Diciembre 21, 2024

«Chile Guevara», pintor, poeta, dramaturgo y boxeador

 

Por Darío Oses

 

 

En Europa Álvaro Guevara fue reconocido como uno de los más singulares pintores de la vanguardia. En Chile muy pocos lo entendieron. Entre ellos Juan Emar. La crítica conservadora, desconcertada, optó por destrozarlo o, peor aún, ignorarlo. Pero ningún crítico pudo negar los éxitos del pintor en el boxeo, que para él era más importante que el arte: el cuadrilátero era la tela donde  pintaba sus peleas.

La familia Guevara había emigrado a Inglaterra después del terremoto de Valparaíso de 1906.  En1910 se establecieron en Bradford con negocios textiles. El padre hizo que Álvaro estudiara las técnicas industriales del ramo, para que se incorporara a la empresa familiar. Pero el muchacho se matriculó secretamente en la escuela de artes de la ciudad. En 1912, a los 18 años,  obtuvo una beca para estudiar en el Slade School of Arts, de Londres, que entonces era uno de los mejores centros de formación artística del Inglaterra.

Con el tiempo fue ganando buena y mala fama. En los años 20, en Londres, era alabado y cuestionado por personajes como Roger Fry y Ezra Pound. En París, fue amigo de Gertrude Stein, René Crevel y Pablo Picasso. El historiador del arte Richard Shone lo calificó como “una de las figuras más floridas del período”, describiéndolo como “aristócrata sudamericano”, “boxeador tan bueno como pintor y poeta”, y uno de los muchos candidatos a marido de Nancy Cunard, la bohemia y activista que pudo ser reina, pero terminó marcada por la aristocracia británica con el signo de la maldición.

Este libro de Amalia Cross, es una breve y contundente biografía de Álvaro Guevara, que se aproxima a la complejidad del personaje y descubre cierta secreta coherencia en su aparente dispersión. Incluye testimonios que lo describen como un personaje  ininteligible y oscuro, que “hablaba confusamente de asuntos que nadie entendía”, con desvaríos y exabruptos. El personaje fue un misterio que Amalia Cross trata de descifrar, recurriendo a archivos y a testimonios de personas que también se empeñaron en este intento.

La autora comenta que “el aspecto literario de su personalidad lo convirtió en un foco de atracción para los escritores que oían hablar de él, como si fuera un misterio o una incógnita por resolver.”

Su única hija, Alladine Guevara, afirmó que su madre, “pese a la atracción que sentía por los hombres extraños y extranjeros (…) nunca logró comprender la forma de ser de su padre.”

Para explicarse la extrañeza de su personalidad, se recurrió al expediente del determinismo geográfico: Guevara era como era porque venía del otro lado del mundo, que es casi como  decir de otro mundo, es decir de Sudamérica “donde pasó su infancia en un contexto de misticismo católico español y el trasfondo mágico de los indios araucanos.”

El apodo de “Chile Guevara” con el que lo conocían en Europa, al reemplazar su nombre propio por el nombre de su lejano país, se convirtió en una marca de alteridad.

Cross lo describe como inquieto y esquivo, y agrega que no “formó parte de ningún movimiento artístico ni suscribió ideas estéticas ajenas.” Anota a continuación:

La postura de Guevara frente al arte fue, ante todo, una actitud materializada en las acciones y obras que realizó en el transcurso de su vida. Su trayectoria, por lo mismo, describe una línea curva y discontinua que avanza y retrocede sobre el mapa, que gira repentinamente y cambia de rumbo y de estilo una y otra vez (…) En cada uno de esos giros se altera su historia y su obra, lo que hace de él una figura errática, hasta cierto punto periférica, fragmentaria, múltiple y completamente susceptible a la noción de cambio que exacerbaba la modernidad.

En 1920, a los 26 años, se convirtió en el pintor más joven y el primer latinoamericano cuya obra se incorporaba a la colección de arte moderno de la Tate Gallery, cuando esta compró su obra The editor of Wheels.

