editor, me ofreció publicar mi Casa umbría de manera artesanal, con fe en mi poesía y preocupado por la demora de la publicación peruana. En el proceso editorial, ya en fase de diagramación, yo seguía escribiendo y agregando poemas e ideas creativas al libro, como la inclusión de las Escuderas con fotos serigrafiadas de mi familia de la artista Liliana Avalos y la inclusión de “Ritual” de la artista Rosamar Corcuera. En ese proceso de por fin cerrar la Casa umbría me enfermé, pero incluso con fiebre seguía escribiendo, sufriendo y corrigiendo. Fue un diálogo muy rico y creativo el que establecimos mi editor y yo. El me sugirió incluir mi “Canción de Gelsomina” que yo había guardado para otro libro y siempre me devolvía mi texto con preguntas interesantes. Tuvo la paciencia y la apertura de acoger “Primera Casa”, “En lugar de un Prólogo”, poemas que necesita cerrar para cerrar mi Casa umbría.
Hay gente que me pregunta por qué me demoré tanto en publicar mi primer poemario si hay tantos poemas míos que circulan por internet desde hace algunos años y que aparecen casi iguales en mi libro y yo les respondo que tenía que vivir el proceso del embarazo completo para luego pensar en el alumbramiento, que para mí no era solo juntar poemas y publicarlos sino sentipensar su tejido, el espíritu de su estructura, la unidad poética.
En conclusión, si tuviera que enumerar los “procesos” o “ingredientes” de la cocina de la escritura detrás de La casa umbría serían: infancia, casas íntimas y familiares (la gran casa del Perú & de la Poesía), la lectura literaria, las ceremonias sagradas, el trance poético, el dolor familiar por lo indecible, las enfermedades, la revisión /los bloqueos, la comunidad poética, fraterna & los aprendizajes (y mucho amor familiar atravesando todo el proceso).
–¿De qué manera tu herencia cultural andina y china se encuentran con tu primera vida rural en el Perú y te determinan a abrazar la poesía?
—Pertenezco a una familia de provincianos andinos que migraron a Lima a mitad del siglo pasado. “No hemos nacido en provincia, mas es nuestra sangre” canta mi hermano músico Hernán Condori “Kachuca” del grupo musical Los Mojarras y expresa mi sentir y el de muchos de mi generación que vivíamos entre dos mundos socioculturales (provincia/capital), sufriendo sus brechas y construyendo nuestra identidad híbrida desde ambos.
En los 80 a mí me dolía ese contraste de mi doble vida entre Lima (urbana) y Huasta (rural), una comunidad con aire muy puro, el cielo azul, con una vida más tranquila, con alimentación más sana por la agricultura y la ganadería familiar, pero también con carreteras muy precarias, sin luz eléctrica, sin agua, sin teléfono). Luego de mis tres meses de vacaciones en Huasta, volvía a Lima, a mi colegio de clase media. Algunas de mis compañeras ponían caras de horror cuando yo contaba que había estado en Huasta y otras me decían despectivamente “serrana” o “chola”. Un amigo muy querido hace poco me contó que se me veía muy “provincianita” por mi color de piel, mis mejillas con chapitas rojas por la altura. Además, soy china-chola. Fue en Yauyos cuando mi padre me contó ya de grande que descubrió que su bisabuelo era chino (recordemos que muchos chinos llegaron a Perú en calidad de esclavos y se produjo esta gran fusión cultural). Algunos creían que su apellido Chaupín era chino, pero él había investigado que su apellido en quechua significaba “centro” (incluso hay un Oráculo de Chaupi) y que nuestro apellido Quintana era prestado. Los Cam adoptaron el apellido Campos y los Quin, Quintana. Me contó que vio cartas en chino, monedas chinas, vajilla china…y que siempre le decían que tenía maneras orientales y cierta contención que no era andina. Siempre digo que mi padre me enseñó a escuchar los ríos, en especial, el río Cañete. Me llevaba a contemplarlo en silencio. Este es un motivo afectivo para mi acercamiento lleno de amor a Diamantes y pedernales y Los ríos profundos de Arguedas. Yo viajaba con Ernesto y con don Mariano a esos lugares ancestrales de poesía y resistencia. Esta manera de contemplar la naturaleza, andina y oriental, es aprendida de mi padre. Recuerdo que con el poeta Enrique Verástegui conversábamos sobre nuestros ancestros chinos y sobre el río Cañete. Lo increíble fue que yo encontré el I ching en la Biblioteca de mi padre, leí las instrucciones y empecé a leer con cierto éxito a mis amistades cercanas antes de saber de mi herencia china.
