Julio 3, 2024

El fallecimiento imaginario de los telitos. Reseña de «La muerte de la televisión no será televisada» de Emersson Pérez

 

Por Mauricio Torres Paredes

 

En algún momento del desarrollo de la cultura occidental, se privilegió la observación por sobre otros sentidos. Locuciones como “ver para creer” de Tomas frente a la noticia de la resurrección de Jesús o “Es a fuerza de observación y reflexión que uno encuentra un camino” de Claude Monet, entre muchas otras, son base de como la palabra dicha y escrita validó esta noción. Incluso la teoría de la relatividad de Einstein, que ha sido uno de los grandes hallazgos de las últimas décadas, se sustenta en el observador.

La combinación de arte y tecnología de la fotografía y luego del cine mudo y sonoro, posibilitaron el imaginario del nacimiento, de un sistema para la transmisión y recepción de imagen y sonido que se le llamaría televisión. Esta visión a distancia tendría antecedentes desde Galileo y su telescopio. Pero no es hasta las primeras décadas del siglo XX que se dispuso de sus primeras transmisiones.

En Chile, más allá de la llegada de la televisión y su impacto cultural y social a principio de los años 6o, fue en la década de los años 80 cuando comenzó su masificación e idolatría. El dictador Augusto Pinochet diría en un discurso “De cada siete chilenos, uno tendrá automóvil; de cada cinco, uno tendrá televisor, y de cada siete, uno dispondrá de teléfono” Así la profecía se fue cumpliendo más allá de lo dicho y estos tres dioses “automóvil, televisión y teléfono” comenzaron a mitificar el paraíso neoliberal.

En lo que respecta a la poesía, ha sido utilizado el imaginario de la televisión variadas veces. Quiero presentar dos ejemplos antes de entrar a comentar el libro de Emersson Pérez “La muerte de la televisión no será televisada”.

Nicanor Parra en su libro Sermones y prédicas del Cristo del Elqui (1979) abre con el antipoema “Y AHORA CON USTEDES” que, en un tono de programa de televisión semejante a Sábados Gigantes, presenta al mismísimo Jesucristo a su audiencia. “El animador supone que los telespectadores reconocerán al invitado, pero de igual forma debe relatar sus mayores logros” (Matías Ayala).

Otro ejemplo es el de Raquel Jodorowsky con su poema TV.

La mujer prendió la televisión/ hizo mirar a su hijo el hombre en la Luna/para que pudiera recordarle/ hasta el tiempo de su muerte. / El niño escuchó y descubrió/ quienes eran y donde iban. /-Podrán ver los ángeles? – preguntó el niño/ -Nos veremos a nosotros mismos/ Y esto es tan importante como ver a los ángeles-/ respondió la mamá.

En los dos poemas anteriormente señalándonos, se enfrenta al supuesto espectador a discursos y hechos ocurridos, importantes de occidente. Desde una ironía trágica y popular, se expone la arenga televisiva, travistiendo la representación teatral, para dar cuenta de que la televisión, como un charlatán de antaño, no te dejará de asombrar.

Emersson Pérez en su poemario, nos enfrenta a la idea de que nuestras vidas han estado sujetas por generaciones a esta caja electrónica que obnubila e hipnotiza, teniendo un poder tan eficaz como el de Cagliostro pero multiplicado por cada uno de los hogares, habitantes y habitaciones y lugares públicos como privados, tomando su lugar de tótem electrónico.

Es interesante y a la vez macabro, darse cuenta como Pérez nos adentra al juego entre verdad y ficción, tan aprovechada por los medios de comunicación, especialmente por la televisión, difuminando valores y transformando pareceres desde la manipulación, como fórmula de juego.

“La empleada doméstica es invitada al estudio

también es invitado su patrón

la mujer agradeció con lágrimas

lo bien que la ha tratado su jefe

la mirada hacia los zapatos

como buscando una cadena invisible

con las manos atrás.

En la casa estudio el favorito es un joven

de clase media aspiracional…”

Todas las estrategias son válidas a la hora de hablar de la verdad en televisión, la poesía comienza a incluirse en los slogans publicitarios y venta del confort y porvenir aspiracional. La magia se revela en la imagen del vecino, de tus familiares, la tuya propia, representadas por gente que viste y que habla y que vive como tú.

Sin embargo, el poeta Emersson Pérez busca en el símbolo de la televisión y sus signos, el fallecimiento, el ocaso de todo un sistema y cultura que se exportó desde el imperio norteamericano, tratando de calcar en el tercer mundo la consigna “American Dream”

“No le tememos al aullido,

sino a ojos brillando en la oscuridad.

La mano que ara, que escribe o que digita

sostiene un control remoto

el poder de 500 canales, una falsa variedad

indican donde descansar, cómo gastar y en

qué debes trabajar.

Donde los satélites te vean,

donde un dron te hostigue…”

“La muerte de la televisión no será televisada” dialoga más allá de lo que es la televisión como objeto electrónico, o la transmisión performativa de rostros y expertos, como se les llama hoy. Es además una exposición de la vida contemporánea que se corporaliza en deseos, esperanzas, compulsiones que han sujetado las libertades personales por todo un siglo. Atravesando, desde la palabra y la imagen, la condición que nos había entregado el supuesto conocimiento.

Sin embargo, la televisión ha servido también para perturbar los discursos ¿Podría la televisión mostrarnos en vivo y en directo o por transmisión diferida, a divinidades como son Jesucristo o los ángeles? Al parecer hasta el momento no, pero al parecer si nos puede mostrar a personas como el escritor Pedro Lemebel denunciando las atrocidades que se vivieron en dictadura en un programa estelar. Nos expuso en el festival de Viña del Mar al grupo musical Los Prisioneros cantando su canción Sexo, burlándose de curas y autoridades que no permitían la educación sexual, pero que promovían culos y tetas para hacer publicidad. Nos puedo mostrar la mano de dios a través del gol vengativo del último héroe latinoamericano que es Diego Maradona. Nos puede revelar lo peor o mejor de las personas, desde guerras, masacres, asesinatos, o triunfos, glorias, o logrados esfuerzos. Si muere, por ende, morirá algo en nosotros.

Y si esta muerte no será transmitida, da para entender poéticamente, que no será observada. Los Telitos han ido esfumándose como las series y teleseries que los invitaban a vivir de su ilusión, pero la pantalla se ha impuesto como un especio en disputa de poéticas y épicas, como también de individualismos y egos.

Emersson Pérez logra inscribir a través de su poesía y escritura, un momento de la cultura televisiva que imperó y que fue uno de los últimos suspiros de la verdad única. Este aporte es importante porque como lo hizo Diamela Eltit al registrar a los vagabundos que ya no existen, Pérez sospecha e imagina que su poemario puede dar pistas de como falleció la televisión.

 

La muerte de la televisión no será televisada” (Filacteria, 2017 – Ediciones Liliputienses, España, 2020)

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