La prensa nacional se ocupó tardíamente de él. El escritor Carlos Silva Vildósola, a la sazón corresponsal en Inglaterra del diario El Mercurio, fue el primer chileno que escribió sobre Guevara, mientras los ingleses discutían sobre si era un pintor  incomprensible o un genio incomprendido.

Silva Vildósola, citado por Cross, lo retrataba como “un hombre que parece sumergido en un sueño, envuelto en una bruma” y como un “silencioso” al que había sido difícil sacarle algo acerca de sus ideas artísticas y su vida, y agregaba: “Una vez se animó: fue cuando me habló del box y de su afición entusiasta por ese sport.  A Álvaro Guevara se le puede hallar malos los cuadros, no tiene vanidad alguna; pero es preferible reconocerle que es un excelente boxeador.”

Estuvo en Chile entre 1922 y 1926. En esos años artistas chilenos becados en  Europa, empezaban a regresar al país, con ideas e intenciones de renovación del arte. La vanguardia se abría paso contra los vientos y mareas del arte académico. Guevara presentó cinco cuadros en el Salón Oficial de 1923. Estos fueron las que generaron más polémica. Como acota Cross “…ante las obras de Guevara, los mismos críticos reconocieron públicamente no poseer ninguna clave para comprender su estética.” Y más adelante añade: “Y dado que la obra no pudo ser asimilada, era mejor olvidar a su autor.”

A principios de 1924 Guevara obtuvo un triunfo que nadie discutió. En un match contra Zózimo López, ganó el campeonato de box de Valparaíso en la categoría de peso mediano.

Como apunta la autora:

En ese momento, el desarrollo del boxeo contrasta aceradamente con el retraso de la pintura. Por esa razón, Emar se sirve del deporte para intentar perfilar una nueva actitud para el artista en la modernidad, centrándose en el presente y en la acción. La coreografía del pintor frente a la tela sería equivalente a la del boxeador sobre el cuadrilátero: el artista debía crear una obra con movimientos de ataque, ejecutados con la fuerza, precisión y estilo necesarios para para remecer el estado de las cosas y provocar una reacción en el receptor, una renovación en el arte.

Terminado el Salón oficial, Guevara se fue al sur a pintar escenas de la vida del pueblo mapuche y del paisaje en el territorio en que estos vivían. Ahí convivió con las comunidades, conoció de primera fuente su cultura y participó en sus rituales.

Volvió a Europa con cerca de 50 pinturas. Exhibió 34 en noviembre de 1926, en Londres, en la galería Leicester, en una muestra titulada Painting of Chile, en cuyo catálogo se decía que Guevara, “uno de los más interesante pintores jóvenes” del momento”, regresaba a Londres con un tema nativo.

En una nota del Evening  Standard londinense, se destacaba que estas pinturas eran resultado de una experiencia de vida del autor, que había pasado un tiempo con los indígenas, participando en ritos como el de una procesión funeraria en que, gracias a la cercanía que había establecido con los mapuche,  “pudo galopar con su caballo y ayudar en este proceso de espantar al demonio.”

Luego fue desinteresándose de la  pintura en favor de la poesía y el teatro. El novelista Salvador Reyes, citado por Cross, opina que “el aspecto literario de la personalidad de Guevara” se manifestó en su pintura: “en sus retratos imaginarios, en sus flores irreales.” Reyes agrega que aun cuando “este sector de su obra es el menos valioso pictóricamente”, resultaba “muy interesante para penetrar en su inquieta  y compleja personalidad. Las flores monstruosas y los rostros nunca vistos son los testimonios secretos dejados por este gran soñador.”

Al volver a París, en 1927, a través de Nancy Cunard, Guevara conoció a los amigos de Breton y se interesó en el surrealismo, pero su obra no recibió la influencia de este movimiento. Como afirmó Salvador Reyes, “Guevara es sin parentescos.” Su pintura también fue la de un solitario.

