Crepusculario
Por Alone
[Diario La Nación, 2 de Septiembre de 1923, pág. 4]
Hay una nueva generación literaria…
Y se nos figura que este hecho debería anunciarse con la misma emoción del jardinero al descubrir, en un extremo de la arboleda, todo un nidal de polluelos desconocidos que empiezan a emplumar y ya cantan.
No hace mucho hablábamos de un joven prosista, con finos perfiles de maestro, el autor de Vidas mínimas: hoy nos llega un volumen de poeta, este Crepusculario vespertino y matinal a un tiempo en que Pablo Neruda ensaya su voz y nos da algunas canciones de entonación perfecta, revelándose en todas, aun en las menos felices, lleno de armonía universal y vibrante de generosa juventud.
Como González Vera, ha crecido y se ha formado su fresca adolescencia en una revista estudiantil a la cual dedicamos en crónica anterior palabras que ahora nos parecen incompletas y hasta demasiado severas. Ciertamente no aprobamos el rumbo social, francamente revolucionario, que tiene “Claridad”; pero se le puede perdonar mucho por haber acogido con hospitalidad amplia a los que se inician y dan muestras de talento, realizando, sin medios materiales, la obra que deberían cumplir otras publicaciones poderosas, cerradas casi por sistema a toda novedad interesante. Bastaría el vuelo que en su ambiente han tomado estos dos escritores para justificar muchos yerros; y todavía quedan otros que irán apareciendo más tarde.
Pero hablemos de Pablo Neruda.
Libro de los dieciséis años, Crepusculario tiene contornos un tanto indecisos e insinúa caminos en muchas direcciones(1) ; el poeta está como deslumbrado ante la existencia que lo solicita y su voz aún no se afirma, su corazón no sabe qué sentir. Dice:
Cierro, cierro los labios, pero en rosas tremantes
se desata mi voz, como el agua en la fuente.
Que si no son pomposas, que si no son fragantes
son las primeras rosas
hermano caminante
de mi desconsolado jardín adolescente.
Yya aquí encontramos el signo del artista de nacimiento, la alianza del ritmo y de la imagen para sugerir una emoción, esa mezcla de música, pintura e idea que constituye la magia de la verdadera poesía.
Un pensamiento vago, una impresión profunda, una fantasía universal y el alma de la humanidad vuelve a entonar sus viejas canciones con nuevas palabras, dice sus tristezas, sus alegrías, sus alientos y sus desfalleceres milenarios con expresiones que parecen intactas y hacen revivir. He ahí esa cosa rara, preciosa y emocionante que es un poeta.
Antes de vivir, antes de saber, todo lo sufre y lo conoce y en unas cuantas frases condensa tragedias que los demás han vivido larga y dolorosamente, sin poderlas gritar. Rasgos desligados, manchas de color apenas definidas, y el poema surge:
Fui tuyo, fuiste mía. ¿Qué más? Juntos hicimos
un recodo en la ruta donde el amor pasó…
Fui tuyo, fuiste mía. Tú serás del que te ame
del que corte en tu huerto lo que he sembrado yo.
Yo me voy. Estoy triste; pero siempre estoy triste.
Vengo desde tus brazos. No sé hacia dónde voy…
¡Cómo sentimos aquí la soberanía tiránica del amor, su imperio vital! Vengo desde tus brazos, en ellos he nacido, de ahí arrancó la existencia, en ellos comenzó el mundo… ¿A dónde ir después?
Para escapar de la tristeza, el poeta corre por el campo y se embriaga con la alegría agreste, pone su flauta melódica al compás de las faenas rurales y armoniza al hombre con la tierra. Oigamos esa sinfonía de la trilla, oda ligera y juguetona, especie de danza gozosa, a ojos cerrados:
Sacude las épicas eras
un loco viento festival.
¡Ah, yegua yegua!
Como un botón en Primavera
se abre un relincho de cristal.
Revienta la espiga gallarda
bajo las patas vigorosas.
¡Ah yegua yegua!
Por aumentar la zalagarda
trillarían las mariposas.
Maduros trigos amarillos
campos expertos en donar.
¡Ah yegua yegua!
Hombres de corazón sencillo…
¿ Qué más podemos esperar?
Este es el fruto de tu ciencia
varón de la mano callosa.
¡Ah yegua yegua!
