Noviembre 21, 2024

Entrevista a Jaime Pinos: Una obsesión criminal

 

por Tamym Maulén

 

La escena es la siguiente: el periodista observa los preparativos del fusilamiento. En una pausa, se acerca al oficial a cargo y lo interroga. Toma la grabadora y el micrófono. Y usted, le dice, ¿no siente remordimientos al ajusticiar a este hombre? Bueno, responde el oficial, lo consulté con un sacerdote y él me dio una respuesta satisfactoria. Me dijo que mi caso era parecido al de un médico que le corta el brazo a un enfermo para salvarle la vida; para que la sociedad siga viviendo hay que extirpar el brazo enfermo, o sea, el delincuente. Fin de la escena. El resto es historia sabida. Bang, el preso muere acribillado y la película termina.

Jorge del Carmen Valenzuela Torres, también llamado José del Carmen Valenzuela Torres, José Sandoval Espinoza y Jorge Castillo Torres, todos nombres de un mismo tipo, más conocido como el Chacal de Nahueltoro, es quien protagoniza la película homónima y verídica y citada, el preso de la escena en cuestión, el asesino que dará muerte el oficial, el oficial que es entrevistado por el periodista (El Chacal de Nahueltoro, film de Miguel Littin, 1969). El Chacal y sus parentescos a El Tila, violador y personaje principal de Criminal, quizás, el libro más conocido de Jaime Pinos Fuentes, hacen traerlo a colación y sobre todo, traer a reflexión aquellos parlamentos que, sin dudas, dicen más de lo que dicen.

El Tila muere pero no fusilado, se suicida en la cárcel. El criminal se suicida. El criminal sabía lo que hacía. El criminal no nace, se hace. El criminal piensa en cómo habría sido todo si hubiera tenido una infancia normal. Cuatro minutos, según los cálculos forenses, tardará El Criminal en morir. Cuatro largos minutos penderá de los barrotes antes de dejar de respirar. El criminal descansa. El criminal no verá nada más.

La sociedad y el país muchas veces pueden ser reflejados en un personaje, un hombre que con sus actos se delata a sí mismo y al resto: mis obras hablan por mí, dice El Criminal.  Dime de dónde vienes y te diré quién serás, parece el adagio que deviene luego de la lectura de la obra de Pinos. Criminal (La Calabaza del Diablo, 2003) es un libro de poemas que bien podría ser una crónica policial, y es justamente en tal polisemia donde ocurre un hecho particular: se diluyen y rebalsan los antiguos (y erróneos) límites genéricos que por mucho han dominado la literatura, segmentándola, discriminándola. Es, en consecuencia, un libro de fantasía que cuenta una realidad. Se trata de canalizar todos los elementos de la ficción narrativa para contar una historia ocurrida en la vida real, en un lugar (Chile) de carne y hueso, la historia de un delincuente que es extirpado, como una pierna enferma, en pro de la vida de una sociedad.

Si rastreamos este modo de hacer literatura, esta divergencia de lecturas posibles en un texto, la década del 60 ―con Capote sobre todo, y antes Hemingway y antes Faulkner― inaugura prácticamente ese después denominado y bullicioso género de la novela de no ficción, que utiliza hechos periodísticos reales para crear una historia. Criminal hace lo mismo con El Tila (Roberto Martínez) y su historia de violaciones y muerte se transforma, debido al tratamiento de escritura, en la historia de todos, una historia real, la fábula del pathos humano, esencia que por ortodoxia supone toda literatura.

Una obra que construye realidades, así es como se presenta el trabajo de Jaime Pinos, poeta y narrador chileno nacido en 1970. No aparece en televisión ni en portadas de revistas de libros, simplemente escribe, lee. La figura del escritor como lector le calza perfectamente. No hay prisas ni promesas, no es una figura promisoria, sólo está. Quise hacerle algunas preguntas breves, sostener conversación al paso y al vuelo de su laburo en Santiago. El resultado: la visión de un escritor que habla desde la lejanía de la literatura y la poesía, pero que dice su quehacer desde dentro, en la literatura y no desde, atravesando la contingencia de nuestro país Chile. El decir, las heridas y caídas de quien nació y creció con la dictadura. Jorge Teillier, apropósito de lo mismo, dice en algún lado; el poeta derribado es sólo el árbol rojo que señala el comienzo del bosque. Lo derribado, aquí, es sólo una metáfora, por supuesto. No se le puede aplicar a este escritor multimedia que está más activo que nunca, ampliando su familia y próximo a una nueva publicación. Escritor que sin los egoísmos tóxicos de nuestro medio abre espacio ―sobre todo a los más jóvenes― para fundar nuevos lenguajes, señalar nuevos senderos para la creación. Jaime Pinos en diez palabras: la obsesión por la literatura, el crimen de la literatura.

