Noviembre 23, 2024

Entrevista a Claudia Jara Bruzzone: Con «Luz de estrellas muertas», busqué internarme en el imaginario que se ha construido en torno a estas actrices hollywoodenses

 

Por Ernesto González Barnert

Conversé hace unas semanas con la poeta Claudia Jara Bruzzone a propósito de su nuevo libro Luz de estrellas muertas, que subrayan su papel protagónico dentro de las voces actuales de La Frontera. Si con Desove, su libro anterior, logró instalarse plenamente entre los buenos ejecutores del oficio, con poemas donde el hablante echaba mano a todas sus artes y conocimientos para trenzarse —sin perder autonomía—, en el ovillo de su tiempo y espacio, con sus brillos, grises y oscuridades. Hoy ratifica, con creces, buscándose y retratándonos en la mirada de una obra coral a partir de las viejas estrellas del cine hollywoodense, sin perder lo mejor de los mundos que habita o invoca, en su paso por el poema. Claudia, nace en Valdivia, 1986, pero crece y realiza sus primeros estudios en Chaitén, región de Los Lagos. Además es profesora de Castellano y Comunicación por la Universidad de la Frontera. El año 2015 publica la plaquette Cartografía de la ausencia (Ediciones Venérea Violenta). Posteriormente, el año 2018, aparece el poemario Desove (Cagtén Ediciones). Luz de estrellas muertas (Editorial Bogavantes, 2022) es su último libro. Reside en Temuco.

 

—Claudia, aunque naces en Valdivia, te consideras chaitenina en tus primeras raíces. ¿Cómo fue crecer y vivir la adolescencia en Chaitén? ¿De qué manera eso lo conectas con tu inicio poético?

—Soy sureña, siento el sur parte de mí y en ese sentido creo que el papel de Chaitén en mi vida fue primordial al ser el territorio donde esta identidad comienza a construirse. Fue en ese espacio y tiempo donde aprendí las palabras y desde ellas significo y le doy sentido a mis realidades; cada experiencia pasa por el cedazo de ese sur que cargo, mis tiempos y sus pausas, mi modo de habitar también otros lugares están ligados a esa primera forma de contemplar lo que me rodea.

—Tu quehacer poético se profundiza y despega ya como estudiante universitaria en Temuco, ¿de qué manera «La Frontera», el «Wallmapu», marcan tu educación sentimental como escritora?

—Llegar a Temuco fue un remezón, llegué el mismo año que hizo erupción el volcán Chaitén y estaba muy frágil emocionalmente. Durante ese año me refugié en las lecturas y luego ingresé a Pedagogía en castellano y comunicación en la Universidad de La Frontera, para ese momento ya estaba mucho más receptiva y comencé a conocer a otras y otros lectores y me permití conocer la vida y bohemia temucana, fue ahí donde entraron a mi vida personas como Natalia Meza, Felipe Caro, Pablo Ayenao, Jorge Volpi, entre muchxs más; quienes tenían mi edad y habían vivido en la ciudad toda o gran parte de su vida, todxs ellxs estaban – y siguen estando – muy vinculados a las letras y la cultura. Sin duda ellxs son parte de mi formación como escritora al estar ahí, al empujarme a definirme y al continuar con el paso de los años tejiendo esta red de afectos emocionales, literarios y políticos.
Ahora desde otra perspectiva, Wallmapu es un territorio en constante tensión, por un lado a estas a pocos kilómetros, simplemente a las afueras de la ciudad en la comuna de Padre Las Casas o camino a Imperial o Carahue, donde puedes encontrarte con comunidades mapuche, en la misma ciudad están las lagmnen vendiendo sus productos, en la Feria Pinto si prestas atención vas a escuchar a más de un par de personas hablando en mapuzungun y en algún semáforo te puedes topar con una carreta de bueyes cargada con colloy y en ese mismo semáforo una tanqueta policial yendo hacia las comunidades, helicópteros que sobre vuelan día y noche y después de un tiempo, te preguntas si alguna vez Temuco dejó de ser una ciudad fuerte.

—¿Cuál es el arte poética que aúna tu trabajo poético que va desde Cartografía de la ausencia (Venérea violenta, 2015), pasando por Desove (Cagtén,2018) hasta Luz de estrellas muertas (Bogavantes, 2022)?

—Reflexiono bastante sobre las estéticas, es un área de la filosofía que me apasiona mucho, pero creo que es más interesante analizarlas y descubrirlas en lxs otrxs que en una misma. Quiero pensar que mi estética es algo en tránsito o un devenir, soy todas esas escrituras y espero que otras nuevas, ahora bien, hay dentro de ese tránsito algunas rutas permanentes y ahí podría estar la construcción de imágenes, que es algo que percibo en mi escritura de forma involuntaria y que he llevado a los distintos textos que he escrito.

