Julio 3, 2024

Entrevista a Hugo Quintana: «El espacio abismal del haikú es algo que atrae…»

 

Por Ernesto González Barnert

 

 

Acaba de salir del horno Los dones cotidianos, cuarto libro del poeta y educador chillanejo Hugo Quintana [1971], radicado en Santiago estos últimos años. Un volumen donde el poeta explora con atención, sutileza y belleza la vida exterior, interior, bajo la forma del Haikú desde la mirada bucólica y familiar del Ñuble, escrito y pulido desde el 2006 al 2012.  Además, es el libro con que el sello y sitio web 13 Mirlos Editores debuta y lo hace de gran manera, con un libro que se lee maravillosamente, como pocas editoriales sabe centrar bien un poema en la página. El trabajo de Quintana se divide en 66 haikús de variados temas, que fluyen en armonía, a la velocidad de la página, con naturalidad y 9 textos bajo el lema “Haikús ferroviarios” dedicados a [Ricardo] Neftalí Reyes Basoalto, donde explora la relación nerudiana con el tren, y también con su padre ferroviario, con nostalgia de esos tiempos. Sin duda, un libro que encanta, a pesar de su concisión, nos deja chispazos de consciencia y sentido en los lazos visibles e invisibles con que la vida y la naturaleza se trenzan en nuestro paso por el mundo.

 

Los Dones Cotidianos es tu trabajo poético más personal, un libro que hiciste para tu propio disfrute y asombro en primer lugar, y para el de nosotros amigos y lectores de tu poesía desde Hombre Peatón-izando [1995], Algo acerca de los años [2003], Tornasol [2009]. Un volumen que llega a nosotros en esta versión canónica  «disminuido y corregido» tras los 9 años que pedía como mínimo Horacio, el poeta romano, en barbecho, para saber si el libro resistía el paso del tiempo y de lo que nos animó en un primer momento a escribirlo, con más de 66 haikús y un delicado apartado de Haikús ferroviarios dedicados a Neftalí Reyes Basoalto con 9 haikús más y que acompañaron alguna vez una exposición fotográfica… ¿Cómo fue –primero que todo– este enamoramiento y juego, esta necesidad lírica que encarnaste, con la forma tradicional japonesa del haikú, que desde Matsuo Basho en el siglo XVII, no para de encantar e instruirnos en la disciplina intelectual de la poesía?

—Como buena parte de lo que he hecho en materia de poesía, esto empezó como un desafío, como un juego. El espacio abismal del haikú es algo que atrae, que llama la atención, que encanta. En un brevísimo espacio ¿cuánto es lo que se puede hacer escrituralmente hablando? ¿cuánto alcanzas a decir?. Las interrogantes son las que finalmente terminan seduciendo, y luego de un par de intentos, empiezas a acumular una gran cantidad de escritos, y de pronto se te aparece la aventura. Arrojarse a este infinito encapsulado en la cabeza de un alfiler. Y esa paradoja, es lo definitivo. Lo demás es escribir. Disfrutar de aquello, maravillarse con cada destello, con cada descubrimiento. Siempre me ha gustado buscar y escarbar sitios, espacios que antes no haya visitado. Escribir tiene para mí una buena cuota de experimentación. Creo que si escribo siguiendo la misma receta, me aburriría muy rápido, y dejaría todo esto de lado.

Desde la forma, traté de seguir la recomendación que hiciera Octavio Paz, y por ello solo me impuse estructurarme bajo la regla de 3 versos, de arte menor (como dirían los textos de métrica tradicional), de manera que no quedasen versos tan largos, y la respiración del lector tuviera que cambiar tan abruptamente. La idea acá es que el ritmo sea calmo, reflexivo, que el tono estuviera armonizado.

–Ahora entrando de lleno en Los dones cotidianos, un libro que contiene una vida, un mundo propio de afectos y sentido, ¿cómo fue su cocina literaria, el proceso escritural durante estos años?

—El libro fue escrito entre el año 2006 y el 2012. En un principio era un libro personal, no había intención de publicarlo, pero sí de compartirlo con algunos amigos y amigas poetas. Comencé escribiendo en pequeñas libretas, en hojas sueltas, dobladas, en cuadernos donde quedaba algún espacio, hasta que mi esposa me regaló una libreta y comencé a seleccionar y a reescribir aquellos que me iban gustando más. No tengo el número exacto, pero debo haber escrito cerca de 300 intentos. Hasta que reduje el número en un primer esbozo de alrededor de 100 o 110 haikús. En ese momento surgió el nombre de Los dones cotidianos, que tiene algo de mistraliano también. Eran textos sin título en su mayoría, así que lo más simple era numerarlos.

