Por Ernesto González Barnert
Desgracia, es el último libro de Fernando Valverde, tras 8 años sin publicar en España, fruto ya de una voz madura, de un poeta que viene de vuelta, tras una juventud «persiguiendo la gloria», asumiendo renuncias y sacrificios, la belleza y la verdad, la luminosidad que se cuela por la grieta de la vida y sus filias, abrazando así lo que ama, sus pequeñas y grandes verdades, el camino sin camino de la poesía, a la velocidad de la página.
Un poemario que fluye equilibrado en el sentido primordial de la existencia, frente al examen de consciencia que se apunta el hablante lírico en la medianía de la vida, tratando de despojarse de sus viejas antiguallas y trucos, los miedos y deseos, para hacer comunión con sus compañeros de viaje, lecturas, los anhelos más profundos de su corazón.
—Cómo fue la cocina literaria detrás de Desgracia, tu último libro, recientemente aparecido en Visor?
—Vivimos en un mundo en el que casi todos se empeñan en mostrar su alegría. Es un teatro cómico resultado de la superficialidad y de las redes sociales, donde todo es pose y negocio. Hemos vivido unos años muy difíciles, llenos de pérdidas y de dolor. No creo que fuera el momento de escribir un libro para animar a los lectores, no creo que esa sea la misión del poeta. Muchos de nosotros hemos sufrido desgracias: muerte de familiares, robos, traiciones, mentiras y encierros que nos han aislado del mundo. Desgracia es el resultado de todo ello.
—Me gustaría detenerme en el poema «La Profecía», cómo nació este poema, que sientes cuándo lo lees? ¿Es posible compartirlo con tus lectores aquí?
—Por supuesto que es un placer compartirlo.
Es un poema que nace de la idea de que en la poesía hay un componente mágico. Durante años creí que la poesía podía democratizarse, podía ser escrita por cualquiera. Era una ilusión que puso una venda en mis ojos. En la verdadera poesía hay visiones, hay una conexión con lo sobrenatural, unas correspondencias, como diría Baudelaire, que son inexplicables pero que están ahí. Como decía Goethe refiriéndose a lo que Lorca llamaría el duende: es algo que todos sienten pero que ningún filósofo explica.
—Cómo definirías tu arte poética, coronada por libros como La insistencia del daño [Book of the Year por el Latinoamerican Writers Institute de la University of New York.] Reunida en Poesía [1997-2017]. Donde destacan libros como Los ojos del pelícano o Razones para huir de una ciudad con frío, entre otros?
—Comencé siendo un poeta que imitaba a sus maestros, a Ángel González, a Jaime Gil de Biedma, a Luis García Montero y a Benjamín Prado. Eso es muy evidente en mis primeros libros porque los escribí muy joven y se aprende a escribir imitando. Después mi poesía fue cambiando el tono confesional por uno más duro. También cambió la música: la dulzura del endecasílabo dio paso un sonido más agónico, de falta de aliento.
—Si tuvieras que elegir diez libros esenciales en tu «Educación sentimental» ¿Cuáles serían? Y ¿Por qué?
—Primero la poesía de García Lorca. No sólo porque soy granadino, sino porque me maravilla que alguien de su edad pudiera escribir algo así. Creo que es el poeta más completo y genial de la historia de la literatura en español. Mis gustos han ido cambiando, mi libro de cabecera era Poeta en Nueva York pero ahora el Romancero Gitano me tiene completamente enamorado.
Lorca me llevó a Neruda, Residencia en la tierra y los veinte poemas de amor son dos libros que han estado siempre ahí. Después está la poesía en otras lenguas, en especial en inglés. Creo que la segunda generación de Románticos ingleses es imprescindible: Keats, Shelley y Byron, y no se les ha prestado la atención que merecen.
De los poetas actuales, mis maestros indiscutiblemente son Luis García Montero y Raúl Zurita. Alguien pensará que son polos opuestos, pero una de las lecciones que he aprendido en los últimos años es que las discusiones estéticas son cosas del pasado. Ahora estamos viviendo un momento crítico en el que hay que decir en voz alta qué es poesía y qué no es poesía.
—¿Cuál es tu visión de la poesía actual hispanoamericana, como un importante conocedor y difusor del trabajo de tus pares más allá de las fronteras obvias en el océano salvaje de lo castellano?
