Noviembre 25, 2024

Entrevista a Martín Kohan: «Quiero escribir, no ser escritor»

 

Por Tamym Maulén

 

 

En Barcelona, el mismo día que recibiría, horas más tarde, el Premio Herralde de Novela por su libro Ciencias Morales, Martín Kohan se fue a un café, fuera de todo protocolo, y se pasó la mañana escribiendo otra novela, la próxima: «no habría podido concentrarme para leer ese día, porque estaba muy ansioso, pero sí concentrarme para escribir». Kohan, quien además de escritor es profesor de teoría literaria en la Universidad de Buenos Aires, lejos de todo premio, posee una de las escrituras más estimulantes y necesarias de la narrativa argentina actual. Nacido en 1967, en Buenos Aires, ha escrito siete novelas, entre las que destacan Los Cautivos (2000), Dos veces Junio (2002), Segundos afuera (2005), Museo de la revolución (2006) y Ciencias Morales, editada por Anagrama en 2007. Y otras dos aún inéditas, de las que nos adelanta posibles títulos. La escena del café habla por sí misma: escritor voraz, sin pausas. Escena que sintetiza muy bien su propia figura, enmarcada por completo en la tela sin fondo de la literatura.

 

—En vez de decir que pudiste incluso escribir el día que te entregaron el premio, deberíamos decir que necesitaste escribir.

—Es una buena forma de despegarse del libro ya escrito y de la vanidad que puede traer un premio. Trato de preservar la relación original, lo que para mí es más genuino: escribir en función de una idea literaria, y de las ganas de sacar esa idea. Me siento bien escribiendo, y no pensando en un libro o un premio. Para mí la situación de la escritura, todo el compromiso y toda la intensidad se da entre el texto y yo y nada más. Yo escribo un texto, eso es lo que me interesa, y el editor luego publica un libro. Yo no publico un libro; yo escribo un texto. Separar esas dos instancias —totalmente artificiosas, claro— te hace ganar autonomía en cuanto a las decisiones literarias. Decido en función de lo que yo estoy queriendo hacer, y no en función de un posible libro publicable. Intento entrar en comunión con lo que escribo, conversarle.

—Y eso, más allá del plan de escritura, también ayuda a escuchar lo que el texto mismo está diciendo.

—Exactamente. Saber escuchar lo que el texto está diciendo a mí me resulta muy placentero, porque ahí es donde uno está completamente con el lenguaje, eso es lo que se juega entre uno y las palabras, lo que quieres decirles y lo que ellas te hacen decir. Esa tensión es fabulosa.

Ciencias Morales, tu última novela, habla de una historia por ti conocida, que es la del Colegio Nacional de Buenos Aires, tu colegio. ¿Cómo fue abordar esa experiencia real, desligarse, y hacer de ella literatura?

—Diría que la decisión capital fue precisamente desalojar mi propia experiencia personal. A modo de chiste pensaba que esta novela era autobiográfica, pero autobiográfica sin mí: el mundo de ese colegio yo lo viví, pero no hay nada en la novela que esté construido sobre la base de una transposición literal de una experiencia personal. Describo autobiográficamente lugares, espacios, pero no narro autobiográficamente. Por ello la decisión que definió el carácter de la novela fue narrarla no desde el punto de vista de los estudiantes, que era lo más mío, sino interrogar desde la perspectiva de las autoridades del colegio, que era lo escondido, y donde yo más me desligaba de mí.

—Pareciera entonces que toda literatura resulta anfibia, estar en un lado y en otro, pero siempre más allá.

—A mí me resulta así. A otros les puede resultar a la inversa. Desde siempre para mí la lectura, y después la escritura, me funcionó como aquello que me sacaba de la vida. Lo que me interesa es desligarme, entrar en otros mundos, eso me lo da la literatura.

—«La poesía no es un dejar libre la emoción, sino una huida de la emoción», decía T.S. Eliot. No expresión de la personalidad, sino huida de la personalidad. ¿Tiene que ver con eso?

—Sí, completamente. Porque, ¿qué supone escribir? Supone afectarse por una emoción, conmoverse, horrorizarse o reírse, pero cuando uno está escribiendo no existe una transposición de esa propia emoción: lo que se hace es disponer de los artificios que van a poder suscitar esa emoción en el lector, que no es lo mismo que trasponer la propia afección. Trato entonces de poseer un alto grado de concentración para disponer de esos artificios y tomar las decisiones literarias adecuadas que produzcan en el lector ciertos efectos: yo no necesito conmoverme, no es algo necesario. No es mi risa lo que se lee en un libro, ni mi horror, ni mi emoción o mi personalidad: es mi escritura. Eso nos lleva a lo que conversábamos al principio sobre mi experiencia, ¿qué podría trasponer de mi personalidad en una novela si no me interesa? Yo escribo sobre cosas que me interesan, y yo no me encuentro interesante.