 

― ¿Cuáles son tus motivaciones a la hora de escribir?

—Escribo como quien persiste en un vicio o una mala costumbre. Lo que realmente me interesa, lo que realmente disfruto, es leer. Pero escribo. Demasiado poco, demasiado lento, pero lo hago. Para mí, para los otros, para nadie. No sé si mi escritura funciona en términos de motivaciones, creo que no.  No veo un motivo claro para decidirse a perpetrar este tipo de crímenes. En esos términos, tal vez como nunca antes, la literatura en estos tiempos es una actividad gratuita, algo que se hace por nada. No hay dinero. No hay poder. No hay respetabilidad. Cosas a las cuales, en algún momento, unos pocos elegidos (los más sagaces o los más cínicos) podían acceder a través de la literatura. Otra época. Cuando los escritores chilenos podían guarecerse bajo el alero del Padre Estado o del Padre Partido, o habitar cómodamente, por largas temporadas, en lo que Bolaño llamaba la Casa de las Becas. Nada de eso queda en pie. En estos días, sólo la intemperie. En todo caso, esto puede ser muy bueno. Superada cualquier motivación extra literaria, tal vez sea posible concentrarse en la literatura misma. En esta cosa de nada y para nada, como la llamara Lihn. Volviendo a la pregunta, no me planteo la escritura en términos de motivaciones, de un por o un para. Más aún, creo que es justamente en su aparente inutilidad donde reside, en este contexto, su potencial crítico y creativo. La posibilidad de hacer de la escritura una experiencia que tenga que ver, en lo esencial, con una comprensión más profunda y más compleja del bicho humano, de su realidad vital y política. 

― Brevemente, bajo qué preceptos nace el proyecto La calabaza del diablo, del cual fuiste uno de los fundadores.

—La Calabaza del Diablo nace el año 1997. Yo trabajé, junto a Marcelo Montecinos, en la dirección del proyecto hasta el 2003. En esos siete años publicamos más de una treintena de libros, tanto de autores jóvenes como consagrados, y editamos la revista homónima que llegó a los 32 números, circulando un año en kioskos. Paralelamente, teníamos en el Barrio Bellavista una pequeña librería que funcionaba también como oficina y lugar de encuentro para amigos y colaboradores. Más que preceptos, diría que empezamos con una serie de intuiciones poéticas y políticas que, asentadas en cierta tradición chilena (recuerdo que Multitud de Pablo de Rockha era una de nuestras referencias obligadas) fue madurando en el mismo quehacer. Una definición de todo esto está contenida en una cita, extraída de una revista del underground sesentero norteamericano, que utilizamos muchas veces a manera de nota editorial: Las publicaciones independientes no son vehículos publicitarios. No son órganos de partido que difundan una rígida o moribunda ideología. A menudo nacen como diversión y en el camino, poco a poco, van reuniendo a un grupo de creadores mal pagados decididos a inventar un nuevo lenguaje; a comunicar ideas nuevas de una manera nueva. No son el megáfono de un jefe para amplificar sus cantos patrióticos, ni para promover los mensajes emitidos desde la fabulosa maquinaria de la evasión. Por el contrario, pretenden ser una palestra abierta a todos para una discusión de nuevo tipo. Son la llamada a las armas, a veces sólo un murmullo, de una generación entera. No canónicos memoriales emanados de los detentores del poder. Su política editorial, explícita o implícitamente, tiende al derribo de la sociedad, tal como hoy la conocemos. Otra señal de identidad está en la relación que proponía el slogan o epígrafe de la revista: Cultura y Realidad.

 

― Cuál era el contexto de la cultura nacional por aquellos días, me refiero, recién empezado nuestro siglo.

