Por Víctor Coral, poeta y ensayista peruano*
La trayectoria que siguió la idea poética subyacente en Odas elementales —el poemario con que Pablo Neruda da un giro renovador en su producción— hasta consolidarse como libro, es más o menos rastreable. Se sabe que en Canto General (1950) hay algunas composiciones que muy bien podrían ser asimilables al gran libro de 1954. También se puede encontrar poemas del mismo tono y estructura en su poemario de 1953, Las uvas y el viento.
Jaime Concha, en el prólogo a su edición de Cátedra de las Odas, afirma que la poesía de Pedro Prado (en especial Flores de Cardo, 1908, y El llamado del mundo, 1913) es un precedente de la poética desplegada en el libro de Neruda. En el caso específico de Flores de cardo, creemos que JC se debe referir sobre todo a la primera parte del poemario, titulada elocuentemente “Pláticas amigas”. Allí Prado dialoga y redefine su relación con objetos concretos como la casa, el laurel, la parra, la miel y el pan. Cito:
Yo veía las alas del gran techo
como dos brazos abiertos
sobre la casa.
(…)
Afuera no había nada
como la vida mansa
que toda la casa destilaba.
I todo parecía respetarla
hasta la luz i hasta la sombra i hasta el aire
que cauteloso solamente entraba.
Dentro de élla, élla misma daba
una espesa sombra. Los árboles
nunca tendrían nada semejante.
(“La casa”)
¿Cómo ignorar la cercanía con la poética igualmente dialogante que Neruda despliega en las Odas?
No me gusta
la casa sin tejado,
la ventana sin vidrios.
(…)
cae la nieve
es dulce el corazón
caliente de la casa.
(“Oda a la pareja”)
Hablé de poética. Tendría que explicar un poco de qué va esta poética peculiar nerudiana que tanto interés suscita.
El partido de las cosas
En 1942, catorce años antes de la publicación de las Odas, un libro editado en Francia iba a cuestionar radicalmente las seguridades anquilosadas que el verso medido y las formas tradicionales aún proporcionaban a los creadores: Le parti pris des choses, de Francis Ponge. Buena parte de la poesía de la segunda mitad del siglo veinte es impensable sin el poemario de Ponge. Allí, por primera vez, fenomenología y poesía quedan imbricados indivisiblemente; reflexión sugestiva y expresión creadora son potenciados y predominan en textos de inquietante vecindad estética con los que podemos encontrar en el libro de Neruda. Ponge enseña el camino(1) con poemas como “La papa”, “El guijarro”, “Los caracoles”, o este que citamos:
El pan
La superficie del pan es maravillosa en primer lugar por la impresión casi panorámica que da: como si tuvieras los Alpes, el Tauro o los Andes al alcance de la mano.
Y así una amorfa masa eructante se nos deslizó en el horno estelar, donde al endurecerse se formó en valles, crestas, ondulaciones, hendiduras… Y todos esos planos ahora tan pulcramente articulados, esas finas losas donde la luz deposita diligentemente su fuegos, – sin una mirada por la innoble suavidad debajo.
Este subsuelo suelto y frío que se llama la miga tiene su tejido como el de las esponjas: hojas o flores están ahí como hermanas siamesas soldadas por todos los codos a la vez. Cuando el pan se pone duro, estas flores se marchitan y se encogen: luego se separan unas de otras y la masa se desmorona…
Pero rompámoslo: porque el pan debe ser en nuestra boca menos un objeto de respeto que de consumo.
Algunas precisiones son necesarias. Ponge, a diferencia de Neruda, rehúye dar tratamiento de oda a los elementos que selecciona para ser cantados. Lo que el francés se propone es aplicar la epojé fenomenológica al objeto poético(2) La posición del poeta, así, está más relacionada con la de un entomólogo o un biólogo, que observa sin pasiones, con toda la objetividad de que es capaz, su objeto de estudio, sea un escarabajo, un helminto o una bacteria.