Mis padres me enseñaron un principio importante en el mundo andino: la reciprocidad o “el ramtin” como se le llama en Huasta que consiste en corresponder, agradecer a la Pachamama, agradecer y desplegar ayuda mutua. En mi vida rural andina, iba a la chacra, jugaba con las niñas de mi edad, recogía agua de la paccha, participaba en las presentaciones de danzas de los negritos, los viejitos …acompañaba a mis abuela Rosalía en el ritual de sacar el tocosh del pozo de la casa, participaba en las actividades artísticas que organizaba mi mami y de rituales en los que me curaban del susto, de la pena y de enfermedades pasándome el huevo y el cuy y también participaba de rituales maravillosos y deliciosos como la pachamanca. Me encantaba desenterrar la carne, las papas, las habas de la tierra disfrutar de ese sabor tan ancestral con hierbas andinas que no se encontraban en la capital. Llegué a escribir con mi ex esposo una plaqueta de poesía para niñas y niños. Yo escribí la parte de los poemas que trataban de los rituales andinos y él consejos hermosos de “Maese Cincuentín”.
Yo sé que sería otra sin mi infancia en Huasta. Sé que mi sensibilidad poética se fraguó en Huasta, con mi madre y mis abuelos maternos contando historias en las noches con velas a mí y a mis hermanos. Mi llamado poético se fue dando con tantas experiencias de vida siendo una con la naturaleza, pero también con mi padre enseñándome con su sabiduría oriental y andina a escuchar a los ríos, subiendo al Ñaupahuasi o hasta Chayara para contarme llorando que su casa de infancia también fue una cueva y haciéndome entrar en ella. Recuerdo que en una ceremonia de ayahuasca se me reveló que el cerro yauyino Shashaco era nuestra familia …lo que sientes en la sierra es que todo es tu familia; por eso, el amor y el cuidado a la naturaleza. Esto es fundamental en mi poesía. La fraternidad como ceremonia y la reciprocidad andina son pilares en mi camino vital. Puede parecer que idealizo a mi familia en mi poesía o en mi vida, pero no. Percibo que en mi proyecto poético hay varios poemas con representaciones de ética del cuidado familiar, de desocultamientos y reparaciones familiares, tejidos complejos en las familias, tejidos llenos de claroscuros, trabajos heroicos y comprometidos a costa de menos tiempo con los propios hijos y también heridas hondas por el machismo, la violencia de género y diversas formas de injusticia, exclusión y opresión que atraviesan inevitablemente a nuestros hogares hasta convertirlos en casas umbrías donde los hitos de enfermedades terminales y la muerte llegan y nos encuentran desarmados e indefensos… y allí, desde ese lugar de la vulnerabilidad, he visto y he participado de la construcción de otra poética familiar desde el amor & la reparación, sobre todo, gracias a los profundos aprendizajes con mi maestro mayor de la vida que es Sebastián, mi hijo, maravilloso artista y creador.
—Me gustaría que nos recomendaras diez libros esenciales en tu corazón lector.
—Para mí es imposible responder esta pregunta solo con diez títulos. A mí la lectura literaria me salvó la vida cuando era una niña muda y enfermiza, postrada en la cama a los 5 años. Y la lectura me sigue salvando, especialmente la poesía.
