Por Ernesto González Barnert
Conversamos con esta autora serenense, que viene de publicar su primer libro, Pájaralengua por Bordelibre Ediciones, además es profesora de Castellano y profesora de Filosofía, estudios realizados en Universidad de La Serena; Magíster en literatura latinoamericana por la Universidad Alberto Hurtado. Y fue pasante de tesis en la Université Catholique de Louvain la neuve. Roxana Miranda Rupailaf escribe del libro: «Pájaralengua es tal como lo afirma el título: un viaje de pájara en busca de un lenguaje propio, de una lengua nido. La búsqueda de la casa tiene que ver con la búsqueda de una lengua, de un decirse, pronunciarse, hacerse sobre el mundo. El cuerpo-mujer-pájara como primer territorio, cartografía de lo íntimo. La identidad territorial, con sus paisajes y relatos orales, funciona en Pájaralengua como un espejo de la relación que existe entre el afuera y el adentro, pues el libro va constantemente urdiendo su vestido a través de los elementos naturales del entorno». Sin duda, un gran primer libro, que con trazo seguro en lo conceptual, con el despliegue lúdico en la página de una música increíble y controlada del verso, acotado al poema, prendido con inteligencia y seguridad a la obra-nido, nos lleva poema tras poema sorprendidos y admirados, con el norte en tiempo real y histórico de telón de fondo, fino decorado de sutilezas y metarelatos y la propia vida crisol de su propio planeo. Un poemario además que emociona, transmite pasión, por todo lo que vuela, los vientos que reúne, el pasado, presente y futuro que conjuga con dominio y lectura, como carga en su hombro la mejor tradición de poesía femenina escrita de estos últimos años.
–Cómo fue el trabajo detrás de tu primer libro Pájaralengua?
—Pájaralengua partió como una bitácora de viajes. Después de recorrer algunas ciudades, sentí la necesidad de buscar un lenguaje que me remitiera a lo conocido, a un origen; pero que también fuera una ruta de paisajes. Mezclado, por cierto, con la que ha sido mi teoría de estudio por años, la descolonización, comienza a gestarse este recorrido por el norte chico de Chile, que fue bibliográfico pero también presencial.
El proceso para concebir el poemario se nutrió de los recuerdos de mi familia pero también de la necesidad de revitalizar una identidad territorial no sólo mestiza sino en constante pugna. Se me hizo necesario, en ese sentido, relevar el territorio como una forma discursiva, escogiendo referentes familiares como el Palqui o las piedras minerales de mi región. La particularidad de estas provincias medios olvidadas, y su liminaridad; permiten que las identidades se vayan configurando a favor de nuevas relaciones de sentido, estructurando un discurso que se inserta mucho mejor en este siglo pastiche.
Finalmente, y pensando esquivamente en Perloff, intenté, de algún modo, configurar mi poemario estéticamente desde la tacha, la cursiva y la utilización diversa de la tipografía, porque me parece interesante que la lengua se libere de la cárcel semántica. De este modo Pájaralengua toma su lugar como un libro más bien pequeño, íntimo, regional y con intertextos que vertebralizan el cuerpo del poemario a partir de epígrafes femeninos.
–Si tuvieras que elegir diez libros esenciales en tu «Educación sentimental» ¿Cuáles serían? Y ¿Por qué?
—El concepto de «Educación sentimental» se me hace un poco extraño. No se si lo entiendo bien, pero te nombraré algunas autoras que han sido fundamentales en mis procesos de acercamiento a la literatura.
Si tuviera que empezar con algunas sería con Pizarnik, Peri-Rossi, Zondek, Nadia Prado, Mistral, Stella Díaz Varin y Roxana Miranda Rupailaf.
La Mistral, sin duda, fue la primera. Haber nacido en La Serena y estar tan cerca de Montegrande me hizo, de alguna manera, peregrina de su tumba y asidua lectora de sus prosas; incluso más que de su poesía. Su visión de Latinoamérica marcó no solo mi estilo creativo sino además, y quizás principalmente, mi trabajo académico.
