Julio 3, 2024

Entrevista a Fernando Arabuena: «Temo dejar de mirar los campos de Chanco o la flor del aromo de Cauquenes»

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

A finales de abril conversé con el poeta, docente universitario y gestor cultural cauquenino, Fernando Arabuena (1970), a propósito de su historia estroboscópica contenida en el volumen El Cristo de los tobillos rotos (GS Libros, 2021). Un primer «tour de force» del autor de cara a sus lecturas, visión y sentido escritural, desmedido y profundo, a la contra de las manecillas del tiempo.  Nuestra querida Carmen Emperatriz Berenguer, sostuvo sobre el libro de Fernando, «siempre la belleza otorga sentidos estéticos, y este canto tiene ese hilo profundo con la lámpara que ilumina el refugio de la tormenta en ese vínculo con la tierra y su abrigo, eso produce el intenso latido lengua-lenguaje en el poema… Es un poemario místico basado en el mito poético, que siempre se refunda en la historia de los tiempos…El lar del que han hablado se instala; es un arte del más alto nivel». Un poemario, a mi juicio, de cantos rodados por la pasión de leerse y encontrarse en una comunidad de poetas de camino a su Gólgota, tan vivos como muertos, movidos por la pasión y la sobrevivencia, sobre «en estos campos de olvido» conectados a varios mitos que hacen de ancla, brújula y cayado, en el desamparo y silencio.

 

–Cómo fue la cocina literaria detrás de tu primer libro  El Cristo de los tobillos rotos?

 —Al igual que en otros textos me tomó tiempo. Una seguidilla de vivencias y circunstancias a las que fui dando forma intuitivamente con alguna lógica.

En algún momento a fines de los 70, cuando niño, un familiar visitó a mi madre por algunas horas. Fue la única vez que lo vi y me sorprendió su manera de referirse a las cosas.

Supe que había sido seminarista; que se había retirado para irse a Estados Unidos; que había vuelto con el tiempo para trabajar como profesor en una escuelita de campo; que estudió escultura y talló la virgen peregrina de la Candelaria para la iglesia de Chanco; que vestía pantalones y chaquetas diferentes; que en la casa de su madre habían panales de abejas y el patio era interminable entre jardines y huertos; que su madre tenía el pelo tan blanco como la espuma del mar… y que era un poeta.

Cuando fui al cementerio del pueblo, encontré uno de sus poemas como epitafio en su tumba. Fue entonces, cuando escribí el primer poema que hablaba de este joven que en invierno nadaba desnudo en el mar y que murió trágicamente cuando los anzuelos de redes de pescadores lo tomaran de tobillos y pantorrillas hasta ahogarlo.  Bordeaba los treinta y tantos años.

Así, en una visión más bien Junguiana; comenzaron a aparecer simbolismo que fueron urdiendo la idea de la vida y la muerte en el mito de Eurídice y Orfeo; donde el inframundo no es precisamente el infierno, si no el lugar donde Eurídice ( el alma ) encarna al morir luego de ser mordida por la serpiente; clara acepción a la serpiente bíblica que expulsa del paraíso. De esta manera, el pueblo es el sueño en la carne y nuestro personaje es quien en su muerte asciende. Lo demás se fue uniendo causalmente: el sincretismo, las leyendas y los pasajes en la vida investigada del poeta.

El poeta y amigo Juan Pablo del Río me instó muchas veces a buscar más información sobre la vida del personaje; pero a pesar de mis intentos, sólo lograba encontrar episodios que fui posteriormente completando en un collage fragmentado. Sin embargo, la visión de Henri Bergson que comparó la realidad con los fotogramas iluminados en el cine fueron importante para completar la idea; ya que éstos nos muestran una versión limitada y fragmentada de la realidad, quedando lo demás en esa oscuridad que solo rescatas con la intuición. En ese momento comprendí que los espacios obscuros debían ser construidos de manera colectiva en el libro, razón por lo que se convirtió en una historia estroboscópica llena de simbolismo y transtextualidad.

Las circunstancias y las personas también son parte del libro. Como la valiosa lectura del poeta Marcelo Jarpa Fabres; la corrección de estilo de la poeta Ariela Córdova  Herrera, el valioso trabajo del poeta Osvaldo Godoi en GS libros o la misma poeta Carmen Berenguer que lo leyó, comentó y finalmente lo prologó.