—Voy a nombrar algunos hitos de mi autobiografía lectora, de esa patria eterna que es la infancia: Había una vez, una antología de cuentos y poemas para niñas y niños, mítica edición cubana de la editorial Pueblo y Educación a cargo de Ruth Robés, Herminio Almendros e ilustraciones de Celia Gabriel; La niña del espejo y otros cuentos fantásticos, de Carlota Carvallo de Núñez, madre de la LIJ[1] Perú; los cuentos completos de Andersen (en especial, “La niña de los fósforos” y “El patito feo”); El príncipe Feliz & otros cuentos de Óscar Wilde; El Diario de Ana Frank; y, las dos novelas de aprendizaje sentimental Mujercitas y Aquellas mujercitas de Louisa May Alcott. Además, mitos de diversas culturas. En mi corazón de lectora adulta la lectura LIJ sigue siendo oxígeno en mi poética vital y escrita. En mi labor de mediadora de lectura en tiempos de pandemia, he viajado virtualmente a Huancavelica, Puno y presencialmente a algunos distritos de Lima, a Bolivia, y al sur de Chile. En esta travesía, me han acompañado libros antiguos y más recientes, como el bellísimo libro álbum Migrantes, de la artista peruana Issa Watanabe y El libro de las adivinanzas, del poeta peruano Arturo Corcuera, este libro cuenta con bellas ilustraciones de Nobuko Tadokoro, Rosamar Corcuera (Perú), Patricio Andrade (Chile).
La manera que he elegido para terminar de responder esta difícil pregunta es compartir la “foto” actual de los libros de poesía que están abiertos o cerca de mi mesa de lectura poética inspirando el cierre de lo que iba a ser una plaqueta de poesía y terminó siendo un nuevo libro Constelaciones (la edición peruana de la última sección del mismo nombre de La casa umbría más un texto inédito).
- Algunos poemarios peruanos que honran lo que escribe Mary Oliver: “Creo que todo poema debiera tener pájaros”.
- Donde todo termina abre las alas, poesía reunida de Blanca Varela. Me maravilla lo visual, la hondura y la sabiduría poética de todos sus poemarios. Intervengo una estrofa de Varela en mi poema “Mantra”.
- Poemas de la pájara hornera, de Enriqueta Belevan, edición no venal que me obsequiaron en la librería barranquina Placeres compulsivos. Resueno con su energía poética y sus revelaciones sutiles, bellas y sabias.
- Loca como las aves de Rosina Valcárcel es una ofrenda poética intensa y hermosa. Siento que Mary Oliver en su cita no se refiere solo a las aves concretas, sino a ese vuelo interior que la Poesía inspira. Varios de los poemas de Blanca, Enriqueta, Rosina (y la de tantxs maravillosxs poetas) fraguan en mí ese vuelo.
- Poemarios de poetas peruanas de la Generación del 80.
- Rosa fálica, de Sui Yun. Celebro el misterio sutil de sus sinestesias poéticas y del erotismo de la obra de esta gran poeta peruana amazónica de padres chinos. Una poesía que se hunde en nuestra carne y nos eleva.
- Tablillas de San Lázaro, de Rossella Di Paolo. Una poética maravillosa y profunda sobre la ausencia del amado y las transformaciones. Aquí habita uno de mis poemas preferidos “Sal si puedes II” que empieza con el verso mantra: “Vivo en la casa de la poesía”.
- Las hijas del terror, de Rocío Silva Santisteban. Una poética descarnada para sentipensar en clave poética desde la piel y el alma de las mujeres indígenas víctimas del conflicto armado interno peruano. Aquí la poesía es resistencia.
- Poemarios de dos poetas peruanas de la generación del 90.
- No queremos cazar la noche, de Carolina O. Fernández (mención honrosa del Premio Casa de las Américas 2022). Este libro es ecopoética y denuncia del sistema depredador (de la tierra y de lxs cuerpxs); reivindica el anhelo de gozo claroscuro de las mujeres, víctimas y sobrevivientes. El brillante e intenso poema “Emergencia” mezcla ancestralidad, intertextualidad y voces que dan cuenta de feminicidios en el Perú.
- Diario de una costurera proletaria. Siempre he admirado la brillante poesía de Victoria Guerrero. Este libro lo leo en talleres para maestras, ya que activa con fuerza estética y política las memorias de nuestras abuelas y madres tejedoras o costureras. Guardo este libro objeto (una botella con corcho, hilos y dedales y pergaminos con poemas de este libro) que fragua intertextualidad con un excelente poemario chileno: Advertencia de uso de una máquina de coser, de Eugenia Prado
- Cinco metros de poemas, de Carlos Oquendo de Amat (admiro la vanguardia andina). Trato de honrar el mantra: “Abra el libro como quien pela una fruta” y la obra poética completa de Vallejo, releer a Vallejo es un viaje iniciático a poderes inusitados de nuestra lengua, a poéticas familiares fundacionales, a transgresiones poéticas llenas de alma…a subversivas estéticas y éticas de dolor, pero también de esperanza y solidaridad.