Jugar con los sonidos, contar las sílabas, mover palabras, cortar frases, hasta encontrar lo que se estaba buscando, “lenguajear” como dijera muy hábilmente Gonzalo Rojas. Algo que hicimos siempre, desde la época universitaria, con poetas de aquellos días (Elgar Utreras, Jorge Rosas Godoy, Héctor Ponce De La Fuente, Gustavo Arias, Andrés Rodríguez, Ángela Ramos, Daniel Godoy, por mencionar a algunos nombres). Hubo haikús que demandaron mucho trabajo, otros salieron prístinos desde el 1er intento. Fue un proceso escritural muy entretenido.

La idea de fondo era celebrar la belleza, aspirar a la contemplación de la naturaleza, del espacio cotidiano que es la dimensión que habitamos más frecuentemente, en la que somos de manera muy simple y muy sencilla. Sin caer en grandilocuencias, u otros gestos innecesarios. Una forma de agradecer todas las maravillas que nos acontecen y que tienen que ver con lo más humano que somos y que podemos.

A mediados del 2020, en plena pandemia, hicimos una publicación virtual, que se podía compartir como archivo PDF, y que circuló gracias a los mails, whatsapp, y otras plataformas. Hasta hicimos un lanzamiento virtual, que todavía permanece en un grupo de Facebook, Los Dones Cotidianos, sección lanzamiento (ver en: https://www.facebook.com/events/308357276941359/?active_tab=discussion), donde eran las y los lectores quienes tenían la palabra y nos contaban qué les evocaba alguno de los haikús elegidos en el espacio de un breve video. El resultado fue algo maravilloso que ahora vamos a rescatar en la forma de un pequeño documental.

–¿Me gustaría pasar un poco a tu educación sentimental, a los autores que marcan no solo este libro sino tu literatura?

—Es difícil seleccionar, hacer una lista de influencias, pensando en este libro en particular. Pero es innegable comenzar con el maestro Matsúo Basho, u otros maestros de la tradición japonesa. Si logras sumar un solo Haikú, que quede como aporte, entonces has logrado contribuir con una supernova más en este universo.

Desde nuestra propia tradición también hay cosas que se te quedan, como si fueran ecos. De hecho se cita al inicio de “Los dones cotidianos” a dos poetas a quienes admiro de manera fundamental, Omar Lara y Sergio Hernández. Hernández fue mi maestro de literatura y también en la poesía. Su generosidad y sus palabras, construyeron el poeta que soy ahora. Sin embargo, tengo que mencionar otros autores también, que aportaron desde el tono de este libro: ciertos fragmentos de Jorge Teillier, o de Octavio Paz, algo de Mistral, de Neruda, o de Serguéi Esenin o de Marín Sorescu. Así como las innumerables conversaciones con las y los compañeros de ruta en la poesía actual.

Y si pienso en la trayectoria de cuanto he escrito, hay mucho más que mencionar todavía. Le debo una enormidad a autores como Cesar Vallejo, Oliverio Girondo, Ledo Ivo, Fernando Pessoa, por registrar a algunos. Los amados clásicos, el Popol Vúh, Nezahualcóyotl, la poesía Quechua o la poesía Mapuche. O nuestros poetas, comenzando por aquellos que no son tan conocidos, pero que he leído con admiración total como Jorge Torres Ulloa, Stella Díaz Varín o Ramón Riquelme, por ejemplo.

De todos esos fragmentos y hendiduras es que uno va construyendo su propio sentido de poeticidad que es lo que exponemos cuando acometemos esto de la escritura poética.

–Vienes del Ñuble, Chillán, una zona geográfica que nos ha dado grandes tesoros culturales, poéticos, artistas… una tradición y vara que conoces y dominas de primera fuente y por estudio ¿Cómo te marca en tu calidad de poeta? ¿Y de qué manera se entronca con el aporte de los poetas que continúan este legado a partir de los 90 del siglo pasado y del cual eres parte?

