Por Ernesto González Barnert
Conversamos sobre Alto Hospicio y su mirada poética, con el poeta, editor, académico y presidente de la Fundación Versolibre, Nelson Zúñiga González (Santiago, 1977) a propósito de su último libro que lleva el nombre de la localidad nortina, publicado por Cerrojo ediciones a finales del año pasado. Libro que fue muy bien desmenuzado por el poeta Francisco Martinovich en la nota: https://cultura.fundacionneruda.org/2021/11/25/alto-hospicio-de-nelson-zuniga-gonzalez-cerrojo-ediciones-2021/
Sin duda, Nelson, retoma el hilo de la tragedia y acampa poéticamente, con espíritu pulcro y quirúrgico sobre la página en blanco del abandono y dolor en el extrarradio de la ciudad nortina, así va conteniendo tanto la emoción y el terror, revisita la herida no cerrada y el desamparo de las víctimas, con una lograda y parca atmósfera, no exento de belleza contemplativa y soledad propia del desierto, evitando cualquier exabrupto, equilibrando con inteligencia y oficio, este lienzo abierto del crimen[es] que se contiene en Voces, Despoblados, Destellos, Espejismos y Ecos. Sumado a un trabajo feliz de Sara Viloria que refuerza el espíritu de «piedra contra el olvido» de este testimonio lírico. Sin duda, un poemario que busca sumarse al eco y noticia permanente de esta terrible situación. Poesía documental que logra sortear la peligrosa estetización vana del asunto y nos lega un volumen de ley, en toda forma, sobre una de las sombras que se cierne sobre nuestra larga y angosta faja de tierra hasta el día de hoy.
—¿Por qué volver, a la escritura, tras La ciencia del silencio de Gramaje Ediciones, 2013, internándose ahora en el pueblo nortino y por lo mismo desértico, Alto hospicio, pequeña ciudad aledaña a Iquique, con las connotaciones públicas y criminales por todos y todas conocidos a su alrededor. ¿Qué llamo tu atención, te atrajo para laborar este poemario situado –siguiendo un concepto de Enrique Lihn–? ¿Qué, Nelson, más allá del horror que envuelve este trabajo poético, te permitió sientes ver este descampado, testimonio de tanto desamparo, abandono y dolor entre víctimas y familiares?
—Pienso que soy de los que siempre vuelve a la escritura. Por ese lado, creo que me puedo alejar o pasar períodos sin sacar un solo verso, pero siempre vuelvo, de alguna manera, a escribir. No necesariamente con el norte de una publicación en mente, pero sí al lenguaje, al juego, a la palabra. No podría decir que hubo algo que me atrajo cuando comencé con los poemas que hoy conforman Alto Hospicio. Podría decir que fue más bien una especie de surgimiento, un brotar de imágenes que se me aparecieron. Al principio no tenía del todo claro de qué iban los primeros versos, solo había una imagen repetitiva, las piedras en el desierto, incapaces de ocultar un crimen. Solo después de un tiempo caí en cuenta que había una voz colectiva detrás de esa imagen. En ese momento supe que estaba escribiendo sobre las niñas de Alto Hospicio. No fue fácil asumir esa escritura, pero tampoco podía ignorar el impulso, la fuerza emotiva de esas imágenes. Una parte de mi familia viene justamente de Iquique, de la pampa. Mi abuela paterna vivió cuando niña en una oficina salitrera, por lo que sus historias, ese imaginario asociado al desierto, me fue siempre familiar, a pesar de haber nacido en Santiago. Por lo tanto, creo que en los poemas de Alto Hospicio se cruzan una multiplicidad de historias que tienen algunas marcas comunes, no solo en el territorio, sino también en el sacrificio y en las históricas injusticias de clase.
–¿De qué manera ves hoy tu labor en el oficio, entiendes conceptualmente tu arte poética, sobre lo tratado, aunando tu obra lírica a la fecha?
—Creo que me encuentro en una especie de recodo, un momento de calma, creativamente hablando. Durante varios años escribí de manera muy constante, obsesiva incluso. No me arrepiento de ello, pero hay que reconocer que te puedes sentir un poco cansado, reiterativo. Por ello me he dedicado a explorar otros lenguajes, otros géneros y prácticas a los que les di menos atención en estos años. Me refiero, entre otras, a la narrativa. Me parece importante realizar actividades en las que te sientas más novato, eso te permite aprender.
–¿Me gustaría ahora saber sobre 10 libros que marcan tu educación sentimental, te fueron imprescindibles en tu mirada tanto como profesional de las letras como escritor?
—Difícil pregunta, sin duda. Es imposible ser justos con todas las lecturas que uno ha disfrutado o que lo han marcado de alguna manera en distintos momentos de su vida. Pero aquí va mi intento:
- El Dhammapada (Recopilación de las enseñanzas de Buda)
- La ciudad, de Gonzalo Millán.
- Estrellas fijas sobre un cielo blanco, Óscar Hahn.
- Claus y Lucas, de Agota Kristof.
- El libro de la risa y el olvido, de MIlan Kundera.
- ¿Qué es el zen? De Daisetsu Teitaro Suzuki.
- Los vagabundos del Dharma, de Jack Kerouac.
- Cosas del cuerpo, de José Watanabe
- Extracción de la piedra de locura, de Alejandra Pizarnik.
- El héroe de las mil caras, de Joseph Campbell
–¿De qué manera te encuentras –o dialogas–, con la obra poética de Pablo Neruda?