Neruda, en cambio, si bien parece estar urgido por abordar el cosmos objetual que había desapercibido en sus primeros libros (todos ellos transidos de una voluntad trascendente y preocupaciones más metafísicas y cósmicas, si se quiere), no se hace problemas con el asunto de la objetividad científica: el yo del poeta no sólo abunda como marca gramatical en todo el poemario, también está presente como elemento modificador del objeto percibido. Neruda canta a la lluvia, al tomate, al caldillo de congrio, al traje y al edificio, pero parece estar seguro de que percibir es ya recrear el objeto; parece creer que los objetos sólo se consuman en la mirada creadora del poeta. Ningún afán de objetividad le preocupa, pero sí mantiene lo que llamaremos una mirada poética con rasgos fenomenológicos. A este punto conviene citar un famoso manifiesto de 1935 (3), donde declara con firmeza:
Es muy conveniente, en ciertas horas del día o de la noche, observar profundamente los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales, los sacos de las carbonerías, los barriles, las cestas, los mangos y asas de los instrumentos del carpintero. De ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico.
(…)
Así sea la poesía que buscamos… Una poesía impura como un traje, como un cuerpo con manchas de nutrición y actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecía, declaraciones de amor y odio, bestia sacudida, idilios, creencias políticas, negaciones, afirmaciones, impuestos.
Aquella vocación observadora, esos supuestos trazos de impureza abundan en las Odas, pero también están mezclados con una suerte de entrañable subjetividad –algo que Ponge más bien se propuso desterrar (y que no logró hacer por completo, pero eso es tema de otro texto). Pese a que en el poema inaugural de las Odas Neruda hace cariñoso escarnio de los poetas del “yo”, él mismo incide en esa supuesta falta. Algunas citas:
Yo me río,
me sonrío
de los viejos poetas,
yo adoro toda
la poesía escrita,
todo el rocío,
luna, diamante, gota
de plata sumergida,
que fue mi antiguo hermano,
agregando a la rosa,
pero
me sonrío
siempre dicen «yo»,
a cada paso
les sucede algo,
es siempre «yo»,
por las calles
sólo ellos andan
(“El hombre invisible”)
Yo cuanto existe celebré, cebolla,
pero para mí eres
más hermosa que un ave
de plumas cegadoras,
(“Oda a la cebolla”)
Yo soy,
yo soy el día,
soy
la luz.
Por eso
tengo
deberes de mañana,
trabajos de mediodía.
Debo
andar
con el viento y el agua,
abrir ventanas,
echar abajo puertas,
romper muros,
iluminar rincones.
(“Oda a la claridad”)
Yo sufro.
Yo conozco.
(“Oda al cobre”)
Son insistentes
como los gusanos,
son invisibles
(…)
me descuido y me muerden
los zapatos,
existen porque existo.
Qué puedo hacer?
Yo creo
que seguiré cantando
hasta morirme.
No puedo en este punto
hacerles concesiones.
(“Oda a la envidia”)
Acabo de citar cinco poemas del libro, pero podría haber citado quince o veinticinco. El problema no es que el yo del poeta se halle en prácticamente todas las odas. Más o menos rastreable, más o menos visible, lo mismo pasa con la mayor parte de los poemas del siglo veinte. El punto es ver si esta presencia constante está en concordancia con el programa poético nerudiano. Y estimamos que sí.
Lo que el poeta quiere del objeto
A diferencia de Ponge, y a pesar de que ambos parten de una misma necesidad de dar voz y hacer visibles en su especificidad a los objetos, Neruda confía en la capacidad creadora y convocante de la palabra poética. Es como si pensara que el objeto se realza y alcanza su cénit cuando es nombrado por el poeta. No le importa conquistar una objetividad casi siempre esquiva, pero sí extraer de los objetos una faceta oculta o poco valorada. Sus percepciones ganan con lo que los objetos le otorgan, y a su vez los objetos refulgen al aire de una mirada profundamente poética, enamorada de la luz, de la vida y de la materialidad. Cito (el énfasis es nuestro):
Y bien, los hombres,
las mujeres,
vinieron y tomaron
la sencilla materia,
brizna, viento, fulgor, barro, madera
y con tan poca cosa
construyeron
paredes, pisos, sueños.
