Por Ernesto González Barnert
Tras un largo camino en la literatura, Luis López González (Santiago, 1965), da con su primer libro oficial, aunque ya circuló uno, Hexagramas (2019) con su nombre. Un poeta que hace de su periplo casero, en muchas de sus variantes sentimentales e intelectuales, un taller a ras de piel, donde afina la vida y la obra, a través de la poesía, manteniendo el aliento obstinado del tono menor, la fuerza de los rezagados, el rugido ciudadano, el sello sincero y tranquilo de los sobrevivientes a las vicisitudes del sistema y el cosmos.
–¿Cómo fue el proceso creativo, la cocina literaria, detrás de Deshabitaciones?
—El año 1991 me retiré de la poesía y la actividad literaria. Durante los siguientes 25 años mi vida siguió otros derroteros: el mundo profesional, laboral, familiar, económico. Sin embargo, nunca dejé de escribir en silencio, en una ajenidad que me laceraba. Este libro habla de ello, de ese desarraigo de habitar un espacio, una sociedad, que no era mi vida real. Cada espacio que habité fue en realidad un deshabitar, una extrañeza de vivir el sinsentido. En un primer momento, mi idea fue publicar solo textos de esos espacios físicos (Cárceles, Motel, Sala de cine), y que debía cubrir otros: sala de clases, cuartel, quirófano. Pero en algún momento, también aparecieron los otros espacios que uno habita, los síquicos, los espirituales, y que comprenden la segunda parte del libro: Anónimo, Eslabón perdido, Desconocido. Fue una opción personal no construir un libro orgánico, ni con un tratamiento del lenguaje tan en moda hoy. Se trata más bien de una atmósfera emocional.
–¿Me gustaría ahora llevarte a diez libros que te marcan en lo personal como poeta, son esenciales en tu educación sentimental, siguen ahí contigo?
—En términos personales hablaría más de obras que de un libro en particular de algún autor. Por ejemplo, Kavafis completo, un opus pequeño, lo estrictamente necesario, pero ello basta para establecerse como una de las imprescindibles escrituras de la historia. Cesare Pavese igual, dos pequeños libros de poesía más su diario de vida El oficio de vivir, Toda la poesía de Gonzalo Rojas, quien escribió y reescribió un único libro con diferentes nombres, al modo de Whitman y sus diversas ediciones de Hojas de Hierba. Me gusta mucho la poesía de Philip Larkin.
En nuestra lengua, García Lorca, a quien devoré en 2 tomos de una bellísima edición que incluía sus dibujos. Pero tambien a los novísimos españoles, en especial Leopoldo María Panero (Poemas del maniconio de Mondragón). Ernesto Cardenal y sus epigramas. Pablo de Rokha, a quien tuve el privilegio de leer en primeras ediciones autografiadas y que guardaba un amigo como herencia de sus abuelos.
Fuera de la poesía, siempre he sido un lector voraz. Y no solo literatura, tambien sociología, filosofía, ciencias naturales. Un libro que destaco, por ser fundante de mi pensamiento, es El fenómeno humano, de Teilhard de Chardin. Tambien los diarios de Elías Canetti, en especial, La provincia del hombre.
Y novelas, muchas novelas. Los Detectives Salvajes y 2666 de Roberto Bolaño. Los ríos profundos de Argüedas. Todo Kafka, a quien leí íntegro. Los Hermanos Karamazov, un novelón que leí a los 8 años.
—¿Qué significa en lo personal “Enotra”?
—El colectivo «Enotra» fue un lugar de privilegio en una época muy oscura. Como jóvenes talleristas de la Sech, varios de los participantes en ellos conformamos este grupo con el fin de mostrar nuestro trabajo, poner una bandera en un desierto. Entre los integrantes estaban Malú Urriola, Nadia Prado, Pedro Mardones (Lemebel), Raúl Muñoz (Poeta OZZ), Germán Carrasco y varios más. Durante tres años (1985-88), hicimos lecturas, eventos, recitales de poesía, happenings, se publicaron fanzines con nuestros textos. Fue nuestro modo de sobrevivir y comenzar a caminar por este abismo que es la poesía.
—¿De qué manera la obra poética de Pablo Neruda dialoga con tu propia obra?
—Neruda es inconmensurable. Siempre he dicho que es un bosque que no deja ver los árboles. Ya en su época su sombra empequeñecía al resto de lo que hoy llamamos la tradición poética chilena. Es ineludible estudiar su obra, la época de las Residencias, su obra mayor, el Canto General, sus Odas, su periodo de madurez. Siempre he apreciado en él la capacidad de metaforizar la realidad cotidiana, que el lenguaje sea al mismo tiempo simple pero bello.
–Volviendo a tu poesía ¿Cuál es el arte poética que aúna tu trabajo literario que va de Hexagramas a Deshabitaciones?
—Menuda pregunta. Cada proceso escritural tiene sus propios engranajes, sus preguntas y respuestas. De algún modo me planteo desde una reflexión y a ella la bombardeo con tesis, contradicciones, pesadillas, experiencias. Tanto Hexagramas como Deshabitaciones son ensayos respecto de cuestiones vitales: quién soy, qué hago aquí, adónde voy. Indagar en la condición humana es el motor de mi escritura.
