Entrevista a Enrique Winter por la escritura a dos manos con José Kozer del libro: Variaciones de un día (Provinciano Editores, 2022)
Por Ernesto González Barnert
–Cuéntanos, Enrique, en qué estabas cuando José rompe el diálogo para proponerte en plena pandemia: «Debemos publicar un libro juntos (…) de diez a quince poemas por barba», ¿qué se vino a la cabeza luego de ese «reto poético»?
—El lun, 27 jul 2020 a las 2:11 p. m., Enrique Winter <enriquewinter@yahoo.com> escribió: Honor más grande, José querido. Yo que no puedo sino tomarme las cosas en serio, te respondo con un poema brevísimo respecto del tuyo, que es tanto más cercano a lo que leo en esta cabaña de Dattenfeld, a orillas del Sieg: voy en Números del Pentateuco, en el desierto de la Torá. Y sumo poemas domésticos, de algún modo son también variaciones del mismo día de encierro y crianza, ojalá contribuyan al maravilloso proyecto que propones. Por lo pronto el que envío sirve como introducción narrativa a la situación, otro más largo que empecé a escribirte se me descarriló, quizás sea la próxima respuesta. Asumo que los corregiremos (me encantaría), por ahora avanzamos, si te parece.
–¿Cómo fue el proceso del libro desde sus inicios hasta Provincianos Editores en la mesa de trabajo?
—José escribe un poema diario. Había empezado ya la serie sobre su familia, cuando la mía me volcó a escribir compulsivamente, como no me había sucedido en años, al menos no en verso. Veníamos de la revuelta. El embarazo, la extranjería, el desempleo y la pandemia me tenían en un particular estado de vigilia. Primero nos enviamos los poemas de a uno, comentándolos, luego José me entregó la serie entera y fui encontrando los hilos narrativos que dieran con el orden en que mezclé ambas voces sin identificarlas. Es casi el mismo en el que fueron escritos. Eso le ofrecí a Andrés Urzúa para los fondos de la industria, mientras cada uno escribió sus últimos poemas. En ellos tematizamos las inquietudes del otro. Ahí cantó la amistad y en los matices aparecieron las variaciones que constituyen la segunda mitad del libro. Andrés celebró el carácter gozoso, poco común en poesía, del que yo no me había dado cuenta, enfrascado en los nervios del padre primerizo y, sobre todo, en la búsqueda de una forma, de una vena para esta sangre que había surgido en versos clásicos de asombro ante la animalidad de la reproducción. Fue entonces cuando la respiración cobró importancia y al ritmo auditivo y visual de los poemas agregué el del olfato. Dentro de los rectángulos que armé a los pies de página, entrecorté los versos de la tradición para que titubearan de un modo curiosamente cercano a la fluidez vertical de José.
–¿De qué manera las nuevas o viejas masculinidades de ese padre primerizo [Winter] y del maestro jubilado [Kozer] chocaron o confluyeron?
—Desaprender los roles de género es un proceso de varias camadas. La poeta Raquel Abend me hizo ver que en Variaciones de un día el contraste no se daba entre nosotros, los autores, sino entre el bebé y el anciano reconciliados con la vida. Leemos cómo el tiempo se ensancha provocando cierto bienestar, pese al evidente vértigo de los extremos que se encuentran. Mi posición, en cambio, es la del funámbulo entre el mundo de roles definidos en el que me formé y otro opuesto que enseño a toda hora sin haberlo aprendido. Dentro de la vulnerabilidad en que nos pone el lenguaje poético, creo que ambos desafiamos el individualismo agresivo y competitivo propio de todo rubro tradicionalmente masculino con un coro de amor a la fragilidad de la familia, otra institución que podríamos entrar a cuestionar, sobre todo desde las jerarquías que aquí se deconstruyen con inquietud, te diré. De hecho uno de los poemas más políticos del conjunto sugiere «y sin querer queriendo necesitamos la violencia».
–¿Qué le aconsejarías a un poeta que trabaja a dos manos?
—Que no las muerda.
