Noviembre 7, 2024

La Poesía terminó conmigo

 

Por Bernardo Reyes

 

Una importante e impostergable llamada telefónica recibí hace ya, «unos pocos años», de mi amigo el poeta Guido Eytel (1945-2018)

 

Se trataba de recibir en forma impostergable la visita del enjundioso poeta que para los efectos de estas palabras lo denominaremos JJ.

Y en efecto, ese otoño, anocheciendo, llegó a nuestra casa el poeta, que de inmediato me trajo el vivo retrato del Rodrigo Lira. Se trataba de un fenotipo semejante, voz grave, circunspecto a ratos, con la dicción y palabra perfecta en la punta de la lengua.

Sin muchos rodeos, el poeta desenvainó un mamotreto de manuscritos, que al parecer se trataba de sus obras completas.

Y, por cierto, sin mucha estimulación, procedió a la lectura de sus interminables versos, casi siempre enrevesados, crípticos, sujetos a múltiples interpretaciones, y que, sin embargo, gracias a su magnífica voz, y a cierto surrealismo que le brotaba sin freno, resultaban hermosos.

Pero ya pasada con abundancia la medianoche, ya la comprensión me resultó un fastidio completo. Pese a ello, la voz del poeta permanecía inalterable, pese a mis bostezos reales o fingidos.

Ha sido gracias a la ayuda inestimable del escritor y periodista Roberto Careaga que pude atar cabos de este poeta fenomenal que es Rodrigo Lira, conocido casi por sus performances que, por su obra, con este otro poeta de Temuco, ausente, desconocido, furibundo, incomprendido.

Naturalmente no era la similitud de sus obras la afinidad, sino su locura. Por decir algo en algún momento en que las musas estaban bastante poco comunicativas, agarró su máquina de escribir y la lanzó por una ventana. En su frenesí erótico, muchos recuerdan a una distinguida dama que lo acogió en su tercera edad, como merecedor de su amplia aceptación erótica, cuestión que por esos años era un asunto reservado solo para mujeres jóvenes.

Después de una semana, la dama y el imberbe y erotizado poeta, recién pudieron ver la luz del bello otoño de Temuco.

No es mucho más lo que se pudiera agregar, salvo establecer que la locura es democrática.

Y hay algo que logra establecer Roberto Careaga en su magnífico libro: el martes 1º de diciembre 1981, Rodrigo Lira de 31 años se presenta al programa televisivo «Cuánto vale el show», que hasta hoy es visto como una forma de mofarse del poeta.

Y es esta fecha, curiosamente, de acuerdo a lo que establece Careaga y la inefable Wikipedia, cuando Guido Eytel obtiene el Primer y Segundo Premio por sus obras De tierra y Pluma y Sangre. Por cierto, varios recordamos la doble celebración, sin sospechar siguiera quien era el desafortunado Lira. Muchos años después, al hojear uno de los tantos libros que han seguido apareciendo interpretando su obra hasta lo ininteligible, entre infinitas diatribas encontré una que me dedicaba, creo que, con completa justicia y su dejo de desprecio, denominándome el «sobrino nieto», creo luego que publicaran unos poemas míos en un suplemento que tenía El Mercurio llamado «Andrés Bello» (creo que 1978).

A fines de ese año, cuando cumplía 32 años el 26 de diciembre de 1981, Rodrigo abre sus venas rituales para sumirse en el mito y el sueño.

La relectura de la obra de Lira, y una revisión de la obra de un desconocido poeta del sur, fallecido también en situaciones semejantes y trágicas, parece ser necesaria para comprender nuestra propia esquizofrenia, y de qué manera estos seres suelen iluminarnos de luz zonas tan tremendamente oscuras.

Aquí el escritor Bernardo Reyes:

 

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