 

–Si tuvieras que elegir diez libros esenciales en tu «Educación sentimental» ¿Cuáles serían? Y ¿Por qué?

—Las Églogas, de Garcilaso de la Vega: lecturas tempranas a las que he vuelto buscando las estaciones de mi infancia y adolescencia en lo más lejano de la provincia, porque refleja los mismos campos donde me recosté perdiendo la noción del tiempo.

Oda a la vida retirada, de Fray Luis de León: porque me enseñó la hermosa lentitud contemplativa que llena de intensidad cada momento, un mundo perdido por el vértigo extensivo de la modernidad.

La vida es sueño, de Calderón de la Barca: porque al releer un viejo ejemplar en la casa de mis papás en el sur, entendí que en la realidad puedes despertar infinitamente en un lugar distinto.

Las visitas de la reina de Saba, de Miguel Serrano: porque me embriagué de esa prosa poética llena de mundos vertiginosos y lejanos que siguen reencontrándose y reconociéndose  una y otra vez en el tiempo.

Peter Camenzind de Hermann Hesse: por esa flor que buscas en las alturas escarpadas; por el pueblo, por la provincia desde donde sales al mundo, y desde donde nunca sales hasta la muerte.

El Hiperión de Hölderlin: porque dijo «El hombre es un dios cuando sueña y un mendigo cuando reflexiona» , dijo «Los poetas erran en la noche sagrada», y quizá porque re leí su libro en lo alto de un cerro.

La tierra baldía de Eliot: porque es un poema que dura hasta hoy, donde comprendí más que nunca la herida del muslo frente al cual nuestro mundo se apaga.

Defensa del Ídolo Luis Omar Cáceres: por todo lo que falta y es capaz de revelar la poesía que combate al mundo fragmentado, por creer en el hombre y su humanidad con la valentía y fuerza que adolezco. Por su poesía llena de visiones delirantes y extrañas regiones exquisitamente escritas.

La nueva novela de Juan Luis Martínez: por su transtextualidad  tan llena de cámaras subterráneas como una pirámide; porque me volvió a enseñar a leer sin palabras, y desde la anonimia a escribir con las palabras de otro; porque el autor fue un valiente y testarudo consecuente.

Altazor de Vicente Huidobro, porque dijo: “La poesía es la desaparición de nuestras limitaciones…” Porque me enseñó que la poesía llora la libertad del paraíso perdido o el paraíso nunca hallado del ser humano. Por transitar el bosque entre el subconsciente y lo consciente con total lucidez.

 

–¿Cuál es tu visión de la poesía actual cauquenina, como un importante difusor del trabajo de tus pares?

—La provincia, de alguna manera, siempre ha sido la resistencia a esa modernidad acelerada que no permite detenerse a observar, saludar, reconocer y generar lazos.  Cauquenes y los alrededores como Chanco, son lugares que mantienen el magnetismo que ayer inspiró a Luis Omar Cáceres y que hoy inspiraron a poetas clásicos de la provincia como José Carrión Canales, Hernán Ortega Parada o el mismo Edison Marcel Salgado Galaz, quien además de poeta y premio patrimonio vivo 2008, ha mantenido desde 1978 su revista Antología «Poetas de Cauquenes», que nos permite conocer a jóvenes poetas como Ingrid Moraga, Marcel Salgado Castro, Carlos Quiroga o Carlos Muñoz entre muchos otros.

Mi visión de la poesía de Cauquenes es primero que todo, la de un profundo respeto  por un lugar cómplices de voces particulares. Hay algo un tanto distante a lo serial que permite a los jóvenes un descubrimiento; otorgando tiempo; eso lleva a voces y ritmos poéticos particulares y honestos, fundamentales para el desarrollo del arte de la poesía.

Creo que el poeta Marcel Salgado Galaz o el periodista Alejandro Medel entre otros, han sido personas que en el transcurso del tiempo, apoyados muchas veces por alcaldías de turno, han mantenido viva la cultura y la poesía Cauquenina. Hoy, ellos son fundamentales para el proyecto poético «La quinta medianoche de julio» en torno a la figura del poeta cauquenino Luis Omar Cáceres, cuya finalidad es crear un concurso de poesía e incentivar a los jóvenes poetas. Es importante destacar el gran apoyo de los medios de comunicación  locales y la Casa de la Cultura de Cauquenes.