¡Sólo por falta de paciencia
las copihueras no dan rosas!
Nada más. Y nada falta al cuadro. Unas cuantas palabras locas, pensamientos en apariencia desarticulados, la exclamación familiar junto a la reflexión filosófica, todo incompleto, como el azar(2) y la canción se dibuja en el aire, resuena y se termina en nuestro corazón.
Poesía nueva, de una generación ya lejos de la nuestra que mira hacia otros horizontes y está fatigada de lo que a nosotros nos fascinó, la voz de Pablo Neruda no siempre nos llega nítida y a veces la sentimos perderse por senderos que no podemos seguir. No diremos, sin embargo, que va extraviada ni camina a su muerte. ¿Quién escrutará el futuro? Pero a veces su acento se hace claro y como si el viento la hubiera empujado misteriosamente para acercárnosla, nos penetra emoción adentro y traduce con maravillosa fidelidad nuestra visión propia. ¿Se nos perdonará que consideremos éstas las mejores poesías? Todo juicio es una confesión e inútilmente querríamos librarnos de nosotros mismos. Al poeta puede parecerle “Mariposa de otoño” la inferior de sus composiciones: a nuestro sentir queda como la perla máxima de su tesoro artístico, querríamos grabarla con otros caracteres, más vigorosos y más brillantes. Héla aquí:
La mariposa volotea,
y arde —con el sol— aveces.
Mancha volante y llamarada,
ahora se queda parada
sobre una hoja que la mece.
Me decían: —No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.
Yo tampoco decía nada.
Y pasó el tiempo de las mieses.
Hoy una mano de congoja
llena de Otoño el horizonte.
Y hasta de mi alma caen hojas.
Me decían: — No tienes nada.
No estás enfermo. Te parece.
Era la hora de las espigas.
El sol, ahora
convalece.
Todo se va en la vida, amigos.
Se va o perece.
Se va la mano que te induce.
Se va o perece.
Se va la rosa que desates.
También la boca que te bese.
El agua, la sombra y el vaso.
Se va o perece.
Pasó la hora de las espigas.
El Sol, ahora, convalece.
Su lengua tibia me rodea.
También me dice: — Te parece.
La mariposa volotea,
revolotea
y desaparece.
Volvemos a encontrar las características de Neruda, el desmadejamiento, la falta de encadenación inmediata de las ideas y las imágenes; pero aquí los vacíos se iluminan y en las penumbras intermedias vibra todo lo que no se ha dicho, todo lo que nosotros queríamos decir, nuestro sueño interior, el ansia secreta y dolorosa. Especie de miserere apagado, a la sordina, con la cabeza inclinada, reúne en maravilloso acorde la virtud de la imagen, el tono, la idea y el ritmo, hace converger todos los elementos materiales, sentimentales e intelectuales de la poesía hacia una sola impresión y la graba con fuerza indeleble. Es uno de esos aciertos plenos que tienen los poetas, como la “Lluvia” de Pezoa Veliz, la “Canción” de Guzmán Cruchaga, “El ruego” de Gabriela Mistral, “El canto de otoño”, de Magallanes Moure, trozos que se desprenden solos del volumen para tomar su puesto en una antología y vivir para siempre. No hay nada que agregarles ni nada que quitarles.
Todo el libro de Pablo Neruda, como un cristal de mil pedazos, está sembrado de reflejos semejantes, y si pensamos que el poeta tiene apenas veintitrés años, comparándolo con el comienzo de otros que han llegado lejos, podemos justamente esperar que así como ahora se adelanta a los de su generación y los supera, con el tiempo, si no se interpone el ciego destino, descollará entre los mayores no sólo de esta tierra y de esta época.
NOTAS
(1) Como en casi todos nuestros poetas jóvenes, pueden señalarse en Neruda influencias de Gabriela Mistral; pero en él están menos visibles, porque le falta por completo el fervor místico, la pasión religiosa de la autora de Desolación. Es un pagano.
(2) Es lo que hace Debussy en música, según García Oldini, una especie de irización del sentimiento, análoga a las disociaciones de ideas de que hablaba Remy de Gourmont: romper y proyectar en todos sentidos, sobre todo en un sentido diverso del tradicional, las frases, las imágenes y las palabras habituales. Rasgo común a los innovadores que no quieren tan lo faire mieux como faire autrement (Faguet).