Toda la noche he dormido contigo
junto al mar, en la isla.
Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño,
entre el fuego y el agua.
Tal vez muy tarde
nuestros sueños se unieron
en lo alto o en el fondo,
arriba como ramas que un mismo viento mueve,
abajo como rojas raíces que se tocan.
Tal vez tu sueño
se separó del mío
y por el mar oscuro
me buscaba como antes,
cuando aún no existías,
cuando sin divisarse navegué por tu lado,
y tus ojos buscaban lo que ahora
–pan, vino, amor y cólera–
te doy a manos llenas
porque tú eres la copa
que esperaba los dones de mi vida.
He dormido contigo
toda la noche mientras
la oscura tierra gira
con vivos y con muertos,
y al despertar de pronto
en medio de la sombra
mi brazo rodeaba tu cintura.
Ni la noche, ni el sueño
pudieron separarnos.
He dormido contigo
y al despertar tu boca
salida de tu sueño
me dio el sabor de tierra,
de agua marina, de algas,
del fondo de tu vida,
y recibí tu beso
mojado por la aurora
como si me llegara
del mar que nos rodea.
El poema está incluido en Los versos del capitán, un libro que Neruda publicó en 1952 de manera anónima, y que fue reconocido por su autor 10 años más tarde, en 1962. Cuando escribió el libro, Neruda continuaba casado con Delia del Carril. Sin embargo, el libro estaba dedicado a Matilde Urrutia, que sería su tercera esposa.
Dice Neruda en la “Explicación” del libro, fechada en Isla Negra en noviembre de 1963:
Mucho se discutió el anonimato de este libro. Lo que yo discutía en mi interior mientras tanto, era si debía o no sacarlo de su origen íntimo: revelar su progenitura era desnudar la intimidad de su nacimiento. Y no me parecía que tal acción fuera leal a los arrebatos de amor y furia, al clima desconsolado y ardiente del destierro que le dio nacimiento.
Por otra parte pienso que todos los libros debieran ser anónimos. Pero entre quitar a todos los míos mi nombre o entregarlo al más misterioso, cedí, por fin, aunque sin muchas ganas.
¿Que por qué guardó su misterio por tanto tiempo? Por nada y por todo, por lo de aquí y lo de más allá, por alegrías impropias, por sufrimientos ajenos. Cuando Paolo Ricci, compañero luminoso, lo imprimió por primera vez en Nápoles en 1952 pensamos que aquellos escasos ejemplares que él cuidó y preparó con excelencia, desaparecerían sin dejar huellas en las arenas del sur.
No ha sido así. Y la vida que reclamó su estallido secreto hoy me lo impone como presencia del inconmovible amor.
Entrego, pues, este libro sin explicarlo más, como si fuera mío y no lo fuera: basta con que pudiera andar solo por el mundo y crecer por su cuenta. Ahora que lo reconozco espero que su sangre furiosa me reconocerá también.
Pero, ¿Cuál es la isla que menciona Neruda en el poema? ¿Es la Isla de Chiloé, donde vivió junto a Rubén Azócar entre 1925 y 1926? ¿Es la Isla de Java, donde fue Cónsul de Chile entre 1930 y 1932? ¿Es Isla Negra? ¿Esa isla que no es una isla, con la casa que Neruda compró en 1939, y que bautizó recordando tal vez a Sumatra? En una carta, fechada el 5 de septiembre de 1931, que le envía al escritor argentino Héctor Eandi, desde Java, Neruda le dice que está tendido en la arena mirando la «isla negra de Sumatra».
Ninguna de las anteriores. Se trata de la isla de Capri, en Italia, en la que permanecieron Pablo y Matilde entre enero y abril de 1952.
Dice Matilde en Mi vida junto a Pablo Neruda:
Cuando todo estuvo preparado, llegó el día elegido para nuestra ceremonia. Muy temprano, brindamos con Amelia y le dimos su tarde libre, necesitábamos estar solos. Pablo tenía todo preparado para hacer la decoración de la casa, yo me fui a la cocina, le hice un pato a l’orange y muchos platitos pequeños de pescados en diversas salsas y camarones de varias maneras.
Cuando todo estuvo listo, le entregué el menú y él me llevó a ver su decoración: al mirar todo aquello, sentí no poder más de felicidad, algo iba a estallar dentro de mí. Miré esos muros llenos de flores, de ramas, y en todas partes se leía Matilde, te amo o Te amo, Matilde, con letras grandes, recortadas en papeles de todos colores. Nos abrazamos largamente. Salimos a la terraza. Una luna llena, brillante, había acudido a nuestra cita.
Allí, en la terraza, temblorosa de emoción, vestida con mi traje verde que daba luces, sentí que esa luz de la luna no era fría, había algo alrededor nuestro, un embrujo extraño. Allí Pablo, muy serio, sin un asomo de broma, le pidió a la luna que nos casara. Le contó que no podíamos casarnos en la tierra, pero que ella, la musa de todos los poetas enamorados, nos casaría en ese momento, y que ese matrimonio lo respetaríamos como el más sagrado. Tomó mi mano y me puso el anillo. Pablo me aseguró que la gran boca de la luna en ese momento se movía. Estaba dándonos su bendición, de eso estábamos bien seguros. Ya estábamos casados, nos besamos largo, largo…
El poema, forma parte de Los Cantos del Capitán, un ciclo de quince canciones, en la mejor tradición del lied, escritos por el compositor Sergio Ortega sobre poemas del libro Los Versos del Capitán, de Neruda.
Les presentamos el poema recitado por Pablo Neruda, y una versión para tenor y acompañamiento de cuerdas, en la voz del tenor Héctor Calderón: