Noviembre 23, 2024

Entrevista a Jonathan Guillén Cofré: «la poesía es un campo minado»

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

Es un agrado conversar con el poeta Jonathan Guillén [Iquique, 1980], a propósito de su nuevo libro Corazones mínimos (Editorial Aparte, 2022), un volumen de poemas a modo de álbum personal del sentir (amoroso) y devenir existencial, en las grietas de la vida, como diría Leonard Cohen, porque es por este tipo de grietas: necesarias, urgentes, volátiles, por donde entra la luz, se cuela la poesía y su ominosa consciencia. Un libro que se deja acariciar con la belleza de un animal herido, siguiendo un sinnúmero de corazonadas, actos de fe, pedazos de un naufragio eminente o antiguo. Un libro que no solo le toma el pulso al autor sino que a cada uno de nosotros, sus afortunados lectores.

 

 –Quisiera partir preguntándote por la cocina literaria detrás de Corazones mínimos, este libro que se terminó de editar en la ciudad de Arica, el mismo día en que el líder del Clan del Golfo, Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, ¿es detenido en Colombia?

—Son esas coincidencias de las que sólo podemos darnos cuentas con la literatura. Mientras que en Iquique se abre un corazón al mundo, en Colombia, se apaga otro con la promesa de la cárcel perpetua. Culpable o no, a la literatura le sirven ambos modelos para crear sus tramas. Más allá del colofón, que también es esa otra circunstancia, los poemas de este libro tratan de atender a algo parecido, pues las diversas voces que hablan en el libro son culpables y no de sus desolaciones, del desprecio que sufren y de cómo se les va deshaciendo la vida en cada bombeo de sangre para querer salvar el corazón, que es el órgano representativo de todas las pasiones, incluida la poesía. Aquí los poemas se ordenan en relación a esas historias, que no son mediáticas sino de personas invisibles. Esto que te digo es la valoración que yo le entrego a esa coincidencia, pero es un sello de Editorial Aparte quienes nos entregan esas bellas coincidencias en todas sus publicaciones.

 

 –¿Saltemos ahora a tus inicios, tienes acaso un recuerdo, de ese momento en que por primera vez te visualizaste como poeta, te sentiste como tal, y asumiste el reto?

 —Fue inmediato. Admito que soy un buen lector desde muy niño, leía novelas en esas ediciones coleccionables, pero cuando leí el primer libro de poesía como a los doce años quedé impactado; había entendido muy poco, pero las imágenes se me quedaron orbitando la cabeza. Ahora, puede que sea porque ese libro era Las flores del mal, pero lo cierto es que inmediatamente supe que debía escribir poesía yo también y heme aquí. Siempre consideré la idea de que se puede hacer filosofía a través de la poesía, y no me refiero a algo así como “poesía filosófica”, más bien, que la poesía puede servir como eje epistemológico o como explicación del mundo de las ideas, incluso como articulación natural. Se puede obtener un tipo de conocimiento a través de la poesía, no hay nada que nos pueda hacer creer que la poesía no es un sustento de lo universal y por eso me cautivó apenas la tuve en mis manos. Fue fulminante el encuentro. Me di cuenta que mi casa era el mundo si escribía poemas. Finalmente fui en busca de esa epifanía y fue un frenesí. Desde ese momento hasta ahora se ha derramado mucha sangre, se han producido muchos crímenes y cobrado innumerables víctimas. Es innata al ser humano esa capacidad de mentir, representar y salir lastimado.

 

–¿Podrías señalarnos, favor, diez libros [o películas, series, álbumes, etc…] que fueron esenciales en tu educación sentimental?

—Aquellos libros que me han marcado desde siempre son aquellos que mezclan la complejidad y la crueldad de personajes alterados por alguna experiencia estética, con una intención referida a la belleza natural, simple, sensual; la sutileza de balancear esos escenarios psicológicos complejos y la inmensidad del afuera. Como señalé están en esta línea Las flores del mal de Baudelaire, Lo bello y lo triste de Kawabata y El guardián entre el centeno de Salinger. También le tengo un cariño especial a La sangre y la esperanza de Nicomedes Guzmán. En la educación sentimental en general, está Iron Maiden, Deep Purple, Uriah Heep, Héroes del Silencio, Nietzsche, Kant, Jim Morrison, Cinema Paraíso, La historia sin fin, Pesadilla, Stella Díaz Varín, mi vieja; es muy diverso el abanico. Ahora da lo mismo porque todas las vidas son una serie de televisión pagada, espectáculo, simulacro. Trato de que en los poemas no haya tanto de mi educación sentimental, sino que lo escrito sea asumido por cualquiera, o al menos que ese alguien empatice. Y respecto a la realización de este libro, como es un libro que basa la experiencia estética principalmente en el amor, de cualquier tipo, y porque lo escuché bastante mientras escribía y corregía, son los álbumes La ley innata de Extremoduro y Mayéutica de Robe, me gusta mucho la música Hispanoparlante y latinoamericana, en especial la de Argentina, México y España.

 

–¿Cómo te relacionas con la obra de Pablo Neruda, ¿qué es lo que más te atrae al día de hoy del segundo premio nobel de Chile?

—Neruda fue una de las lecturas iniciales, la poesía chilena en general, era de esperarse que pronto iba a caer en ella. El Canto General es una obra monumental de la cultura latinoamericana, una refundación del continente; otro de mis favoritos es La espada encendida. Estravagario también me agrada por sacar a Neruda de su zona de confort. El Neruda lúdico y simple como Odas elementales. Me gustan esos libros con temáticas fundacionales, que intentan explicar los inicios, que incluso alcanzan para definir al propio poeta. Creo también que esos trabajos requieren de mucha investigación a través de la lectura, hay que ser un gran lector, eso es muy importante en el proceso de creación. Concuerdo en que Neruda lo era, y esto irremediablemente refleja los conflictos íntimos de un alma muy peculiar, el alma de un poeta que busca una respuesta al misterio, al mito, que no solo encierra su creación, sino también a él como determinante de mundos posibles. La poesía requiere de mucho trabajo intelectual y sentimental, pero insisto en que cada vez estamos más sujetos al mercado, a los valores de la modernidad. Se lee lo que más se vende, y no me refiero a un asunto matemático, sino que hay que volver al rigor crítico.

 

–Roberto Bustamante sostiene que Corazones mínimos es la continuación inversa de lo propuesto en “Abandono” y antes “Urbana siniestra”, me gustaría saber bien ¿cómo ves cada uno de estos libros, si hay un nexo, un arte poética capaz de unir estos trabajos líricos?

—Roberto deja entrever una grieta entre lo público y lo privado de la escritura, de las experiencias descritas y la conceptualización; a mí gusto es una mirada muy acertada de lo que se intenta reflejar en esta obra y en esa transición a la que te refieres. Pero no habla solo del amor, más bien habla del impulso sanguíneo del amor, su efecto sicosomático, de la fuerza del espíritu contra la razón. En los libros anteriores, primeramente, se concebía la idea de utilizar materiales estéticos periféricos (pasta base, prostitución, caletas de pescadores), y en el segundo la idea del exilio voluntario. Ahora se pretende jugar con la idea del amor como una enfermedad, muy de la edad media, pero que no deja de sorprender; los poemarios de amor son inagotables, estarán siempre adaptados a los tiempos, al modelo; pero ahí estarán. En este último libro, Corazones mínimos, la sustancia primera se relaciona con las posibilidades del yo cuando el sujeto lírico experimenta situaciones límites, y ahonda en la búsqueda permanente de motivaciones que le expliquen la razón del sufrimiento, con base en la separación amorosa, familiar, infantil; así como también recorre estados extremos de angustia en los que desciende. Finalmente, lo que une estos libros es su disolución en sí. Con este tercer libro se acaba la etapa del impulso sensible, de lo que se ha aprendido a golpes. Es momento de hacer un giro en la escritura, de disfrutar y proponer un desafío escritural.

 

 –¿De qué manera, desde la provincia, contemplas el panorama actual de la poesía chilena… qué autores te interesan… qué te provoca la mayor desconfianza?

 —El norte de Chile es una zona muy interesante para la visual y también en lo referente a las relaciones transfronterizas entre las personas y el territorio. Es un lugar difícil de describir, pero igual se hace desde varias veredas culturales, entre países y etnias o entre ciudades y sus habitantes transitorios: extranjeros, mineros, cogoteros, asesinos y traficantes. Desde esa violencia se construye una voz potente que tomó su lugar en la poesía chilena, y hoy se deben atender ciertas voces del norte que tienen su impronta, que intentan con alguna fórmula. La poesía está en constante transformación, desde su partícula más elemental hasta lo más extremo y extenso; si es poesía deberá mantenerse siempre actualizada. No tendríamos por qué creer que se ha llegado a un tope, no debemos limitarnos a las concepciones primitivas ni a los dogmas académicos ni morales, pero tampoco caer en el diletantismo. La novedad se instala sin avisarte, pero debe ser una novedad con fundamentos técnicos y estéticos, reveladores, que inquieten sobrecoger de forma sólida. En lo que concierne a la poesía del norte chileno hay voces destacadas como Juan Malebrán, Rodrigo Ramos o Juan Podestá; pero ahora hay que ponerle atención a Roberto Bustamante, Danitza Fuentelzar, Connie Tapia, Rolando Martínez, Eliana Hertstein.

 

–¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?

—Creerse un sabelotodo, perder la capacidad de asombro es un error gravísimo en la poesía, estancarse y no arriesgar en una idea, copiar, creerse a la vanguardia; todas las ideas necesitan madurar en el tiempo y traspasar la moda. No aceptar críticas y no corregir es fatal. Se puede escribir borracho, pero se debe corregir sobrio, a menos que seas Teillier, Neruda o la Bombal. Se puede caer en varios errores y por eso la poesía es un campo minado.

 

 –¿Qué libros, álbumes, artistas, te ayudaron a lidiar y cruzar el estallido social y pandemia?

 —Para el estallido social yo venía de haber vivido 4 años en Argentina así que me traje mucha música de allá: Los espíritus, Él mató a un policía motorizado, Los intoxicados; a ellos los escuchaba con frecuencia. Leí Teoría Estética de Theodor Adorno. También a Judith Butler y García Canclini. En literatura leí Cárcel de Árboles de Rodrigo Rey Rosa y El libro de los seres imaginarios de Borges. Repasé a Blanca Varela y a Nika Turbina. Vi Peaky Blinders y Better Call Saul, tremenda esa serie, sus tramas; es una novela negra.

 

 –¿Qué poema tuyo leerías hoy en una sala de clases, si lo puedes compartir?

 —Más bien no leería los de Urbana Siniestra debido a la crudeza de algunas imágenes, también soy profesor y entiendo los márgenes, pero eso no quita que lo puedan hacer, están en la web. Los de Corazones mínimos son recomendables para los colegios y liceos. Probemos con este:

 

Accidente cardiorrespiratorio

 

Trazan su camino las bestias

buscan madrigueras

siempre en esa misma dirección

con miedo a la muerte

huyen de los automóviles

circunvalando la calzada

evitan accidentes geográficos

y cardiorrespiratorios

mientras tú

no tienes el tiempo suficiente

para mirar por el retrovisor

y yo

en aparecer de improviso

ladrándole a las ruedas que te alejan.

 

–¿A qué le temes como poeta?

 —A todo lo que señalé más arriba como errores y también al olvido. A no escribir mientras esté con vida. A tener que citar constantemente para parecer interesante o para hacer creer que algo es importante, a simular. En definitiva, es al olvido y por eso creo hacer esfuerzos por escribir, pero no por destacar, eso lo decidirán el tiempo y los futuros lectores.

 

 –Por último, al visualizar la antología “Predicar en el desierto: poetas jóvenes del Norte Grande de Chile [Fundación Pablo Neruda, 2017], ¿qué se te viene hoy a la mente?

 —Un agradable reencuentro con muchas voces del norte y viejas amistades literarias, lo pasamos muy bien y fuimos muy bien recibidos por la Fundación y por Tamym Maulén, con quien nos sentamos a conversar extenso en un restaurant de Valparaíso. Las conversaciones entre poetas son triviales, no muy crípticas, giran en relación a gustos personales y coincidencias afortunadas, ponerse a hacer crítica literaria en una conversación es una paja, comenzar a citar autores y títulos es una paja, jugar a chocar los egos es una gran paja; por suerte, el diálogo que se dio en ese encuentro estuvo de lo más amigable. Fue una experiencia increíble, un encuentro literario fraterno, de esos que ya quedan muy pocos. En Santiago presentamos en la Estación Mapocho y en la noche de nuevo nos pilló la conversación en el bar Don Rodrigo. Ya caeré por Santiago, pronto, espero ansioso.

 

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