Reyes comentó que Guevara “tenía en su mano todos los elementos de su arte, pero moralmente, psicológicamente, parecía deshecho. ¿Por qué? Nunca lo supe. Era un ser misterioso, un hombre siempre alejado del momento que vivía y de lo que lo rodeaba.”

 

Recuadro

 

 “Chile Guevara” y sus quinientos millones de papas

Neruda cuenta en sus memorias que conoció a “Chile Guevara” en París, poco antes de que estallara la segunda guerra mundial. Un día el pintor  lo llamó por teléfono para invitarlo a hablar de “un asunto de primera importancia”.

Neruda venía de la guerra civil de España. Veía acercarse la guerra mundial. Los escritores combatían al fascismo en el frente de la cultura. Guevara se mantenía al margen de esta lucha. El poeta acudió a su llamado y relató así este encuentro:

—De qué se trata? —le pregunté.

—No hay tiempo que perder —me respondió—. No tienes por qué ser antifascista. No hay que ser antinada. Hay que ir al grano del asunto y ese grano lo he encontrado yo. Quiero comunicártelo con urgencia (…)

—Bueno, dime de qué se trata. La verdad, Álvaro, es que ando con muy poco tiempo libre.

—La verdad, Pablo, es que mi pensamiento está expresado en una obra de teatro, de tres actos. Aquí la he traído para leértela —y con su cara de cejas tupidas, de antiguo boxeador, me miraba fijamente mientras desembolsaba un voluminoso manuscrito.

Presa del terror y pretextando mi falta de tiempo, lo convencí de que me explayara verbalmente las ideas con las cuales pensaba salvar a la humanidad.

—Es el huevo de Colón —me dijo—. Te voy a explicar. Cuántas papas salen de una papa que se siembra.

—Bueno, serán cuatro o cinco —dije por decir algo.

—Mucho más —respondió—. A veces cuarenta, a veces más de cien papas. Imagínate que cada persona plante una papa en el jardín, en el balcón, donde sea. ¿Cuántos habitantes tiene Chile? Ocho millones. Ocho millones de papas plantadas. Multiplica, Pablo, por cuatro, por cien. Se acabó el hambre, se acabó la guerra. ¿Cuántos habitantes tiene China? Quinientos millones, ¿verdad? Cada chino planta una papa. De cada papa sembrada salen cuarenta papas. Quinientos millones por cuarenta papas. La humanidad está salvada.

Cuando los nazis entraron a París no tomaron en cuenta esa idea salvadora. Detuvieron a Álvaro Guevara una noche de frío y niebla en su casa de París. Lo llevaron a un campo de concentración y ahí lo mantuvieron preso, con un tatuaje en el brazo (…) Hecho un esqueleto humano salió del infierno, pero ya nunca pudo reponerse. Vino por última vez a Chile como para despedirse de su tierra; dándole un beso final, un beso de sonámbulo, se volvió a Francia, donde terminó de morir.

Gran pintor, querido amigo, Chile Guevara, quiero decirte una cosa: Ya sé que estás muerto, que no te sirvió de nada el apoliticismo de la papa. Sé que los nazis te mataron (…)

No me importa el sitio, ni el honor (…) Me importa el que no nos hayamos conocido más, entendido más, y que hayamos cruzado nuestras vidas sin entendernos, por culpa de una papa.

Nota final: La obra de teatro que Neruda no escuchó, la leyó Salvador Reyes que, siempre citado por Cross, hizo este relato:

Vino a mi casa y me trajo una de sus comedias. La leí con estupefacción, sin comprender gran cosa. Había frases ingeniosas, inteligentísimas, pero me pareció que la obra no tenía asidero y que era lo más irrepresentable del mundo. Todos los personajes salían a escena vestidos de pájaros y hablaban inmóviles. No había acción.

 

 

Álvaro Guevara. La tela, el papel y el cuadrilátero. Amalia Cross.  (Mundana Ediciones. Santiago, 2019).

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