—Es una maravilla pertenecer a este panorama cultural y literario, desde la Región de Ñuble, con su historia y su tremendo peso artístico. Violeta Parra, Nicanor Parra, Víctor Jara, Ramón Vinay, Claudio Arrau, Marta Colvin, Marta Brunet, Baltazar Hernández, Eduardo Lalo Parra, son solo algunos de los nombres ilustres que le pertenecen a la identidad de este espacio geográfico y cultural que es Ñuble Región. Y eso es un tremendo orgullo y compromiso. Es casi inevitable seguir con otros nombres no tan conocidos, pero de gran valor como Sergio Hernández, Fidel Sepúlveda Llanos, Fernando González Urízar, y seguir con otros u otras poetas, cantantes, compositores, pintores, actores (teatro y cine), etc.

Sin embargo, no todos han aportado a la construcción identitaria y cultural de Ñuble Región, desde el mismo territorio, desde la misma ciudad de Chillán, por ejemplo. Quedaron los nombres, porque nacieron y algunos vivieron un tiempo en ese espacio, pero después su gran desarrollo, en su mayoría, estuvo fuera, o en Santiago, o en otros lugares del mundo. Y esto último no le resta sentido a esa herencia cultural.

Ojalá se notaran más esas presencias, y hubiese un panorama cultural más intenso y bullente.

Como poetas, desde mediados de los 80s en adelante, crecimos bajo el alero del Grupo Literario Ñuble, y la interminable motivación y apoyo de don Carlos René Ibacache, siendo todavía estudiantes del Liceo de Hombres «Narciso Tondreau», y luego del espacio universitario donde estaban Sergio Hernández y Juan Gabriel Araya, como grandes maestros de literatura. Se hicieron muy buenos encuentros literarios, se editaron revistas, fundamos hasta un sello editorial (Ortiga Ediciones). Había un clima de gran compañerismo, donde la ciudad, sus calles, era el telón de fondo. Hasta hubo un proyecto de renombrar las calles con los de aquellos grandes poetas de nuestra tradición nacional y local.

–¿Cómo viviste este largo período de pandemia, estallido social, en lo personal y literario, qué huellas intuyes dejó en tu mirada?

—En ambos casos, la respuesta fue la de la reflexión y apoyo, en la medida de lo que uno puede. En pandemia, por ejemplo, me tocó la misión de llevar canastas para familias con Covid o que tuvieran dificultades económicas. Son cosas puntuales, pequeñas, pero si todos y todas sumamos aportes, seguro que haremos que nuestra realidad mejore un poco.

El tiempo de pandemia fue un momento hacia adentro, como todos y todas, en familia. Sin embargo, en un momento del 2020, abril o mayo, empezó una suerte de re-encuentro con grandes amigas y amigos, desde lo virtual, y comenzó una aventura muy particular, un hacia afuera, que nos permitió lo que demandaba Grotowski, derribar esa 4ta pared, para salir de viaje virtual, primero por nuestro país y luego por nuestra América. Lo hicimos con Margarita, Elgar, Diana, Marcelo y el apoyo de amigas y amigos en todos lados, realizando lecturas, encuentros con poetas de nuestro país, celebrando a nuestros queridos y queridas poetas más fundamentales -en nuestra tradición poética-, y después con poetas de países hermanos como Colombia, México, Argentina, Uruguay, Perú, Ecuador, en una experiencia que llamamos “América al Aire”, y que todavía permanece en los archivos de TV Contexto Ñuble (entidad creada por mis amigos Elgar Utreras y Diana De La Fuente), que nos permitió salir vía on-line, saltándonos literalmente esa 4ta pared de nuestra restringida realidad, en lo presencial, y abierta en lo virtual. Una paradoja increíble y cierta. Fue un viaje mágico, donde en ocasiones teníamos miles de espectadores conectados, que nos enviaban preguntas, comentarios, saludos, porque lo importante y más trascendente era poder comunicarse en esas especiales circunstancias.

La huella más importante que me quedó es saber y constatar que las fronteras no existen, las delimitaciones son políticas, son abstracciones creadas para dividirnos, pero las personas siguen siendo las mismas, aquí o allá, con diferencias marcadas por los entornos en los cuales vive cada cual. Hay mucho que podemos compartir en este juego de comunicarnos. Hay que lanzarse a la aventura.

–Por otra parte, eres profesor de castellano, experto educacional, candidato a doctor en Educación ¿de qué manera crees que la poesía tiene un rol formativo, educativo, en las humanidades…   en la comprensión, conocimiento y sabiduría de nuestra propia vida y la de los demás?