(“Oda a la crítica”)
Oh alegría
del equilibrio y de las proporciones.
Oh peso utilizado
de huraños materiales,
desarrollo del lodo
a las columnas,
esplendor de abanico
en las escalas.
De cuántos sitios
diseminados en la geografía
aquí bajo la luz vino a elevarse
la unidad vencedora.
(“Oda al edificio”)
primavera,
luz desencadenada,
yegua verde,
todo
se multiplica,
todo
busca
palpando
una materia
que repita su forma
(“Oda a la primavera”)
Oh día pleno,
oh fruto
del espacio,
mi cuerpo es una copa
en que la luz y el aire
caen como cascadas.
Toco
el agua marina.
Sabor
de fuego verde,
de beso ancho y amargo
tienen las nuevas olas
de este día.
Tejen su trama de oro
las cigarras
en la altura sonora.
La boca de la vida
besa mi boca.
(…)
y voy con los ríos,
cantando
con los ríos,
ancho, fresco y aéreo
en este nuevo día,
y lo recibo,
siento
cómo
entra en mi pecho, mira con mis ojos.
Yo soy,
yo soy el día,
soy
la luz.
(“Oda a la claridad”)
La fenomenología poética del Neruda de las Odas puede no ser el centro del interés programático del poeta –en el caso de Ponge sí constituye el núcleo temático y de propuesta de su opera magna–; pero acompaña con constancia y evidencia todo el desarrollo del libro, secunda la mirada poderosa que lanza el poeta sureño sobre los objetos materiales, abstractos, subjetivos y naturales que lo conforman. Queda como tarea futura ampliar estas pesquisas apenas esbozadas aquí a los otros libros que mantienen y amplían la poética de Odas: Nuevas Odas Elementales (1956), Tercer Libro de Odas (1957) y Navegaciones y Regresos (1959).
*Víctor Coral (Barranco, Lima, 1968) es poeta y ensayista. Fundó la revista literaria Ajos & Zafiros en 1998. Ha publicado los poemarios Luz de Limbo (2001, 2005), Cielo Estrellado (2004), Parabellum (2008), Poseía (2011), tvpr (2014), Acróstico Deleuziano (dos ediciones: Lima, México, 2019) y Nada de este mundo (Chile, LP5, 2020). En julio publicará un volumen de poemas no recogidos en libro titulado Cardados (Colombia, Lugar Poema, 2022). Un poemario suyo, Cuadernillo peruanos de los diálogos, fue finalista del Premio Internacional de Poesía Copé 2021 y del Premio de Poesía “José Watanabe” 2021. También ha publicado las novelas Rito de paso (Norma, 2008) y Migraciones (2009). Poemas, reseñas y ensayos suyos han sido publicados en Letras Libres, Periódico de Poesía, Luvina, Círculo de Poesía, Letralia, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Hueso Húmero, entre otras. Ha hecho periodismo cultural en su país en los diarios La República y El Comercio. En 2019 publicó una antología de poesía mexicana actual titulada Mexpoet. En el 2020 realizó una serie de entrevistas a más de 100 poetas de toda Hispanoamérica que pronto será publicada en formato físico.
- Se sabe que durante los años 40 Neruda vivió en varias ciudades europeas. Barcelona, Madrid, Capri, Nápoles, París… Es probable que en alguna de aquellas metrópolis haya tomado contacto con la obra de Ponge.
- Es decir, siguiendo a Hüsserl, suspender la actitud natural del observador, poner entre paréntesis todo juicio o valor, para acceder al objeto concreto, “trascendente”.
- Publicado en el número I de la revista Caballo Verde para la Poesía, correspondiente a octubre de 1935.