Otra de mis lecturas fundantes es Alejandra Pizarnik. De las cosas más interesantes de Pizarnik es su Extracción de la piedra de la locura, un texto basal en mi recorrido porque me regaló el primer síntoma de extrañamiento. Los textos crípticos y profundamente psicológicos de la Pizarnik se engarzaron muy bien a una época mía en la que consumí mucho a Fellini, Bergman y Krzysztof Kieślowski, una época oscura pero muy poética también. Finalmente a Cristina Peri-Rossi la vengo leyendo desde chica; Estado de Exilio me llegó porque mi historia familiar paterna está siempre con un pie fuera de Chile, entonces, su poética del desarraigo me tocó profundamente. Finalmente El libro de los valles de Verónica Zondek y Copyrigth de Nadia Prado calaron estética y filosóficamente en mí. Con Prado entendí el poema como una unidad de pensamiento. De grande, después de egresada, y lo digo con un dejo de pena y vergüenza por la poca difusión de la literatura escrita por serenenses, me llegó a las manos Tiempo, medida imaginaria de Stella Díaz Varin en la edición de Bordelibre. Conocer su obra fue fundamental en mi decisión de continuar en las letras. Fue inmediata la conexión con ese surrealismo sin adornos azucarados, de un estilo directo y armónico que me hizo comprar de urgencia su obra reunida, de la editorial Cuarto Propio.
Sin perjuicio de lo anterior, me parece fundamental nombrar el libro que más me ha inspirado: Seducción de los Venenos de Roxana Miranda Rupailaf. Inspiró mi tesis de posgrado pero también modificó mi concepto de territorio y cuerpo, y la subversión que hace de la cultura judeo-cristiana me voló la cabeza. Me parece que es fundamental leer a Miranda Rupailaf, ya que su escritura es, a mi juicio, de las cosas más representativas y, al mismo tiempo, arriesgadas que se está haciendo en poesía hoy.
–¿Cuál es tu visión de la poesía actual en La Serena?
—Me permitiré contestar esta pregunta en clave de género. Pienso que ahora mismo están emergiendo las nuevas voces del repertorio poético del norte chico. Durante bastante tiempo el ámbito cultural estuvo relegado a algunos pocos nombres y, cómo no, masculinos. Así, en los 80´, 90´ e incluso posteriormente, poéticas como las de Susana Moya quedaron casi olvidadas; pero por desidia patriarcal más que por cualquier otra cosa. Pienso que el escenario para las mujeres estaba duro y que eso mismo hizo salir a Stella Díaz Varín de la región; y que le dificultó tantos años su reconocimiento en La Serena. Si pensamos en el libro compilatorio bibliográfico que hizo el Dr. Walter Hoefler hace poco, por ejemplo, hay poco registro de participación femenina. Eso es, sin duda, un diagnóstico que, si bien no me parece exclusivo de mi ciudad, es una realidad que acalló la intensidad de las escrituras de muchas mujeres de la región. Sin embargo, afortunadamente esto está cambiando, no solo aquí sino en gran parte de Chile. Esto ha permitido que aparezcan voces interesantes como la de Leonor Olmos en Coquimbo que, a mi juicio, es una de las más potentes de la zona, actualmente. A esto se suman los trabajos certeros de catálogos de editoriales como Bordelibre, de Paula Ceballos e Ignacio Herrera, así como el proyecto Albricias de Marcela Reyes Harris o el taller Me Pego Un Tiro, de Pía Ahumada, que están trayendo un aire fresco de poesía y narrativa a la ciudad. Me parece interesante curiosear en sus títulos.
–Estuviste una temporada por tus estudios de Literatura en Bélgica. ¿Cuál fue tu visión de la poesía belga en ese periodo como tesista?
—Mi tesis se centró en poesía latinoamericana, por lo tanto, poco vi sobre literatura francófona y menos aún Belga. Todos mis seminarios estuvieron enfocados en Latinoamérica, a cargo de la Dra. Geneviève Fabry. Estudiar allá me surtió de herramientas teóricas más bien. Sin embargo, me quedaron algunos nombres; principalmente de los modernistas y los surrealistas, que son una gran influencia en toda Europa. De los Belgas, Émile Verhaeren, modernista y místico, fue de mis preferidos. Francoparlante y además flamenco, escribió en ambas lenguas. Mi libro favorito es Les Villes tentaculaires.
También los textos surrealistas de Henri Michaux, Belga nacido en la bella Namur, me acompañaron en las tardes de nieve. Especialmente porque en sus textos hacía un recorrido por varios países de nuestro continente, partiendo por Ecuador, del cual sale un libro que se nombra así. Mis favoritos de Michaux fueron Qui je fus, Ecuador, Au pays de la Magie, y Le jardin exalté, entre otros. También descubrí a Chantal Akerman, una documentalista estupenda y muy poética. Mi favorita es una película que se llama Jeanne dielman 23 quai du commerce 1080 Bruxelles.