—Es curioso y llamativo que la poesía siga siendo un género libertario, revolucionario, democratizante. No ha cedido ni un pelo ante el paradigma de la mercantilización. No es un objeto atractivo para el consumo, en términos masivos, que genere grandes transacciones y esté en la lógica neoliberal de oferta y demanda, elevando precios a partir de lo que diga la bolsa a nivel internacional —y esto lo expone Sergio Pravaz, en el texto de introducción a este libro—. De hecho, no es algo que esté de moda, no mejora nuestro perfil en las redes sociales, y no tiene un peso que pueda traducirse hacia el dinero o la fama, como ocurre con algunas otras artes.

Afortunadamente, la poesía conserva todavía un importante valor en términos de humanidad que le hace profunda, urgente y trascendente para nuestro desarrollo, tanto socialmente, como personalmente. Ahí radica su relevancia como un factor humanizante y necesario para el mundo que nos toca vivir en la actualidad. Si hubiera más poesía, más lectura de poesía, quizás posibilitemos la opción de un crecimiento en tanto seres humanos, y aspirar a comprender —como un todo holístico— la naturaleza, el universo, y buscar vivir en equilibrio y armonía con nuestro entorno, respetando y cuidando la vida, en la forma que se encuentre a nuestro alrededor.

Y es urgente e ineludible en las escuelas de nuestro país y del mundo. Es un factor fundamental en la educación, en la formación -ojalá más integral- de nuestras niñas, niños y jóvenes. Ayudaría mucho aprovecharla de mejor manera, no solo por sus profundos mensajes, sino porque estimula un desarrollo a nivel de habilidades en las y los estudiantes, favorece la metacognición, etc. Su riqueza no tiene límites. Solo por citar un ejemplo, está la investigación de tesis de magíster de la poeta Diana De La Fuente que indagó desde las didácticas del lenguaje, en la obra de Violeta Parra. Tenemos mucho más que indagar y que aportar hacia la investigación educativa, desde este plano.

Una sencilla sugerencia, lea un poema diariamente. Seguro que terminaremos siendo mejores personas al cabo de un par de años, y con ellos vamos a aportar a nuestro ecosistema más inmediato. Casa, trabajo, familia, amigos, barrio, etc.

–Aprovecho la ocasión para que nos cuentes un poco de tu relación lectora con la obra de Pablo Neruda…

—Lo primero que leí de Neruda fue una biografía. Y ello me sedujo a buscar sus obras, a leer sus textos. Era un tiempo de dictadura, por lo tanto, era complejo y a veces hasta peligroso andar cargando libros de Neruda en la mochila. Recuerdo haber sido castigado en la escuela o en el liceo, por leer a Neruda. Eso estaba prohibido, así de sencillo. Pero cuando eres joven, eres rebelde, y afortunadamente nunca hice caso respecto de mis lecturas.

Incluso recuerdo una vieja amiga que trabajaba en una librería como vendedora, quien me prestaba libros de Neruda, los que eran más difíciles de acceder, por ejemplo, las Residencias.

Creo que como poetas, todas y todos le debemos algo a Neruda, y me pone triste que se le juzgue en esta época, por cuestiones que él quizás nunca imaginó. La vieja frase latina es concluyente: errare humanum est.

A pesar de lo anterior, siempre he de guardarle cariño, y lo saludo ya sea visitando sus poemas, o los lugares en los que estuvo, por ejemplo, como provinciano en Santiago, lo primero que hice fue caminar por calle Maruri y pararme a contemplar el lugar donde vivió y las calles por las que caminó.

Con Gabriela he hecho lo mismo. Estuve en el Valle del Elqui, y visité su casa, miré y me maravillé con el lugar que aparece tantas veces en su poesía y en sus ensayos. Pocos conocen la casa del Barrio El Huemul, donde ella vivió y que hoy lleva una placa conmemorativa para homenajear ese hecho.

En Los dones cotidianos hay un apartado de haikús ferroviarios dedicados al niño Neftalí que fuera hijo de un funcionario de Ferrocarriles del Estado. Esos poemitas además fueron publicados en la antología Winnipeg, de poesía chilena y española, editada por Sergio Rodríguez Saavedra, que buscaba evocar y homenajear a Neruda, en los 80 años de ese barco que salvó miles de vidas, luego de la Guerra Civil Española, trayendo refugiados a nuestro país.

–¿Un poema hoy [o siempre] que te marca a fuego, te repites como mantra cuando tu corazón te lo pide?