—¿Luz de estrellas muertas, libro que acabas de publicar en una editorial de Valparaíso, Bogavantes, se interna en el imaginario biográfico de algunas de las mayores estrellas hollywoodenses del cine del siglo pasado para leerlas bajo las luces y sombras del plató y la prensa del espectáculo, sin dejar de leerte a ti misma en esas entrelíneas. Un viaje personal –digamos– a través de esos perfiles con los que me parece buscas desfondar la realidad a través del filtro fílmico emocional que envolvió a todas estas grandes divas y marca tu propio «carácter y destino», en un marco además bien estrecho y patriarcal para las mujeres de belleza y éxito, inteligencia y talento, trabajadoras? ¿Qué hilos conceptuales mueven tu obra y decisión de reelectura de estos mitos a través del género poético y los planos objetual, subjetivo y voyeur?

—Claro, efectivamente con Luz de estrellas muertas busqué internarme en el imaginario que se ha construido en torno a estas actrices hollywoodenses; sin embargo mi apuesta en esa búsqueda fue desaparecer como referente del poema toda vez que con Cartografía de la ausencia y su extensión en Desove, tuve experiencias creativas muy íntimas. Intenté distanciarme y que el viaje no fuera personal; no obstante, como tú dices, hay un filtro emocional que atravesar y creo que eso se percibe en el tono del poemario.
Ahora ¿Por qué elegir a actrices del Hollywood clásico? Hay, en esa decisión, dos caras. Por una parte, cierta nostalgia hacia las revistas de papel cuché, revistas que mi nona y mi mamá leían y cuyo vicio me heredaron y mantuve hasta la adolescencia; la contracara de esa historia es menos romántica y se relaciona con asumir que la colonización sigue latente y que ahora es cultural, que como mujeres también hemos sido colonizadas por este mito construido en Hollywood, pero el mito es huella y como tal solo un rastro, podemos reescribir sobre ese mito, resignificarlo y ahí estaba lo poético ofreciendo esa posibilidad. Finalmente, los planos surgieron como necesidades sobre lo qué quería decir y cómo quería decirlo y aposté a trabajar con los planos para jugar un poco con el registro del cine.

—¿Ahora me gustaría preguntarte por 10 libros esenciales en tu mirada, que marcan tu trabajo poético? Y que para ti siguen siendo piezas centrales en el día a día como brújulas de sentido y comprensión, educación y divertimento?

—Hay autores que me gusta leer de forma íntegra y no me podría definir por una sola obra de ellos, ahí están Jorge Teillier, Alejandra Pizarnik, Kavafis, Emily Dickinson y Wislawa Szymborska y están los libros a los que vuelvo como Amapola y memoria de Paul Celan, La belleza del marido de Anne Carson, La pieza oscura de Enrique Lihn, Tala de Gabriela Mistral, Se ha despertado el ave de mi corazón de Leonel Lienlaf y seguiría nombrando tantos libros que me han marcado y guiado, es injusto mencionar solo diez.

—¿Cómo ves el panorama actual de nuestra poesía chilena desde la provincia(s)?

Puedo estar equivocada, pero me da la impresión de que lxs escritorxs que habitamos en provincia, estamos constantemente preocupados de cómo se está llevando la literatura a lo largo del país. Antes, esta mirada hacia el otrx ponía al escritor de provincia en tensión con la capital, ahora esta preocupación se vuelca hacia el conocimiento de nuestra realidad literaria. Es probable que antiguamente el acceso a editoriales y la vitrina que aportaba vivir en Santiago haya sido relevante para el poeta provinciano – no digo con esto que ahora no lo sea – pero, pareciera que ahora las y los poetas estamos prestando más atención a otros sucesos y ahí es donde lo que se está haciendo poéticamente se vuelve enriquecedor porque puedes visualizar que en el norte, centro, sur y en la patagonia hay una literatura muy variada estéticamente, con escritoras y escritores que poseen una obra robusta y que paralelo a esto, comienza a levantarse también la crítica literaria en provincia.
Quizás, en unos años más, en lugar de preguntar a lxs que somos de provincia nuestra relación con la poesía, le pregunten a lxs poetas santiaguinos por qué están prefiriendo trasladarse a la provincia.

—¿De qué manera la obra poética de Pablo Neruda dialoga con tu propio trabajo poético?

Neruda debió ser de los primeros poetas que leí y estoy completamente segura de que fue el primero que escuché. Debe haber una generación de personas que crecimos en los 90’s y podemos recordar la voz de Neruda recitando el Poema XV.
De adulta en la universidad pude profundizar más en su obra y fue también en esos años donde surgieron las lecturas críticas en torno a él como padre y se prestó atención al pasaje de Confieso que he vivido donde se relata una violación.
Mi primera reacción a partir de estos hechos fue tomar distancia del escritor y su obra; sin embargo, actualmente soy contraria a la cancelación, creo que es necesario volver a separar la obra del artista, pero también mirar con ojos de desconfianza las lecturas que estamos levantando como únicas. Creo que el artículo que escribió Verónica Jiménez al respecto: “Pablo Neruda a través de un lente empañado”, fue muy esclarecedor.