- Álbum de familia, de José Watanabe (en hermosa edición facsimilar de la Casa de la Literatura Peruana). Es para mí un libro guía por su brillante contención poética en clave poética familiar.
- La obra completa, de Emily Dickinson. Siento que su ecopoética y sus poemas de muerte me hermanan a ella. Admiro también dos poemarios muy bellos que he leído que hacen intertextualidad con la poética vital y escrita de esta gran poeta norteamericana. Un jardín para Emily Dickinson, del poeta peruano Miguel Ildefonso y Archivo Dickinson, de la poeta argentina María Negroni.
- Monte de goce, de Enrique Verástegui / Profeta el Cielo de José Pancorvo / Tras el fulgor de los óleos, de Gonzalo Portals son tres tremendos poemarios peruanos muy distintos: mientras Harry “erotiza el lenguaje”, José lo vuelve mística intercultural y Gonzalo puede transfigurar abismos en fulgores barrocos.
- Sueños de un bonzo, de la poeta peruana Virginia Benavides (libro objeto en una caja de fósforos, reeditado recientemente por Estarcido) y Escombrario (objeto de reacción literaria) del poeta y editor chileno Nicolás López Pérez me inspiraron a cerrar mi Casa umbría. Admiro sus poéticas que asumen riesgos formales, fraguan hibridez textual, incendian, transmutan, poetizan sobre la poesía y la vida misma & sus escombros y me llevaron a preguntarme, como escribe Nicolás en una hojita suelta de su cajita: “¿Qué es tener una casa?”.
- En nombre de ninguna, de Rosabetty Muñoz (Ediciones Kuntrún). La lectura de poesía en vivo que más me ha remecido en los últimos tiempos es la de la gran Rosabetty leyendo poemas de este libro en Santa Cruz, Bolivia, en el marco del Festival Internacional de Poesía Jauría de Palabras, que Valeria Sandi (poeta y gestora boliviana) y su equipo organizaron en clave presencial el 2021. Sentí que las y los poetas sudamericanos entramos en comunión con la poética familiar de lo innombrable al escuchar poemas de las dos secciones del libro: “Álbum familiar” y “La sombra de la hija”. (gracias a …) Nombrar a Rosabetty es también recordar la inolvidable experiencia de mediación artística que gestó Sergio Trabucco de la Universidad de Los Lagos: Rosabetty compartió una lectura poética poderosa acompañada de la música del Ensamble de la Universidad de Los Lagos en ese mismo festival. Nombrar a Rosabetty es homenajear a la gran tradición de la poesía chilena escrita por mujeres. Mi percepción luego de viajar por el sur, centro y norte de Chile (recorrer Punta Arenas, Chiloé, Santiago y llegar al Valle de Elqui, a Vicuña y Montegrande) es que el legado literario de Gabriela Mistral sigue creciendo en un contexto de búsqueda de una necesaria y saludable despatriarcalización y descentralización literaria. Me han sorprendido las nuevas y hermosas ediciones críticas de su poesía, ensayos, diarios, correspondencias… En un lugar muy especial guardo y releo estos hermosos regalos de cumpleaños de mi editor: Pasión de enseñar. Pensamiento pedagógico, de Gabriela Mistral, editado por la Universidad de Valparaíso; la Poesía completa, de Violeta Parra de la misma editorial; la Antología Soy Yos, de Cecilia Vicuña y muchos libros más.
Quiero resaltar que en mi poemario cito con profunda gratitud poética a las poetas chilenas Elvira Hernández, Amanda Duran y Rosa Alcayaga… De mis lecturas recientes de poesía escrita por mujeres en Chile, confieso que acabo de leer, maravillada, Shumpall, de Roxana Miranda Rupailaf (me inspira responderle en clave andina de ichiollkos, seres míticos que viven en las lagunas andinas. También destaco la antología Luces desolada(s) en el Estrecho, de la colectiva “Nunca quisimos ser reinas”. Celebro también la reedición del poemario Mujer gallina, de Karo Castro y la edición de PájaraLengua, el primer poemario de Camila Albertazzo, que tuve el honor de presentar junto a Karo en La Serena a inicios de abril de este año.