—«Y tú quieres oír, tú quieres entender, y yo te digo, olvida lo que oyes, lees o escribes. Lo que escribo no es para ti, ni para mí, ni para los iniciados. Es para la niña que nadie saca a bailar, para los hermanos que afrontan la borrachera y a quienes desdeñan, los que se creen santos, profetas o poderosos» (Botellar al mar, Jorge Teillier), o bien me suena esto: «Está bien, está bien, todo está bien, solo que el hambre mata niños, y en la oscura humedad crecen los muertos, y sin embargo está bien todo, y es grato haber llorado entre cipreses, embriagarse de tiempo, refrescar con amigos y cerveza, las blancas noches de verano, anclar el corazón en algún puerto, incorporar un poco de sol al alma que habitamos, entretejer de amor las noches y los días, y sobre todo pensar que aún pertenecemos, a esta pequeña parte de la muerte que hemos llamamos vida» (Está bien, Sergio Hernández).

–¿Qué poema de Los dones cotidianos leerías hoy en una sala de clases?

—Es una difícil elección, pero me voy a inclinar por el haikú nro XXIV, que dice:

El otoño se desmiga

entre los dedos

de los árboles.”

Poema que representa lo que ahora estamos viviendo como estación climática, como momento dentro del presente año, pero que es algo visible que cualquiera puede ver y contemplar a su alrededor.

–¿A qué le temes?

—Nunca he sentido temores en la vida. El miedo no es algo que mi madre me haya enseñado. Siempre me dijo que había que tener esperanza, optimismo, que con trabajo y haciendo bien las cosas, se podía lograr lo que uno quisiera. Sin saberlo en su momento, me estaba enseñando a ser resiliente. Algo que su madre también le enseñó a ella.

La vida es muy difícil, compleja, y llena de incertidumbres. Hay que aprender a tener confianza en lo que uno puede hacer. Eso puede transformar tu vida, tu contexto. Te hace pensar que el construir la felicidad depende de ti. No de la sociedad. No del destino. No se puede responsabilizar a nadie por cuanto nos acontece, ya que siempre podemos decidir qué vida queremos vivir, y cómo vamos a tomar todo lo que ocurre en la vida diaria. Como dicen, el vaso medio-lleno, o el medio-vacío, tú decides con qué versión vas a quedarte.

–Por último, supe que estás preparando un Tornasol II… cuéntanos –si se puede– en qué libro estás trabajando hoy, ¿si los haikús te siguen sacando a bailar de vez en cuando en la maravillosa página en blanco?

—Estoy trabajando con paciencia, silenciosamente, construyendo una segunda entrega del proyecto de Tornasol -que consiste en la elaboración poética de heterónimos-, pero es algo que todavía está muy en abstracto, en una etapa muy inicial. Por cierto que voy siempre escribiendo y aportando, sumando intentos, bosquejos de poemas, porque ya sabes, esto es un proceso largo e intenso. Te puedes demorar 10 años. Y qué importa demorarse tantos años, si en el trayecto lo vas pasando muy muy bien. Es una aventura y un reencuentro al mismo tiempo, pero con una visión, con una perspectiva un poco distinta. Todos cambiamos y evolucionamos a cada paso.

Creo que nunca voy a dejar de escribir haikús. Es algo que definitivamente me ha cautivado. Pero no me he puesto ninguna meta respecto de un nuevo libro de haikús. Que sea el tiempo el que diga, como en el caso de Horacio, si se puede aspirar a una publicación o no. Mientras tanto, escribir ya es un regalo inmenso, ya es algo prodigioso que uno debe agradecer cotidianamente.

–¿Qué le dirías al poeta que fuiste a los 20 años?

—Tuvimos a los 14 años, una vieja promesa con el poeta Marcelo Velmar, con quien somos amigos desde los 6 años. Debíamos escribir y publicar un libro, solo eso, ese era el juramento, y con eso nos íbamos a dar por satisfechos. Entonces le diría a ese joven de 20 años que la vida nos iba a traer muchas más sorpresas y hermosas experiencias que vivir, que escribir y que compartir. Que fuera peldaño por peldaño en este viaje, porque el camino elegido, era el correcto. Lo demás, es parte del aprendizaje y eso hay que descubrirlo con los ojos de asombro de quien mira las cosas con gratitud y novedad. La vida también es eso, algo nuevo que afrontar, todos los días y a cada instante.

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