 

–Tienes hondos lazos con la obra de Juan Luis Martínez, Luis Omar Cáceres. ¿Qué significan para ti estos poetas y por qué crees es importante mantener en alto su valorización como poetas?

 —Llegué a Juan Luis Martínez por el taller del poeta Marcelo Novoa y mi profesor el poeta Eduardo Correa Olmos en Viña del Mar. En aquellos años conocí a su familia, a quienes respeto y les tengo un gran cariño. Tuve la posibilidad de ver a ese grupo importante de poetas porteños que iban a buscar a Martínez a la Librería Gandhi de la galería Saleh, entre ellos Novoa y Correa.

El concepto del libro objeto, la transtextualidad, lo visual como parte de la obra literaria y la agudeza de Martínez me deslumbran hasta la confusión. Esa radicalidad que lo lleva a los límites de lo posible en la literatura; esa multiplicidad expresiva e interpretativa que compromete diferentes niveles de sentidos con su estructura caleidoscópica , nos abre nuevas posibilidades creativas en la literatura. Juan Luis Martínez nos viene a evidenciar el desgaste del discurso poético con un lenguaje que va más allá del verbo, generando una inflexión en el arte.  Su aporte a la neo vanguardia es radical y va creciendo con el tiempo, porque su obra exige ese tiempo.

En el sentido de la radicalidad y el tiempo, lo mismo ocurre con Luis Omar Cáceres: otro vanguardista de los años 30 que lleva la palabra a los límites para adentrarse con ella en los enigmas del ser. Requiere tiempo e intuición comprender el desgarro expresado en su búsqueda totalizante frente al mundo fragmentado que tan bien explica María José Cabezas Corcione. Ese viaje al «Ídolo ignoto» en la poesía de Luis Omar Cáceres, es la dolorosa ofrenda de un hombre que, con la profundidad y belleza de la voz poética, se lanza a lo trascendental e insondable del ser humano. Anguita es otro de estos grandes.

La generación del 38, donde la ruptura y la renovación eran parte de la búsqueda ante una realidad degradada, es algo muy coyuntural si lo piensas. Es por eso que Luis Omar Cáceres hace eco hoy en día, convirtiéndose en un poeta actual que llega más desde el lado intuitivo que desde lo inteligible.

Luis Omar Cáceres y Juan Luis Martínez, son poetas silenciosos y radicales, cuya «marginalidad» los convierte en voces particulares y genuinas que van decantando en el tiempo. Sin ir más lejos, mientras estaba en Nueva York con motivo del homenaje «La quinta medianoche de julio» de Luis Omar Cáceres, me junté con la poeta y doctora en literatura hispanoamericana Mónica de la Torre, quien tradujo la obra de Luis Omar Cáceres al inglés. Cuando hablamos de la obra de Cáceres, también le conté que entregaría La Nueva Novela en el Instituto Cervantes NY. Se sorprendió gratamente, ya que hace un tiempo venía investigando La nueva novela por considerarla una obra sin parangón en la literatura del último tiempo.

Con Mónica me junté para hablar de Cáceres, y coincidentemente terminamos hablando también de Juan Luis Martínez.

 

–¿Cómo es tu relación con la obra de Pablo Neruda?

—Esencial como la de cualquier poeta que pretende escribir poesía. Si bien Neruda gustaba de las grandes ciudades, dicen que sentía esa necesidad de regresar al campo de vez en cuando; a todo eso lleno de bosques y ríos que lo llevaban a su infancia en Parral, ciudad vecina a Cauquenes.

Desde niño pasé frente a la imprenta «La Verdad» en Cauquenes, donde se editaron por primera vez las Odas Elementales: al Aire, al Mar, al Pan, al Hombre Sencillo y a la Fertilidad de la Tierra. Ya grande, entré a la imprenta y puedes ver las fotos enmarcadas de Neruda junto al dueño de la imprenta; son esas cosas que nos llenan de orgullo y quedan en el muro de una vieja imprenta de provincia. La dedicatoria del poeta dice: «Dedico esta primera edición de estas Odas Elementales, al pueblo, a la ciudad, al Alcalde Gustavo Cabrera Muñoz, a los campesinos, a las viñas y bosques de Cauquenes y Parral. Julio de 1953».