- Abro el miedo, de Teresa Orbegoso. Un clamor estético, ético y político; un poderoso poemario peruano reeditado el año pasado en Argentina por la editorial Las Furias. Siento que este gran libro no solo poetiza el cáncer, sino que es un gran símbolo de cómo llegamos al Bicentenario de la Independencia del Perú.
–¿A qué le temes?
—Temo a morirme en vida.
–¿Un poema tuyo que leerías en una sala de clases hoy?
—Leería mi poema “Peregrina- Otro final para el cuento de Barba Azul”, en mi última versión que aparece en mi libro Constelaciones, en la sección HERMANAS con citas en Kursiva de Perrault y de las poetas peruanas María Font “Liz Norton” y Enriqueta Belevan, poetas a las que admiro.
PEREGRINA Y SUS HERMANAS
(Otro final para el cuento «Barba Azul»)
Me falta una parte de este país en el vientre
Lourdes Aparición
Peregrina,
espejo errante
en mis venas
(menos la voz,
el eco de un cuento)
y la sangre cayendo de tus encías,
mientras te leo los libros
que quisiste leer de niña
(y Barba Azul, desde abajo, te amenaza).
Y tú clamando, cogida de mi mano:
«Leda, mi hermana,
¿No ves venir a nadie?»
Y yo respondiendo:
No veo más que el sol que resplandece
Y la hierba que reverdece.
Y tú insistiendo…
«Leda, mi hermana,
¿No ves venir a nadie?»
Y yo, angustiada, respondiendo:
Recién puedo ver
una llave manchada de sangre,
un cuarto ataúd con mujeres moradas y
desnudas, durmientes y colgadas.
Tú me escribes:
Nosotras, compañeras de las gargantas sangrantes
y los empaques de ansiolíticos
para nuestros atardeceres…
Yo te entrego, hermana,
las voces engarzadas
de nuestras abuelas, madres y hermanas
como ofrenda de
latidos
las voces de las otras
poetas,
nuestra propia saliva
y la de todas
nuestras bellas pájaras horneras.
Voces como
Lanzas
en el aire
cantando
y
cortando
azules
y frondosos
bosques de barbas
que ahorcan
nuestro corazón.
La travesía
de clavarnos
―y desclavarnos―
del cuarto oscuro de Barba Azul, hermanas,
y ser latido
de los cuerpos
desaparecidos
y ser la Lengua
de nuestros
propios
cuerpos
degollados.
–¿En lo personal cuáles fueron las lecciones que han dejado la pandemia, la crisis política en el Perú, en estos años?
—Considero, como muchos, que se ha desnudado la precariedad del sistema de salud peruano y con esto se ha evidenciado lo que muchos denunciamos: que el crecimiento económico neoliberal no significa desarrollo. El neoliberalismo como sistema no da más. El fujimorismo le hizo muchísimo daño al país, nos divide en gente que normaliza los crímenes de lesa humanidad, la corrupción , la dictadura y los que creemos que sería un retroceso mayor darle el gobierno al fujimorismo. La crisis política permanente evidencia la tara de la corrupción enquistada y, como se decía en el Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, las inequidades persistentes. Siento que se respira actualmente un caos político, un agotamiento y una sensación de creciente incertidumbre.
Frente a este panorama desolador es importante nutrir este actual “raquitismo ciudadano” y ejercer presión ciudadana. Es importante aterrizar los enfoques transversales planteados en educación (equidad de género, interculturalidad…) y prestar especial atención a la salud mental.
En lo personal, creo que necesitamos refundar otra manera de vivir en comunidad, valorar la interculturalidad y dialogar con todas las diversidades. Necesitamos fraguar una poética de vida nueva en la que todxs podamos tener un lugar digno y, por otro lado, necesitamos, desde la escuela y desde diversas instancias, procesar tantos duelos colectivos por la pandemia.
No todo es malo, soy testigo y partícipe de iniciativas de redes solidarias fraternas. Me dan esperanza iniciativas ciudadanas de solidaridad como las del grupo Matico en zonas vulnerables de Cantagallo o las iniciativas sociales de la primera fase de la pandemia de mandar desde las regiones alimentos a sus paisanos de Lima más necesitados Desde el campo del arte también se vieron algunas valiosas iniciativas en clave ayni y minka. La principal lección para mí en estos tiempos es la revitalización de la solidaridad en clave poema “Masa” de Vallejo.
