Noviembre 21, 2024

Entrevista a Carolina Zamudio: «Si uno está siempre en la curva pronunciada y veloz de la montaña rusa, no puede apreciar realmente el vértigo»

 

Por Ernesto González Barnert

 

Conversamos con la destacada poeta, ensayista y periodista argentina, residente en el Uruguay, Carolina Zamudio (Corrientes, 1973). Entre sus libros destacamos: Seguir al viento (2013), La oscuridad de lo que brilla (2015) Doble fondo XII (antología, 2016), Rituales del azar (2017), Teoría sobre la belleza (2017), La timidez de los árboles (2018), El propio río (2020), Vértice (2020) y Las certezas son del sol (2021). Su poesía ha sido traducida a varios idiomas e incluida en antologías nacionales y extranjeras. Es Fundadora y Directora de la Fundación Esteros. Carolina, escribe con talante claro, narrativo y atemporal en armónico y difícil equilibrio sobre el paisaje mental y cultural que la forma y la despliegue sobre la realidad misma, empujada por el anhelo y deseo, la intuición de la trascendencia, su condición de mujer en este cambio de paradigma, a pesar de las diferencias y complejidades de sentido y sinsentido del mundo interior con el exterior, de los unos y los otros, de ella y ese otro [lector de su poesía] bajo el sello misterioso del amor en un reencuentro pulcro y acerado de su lenguaje y silencio poético.

 

— ¿Cuál es el arte poética que aúna tu trabajo poético que va desde Seguir al viento; La oscuridad de lo que brilla / The Darkness Of What Shines; Rituales del azar/ Rituels du hasard; La timidez de los árboles hasta Las certezas son del sol [Summa Poética]?

Una de mis pasiones es desentrañar el arte poética de otros autores. Contar el mundo y nuestro tiempo desde una mirada y un ritmo propios, un íntimo lenguaje y sensibilidad, sería una forma elegante de salir del paso a una pregunta que me incomoda responder en el caso de mi trabajo poético. Luego, el camino personalísimo y vital, las propias obsesiones, que van desde el paisaje hasta la trascendencia, por caso, posando la mirada en lo pequeño para soñar volverlo universal sería un poco más acertado. Por último, que quien me lea y reseñe llegue a esa médula y la describa, ojalá con la perspectiva que da el tiempo, sería lo adecuado para contestar.

 

— ¿Ahora me gustaría saltar a esos 10 libros esenciales en tu mirada, que marcan tu educación sentimental como diría Flaubert, tanto como escritora, ensayista y productora cultural entre tanto más?

Como suelo hacer ante listas así, apelo a la intuición y la memoria emotiva, y nombro desordenados los que me vienen a la mente ahora mismo:

Un cuarto propio, Virginia Woolf. Lo leí en una tarde, este enero. Increíble cómo tanta lucidez sobre un tema crucial del ser humano pueda tener vigencia cien años después de haber sido concebido. Preocupante, cómo ciertas cuestiones respecto de igualdades de género sigan pendientes.

El evangelio según Jesucristo, José Saramago. Lo leí cuando se publicó en los noventa y me abrió la cabeza e interpeló sobre la libertad en la creación, sobre la importancia de romper toda regla para ser uno mismo y su ritmo. La puntuación, por caso.

Pedro Páramo, Juan Rulfo. Es, simplemente, un libro imprescindible para quien ame o busque el camino para amar la literatura.

Yoga, Emmanuel Carrère. Es una obra valiente y construida de forma magistral, una muestra de que la novela contemporánea no sabe de géneros, es híbrida, casi en el sentido de la teoría de la modernidad líquida de Bauman. A la vez, una paradoja, porque lo que podría denominarse autoficción refleja en el libro ese desasosiego de época, así que contenido y forma dialogan la incertidumbre.

Las gratitudes, Delphine De Vigan. Es un libro con una historia pequeña en la que cabe todo un universo. Nada menos que el de nuestra lucha por ser humanos y ejercerlo.

El infinito en un junco, Irene Vallejo. Una muestra de que una obra de investigación histórica puede ser majestuosa, dinámica, contemporánea. Otro imprescindible para cualquier escritor o lector que se precie.

Mañana en la batalla piensa en mí, Javier Marías. Mantengo desde esa novela un gran idilio amoroso de orden intelectual con el autor. He leído gran parte de su obra, incluso sus cuentos y ensayos. Como cuando alguien se enamora, quiere saberlo todo del alma, la cabeza y el corazón de esa persona. Eso es la literatura del escritor español para mí.

La casa de las bellas durmientes, Yasunari Kawabata. Es de tal sutileza, intensidad, belleza y profundidad ese libro que lo recuerdo como uno de los acontecimientos estéticos que más me perturbaron en la vida.

Serotonina, Michel Houellebecq. Desde el mismo título, la novela es una muestra contundente de época, incluso desde el imperio del mercado que por supuesto también atraviesa la literatura. Lo sórdido, lo misógino, lo prejuicioso hablan de nuestro tiempo. Y el escritor no solo usa la ironía, que es una cara lúdica o cruel de la inteligencia, sino que provoca en cada línea.

El mal de Portnoy, Philip Roth. Es el mejor Roth, que es un superlativo contundente para un grande. Roth es para mí el narrador con mayúsculas de los últimos sesenta años, que hizo además lo que no muchos se atrevieron: se retiró cuando sintió que no tenía nada más que sumar al mundo con su arte.