Actualmente, y apenas como pasatiempo, traduzco poemas de Lissette Lombe, activista Feminista Belga-congolesa, de su libro Bruler, Bruler, Bruler, que llegó a mis manos por una de mis buenas amigas belgas, Camille. En cualquier caso, de mi paso por Europa me queda la impresión, muy personal y acotada a mi propia experiencia, de que Latinoamérica es mucho más poética o, al menos, tiene más poesía viva.
–¿Cómo es tu relación con la obra de Pablo Neruda?
—Leí y disfruté los cien sonetos de amor siendo adolescente, tanto así que me aprendí varios de memoria. Uno de mis favoritos era “amo el trozo de tierra que tu eres…”. Y es que Neruda es un obligado para las escuelas chilenas. Luego, más grande, aluciné con canto general, ahí entendí por qué el nobel.
Es innegable el legado de Neruda en la percepción de la poesía del país, sin embargo, para mí fue crucial, a la vez que simbólico, desprenderme un poco de su figura patriarcal y clásica; para entrar en otra mucho más contingente para mí en ese momento: la Mistral.
Pienso que ambos estaban en el inconsciente, sin embargo, me pasó que a Neruda lo dejé en el librero y no lo retomé más, y a Mistral, la saqué de ahí para ponerla en mi mesita de noche. Y me parece que fueron procesos simultáneos, por eso lo relevo.
–¿Qué le aconsejarías a un joven poeta que recién entra a esta disciplina intelectual en tu doble militancia como poeta y educadora?
—Yo no siento que sea la más adecuada para aconsejar, porque de algún modo también estoy empezando. Es mi primer libro, entonces, siento que me queda un camino largo por recorrer, por aprender y por corregir. Sin embargo, si debo responder a esta pregunta, le aconsejaría que lea. Que lea todo lo que pueda y quiera leer. Luego vendrán los límites, los gustos estéticos, las etiquetas. Se dan solas. Pero cuando uno empieza en este camino creo que debe hartarse de cuanto libro, canción, teoría, película y obra teatral encuentre. También la pintura, la escultura; todo el arte. Me parece que mientras más diversificamos nuestro espectro estético más interesante será nuestro quehacer.
-¿De qué manera crees que la poesía puede cumplir un rol más relevante en las academias de letras, siendo que es la disciplina intelectual más alta de Chile en el Siglo XX; tal como lo señala Armando Uribe; en vista a su importancia insoslayable en el concierto hispanoamericano y mundial de una docena de sus poetas?
—Creo que esta es una pregunta un tanto difícil porque no se si pueda cumplir un rol aún más relevante. En Latinoamérica me parece que ya cumple un rol relevante. Al menos en Chile. Claro que, si miramos más allá, puede parecernos un género algo disminuido, incluso en la academia; en comparación a la Narrativa que parece quedarse con todos los aplausos; pero es cosa de hurgar un poco más en las facultades, los pasillos, con lxs mismxs estudiantes y nos vamos encontrando con todo un submundo que parte de la poesía. Quizás nos pueda parecer disminuido porque muchas veces la narrativa se roba el brillo del espectáculo de la crítica o de las ventas, pero, inmediatamente, me surge la duda: ¿Es acaso la poesía un espacio para brillar?. Dicho esto, concluyo que el rol de la poesía está siendo relevante ahora mismo, por su naturaleza universal, vital. En las facultades de letras, explícita o implícitamente, todo posee un reducto de poesía.
Por otro lado, la academia no es ni lo único importante ni lo que valida per se a ningún arte. Al contrario. Si evocamos a Sartre en su ensayo Qué es la literatura, veremos que su naturaleza contestataria es lo que pone al arte siempre contrasistema. Y ¿qué es la academia sino sistema en sí mismo?. Por lo mismo, me parece que la poesía aún mantiene ese espíritu crítico y críptico que la emparenta con las artes escénicas, con el teatro, con la música. Se da sola, puede construirse o no desde el aparataje teórico, pero si no comunica en lo sublime, casi pensando en Kant, entonces no sirve.
Finalmente, y si analizamos en términos formales, casi todo la posee. Es difícil responder esta pregunta sin preguntarse quizás qué es la poesía y cómo la entendemos, ya que lo poético es distinto de la poesía. Creo que en este caso la poesía chilena tiene un corpus que se instala en las aulas siempre, a pesar o a favor de quienes impartimos, en colegios o universidades, literatura.
–¿A qué le temes?