–¿Y para terminar, me gustaría saber cuál es tu mirada del panorama actual de la poesía en la Patria de César Vallejo?
—Estoy atenta a la poesía que se publica no solo en Lima sino también en regiones. Pero estoy muy lejos de creer que lo he leído todo. Creo que es un deber ético visibilizar la diversidad y la calidad de la poesía peruana.
Creo, como muchos, que lo mejor en literatura peruana se viene dando en poesía y, en particular, en la poesía escrita por mujeres.
Sería muy largo referirme a las diversas y brillantes vetas de la poesía peruana, pero para ejemplificar el momento vigoroso que vive la poesía peruana quisiera referirme brevemente, desde una lectura personal, a una sincronía de brillantes poéticas de poetas peruanas de diversas edades y procedencias que en el año del Bicentenario de la Independencia del Perú (2021) publicaron sus primeros poemarios sobre el legado de sus ancestras. Incluso algunos de estos primeros poemarios llevan como título el nombre de sus abuelas o poetizan sobre el rico universo cultural y afectivo de sus raíces. Me refiero a Apacheta de Lourdes Aparición (Apurímac) editado por la editorial feminista Hipatia; Sanchiu de Dina Ananco (Amazonas), coedición de CAAAP y Pakarina; Layqa nativa de la oscuridad de Karuraqmi Purininay (Huancayo), editado por Lliu Yawar; Canción y vuelo de Santosa de Gloria Alvitres (limeña con raíces andinas), editado por Alastor. Todos estos libros dialogan con el trabajo poético pionero de Gloria Mendoza Borda (Mi abuela es mi patria) y con la obra poética de Carolina O. Fernández que está siendo reconocida (obtuvo una mención honrosa en el último Premio de Poesía de Casa de las Américas).
También me gustaría nombrar poemarios muy valiosos y distintos como Cam Girl de Fiorella Terrazas (Lima) editado en edición bilingüe por Dulzorada y Urankancha de Santos Morales Aroní (Ayacucho); editado por Ícata y Cascahuesos) y resaltar que ambos se pueden leer en clave poética familiar (el primero con un registro parricida en un contexto de referentes tecnológicos y nuevas identidades) y el segundo con un universo familiar que revitaliza el espíritu andino.
Y para ir cerrando mi respuesta a esta pregunta, quisiera recomendar el último taller virtual El Laboratorio del poeta peruano Maurizio Medo, justo sobre Poesía peruana, desde una mirada muy crítica. Se trata de un espacio diferente, donde se abren interesantes perspectivas de la poesía actual con invitados y participantes lationamericanxs y de otras partes del mundo. Un espacio donde aprendí en tiempos de pandemia y donde quisiera seguir aprendiendo.
Y para tener una visión de la poesía peruana recomiendo visitar librerías como Escena Libre, Inestable, Placeres compulsivos y en Arequipa, Fabla Salvaje e indagar en editoriales regionales en Ferias editoriales de la Independiente. Si viajan a Lima es fundamental visitar las exposiciones de la Casa de la Literatura Peruana.
Por último, creo que el mejor cierre a tu última pregunta es visibilizar diversas iniciativas de difusión poética peruana que nos permiten ampliar nuestra visión de la poesía peruana (Comentarios reales del escritor Emanuel Grau; las entrevistas de Tere Orbegoso en Trenzando fuerzas; el Mapa de Escritoras Peruanas; La poesía embiste; Poesía en la Ciudad; las entrevistas virtuales del poeta y librero Julio César Zavala en Escena libre; las entrevistas de Sol Negro; las reseñas poéticas de los poetas Pablo Salazar Calderón, Rubén Quiroz, Christian Briceño, entre otros), y agradecer a los Festivales de Poesía de mi país que nos permiten acercarnos a poetas de regiones y a poetas latinoamericanxs, conocerlxs, leerlxs, democratizar la poesía y tejer comunidad poética latinoamericana.
[1] LIJ: Literatura Infantil y Juvenil…muchos todavía la miran como una rama literaria menor. La LIJ es Literatura con mayúsculas.