Compartimos con ustedes este bello texto de la destacada arquitecta y académica Alicia Paz González Riquelme, publicado por primera vez en páginas universitarias con motivo del Centenario del poeta.
El arte de construir con imaginación
Por Alicia Paz González Riquelme*
A mi padre, Hernán González Wood,
quien en el exilio, día a día,
construyó un país para nosotros.
El escritor y el poeta como todo ser humano, habita espacios; espacios reales, mensurables, cálidos o inhóspitos, grandes o pequeños, funcionales o anti-funcionales, blancos, azules, verdes o amarillos. Los habita solo o los comparte, los disfruta o los padece, y como todo miembro del género humano, se expresa a través de ellos.
El escritor es además de un habitador, un creador de espacios, un arquitecto en potencia. La producción literaria exige la construcción imaginaria de lugares en donde los distintos personajes del drama literario desarrollan su tiempo y existencia virtual. A cada cadencioso cambio de hoja en el libro, surgen nuevos escenarios que de acuerdo a la necesidad propia del relato son descritos y detallados prolijamente por el autor. Mediante esta vía, como lectores vamos en la compañía silenciosa del narrador, recorriendo los lugares por donde su imaginación nos ha querido llevar. Nos convertimos en visitantes invisibles de los espacios donde acontece la novela. A veces como lectores nos toca viajar a otros hemisferios, a otros continentes, a otras ciudades, a otros climas, a otros olores. También viajamos como espectadores, al interior de los seres y sus sentimientos, a las habitaciones, a los objetos, a las casas y a las cosas.
El viaje al interior, a lo profundo, a lo que a simple vista no está, nos es develado a cada paso y a cada frase por el que construye una vida otra a través del lenguaje. El escritor es un observador incansable de la vida, de su contenedor y su contenido.
De la contemplación entendida como observación poética nace la metáfora y con ella la posibilidad de transmitir la esencia y significado de las acciones y las cosas.. La capacidad de sintetizar mediante la metáfora la idea que califica bellamente el todo y sus partes, es un atributo inherente al poeta, que desde la realidad y la palabra, construye la arquitectura imaginaria. La capacidad de sintetizar en un espacio la metáfora que califica el todo y sus partes, desde la imaginación y la materia, para construir la realidad, es inherente al arquitecto.
La arquitectura y la poesía tienen destinos opuestos pero a la vez complementarios. El poeta va de la realidad a la metáfora, el arquitecto, de la metáfora a la realidad, pero ambos deberán estar viajando permanentemente en ambos sentidos para enriquecer su propia producción.
Navegar entre la realidad y la imaginación es un ejercicio cotidiano y permanente para quien hace de la creatividad no sólo un oficio sino una actitud de vida. Esto lleva en muchas ocasiones a arquitectos a explorar otros campos creativos como la pintura, la música o el cine, a pintores a explorar el campo de la escultura o, en casos más contados, a poetas a materializar sus obras arquitectónicas.
Neruda y la arquitectura
«Mi verdadera profesión es la de constructor. No hay nada más hermoso que algo que va naciendo, haciéndose, delante de nosotros. Hay el rigor de los materiales que impiden el capricho excesivo y la lucha contra esos materiales para darles humanidad».
Durante estos días y en distintas partes del mundo se ha conmemorado el natalicio de un poeta chileno y universal. Hace cien años, un 12 de julio, entrado el invierno, nació Neftalí Reyes Basoalto, quien a lo largo de su infancia y de su vida fue construyendo una voz poética y profunda a la que denominó Pablo Neruda.
Pablo Neruda, premio Nobel de literatura en 1971 y uno de los poetas más venerados de la lengua española, fue también un gran coleccionista de palabras y de cosas. Su obra poética está fuertemente marcada por la construcción incesante de imágenes que parecen brotar naturalmente desde el interior de la materia. Objetos humanizados por el uso y dotados de espíritu e historia a través de su poesía.