—Esta podría ser una respuesta muy larga. Apuesto por lo contrario. Describiendo aquellos años en dos palabras. Primera palabra: Decepción. Segunda palabra: Escepticismo. 

― En tu libro Criminal, refiriéndote al Tila, hablas de lo criminal como producto y reflejo de la sociedad. Lo mismo ocurre ahora con Pozo. ¿Son todos los tumores producto de un cuerpo que los incuba; son todos los males de Chile hijos de Chile?

—Ambas historias, la de Roberto Martínez y Hans Pozo, son metáforas de una sociedad marcada por la violencia. Un país cuya vida o sobrevida transcurre bajo los designios del poder y del dinero. Qué duda cabe. Frente a ese estado de situación, los escritores deben decidir a qué juegan su escritura y actuar en consecuencia. Para mí, más allá de la inmensa variedad de registros en que puede trabajarse con ese material, eso es lo que hace las diferencias. Hay literatura que se hace cargo de la realidad de este país y otra que no. A mi me interesa la primera, aunque ese trabajo (sucio) no depare buenos resultados en términos de dinero, visibilidad o reconocimiento. La literatura chilena de espaldas a la realidad nacional tituló uno de sus textos fundamentales Carlos Droguett. Habría que releerlo. Nací el año 70. Soy hijo de la Catástrofe de Chile. Una catástrofe cuyos resultados sangrientos perduran hasta nuestros días. Eso es el Tila, eso es Pozo. Escribo desde ahí. Escribo para comprender. Escribo, junto a muchos otros, la elegía de un país muerto o moribundo. Y, sin embargo, creo en lo que ha escrito José Ángel Cuevas: El poema en algún momento puede preservar/hacer cariño / echar viento al cadáver de un país.

― Ahora con el proyecto editorial Lanzallamas, ¿qué se busca, cuál es su objetivo?

—Los hermanos Roberto y JKO Contreras, con quienes comparto labores editoriales en Lanzallamas, redactaron un texto breve y preciso respecto a lo que es o pretende llegar a ser este proyecto. Un proyecto de difusión creativa. Un espacio autónomo y autogestionario. Un grupo de personas con un objetivo común: Lanzallamas. Esa experiencia, ese quehacer. En más de un sentido, creo que hay continuidades con La Calabaza del Diablo. También hay diferencias, claro. Desde luego, el soporte digital cuyas posibilidades ha sido muy interesante explorar. La web no sólo ofrece multimedia, herramientas útiles para registrar y cruzar lenguajes diversos, sino que hace posible la construcción de vínculos y redes con una extensión y a una velocidad hasta hace poco impensable. En este sentido, diría que Lanzallamas es un proyecto sin prejuicio alguno a la hora de circular y promover sus contenidos. Seguramente se deba a la adversidad del contexto. Todas las formas de lucha. O en términos de Sun Tsu y El Arte de la Guerra, cuando la derrota parece total,  cuando no se cuenta con ningún recurso, hay que contar con todos los recursos. Le haría bien a la literatura chilena leer más sobre estrategia. Sun Tsu, Maquiavello, Clausewitz, Debord.  

― Pozo es un libro que nace de la autogestión independiente. ¿Cómo ves a la empresa, al gobierno, al país en general respecto de las iniciativas que tiene que ver con la literatura?

Como he sostenido durante años, en los dichos y en los hechos, creo que del empresariado y del gobierno chilenos la literatura no debe ni puede esperar nada. La autogestión me parece el único camino realista en un país donde la literatura, y la cultura en general, boquea o muere de inanición frente a la indiferencia de ricos y burócratas. Lo demás es pedirle peras al olmo. Lema para sobrevivir los tiempos que corren y no alimentar falsas ilusiones: hágalo usted mismo.

―Por último, en qué está Jaime Pinos hoy.

—Criando a mi hija Amparo, que pronto cumplirá seis meses. Trabajando todos los días, como cualquier hijo de vecino, para conseguir el dinero para pagar las cuentas. Leyendo, escribiendo, tratando de abrir espacios para hacer literatura. Finalizando la escritura de un libro de poesía que, espero, salga publicado a fines de este año y que reúne mis trabajos posteriores a Criminal. El libro se llama Almanaque.

 

 

(Realizada en Santiago de Chile, Sept. 2007)

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