Noviembre 7, 2024

Calas sobre una fenomenología poética en «Odas elementales» de Pablo Neruda

 

Por Víctor Coral, poeta y ensayista peruano*

 

 

La trayectoria que siguió la idea poética subyacente en Odas elementales —el poemario con que Pablo Neruda da un giro renovador en su producción— hasta consolidarse como libro, es más o menos rastreable. Se sabe que en Canto General (1950) hay algunas composiciones que muy bien podrían ser asimilables al gran libro de 1954. También se puede encontrar poemas del mismo tono y estructura en su poemario de 1953, Las uvas y el viento.

Jaime Concha, en el prólogo a su edición de Cátedra de las Odas, afirma que la poesía de Pedro Prado (en especial Flores de Cardo, 1908, y El llamado del mundo, 1913) es un precedente de la poética desplegada en el libro de Neruda. En el caso específico de Flores de cardo, creemos que JC se debe referir sobre todo a la primera parte del poemario, titulada elocuentemente “Pláticas amigas”. Allí Prado dialoga y redefine su relación con objetos concretos como la casa, el laurel, la parra, la miel y el pan. Cito:

 

Yo veía las alas del gran techo

como dos brazos abiertos

sobre la casa.

 

(…)

 

Afuera no había nada

como la vida mansa

que toda la casa destilaba.

 

I todo parecía respetarla

hasta la luz i hasta la sombra i hasta el aire

que cauteloso solamente entraba.

 

Dentro de élla, élla misma daba

una espesa sombra. Los árboles

nunca tendrían nada semejante.

 

(“La casa”)

 

 

¿Cómo ignorar la cercanía con la poética igualmente dialogante que Neruda despliega en las Odas?

 

No me gusta

la casa sin tejado,

la ventana sin vidrios.

 

(…)

 

cae la nieve

es dulce el corazón

caliente de la casa.

 

(“Oda a la pareja”)

 

 

Hablé de poética. Tendría que explicar un poco de qué va esta poética peculiar nerudiana que tanto interés suscita.

 

El partido de las cosas

En 1942, catorce años antes de la publicación de las Odas, un libro editado en Francia iba a cuestionar radicalmente las seguridades anquilosadas que el verso medido y las formas tradicionales aún proporcionaban a los creadores: Le parti pris des choses, de Francis Ponge. Buena parte de la poesía de la segunda mitad del siglo veinte es impensable sin el poemario de Ponge. Allí, por primera vez, fenomenología y poesía quedan imbricados indivisiblemente; reflexión sugestiva y expresión creadora son potenciados y predominan en textos de inquietante vecindad estética con los que podemos encontrar en el libro de Neruda. Ponge enseña el camino(1) con poemas como “La papa”, “El guijarro”, “Los caracoles”, o este que citamos:

 

El pan

La superficie del pan es maravillosa en primer lugar por la impresión casi panorámica que da: como si tuvieras los Alpes, el Tauro o los Andes al alcance de la mano.

Y así una amorfa masa eructante se nos deslizó en el horno estelar, donde al endurecerse se formó en valles, crestas, ondulaciones, hendiduras… Y todos esos planos ahora tan pulcramente articulados, esas finas losas donde la luz deposita diligentemente su fuegos, – sin una mirada por la innoble suavidad debajo.

Este subsuelo suelto y frío que se llama la miga tiene su tejido como el de las esponjas: hojas o flores están ahí como hermanas siamesas soldadas por todos los codos a la vez. Cuando el pan se pone duro, estas flores se marchitan y se encogen: luego se separan unas de otras y la masa se desmorona…

Pero rompámoslo: porque el pan debe ser en nuestra boca menos un objeto de respeto que de consumo.

 

Algunas precisiones son necesarias. Ponge, a diferencia de Neruda, rehúye dar tratamiento de oda a los elementos que selecciona para ser cantados. Lo que el francés se propone es aplicar la epojé fenomenológica al objeto poético(2) La posición del poeta, así, está más relacionada con la de un entomólogo o un biólogo, que observa sin pasiones, con toda la objetividad de que es capaz, su objeto de estudio, sea un escarabajo, un helminto o una bacteria.