—Qué poema tuyo te gustaría compartirnos hoy?

De Luz de estrellas muertas

Para la más bella

Sobre mi cuerpo ha brillado la cámara,
transito entre La mujer con sombrilla de Monet
y El grito de Munch;
mi obra no decorará
los salones del Louvre,
más allá de lo clásico
fui la real avant garde.

Decoré mi obra con atrevimiento,
en mí lucharon las diosas.
Yo, la más bella, mordí el fruto dorado.
Kallisti me llamaron.

Encarno la ruptura
de un cuerpo devenido en obra,
mi voz, canto de sirenas,
hechizó el oído de los machos pop,
pero el brillo de mi cuerpo no fue suficiente.

Detrás de mis pasos los filisteos arrojaron piedras,
de esas piedras esculpí mi figura:
Soy Galatea y Pigmalión,
Narciso frente a la laguna.

Mi palabra es el tránsito,
de noche recorro la periferia,
de día, la calle 47 Este me habita.

Una horda de ninfas y musas
pululan alrededor de Andy,
yo, la mejor de todas,
lo he conquistado inyectando mi obra.

Transito entre un cuerpo olvidado
y este proyecto frente al espejo.
Mi cuerpo deviene en cáncer,
la enfermedad me habita.

Pido que decoren el cuarto,
sábanas blancas,
maquillen mi rostro,
quiero rosas y crisantemos.

Este es mi último brillo para la cámara.

 

—¿A qué le temes como poeta?

—A cansarme, tirar el lápiz y dejar de escribir.

—¿Cuál es el peor error que uno puede cometer en un poema?

—Más que en un poema, creo que la actitud pretenciosa de algunos poetas se proyecta en su escritura. No he visto nada bueno salir de ahí.

—¿Un libro que nunca pudiste terminar de leer?

—Cuando eso pasa suelo pensar que soy yo la que no está preparada para el libro y después de un tiempo lo retomo, generalmente después de eso logro terminarlo, me pasó por ejemplo con Autorretrato en espejo convexo de John Ashbery. En esa oportunidad esperé estar a tono con la lectura y pude continuar.

—¿Tus tres libros favoritos de poesía chilena?

La musiquilla de las pobres esferas de Enrique Lihn
Baile de señoritas de Rosabetty Muñoz
El árbol de la memoria de Jorge Teillier

—¿En qué te encuentras trabajando poéticamente tras la Luz de estrellas muertas?

—Estoy experimentando y dándome la oportunidad de probar temáticas y otros registros, como textos en prosa, tengo varios proyectos paralelos que estoy levantando, pero aún ninguno muy avanzado. Digamos que estoy en fase exploratoria.

—Qué cosas te alegran esta temporada?

—La lluvia en la zona central, cuando llegué a vivir a Valparaíso me impactó mucho el avance de las zonas áridas y la falta de agua, así que cada vez que llueve me alegro por la tierra, pero también me recuerda el invierno sureño.

—¿Una canción que te encanta por estos días?
—«Bar Italia» de Pulp, nunca deja de gustarme.

—¿Un olor que amas?

—A café recién hecho por la mañana.

—Si tuvieras que armar un ciclo de cine, ¿qué 12 películas veríamos ahí y por qué?

—Como me propones pensar en 12 películas, pensaría el ciclo en tres meses, subdividiendo en tres ciclos de 4 películas.
En el primer mes pondría películas que, para mí, tienen una particular mirada de la historia y/o la realidad: Novecento, El olor a la papaya verde, Hombre mirando al sudeste y Caluga o menta.
En el segundo mes, el concepto es más difuso, pero son películas donde pude enamorarme de los personajes femeninos: Breakfast at Tiffany’s , La double vie de Verónique, Betty Blue (37,2° Le Matín), y Lucia y el sexo.
Y finalmente en el último ciclo, películas sobre criminales o crímenes, algunas que generan simpatía y otras incomodidad: El chacal de Nahueltoro, Dog day afternoon, Natural born killers y El club.

—¿Qué tienen las divas de antaño que extrañas en el séptimo arte de hoy?

—Mi cercanía con las divas paso de la admiración a la compasión, creo que esas mujeres soportaron la génesis de la intimidad sobre explotada que vemos hoy y muchas no fueron capaces de sobrellevarlo. Las actuales divas del cine están mejor hoy que sus pares del siglo pasado.

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