—Lectura / escritura. Lector / escritor. Háblanos de estas relaciones, al parecer, necesarias

—Totalmente necesarias. Me llamó la atención, por ejemplo, que al momento de dirigir talleres, aparecían personas muy ansiosas no por escribir sino por ser escritor, y no parecían interesarse mucho por la lectura. Como decíamos, la escritura no es expresión de la personalidad; puedes hacer un diario de vida con eso, pero no estás haciendo literatura. Todos los que adquirimos lecto-escritura podemos escribir, pero si no logras encontrar en el lenguaje cuáles son las formas de la tensión narrativa, no hay nada. Y eso se logra con la lectura, que es el lugar de aprendizaje para escribir. No imagino otro lugar mejor, como no imagino un músico que no escuche música o un cineasta que no vaya al cine. Si existe un tipo que se llamó Borges, que adjetivaba como nadie, ¿dónde vamos a ir a aprender? ¡Vamos a leerlo a él! Si hay alguien como Bolaño, que aprendió a darle una potencia feroz a la narración, donde el relato funciona como una flecha, entonces vamos a leer a Bolaño.

—Sobre tu formación como lector escritor, cómo se fue dando.

—En la literatura siempre me sentí muy cómodo, pero de algún modo también se impone. Yo no salía a los recreos en primaria porque prefería quedarme escribiendo algo; generalmente escribiendo sobre fútbol, pero escribiendo. Sin embargo, nunca fue una preocupación ser escritor, incluso hasta hoy: yo quiero escribir, no ser escritor. Lo que me gusta es escribir, entonces mi preocupación nunca fue cuándo seré escritor, sino cómo seguir escribiendo. A los quince o dieciséis años quería que la literatura atravesara mi vida diaria y no que quedara en un lugar de complemento o pasatiempo. La decisión de seguir la carrera de Letras tuvo que ver con la opción de organizar mi vida de adulto alrededor de la literatura, no como hobby, sino como mi vida misma. Soy escritor porque escribo, pero no tengo esa ambición de figuración social, no fantaseaba con eso: no soñaba de chico dar una conferencia como escritor, más bien lo que me imaginaba era jugar en Boca. Hoy donde me siento más seguro y estable es en la literatura, ya sea escribiendo o dando clases, pero en el universo literario.

—Del panorama literario argentino en las últimas décadas, de Manuel Puig en adelante, cuéntanos un poco qué está sucediendo.

—Ha habido muchísimo. Creo que después de Borges existió el problema de cómo resolver la figura Borges, y ha habido escritores que tuvieron que lidiar con eso. Gracias a ellos, Borges no tiene en escritores de mi edad un peso descomunal, y sí una influencia relajada y benigna. No hay ya una opresión, una angustia por esa influencia. Aquí yo diría que el propio Puig –que es no-Borges en muchos sentidos-, Walsh, Saer, Ricardo Piglia, César Aira, son los que me parece han resuelto de modos muy distinto el problema Borges.

 —Cortázar es también una vuelta de turca totalmente distinta a Borges, ¿Hubo también epidemia de Cortázar?

—Sí, absolutamente, pero me parece que Cortázar se agotó más por sí mismo. A Borges había que hacerle algo: Borges es invencible, es perfecto. Si con Borges no se hacía algo no se iba a poder escribir más salvo copiándolo. Entonces cuando Puig va a la cultura de masa, en registros que para Borges eran inalcanzables, logra despegarse. Piglia, muy inteligentemente, se da cuenta de ello y escribe literatura problematizando esto; Sáer se corre a otra tradición, Walsh se liga fuertemente a la política. Todas son desarticulaciones. Cortázar, en cambio, no requirió desactivaciones porque se agotó más por sí mismo.

—¿Qué ocurre ahora con tu generación? ¿Es posible hablar de alguna corriente literaria?

—Inmediatamente anterior a mi generación, podríamos hablar de dos corrientes literarias. Estaba el grupo Babel, con determinada estética y confrontaciones con el denominado grupo Planeta, donde estaba Juan Forn, Rodrigo Fresán y otros. En Babel estaba Alan Pauls, Sergio Bizzio y Sergio Chejfec, entre los que más me interesaban. Hubo una especie de debate literario: por un lado el grupo Planeta apostaba por contar buenas historias, mientras el modelo Babel consistía más en la escritura misma, hacer de la literatura un hecho de lenguaje. Yo claramente me identifiqué más por el grupo Babel, me identifica más esa forma de hacer literatura, aunque en mi generación no hubo definiciones tan nítidas ni pertenencias a grupos. Gustavo Ferreira, Juan José Becerra son escritores de mi generación con los que me siento muy afín.

—Qué opinión te merece lo que sucede en Chile y su literatura, su poesía.

—En poesía llego hasta Zurita, me gusta mucho. Parra es referente obligado. En la narrativa me estimula mucho lo que está haciendo Zambra y Contreras, por supuesto Bolaño. Se me quedan muchos más en el tintero. Me parece que en Chile, como en el resto de Latinoamérica están pasando cosas muy buenas, es un gran momento. El Premio Herralde lleva cinco certámenes consecutivos siendo ganado por un latinoamericano, es un ejemplo de lo que sucede.

—Por último, en qué está Martín Kohan hoy.

—Metido en literatura, con dos novelas listas. Una con un título aún tentativo: se llamaría El beneficio de la duda. La otra, que se titularía Cuerpo a Tierra, no está terminada del todo, pero no tengo apuros. Me ha pasado algo muy curioso y que no me había pasado nunca con esta última novela: quedé en blanco y no sé cómo seguir. Esperemos que la termine algún día; yo creo que sí.

 

(Buenos Aires, Septiembre de 2008)

 

Lee aquí: sobre La mirada invisible, película basada en el libro Ciencias Morales de Martín Kohan

 

 

 

Fotografía: por Tamym Maulén

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