Neruda, en cambio, si bien parece estar urgido por abordar el cosmos objetual que había desapercibido en sus primeros libros (todos ellos transidos de una voluntad trascendente y preocupaciones más metafísicas y cósmicas, si se quiere), no se hace problemas con el asunto de la objetividad científica: el yo del poeta no sólo abunda como marca gramatical en todo el poemario, también está presente como elemento modificador del objeto percibido. Neruda canta a la lluvia, al tomate, al caldillo de congrio, al traje y al edificio, pero parece estar seguro de que percibir es ya recrear el objeto; parece creer que los objetos sólo se consuman en la mirada creadora del poeta. Ningún afán de objetividad le preocupa, pero sí mantiene lo que llamaremos una mirada poética con rasgos fenomenológicos. A este punto conviene citar un famoso manifiesto de 1935 (3), donde declara con firmeza:

 

Es muy conveniente, en ciertas horas del día o de la noche, observar profundamente los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales, los sacos de las carbonerías, los barriles, las cestas, los mangos y asas de los instrumentos del carpintero. De ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico.

 (…)

 Así sea la poesía que buscamos… Una poesía impura como un traje, como un cuerpo con manchas de nutrición y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecía, declaraciones de amor y odio, bestia sacudida, idilios, creencias políticas, negaciones, afirmaciones, impuestos.

 

Aquella vocación observadora, esos supuestos trazos de impureza abundan en las Odas, pero también están mezclados con una suerte de entrañable subjetividad –algo que Ponge más bien se propuso desterrar (y que no logró hacer por completo, pero eso es tema de otro texto). Pese a que en el poema inaugural de las Odas Neruda hace cariñoso escarnio de los poetas del “yo”, él mismo incide en esa supuesta falta. Algunas citas:

 

Yo me río,

me sonrío

de los viejos poetas,

yo adoro toda

la poesía escrita,

todo el rocío,

luna, diamante, gota

de plata sumergida,

que fue mi antiguo hermano,

agregando a la rosa,

pero

me sonrío

siempre dicen «yo»,

a cada paso

les sucede algo,

es siempre «yo»,

por las calles

sólo ellos andan

 

(“El hombre invisible”)

 

Yo cuanto existe celebré, cebolla,

pero para mí eres

más hermosa que un ave

de plumas cegadoras,

 

(“Oda a la cebolla”)

 

 

Yo soy,

yo soy el día,

soy

la luz.

Por eso

tengo

deberes de mañana,

trabajos de mediodía.

Debo

andar

con el viento y el agua,

abrir ventanas,

echar abajo puertas,

romper muros,

iluminar rincones.

 

(“Oda a la claridad”)

 

Yo sufro.

Yo conozco.

 

(“Oda al cobre”)

 

Son insistentes

como los gusanos,

son invisibles

 

(…)

me descuido y me muerden

los zapatos,

existen porque existo.

Qué puedo hacer?

Yo creo

que seguiré cantando

hasta morirme.

No puedo en este punto

hacerles concesiones.

 

(“Oda a la envidia”)

 

Acabo de citar cinco poemas del libro, pero podría haber citado quince o veinticinco. El problema no es que el yo del poeta se halle en prácticamente todas las odas. Más o menos rastreable, más o menos visible, lo mismo pasa con la mayor parte de los poemas del siglo veinte. El punto es ver si esta presencia constante está en concordancia con el programa poético nerudiano. Y estimamos que sí.

 

Lo que el poeta quiere del objeto

A diferencia de Ponge, y a pesar de que ambos parten de una misma necesidad de dar voz y hacer visibles en su especificidad a los objetos, Neruda confía en la capacidad creadora y convocante de la palabra poética. Es como si pensara que el objeto se realza y alcanza su cénit cuando es nombrado por el poeta. No le importa conquistar una objetividad casi siempre esquiva, pero sí extraer de los objetos una faceta oculta o poco valorada. Sus percepciones ganan con lo que los objetos le otorgan, y a su vez los objetos refulgen al aire de una mirada profundamente poética, enamorada de la luz, de la vida y de la materialidad. Cito (el énfasis es nuestro):

 

Y bien, los hombres,

las mujeres,

vinieron y tomaron

la sencilla materia,

brizna, viento, fulgor, barro, madera

y con tan poca cosa

construyeron

paredes, pisos, sueños.