—La mejor poesía en español se está escribiendo en Hispanoamérica, en México, en Colombia, en Chile… Creo que nadie de mi generación ha escrito en España un poema como Democracia mexicana, de Alí Calderón.
—Sé de tus hondos lazos con la poesía chilena, de ayer y hoy… Raúl Zurita escribe de tu último libro. ¿Qué significan para ti estos poetas chilenos que admiras? ¿Se encuentra para ti Pablo Neruda entre éstos?
—Raúl Zurita es un poeta como Lorca o Shelley. Cuentan que simplemente al cruzarte con ellos podías sentir una energía. Yo siento un privilegiado de cada minuto que paso con él, porque desprende una luz que sólo los más grandes poetas son capaces de rescatar de entre las sombras. Neruda es un poeta al que he admirado siempre, del que nunca dejé de estar enamorado. Zurita es algo más misterioso, una fuerza de la naturaleza, un ser que estuvo cerca del misterio. Espero que la vida le de tiempo para recibir el premio Nobel pues no creo que haya un poeta vivo que lo merezca más que él.
—¿Qué le aconsejarías a un joven poeta que recién entra a esta disciplina intelectual?
—Que no tome partido en guerras absurdas. Que no cometa mis mismos errores y sobre todo que no se deje seducir por la gloria efímera de las redes sociales escribiendo frasecitas. El ejemplo es Lorca, Shelley, Whitman, Neruda, Paz… a ellos hay que leer antes de sentarse a escribir.
—¿A qué le temes?
—A la mentira y a la enfermedad, que son en parte la misma cosa.
—Qué te quita el sueño, literariamente hablando, en estos días?
—Ver cómo lo que me enseñaron mis mayores es lo contrario de lo que algunos de ellos patrocinan ahora. El mundo de la poesía puede ser repugnante. Hay demasiado oportunista que quiere un carnet de poeta sin que la poesía le interese realmente.
—¿Un verso o poema que te ayudó a cruzar los días más oscuros de la Pandemia?
—Donde crece el peligro, nace también aquello que puede salvarnos, de Holderlin.
—¿Qué poema tuyo leerías hoy en una sala de clases?
—Nunca leo mis poemas en mis clases. Me avergüenzan esos profesores que ponen obligatorios sus libros. No voy a desperdiciar una hora de Idea Vilariño o de Ernesto Cardenal para promocionar mi poesía.
—¿Un libro que nunca pudiste terminar de leer?
—Muchos, soy muy ansioso y de repente me veo con varios empezados al mismo tiempo.
—¿Cuál es el peor error que un poeta puede cometer?
—La ingratitud en sus diferentes versiones. La ingratitud hacia los muertos que formaron el río de la poesía y hacia los vivos que te acompañan en él y muchas veces te acompañaron por las mejores aguas. Quien comete uno de esos errores lo normal es que cometa los dos.
—En el 2014 fuiste nominado a un Premio Grammy por el disco Jugar con fuego con el cantaor Juan Pinilla, ¿Cómo se dio esta colaboración? Y ¿Qué significa en lo personal este disco?
—Juan Pinilla es uno de mis grandes amigos, de mis pocos amigos verdaderos. Un verano tuvimos la oportunidad de divertirnos, yo escribiendo cantes flamencos y él poniéndole la música. Fue una experiencia extraordinaria. De repente me vi haciendo cosas que siempre había tratado de evitar, como las rimas. Aprendí mucho de su talento y de su humanidad. Es una lástima que mi país no haya reconocido a Juan Pinilla como se merece y que fuera nominado a un Grammy. Sin duda, el hecho de ser de Granada no ayuda.
—¿Qué ha sido lo más difícil de transmitir como profesor de literatura en tu pasión por la poesía hispanoamericana, a otra lengua además?
—Lo más difícil siempre son las primeras sesiones, en las que hay que romper con todos los prejuicios que rodean la poesía. Romper el hielo es una cuestión de confianza. Sin un espacio de libertad en el que todos se sientas libres de expresarse no es posible estudiar poesía en serio.
—Para finalizar, Charles Simic, escribió sobre tu último libro? ¿Qué significa para ti la poesía de este tesoro vivo de la poesía mundial?
—Simic es un poeta de una originalidad única. Tal vez no haya habido ningún poeta ni parecido a él. He tenido la suerte de ordenar su poesía completa, de visitarlo en su casa, de aprender de sus poemas. El hecho de que haya escrito esas palabras sobre mi poesía es algo muy especial.