–¿Cómo ves el panorama actual de poesía chilena?
—No deja de impresionarme la vitalidad y diversidad de la poesía chilena. Veo tres grandes líneas escriturales: la feminista (Gladys González, Elvira Hernández, Carmen Berenguer), la de pueblos originarios (Elicura Chihualaf, Leonel Lienlaf, David Añiñir), y las voces personalísimas de ciertos poetas que escriben a contramarcha de su entorno (German Carrasco, Gloria Dünkler, Leonardo Sanhueza).
Por supuesto, esta enumeración no abarca todo el conjunto de lo que hoy se escribe. Existe poca crítica literaria, un conocimiento difuso de la tradición poética, a excepción de los poetas del canon (Neruda, Mistral, Parra, Lihn, Teillier) e incluso ellos lo son fragmentariamente.
Falta difusión, enseñanza en las aulas de básica, apoyo público/privado para una actividad que acompaña al hombre desde la fundación de la Humanidad.
–¿A qué le temes?
—Viví 17 años una dictadura militar, de los 8 a los 25. Todo el horror, la inequidad, el abuso, el silencio y el clima de muerte estuvieron presentes durante el fin de mi niñez, la adolescencia y la juventud. Todo ello siguió, con otros nombres, «la transición democrática», «la medida de lo posible». ¿A qué le temo? A mentirme, a tener una vida acomodaticia, a mirar para otro lado cuando la injusticia y la cultura de la negación siguen ahí, en los puestos del Poder. Le temo a convertirme en uno más de los cómplices pasivos de asesinos y corruptos, de lamebotas de la elite de este país de hipócritas y mediocres.
–¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?
—Creer que lo es. Que es un ser especial, con una sensibilidad mayor o diferente a los demás. Que su arte o actividad lo convierte en un faro que ilumina su época. Un poeta es igual a todos los demás hombres, con afanes y derrotas, con momentos de felicidad y sombras. Y lo que importa en verdad es que sea honesto consigo mismo y con el tiempo que vive. Que la memoria que lo habita nutra el futuro que sueña.
–¿Un libro que no pudiste terminar de leer?
—Muchísimos. La literatura está plagado de malos libros. Pero también no he podido con algunos libros canónicos. La saga de Proust, por ejemplo. Él es un genio estilístico, tiene el talento de un microscopio para describir su época y la sociedad en que vivió, pero me pregunto si en vez de escribir sobre la opulencia y refinamiento de la clase acomodada de fin de siglo decimonónico hubiera detallado el despiojamiento de los desposeídos tendría el mismo efecto de atracción que concita hasta hoy. Del mismo modo, me ocurrió con El hombre sin atributos de Robert Musil. Otro ejemplo es Emil Cioran, pero por una razón diferente: su visión escéptica de la humanidad es aterradora. Cada palabra que señala es cierta, pero es el horror mismo. El abismo ante lo cual no hay sino un camino que lleva directo a la muerte.
–¿Tu libro favorito de poesía chilena?
—Es complicado nombrar un único título o autor. Además, el gusto, la influencia o las edades que uno vive tienen cada uno su momento. Pero sin dudas, Del Relámpago, de Gonzalo Rojas fue un libro que me remeció. Tambien La pieza oscura, La musiquilla de las pobres esferas y A partir de Manhattan, de Enrique Lihn; la antología Proyecto de obras completas de Rodrigo Lira.
–¿En qué te encuentras trabajando poéticamente ahora?
—A pesar de sonar caótico, estoy intentando descifrar varios proyectos de escritura coetáneamente. Antes del estallido social estaba escribiendo un libro sobre la metamorfosis y los sueños intitulado El idioma de las larvas. Pero la efervescencia social y la posterior temporada de encierro y pandemia me llevó a otra introspección, que ha generado una serie de textos que de modo provisorio se agrupan en Pareidolia, y que hablan de lo que es la realidad o lo que creemos ver por tal.
–¿Qué cosas te alegran en esta temporada?
—Volver a la «normalidad» se agradece. El reencuentro con amigos, los hijos, la actividad cultural. Vivir intensamente este momento crucial de nuestra historia nacional, llena de presagios y batallas que no podemos ni debemos esquivar. Como dijo el cineasta ruso Andrei Tarkovski: «El futuro nos persigue como un demente armado con un cuchillo»”.
–Un poema tuyo que te gustaría compartir con nosotros este día?
MINOTAURO
Hay una entrada y una salida
el laberinto eres tú
tu cuerpo llagado y sus sombras erectas
el deseo de poseer vírgenes
y beber la sangre de tus enemigos
Acaso sueñas con un país distinto
donde retozas con hijos relucientes
junto a una alberca en tu parcela
con vecinos adinerados y cosmopolitas
en la dicha de ser recordado
como el ícono de una edad dorada
Así te sobajeas en la cochambre
mientras oyes los gemidos
de tu próxima víctima.