 

(“Oda a la crítica”)

 

 

Oh alegría

del equilibrio y de las proporciones.

Oh peso utilizado

de huraños materiales,

desarrollo del lodo

a las columnas,

esplendor de abanico

en las escalas.

De cuántos sitios

diseminados en la geografía

aquí bajo la luz vino a elevarse

la unidad vencedora.

 

(“Oda al edificio”)

 

primavera,

luz desencadenada,

yegua verde,

todo

se multiplica,

todo

busca

palpando

una materia

que repita su forma

 

(“Oda a la primavera”)

 

Oh día pleno,

oh fruto

del espacio,

mi cuerpo es una copa

en que la luz y el aire

caen como cascadas.

Toco

el agua marina.

Sabor

de fuego verde,

de beso ancho y amargo

tienen las nuevas olas

de este día.

Tejen su trama de oro

las cigarras

en la altura sonora.

La boca de la vida

besa mi boca.

 

(…)

 

y voy con los ríos,

cantando

con los ríos,

ancho, fresco y aéreo

en este nuevo día,

y lo recibo,

siento

cómo

entra en mi pecho, mira con mis ojos.

Yo soy,

yo soy el día,

soy

la luz.

 

(“Oda a la claridad”)

 

La fenomenología poética del Neruda de las Odas puede no ser el centro del interés programático del poeta –en el caso de Ponge sí constituye el núcleo temático y de propuesta de su opera magna–; pero acompaña con constancia y evidencia todo el desarrollo del libro, secunda la mirada poderosa que lanza el poeta sureño sobre los objetos materiales, abstractos, subjetivos y naturales que lo conforman. Queda como tarea futura ampliar estas pesquisas apenas esbozadas aquí a los otros libros que mantienen y amplían la poética de Odas: Nuevas Odas Elementales (1956), Tercer Libro de Odas (1957) y Navegaciones y Regresos (1959).

 

 

*Víctor Coral (Barranco, Lima, 1968) es poeta y ensayista. Fundó la revista literaria Ajos & Zafiros en 1998. Ha publicado los poemarios Luz de Limbo (2001, 2005), Cielo Estrellado (2004), Parabellum (2008), Poseía (2011), tvpr (2014), Acróstico Deleuziano (dos ediciones: Lima, México, 2019) y Nada de este mundo (Chile, LP5, 2020). En julio publicará un volumen de poemas no recogidos en libro titulado Cardados (Colombia, Lugar Poema, 2022). Un poemario suyo, Cuadernillo peruanos de los diálogos, fue finalista del Premio Internacional de Poesía Copé 2021 y del Premio de Poesía “José Watanabe” 2021. También ha publicado las novelas Rito de paso (Norma, 2008) y Migraciones (2009). Poemas, reseñas y ensayos suyos han sido publicados en Letras Libres, Periódico de Poesía, Luvina, Círculo de Poesía, Letralia, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Hueso Húmero, entre otras. Ha hecho periodismo cultural en su país en los diarios La República y El Comercio. En 2019 publicó una antología de poesía mexicana actual titulada Mexpoet. En el 2020 realizó una serie de entrevistas a más de 100 poetas de toda Hispanoamérica que pronto será publicada en formato físico.

 

 

 

 

  1. Se sabe que durante los años 40 Neruda vivió en varias ciudades europeas. Barcelona, Madrid, Capri, Nápoles, París… Es probable que en alguna de aquellas metrópolis haya tomado contacto con la obra de Ponge.

 

  1. Es decir, siguiendo a Hüsserl, suspender la actitud natural del observador, poner entre paréntesis todo juicio o valor, para acceder al objeto concreto, “trascendente”.

 

  1. Publicado en el número I de la revista Caballo Verde para la Poesía, correspondiente a octubre de 1935.

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