Pablo Neruda edificó su vida, su obra poética y sus casas, con la pasión como ingrediente fundamental de su universo creativo. Sus tres casa en Chile – Isla Negra, La Chascona y La Sebastiana -, antes de ser casas fueron lugares donde confluyeron la emoción, la memoria, los sueños y la imaginación del poeta.
«La casa…No sé cuando nació…Era a media tarde, llegamos a caballo por aquellas soledades … Don Eladio iba delante, vadeando el estero de Córdoba que se había crecido…Por primera vez sentí como una punzada este olor a invierno marino, mezclado de boldo y arena salada, algas y cardos».
De «La casa», en Una casa en la arena.
La primera, Isla Negra (1939), la edificó frente al mar, a las rocas y a la arena. En la parte alta de un terreno que solo sabe ver al mar, fue ampliando la casa de piedra original, hasta convertirla en «un extravagante castillo criollo, que no puede esconder, sin embargo, el sello original de la llovida casona de tablas de Temuco», ciudad al sur de Chile donde pasó su infancia y parte de su juventud.
La casa en su planimetría es una franja irregular que se extiende a todo lo ancho del terreno, como un continuo mirador al mar. Los jardines mantienen su vegetación costera con intervenciones mínimas en su condición paisajística. La casa es de piedra, lámina y madera y, desde el exterior, es difícil imaginar el universo interior que encierra.
Es una casa mágica y misteriosa, no tanto por sus espacios sino por los objetos que le dan vida al interior. Mascarones de proa que quisieron seguir navegando y quedaron crucificados para siempre buscando el mar con la mirada; botellas vacías de extrañas formas, de distintos colores, acomodadas entre la casa y el mar, formando un muro translúcido y acuoso; máscaras con distintos estados emotivos, encontradas en los más alejados lugares del planeta; caracolas, telescopios, insectos, zapatos, todo un mundo de objetos reunidos por el poeta en sus innumerables viajes, con una intención de permanente diálogo con ellos.
Cuelgan por el techo seres alados de carne de madera, barcos de vela navegan en las alturas de una cumbrera. Entrar a la sala de Isla Negra es entrar a un mundo de fantasía en el que Neruda decidió brindar una fiesta a todos sus personajes. Pareciera que estos grandes mascarones no están expuestos sino dialogando entre sí.
La cantina es el otro lugar «sagrado» de sus casas. En ella se encuentran colecciones de objetos grandes, medianos, pequeños, diminutos. Cada uno tiene su historia como habitante de la casa.
La casa de Isla Negra es una sucesión de espacios y de objetos, que varían en altura, proporción, forma y tamaño, cual si un niño con alma de marinero los hubiese diseñado para permanentemente sorprenderse con un desván lleno de juguetes animados. El recorrido espacial acompaña sugerentemente el juego y la sorpresa, incentivando a cada paso la imaginación de quien la transita o la vive.
Y ahora para las paredes,
para las ventanas y el suelo,
para el techo, para las sábanas,
para los platos y la mesa tráiganme
maderas oscuras,
secretas como la montaña,
tablas claras y tablas rojas,
Alerce, Avellano, Mañío.
Laurel, Raulí y Ulmo fragante,
todo lo que fue creciendo conmigo:
tienen mi edad esas maderas,
tuvimos las mismas raíces.
De «Carta para que me manden madera»[1]
En: Estravagario.
El caso de La Chascona (1953) es distinto. Es una casa pensada como tributo al amor y a la amistad. La casa se ubica en Santiago, en las faldas del cerro San Cristóbal. Se trata de un predio de forma irregular y topografía accidentada, y un número considerable de árboles que varían en dimensión, color y follaje.
La casa se organiza a partir de núcleos habitables de distinto uso, que se adhieren a los bordes del terreno y en sus diferentes niveles, vinculándose visualmente, con los jardines y el abundante arbolado interno. Pareciera que los jardines son la casa y los espacios construidos, los que le otorgan habitabilidad a los mismos. Desde la parte más alta se divisa la imponente cordillera.