—A muchas cosas. A la muerte de mis seres amados, a la soledad involuntaria y a mi propio olvido. La memoria y su entramado es para mí anclaje fundamental a la tierra, por lo que ocupa un lugar vital, y por eso hago muchas listas. El olvido es una especie de trapo oscuro que coloniza el cotidiano, dejarlo avanzar es para mí continua batalla. Creo que quizás más adelante aprenda a permitirme esa disgregación pero, por ahora, continúo haciendo listas interminables de todo para evitar olvidar.
– ¿Qué poema tuyo leerías hoy en una sala de clases?
—Otra pregunta difícil. Y la contestaré pensando en las salas de clases de mi región.
A mí me gusta más la idea de que ellxs elijan, pero, si yo tuviera que elegir uno por obligación, sería “Transmigración”. Es uno de los textos que están al comienzo de Pájaralengua. Hace alusión al paisaje del norte, la ruta antakari y a los tambos, propios de nuestrxs ancestrxs en la zona, pero también alude a la pérdida de la identidad que, por muchos años, nos hizo pender de un hilo las escasas palabras del Kakán, dificultosamente algunas recuperadas. Por lo anterior, me gusta la idea de estetizar parte de esa historia en pugna, inconclusa, que nos representa a todos en el norte Chico y claro, motivar la discusión sobre pertenencia e identidad territorial de manera crítica, sin apologías de monografía antropológica.
–¿Qué poetas chilenos te interesan y por qué?
—Antes de responder esta pregunta quiero aclarar esto: muchxs me interesan, pero por decisión política, últimamente leo casi exclusivamente a mujeres y disidencias. No es una decisión estética, sino política. No me parece que los hombres escriban mal, al contrario, no me cabe duda que debe haber grandes exponentes de la poesía de hombres. Sin embargo, estoy segura que mi ejercicio escritural, tanto poético como crítico, debe nutrirse de más voces que las clásicas masculinas. Y esto porque me parece que las estéticas disidentes, feministas o transinterdisciplinarias requieren el enfoque exclusivo un tiempo, después de años silenciadxs. Leerles es para mí un intento, aunque sea precario, de reivindicación. Es menester que la crítica les vea, que escribamos sobre ellxs y que nos vayamos armando un repertorio, más que un cánon. Dicho esto, me gustaría relevar a las voces que me parecen interesantes en el último tiempo. En Chile, y aparte de las que nombré arriba, encontramos en mis preferencias a Karo Castro con la reedición de su Mujer Gallina, Florencia Smiths con Estéticas del Tajo, Daniela Catrileo con Guerra Florida, Natalia Figueroa con Experimentos acerca de la repetición de los días, Camila Fadda con mover el agua, Leonor Olmos con Imagina al lenguaje planear su despedida, Camila Mardones con los textos de Cuando Habitemos el agua, entre otras. Las mujeres, me parece, están configurando el nuevo panorama poético y está bueno revisarles.
–¿Qué verso o poema te acompañó como mantra en los días más oscuros del Estallido Social y Pandemia?
—Leí poquísima poesía esos días de revuelta. Mi ánimo migraba de la euforia de las marchas, que pasaban literalmente afuera de mi ventana, al estupor luego, al ver las noticias de lxs heridos y de cruzar a casa de mis amigas con los ojos hinchados de lacrimógena. Quizás más bien me acompañó la música. Esos días retomé mucha música latinoamericana: la trova, la nueva canción chilena también. La música fue un puente hermoso con vecinos de otros edificios porque en los horarios de caceroleos abríamos (por primera vez en muchos años) las ventanas todxs juntxs, nos mirábamos las caras y cantábamos. Recuerdo entonces haberle encontrado sentido a la ultra repetida “la era está pariendo un corazón”.
La pandemia, en cambio, me sumió en el cine. Me ví cuanta película se me pasara por delante. Muchos documentales porque me obsesionan, también cine de autor, películas gringas, clásicos. Me ví todas las que me faltaban de Agnes Varda, de Godard, de Bergman. Descubrí a cineastas brutalmente poéticos como Kiarostami con El sabor de las cerezas. Retomé a los neorrealistas italianos, vi muchas de Bresson, de Win Wenders, de Rohmer; etc. Zoowoman fue mi página favorita. También leí harto ensayo y filosofía. Recuerdo uno hermoso de Nadia Prado que se llamaba Leer y velar, otro que me recomendó ella misma que se llamaba La vida de las plantas de Emanuele Coccia y otro de Chantal Maillard, La baba del caracol. En resumen leí poca poesía. Me parece que para la poesía necesito más bien estabilidad. Retomé la poesía recién el año pasado con el libro precioso e íntimo de Camila Fadda, Mover el agua.