–¿Un poema de Variaciones de un día que te gustaría compartirnos hoy?
los ojos de canoa sobre mares de té
apenas dos ranuras entre la frente y las mejillas
me imitan la sonrisa ahora es suya
no me imites soy yo quien debo
debutar en las cosas a tu ritmo
de paloma coja
ensancha las narices empuja labios adelante
regalo esa sonrisa de todos modos me la robarían
los ojos de canoa sobre mares de té que le robó a su madre
fijos en mí aúlla hipa tuerce alarga la lengua
para responderme y vuelve a reír si canto
a galleta de mantequilla huele
esta vez agua harina levadura
los puños chupa como polen
la transferencia de calor y pausa
riegan lo pisoteado en mis apuros
pulpo helicóptero sus brazos pies un escarabajo
de espaldas
–¿Cuál es tu poema favorito de José Kozer?
—Es la continuidad de su fraseo, la acumulación sonora de sus imágenes cada vez más cotidianas, la que me hace entrar en estados algo alterados de la conciencia. Por eso te respondería «cualquier poema luego de los primeros diez», pero el que más he leído y dado a leer en mis talleres es «Te acuerdas, Sylvia» que justamente sigue con «cómo trabajaban las mujeres en casa. / Parecía que papá no hacía nada».
–¿Según tu opinión, Enrique, a la poesía chilena actual qué le sobra, qué le falta?
—Intento responderlo en el libro que publiqué en paralelo a este, Una poética por otros medios (Bisturí 10). Es un ensayo escrito en 52 sonetos continuos. Comparto dos pares acerca de la falta de crítica y de contexto para las expectativas.
TAL COMO ANTES SE COMPRABA QUESO
simplemente y ahora ya cualquiera
distingue el mantecoso del azul,
cada corriente de entre las poéticas
(en el mejor caso posible) o grupo
de amigos (en el peor) se junta en torno
a una editorial independiente
que controla un concurso y organiza
un solo evento público en las redes,
con presencia en un medio noticioso,
sin exponerse más a lo distinto.
No es necesario: quien sonetos quiera,
los obtendrá de quien los va ofreciendo
sin que el lector ni menos el autor
pasen por el mal rato de un litigio
EN TORNO A SU ATINGENCIA. NOS SUCEDE
lo mismo con quien hace experimentos
sonoros, ruidos. A esta inevitable
eficiencia que trae el capital
me opongo, como un integrante más
del espacio poético. Con nuestra
poética por otros medios, moros
y cristianos se bañan en el mismo
río revuelto. Nadie me convence
que el lateral derecho del equipo
de fútbol nacional y masculino
es rápido si veo en el estadio
o en la televisión cuán lento es.
Es la ausencia de prensa, de debate
y, sobre todo, de lectura atenta
LA QUE NOS DEJA A ALGUNOS VENDER HUMO
(…)
DISIDENCIA. LOS NUEVOS MEDIOS DAN
una ilusión de libertad, muy propia
de cualquier democracia subyugada
por el capitalismo. Convertirse
también en su instrumento es algo que
la poesía arriesga. Yo propuse,
en cambio, que defraude expectativas.
Lo que esperamos del poema viene
lógicamente del pasado, arrastra
aquello que el poema ha sido antes.
Es más, solo sabemos lo que fue
y me atrevo a indicar que lo valioso
en el poema es lo que no sabemos.
La tensión entre separarse del
pasado o promoverlo a nuestros días
ES NECESARIA PARA EL ORGANISMO
(así en la autopoiesis de Varela
y Maturana, como en la vanguardia
según Greenberg que, cuando rompe el canon,
conserva su nivel). Quizás por eso,
los poemas chilenos me preocupan.
Diría que repiten cotidianos
que indagó Lihn con gracia, donde Parra
sentenciaba con gracia, y me preocupa
la teoría del poema, bajo
el paraguas de Pound. Allá llovía.
Debiera defraudar la poesía
incluso cuando elige sus temáticas:
fabricar desde cada periferia
lo que el centro no espera de ella. Todo (…)
Sobra talento y leo con optimismo las poéticas jóvenes, colaborativas y desprejuiciadas en el uso de sus fuentes. Echo de menos el riesgo, pero ya sería mucho pedir.
–Por último, tras 30 libros publicados en 12 países y en cuatro idiomas, ¿cuál es hoy el corazón de tu obra, el arte poética de tu vida, la razón de tu escritura?
—La duda.