La casa se resuelve a modo de habitáculos que evitan en los posible, alterar las condiciones naturales del solar, estableciendo un estrecho vínculo con el jardín y los patios. Su intimidad está estrechamente relacionada con la idea de pasear y de alejarse. Sus espacios están organizados a modo de ritual. La comida da inicio al encuentro amistoso, para después pasear y conversar a través de un camino entre los árboles, para llegar sorpresivamente a los espacios de mayor intimidad. Al igual que Isla Negra, la casa presenta un diseño caracterizado por la irregularidad de sus espacios,; no existe ningún lugar igual a otro.
Concebida con humor y construida con amor, La Chascona, nombre con el que Neruda bautizó la casa de Santiago, en honor a su gran amor, Matilde Urrutia, es una casa pensada para celebrar la amistad…
Me dediqué a las puertas más baratas,
a las que habían muerto
y habían sido echadas de sus casas.
Puertas sin muro, rotas,
amontonadas en demoliciones, puertas ya sin memoria,
sin recuerdo de llave,
y yo dije: “Venid a mí, puertas perdidas:
os daré casa y muro
y mano que golpea.
Oscilaré de nuevo abriendo el alma”
De «La Sebastiana» en Plenos poderes
La Sebastiana (1959), su casa de Valparaíso, se ubica en el cerro Florida, uno de los múltiples cerros de la ciudad puerto. La Sebastiana es una barco anclado en tierra alta. Entrar en ella es ingresar a un ámbito marino, lleno de objetos, mapas, claraboyas, escalerillas, puertas angostas y techos bajos. Se percibe en ella, el placer de quien eligió uno por uno los objetos para impregnarlos de su espíritu navegante.
Se ingresa a la casa mediante un estrecho pasillo que conduce a la zona social, delimitada por grandes ventanales que miran, habitando, la bahía. El siguiente piso está destinado a su dormitorio, y el último, rematando este barco vertical, está dedicado a su estudio de poeta. Toda la casa ve impacientemente al mar, buscando adueñarse de sus misterios.
Si bien esta casa fue habitada por Neruda en contadas ocasiones, lo cierto es que ella nació necesariamente ahí, en Valparaíso, como un homenaje del poeta al puerto que tanto amó.
Neruda, el poeta arquitecto disfrutó imaginando y dotando de personalidad a cada una de sus casas, Eligió los lugares donde debían nacer y crecer con alegría y sin prisa, Isla Negra, La Chascona y La Sebastiana.
Bibliografía
–Poirot, Luis. Las casa de Pablo Neruda. Fundación Neruda. Santiago. 1986
–Fundación Neruda. Casa Neruda. Pehuén Editores. Santiago. 2001.
–Vial, Sara. Neruda en Valparaíso. Universidad Católica de Valparaíso. Valparaíso. 1986.
–Neruda, Pablo. Odas elementales. Losada. Bs. As. 1954.
–Neruda, Pablo. Plenos poderes. Losada. Bs. As.
–Neruda, Pablo. Una casa en la arena. Lumen. Bs. As.
* Por Alicia Paz González Riquelme, de nacionalidad chilena, es profesora titular, División de Ciencias y Artes para el Diseño, del Departamento de Métodos y Sistemas Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Libros publicados: Ordenando el interior. Arquitectura (1997), Arquitectura de recorridos (2010), Valparaíso como habitación urbana (2010), Esquinas. Lugar y habitabilidad (2019)
[1] Carta escrita y enviada a Sergio Soza Valderrama, Arquitecto Provincial de la provincia de Llanquihue en los años 50’s, y amigo personal del poeta, quien entre otras acciones arquitectónicas realizó en la casa de Isla Negra tanto la ampliación de la biblioteca como el espacio de estar, donde se ubica la chimenea, obra de la artista María Martner.