No nombro libros de poesía porque en ese caso, considero, lo que habla es la obra como tal, no un título, ni tampoco otros de formación —incluso los de espiritualidad— que también fueron esenciales, pero son otro modo de llegar más armados a la literatura, tanto a la lectura como al trabajo de escribir.

 

— ¿Cómo ves el panorama actual de nuestra poesía latinoamericana desde ese faro que es la Fundación Esteros?

Siento y reitero que la poesía late con fuerza hoy en nuestra región. Quizá incluso más luego de 2019, porque las circunstancias históricas democratizaron el acceso, la llegada al mundo, de poetas que de otro modo quizá lo hubieran hecho, pero con un camino mucho más largo. A su vez, este mismo hecho —creo—, aceleró o puso en sobre relieve la avidez por mostrar, estar, hacer… que no siempre honra a la poesía. Es decir, el poeta, considero, como cualquier ser humano con la obligación de reflexionar debe ocuparse en algún momento de su vida del equilibrio y la mesura, la templanza. Porque, como en la vida misma, si uno está siempre en la curva pronunciada y veloz de la montaña rusa, no puede apreciar realmente el vértigo. Hay que bajar, disminuir la velocidad. Y, fundamentalmente, ir hacia adentro. Para después volver al mundo. Enriquecido. El poeta verdadero, incluso sin saberlo, siempre está escribiendo.

 

— ¿De qué manera la obra poética de Pablo Neruda dialoga con tu propio trabajo poético?

No creo que nadie que trabaje, digamos seriamente, con esfuerzo y pasión, la poesía no dialogue —por oposición o convergencia estética— con Neruda. Siento especial devoción por Residencia en la tierra. Entender al ser humano detrás del poeta me ayudó a comprender más íntimamente la búsqueda de Neruda. La biografía El llamado del poeta, de Mark Eisner, fue fundamental en ese sentido.

 

— ¿Qué poema tuyo te gustaría compartirnos hoy?

 

EN TIEMPOS DE SEQUÍA

 

Yo, que prefiero absorber luna

a tomar el sol. regar la noche

de recuerdos y enhebrarlos

en farolas de una calle cualquiera.

Destender el mantel con los restos

y buscar los símbolos en las migas,

subir las escaleras cuantas veces sea

a temer desandar los pasos dados.

Ser vampiro en la niebla, merodear

la casa mientras todos duermen,

ser ama de la noche, esculpir

los deseos en las nubes pálidas.

Que soy pez en tiempos de sequía,

flor insólita en invierno,

búho que descree de su suerte,

señora a merced del viento.

No sé adónde vamos ni porqué

y cada mañana me ahogo

hondo en una página en blanco.

 

(«Vértice», Raffaelli Editore, Italia 2020, traducción al italiano de Emilio Coco)

 

— ¿A qué le temes como escritora?

A perder el don de la contemplación, la intensidad y los altibajos de todo tipo, tan necesarios en la creación.

 

— ¿Cuál es el peor error que has cometido como poeta?

Creerme alguna vez, íntimamente y en lo profundo, poeta.

 

–¿Un libro que no pudiste terminar de leer?

Recientemente, Los vencejos, de Fernando Aramburu, de quien disfruté mucho Patria. Es un libro correcto, pero que usa fórmulas de esa otra obra tan bien lograda. Descubrir ese mecanismo me decepcionó y me dije algo así cómo «para qué poner más tiempo allí».

 

–¿Tu libro favorito de poesía uruguaya y/o argentina?

Si fuera un examen, reprobaría esta pregunta. Es un desafío muy complejo compartir esa elección. Digamos que escojo cinco poetas, siendo enormemente injusta con ambos países: Olga Orozco, Jorge Luis Borges, Roberto Juarroz, Marosa di Giorgio e Idea Vilariño.

 

–¿En qué te encuentras trabajando poéticamente tras tu suma poética?

Acabo de terminar un segundo libro de prosa poética (el primero fue La timidez de los árboles), que anda buscando su destino, un editor… estuve absolutamente metida en él día y noche, dormida y despierta, hasta que llegó a la mejor versión que puedo entregar hoy. Es un libro que, en lenguaje poético, indaga sobre la escritura en un leve tono por momentos ensayístico, tiene algo de ironía y humor, reflexión, cae en lo ficcional, dialoga con otros poetas y hasta personajes de libros, de la vida. En fin. Sufrí, aprendí y crecí —espero— escribiéndolo. También, a pedido, terminé hace poco una selección de Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y Juana de Ibarbourou, con prólogo mío incluido. Todo un desafío.

 

–¿Qué cosas te alegran ésta temporada?

Mi madre de 80 años y mis hijas adolescentes. Esos dos eslabones de la cadena dialogantes, mientras yo, en medio, oigo, juego de espectadora atenta.

 

–¿Una canción que te encanta por estos días?

«Arrancármelo», del argentino WOS.

 

–¿Un olor que amas?

El de mi casa, al volver de viaje.

 

– Por último, ¿cuál es tu visión personal de la poesía chilena?

La poesía chilena es inmensa y profusa. Tiene la solidez del desierto y el magnetismo del mar. Es un sitio al que volver con frecuencia, donde buscar con deleite para salir de allí saciados. En lo personal, siento una admiración particular por Jorge Teillier, Gabriela Mistral y Nicanor Parra, en ese orden. Estoy terminando de leer una biografía sobre Parra, escrita por Rafael Gumucio: Rey y mendigo, que recomiendo a ojos cerrados.

 

*

Revista Altazor de la Fundación Vicente Huidobro nos lega una excelente muestra de su trabajo:

https://www.revistaaltazor.cl/carolina-zamudio-2/

 

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