—Neruda es parte de esa provincia y supo develar nuestra esencia latinoamericana y humana. Cuando leí a Whitman —que me encantó— agradecí tener a un poeta nacional como Neruda que también supo develar con lo más alto de las letras, el sentir humano de un pueblo.

 

–Qué le aconsejarías a un joven poeta que recién entra a esta disciplina intelectual, la más alta de Chile durante el Siglo XX en vista a sus éxitos coronados por Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Violeta Parra, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro, etc. Figuras insoslayables en la poesía castellana del Siglo XX en todo hispanoamérica?

—Lo primero, reencontrarse con su entorno; luego buscarse  y reconocerse con fuerza. Luego leer a Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Violeta Parra, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Pablo de Rokha, Vicente Huidobro y a todos los que han hecho de nuestro país una tierra de poetas. Y releer a quienes te hagan eco en cada momento de tu vida. Así vas de uno en otro hasta que te das cuenta que son insondables. Sentir que hay poetas que llegaron tan lejos en su expresión poética y a uno le falta tanto… es lo que te llena de vida. Disfrutar con la palabra del otro, viajar con ella y luego tirarte a escribir sin tener nada que ganar ni perder; buscando tu voz en la más completa libertad, hasta sentir que esa voz escapa a ti y te deslumbra como si fuera de otro, porque también ya es de otro. Así, la poesía de los grandes también ya es de todos, porque en su grandeza se desgarra del yo.

Hay muchos talleres de grandes poetas y escritores a los que te puedes acercar, y ahora con las sesiones online puedes estar en cualquier parte y  también hablar con un Rafael Rubio, Marcelo Jarpa, Alejandra del Río Lohan, Ernesto González Barnert, Edmundo Moure o Gonzalo Contreras entre muchos otros. Creo que es fundamental que los poetas y escritores generen talleres para los jóvenes y que sean financiados por las municipalidades.

 

–¿A qué le temes?

—A estar a punto de morir, y darme cuenta que no me percaté de la lentitud de las estaciones. A perder lo que tanto amo. A dejar de mirar los campos de Chanco o la flor del aromo de Cauquenes. A olvidar el aroma de los tomates del huerto de mi abuela muerta. En fin, a dejar de maravillarme con todo eso casi invisible que Teillier escribió.

 

– ¿Qué poema tuyo leerías hoy en una sala de clases?

—Uno que me transporta y me inspira tu entrevista:

 

Lo salvaje del huerto

 

Dónde, en lo profundo de la hierba

enreda al tiempo la hiedra

Sobre la gruta que “enzarza” la piedra

del salvaje santo de yeso

 

Y dime dónde,

en lo profundo de la hierba,

purga la cartilla cardo negro

pariendo manzanillas y abandono

en el huerto de los muertos.

 

Margarita de los prados

Chiquilla dulce de amor seco

¿Qué canta el cardo estrellado

En tus noches de hinojos y senecio?

 

Y dime ortiga santa

Mala hierba de los ciegos

¿Dónde asoma el diente de león

la cizaña de los huertos?

 

–¿Qué verso o poema te acompañó como mantra en los días más oscuros del Estallido Social y Pandemia?

 —Mira, en la detención obligada del estallido social, tuve tiempo de pensar y recordé mucho a Omar Cáceres, ya que vivió un período turbulento y reivindicador allá en los años 30. Y en Pandemia, no puedo negar que una parte de mí disfrutó un aislamiento con poemas de Rilke, Teillier y Trakl. De todos estos, este de Georg Trakl fue al que más volví como polilla al farol:

 

Mi corazón en el ocaso

 

Al atardecer se oye el grito de los murciélagos.

Dos caballos negros saltan en la pradera.

El arce rojo murmura.

El caminante encuentra el hostal en el camino.

Magnífico es el vino joven con las nueces.

Magnífico tambalearse ebrio en el bosque crepuscular .

A través del oscuro follaje suenan campanas dolorosas.

Ya sobre el rostro gotea el rocío

 

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