—Me parece que todos dialogamos de manera permanente con las voces ineludibles de la cultura en Chile. Neruda, por supuesto, pero también Mistral, Huidobro, Gonzalo Rojas, Nicanor y Violeta Parra… la lista es larga. Particularmente me ocurre con Neruda que, dado lo monumental de su obra, sus versos se me aparecen incluso de manera, digamos, “inconsciente”. Es parte no solo de nuestra historia, sino de nuestro lenguaje. Eso puede a veces ser un poco agobiante, sobre todo para los más jóvenes, pienso. Sin embargo, creo que es bueno volver a Neruda cada tanto, tratando de quitarse en lo posible los sesgos con que se lo ha leído y enfrentarse a sus poemas con una actitud más abierta. Ahí te das cuenta de la calidad de muchos de sus textos. Hay poemas de Neruda que he leído mil veces y me siguen impresionando.
–¿Cómo llevaste el largo período de estallido social y pandemia? ¿Algún poema, verso, qué te ayudó a cruzar los momentos más difíciles?
—Sin duda fue un período muy duro, en especial la primera parte de la cuarentena. Más que un verso, fue uno de los libros que mencioné más arriba: Los vagabundos del Dharma, de Kerouac. Fue una gran compañía en los momentos de soledad más extrema.
–¿A qué te temes literariamente hablando?
—No tengo temores literarios. Hay que atreverse, tocar los propios límites. Total, si te pasas, te puedes devolver, no pasa nada.
–¿Cuál es el peor error que puede cometer un poeta?
—Quizá hay dos formas básicas de enfrentar esa pregunta: dentro de la página y fuera de ella. Fuera de la página, los errores de un poeta son los mismos de cualquier otra persona. No somos especiales ni diferentes ni tenemos privilegios de ninguna clase. En ese sentido, el error de todo creador es identificarse con su obra. Por otra parte, dentro de la página puedes cometer todos los “errores” que quieras. Recuerdo lo que le dijo Miles Davis a Herbie Hancock: no existe la nota equivocada. Todo depende de la nota que toques después.
–Desde tu mirada personal como autor y también desde tu labor en la Fundación VersoLibre ¿Cómo ves el panorama actual de la poesía chilena?
—Pienso que sería muy ambicioso intentar un panorama de la poesía actual chilena en su totalidad. Puedo hablar de los/las poetas más jóvenes cuya obra efectivamente conozco. Me considero bastante cercano a un grupo de poetas de Venezuela que viven en Chile, como por ejemplo Maxi Sojo, Ivana Aponte, Sara Viloria y Eva Tizzani. He tenido la suerte de conocer su trabajo y me parece bellísimo. Creo que la antología Una cicatriz donde se escriben despedidas, elaborada por David Brunson y publicada por Libros del Amanecer, es una gran contribución al panorama poético y editorial de Chile en la actualidad.
–¿Un libro que nunca pudiste terminar de leer?
—Son varios (muchos, quizás) y por varias razones. Mencionaré el que menos pudor me cuesta: El Señor de los Anillos. Si cabe la razón, me aburrió épicamente.
–¿Qué le dice el editor al poeta y éste mismo poeta al editor que también eres?
—No sé si hablan mucho entre ellos, ya que trabajan en ámbitos separados. Mi trabajo como editor ha sido principalmente en el ámbito académico, con artículos de revistas y libros. Sin embargo, creo que poeta y editor coinciden en la predilección consciente por la rigurosidad, por evitar lo innecesario o superfluo en los textos. Pienso que, como decía Floridor Pérez, el poeta trabaja más con la goma que con el lápiz.
–Si estuviésemos en una sala de clases de algún liceo, ¿qué poema tuyo leerías?
—Quizás «Las flores del desierto no florecen», de Alto Hospicio:
las flores del desierto no florecen
son piedras que emergieron desde el fondo
de azufres de nitratos y calizas
las flores del desierto no florecen
la égida del sol no lo consiente
el hierro de su ojo las calcina
las flores del desierto estaño blanco
son costra de una sal que resplandece
–¿Qué viene ahora poéticamente hablando?
—Tengo dos proyectos prácticamente terminados, pero que han estado en pausa por diversas razones. El primero es Samizdat, un libro sobre la tortura y la violencia estatal hecho en colaboración con Sara Viloria, poeta y artista visual que hizo las ilustraciones y la cubierta de Alto Hospicio. En Samizdat la ilustración y el diseño se toman la página y el libro de manera radical. Es un trabajo que me gusta mucho y espero que vea la luz muy pronto. El segundo es Jazz, un poemario donde todo gira en torno a la música, las experiencias y la memoria emotiva que surge al escucharla. Este libro, pienso, es bastante más celebratorio que los otros.
–¿Qué planes tiene la Fundación VersoLibre esta temporada?
—Fundación Versolibre está bastante activa, lo que nos tiene muy felices. Retomamos nuestros talleres de escritura creativa en colegios, lo que siempre es algo que nos llena de alegría. Hace poco tuvimos un Concurso Express de Poesía por Instagram, que tuvo una muy buena acogida por parte de nuestros seguidores. Lo que se viene prontamente son dos talleres gratuitos que ofreceremos con motivo del Día del Patrimonio junto al Museo de Arte Colonial de San Francisco, a fines de mayo. También vamos a realizar un ciclo de lecturas, pero eso viene ya en invierno. Aprovecho la oportunidad para invitar a quienes lean esta entrevista a que nos sigan en Instagram que es el canal por donde comunicamos todas nuestras actividades.