Por Ernesto González Barnert
Conversamos con la poeta Ivana Aponte (Caracas, 1990) quien reside en Santiago de Chile desde el año 2017. Y que este mes de abril de 2022 presenta su libro Afectos por LP5 Editora. Ella es Licenciada en Letras de la Universidad Católica Andrés Bello (en Caracas). Tesista para optar al título de Magíster en Literatura de la Universidad de Chile. Profesora de Español como Lengua Extranjera. Y sus poemas han sido publicados y leídos en diferentes plataformas y eventos de Venezuela, Chile, Estados Unidos (en español e inglés) y Puerto Rico. Ha sido publicada en la compilación Me Vibra II. Brevísima Antología Arbitraria Panamá-Venezuela (LP5 Editora, 2020), en Orquídeas voces. Muestra de poesía venezolana contemporánea (Fundación Pablo Neruda, 2021), en Hacedoras. Mil voces femeninas por la literatura venezolana (Editorial Lector Cómplice, 2021), y en Una cicatriz donde se escriben despedidas. Antología de poesía venezolana en Chile (Libros del Amanecer, 2021).
–¿Cómo fue el proceso creativo, la cocina literaria, detrás de Afectos, tu primer libro publicado por Lp5 Editora?
—Este primer libro publicado había estado haciéndose de manera paralela con otros tres poemarios que he estado desarrollando desde hace casi tres años. Si bien uno de ellos había estado virtualmente listo antes de Afectos, este último fue el que pudo salir del horno editorial.
Afectos se cocinó desde la experiencia amorosa, no solo como vivencia, sino también como proyecto estético. Más que un ejercicio bartheano, quise verbalizar por medio de la poesía el amor y ciertas emociones (el despecho, la desilusión, la rabia, el deseo, la felicidad) situadas en distintas circunstancias (la separación, la cotidianidad, los viajes, etc.). Es un poemario que se desarrolló de manera intermitente, y vale decir que los primeros dos poemas fueron escritos hace unos diez años y sufrieron cambios radicales; la madurez me ayudó a refinar sus sabores. Quise incluirlos, pues fueron dos de mis incipientes huellas poéticas.
Decidí dividir el poemario en cuatro partes (“Había sido”, “Era”, “Fue” y “Es”) para presentar de manera más o menos cronológica una línea de experiencias amorosas. Las tres últimas partes se basan en mi relación actual (aunque “Sillas voladoras” y “La cena” las escribí inspirándome en dos fotos de internet), la cual ha recibido el impacto de la pandemia: un periodo previo a la llegada del coronavirus a Chile, otro de distancia forzada, un reencuentro, otra separación forzada y un segundo reencuentro. En ese sentido, la plenitud, la incertidumbre y la memoria maceraron este libro.
–¿Qué autores marcan tu camino literario?
—Había leído poesía desde la niñez, como la de Rubén Darío o Aquiles Nazoa, pero no fue hasta mis años de pregrado cuando ritmo, imagen y sonido se apoderaron de mí. Leyendo a Hanni Ossott, Federico García Lorca, Alejandra Pizarnik, Paul Celan, Ezra Pound, Allen Gingsberg, Alfonsina Storni, Arthur Rimbaud, Gabriela Mistral y muchos más comencé a construirme como lectora de poesía y, en los últimos años, como poeta.
–¿Cómo ves el panorama actual poético venezolano o chileno desde tu mirada?
—Cuando llegué a Chile en 2017, quedé sorprendida por la gran cantidad y calidad de la escritura poética chilena que se desarrolla especialmente desde las editoriales independientes, talleres y festivales. En Venezuela solo conocía la escritura chilena canónica y vivir en Chile ha sido una inmersión literaria. Con los años he conocido la obra muchos autores y autoras, como la de Lina Meruane, Maribel Mora Curriao, Francisca Santibáñez Marambio, Carmen Berenguer, Amanda Durán, María José Figueroa, Soledad Fariña, Rosabetty Muñoz, Óscar Hahn, Raúl Zurita, Tomás Harris, César Cabello, Jaime Huenún, Nelson Zúñiga, Ítalo Berríos y más. También aprecio el excelente trabajo de promoción poética que ha hecho la Fundación Neruda, la editorial Libros del Cardo, Mago Ediciones, la Furia del Libro, Lom Ediciones, etc. Asimismo, me ha fascinado la efervescencia poética que hay en las calles, bares, cafés y casas de amistades, como también la de las librerías en Santiago, Valparaíso, Ancud y Castro. Sobre la poesía del sur de Chile, estoy leyendo Sentido de lugar: Ensayos sobre la poesía chilena de los territorios sur-patagónicos (Komorebi Ediciones, 2021), de Sergio Mansilla Torres. Pese a este gran estudio, quisiera que hubiera más reconocimiento desde Santiago de la actividad poética en las regiones.
Por otra parte, a pesar de las condiciones terribles que existen en Venezuela, ha habido mucha resistencia y difusión de la poesía venezolana canónica y novel, en particular a través de la labor de editoriales fuera del país como El Taller Blanco Ediciones (en Colombia) y LP5 (en Chile), por ejemplo, y desde Venezuela gracias a la Fundación La Poeteca, la gestión de Autores Venezolanos (con la celebración anual del Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas), la revista Letralia, las editoriales Palíndromus, Eclepsidra, Lector Cómplice, Azalea, Tierra Árida, entre muchas otras iniciativas. Las redes sociales, a su vez, han sido de mucha ayuda, pues promocionan la obra de poetas que están dentro y fuera de Venezuela. Desde Instagram, Facebook y Twitter, Team Poetero, Vomité un Conejito y La Parada Poética publican poesía venezolana para todo el mundo.
Merece consideración también los lazos literarios y editoriales que ha habido entre venezolanos y chilenos en Chile. La poesía migrante venezolana es una realidad social y cultural que editoriales como Libros del Amanecer y Casajena están visibilizando con mucho esfuerzo.
—¿Qué libros, músicas, series o películas, artistas, etc. te han acompañado esta temporada de estallido, pandemia?
—Para entender más las causas del estallido social, realmente la guía ha sido la voz y testimonio de personas conocidas y amistades chilenas, quienes me han contado sobre la realidad del país que el 18 de octubre de 2019 expuso al resto del mundo: la necesidad de cambiar el sistema económico, social y cultural de Chile. No obstante, tiempo después del estallido me di cuenta de algunas pistas que había encontrado y había atado cabos de diferentes fuentes sobre la sociedad chilena en general y el periodo de la dictadura y postdictadura de Pinochet que había leído desde 2017: Chile actual: anatomía de un mito, de Tomás Moulian; La rebelión de las nanas, de Elizabeth Subercaseaux; La bandera de Chile, de Elvira Hernández; Migrante, de Felipe Reyes (donde en un pasaje de la novela se critica al sistema neoliberal chileno); Cipango, de Tomás Harris; Industrias Chile S.A., de César Cabello…
En lo que respecta a cómo he sobrellevado la pandemia por medio de material audiovisual y literario, la lista es bastante larga y heterogénea, por no decir caótica (risas). He visto varias series, desde casi todas las temporadas de Seinfeld hasta Poco Ortodoxa; películas desde Inside y Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story, hasta Parasite y Blade Runner. De música he escuchado ensaladas de jazz, folk, rock progresivo, música del mundo, country… En cuanto a literatura, entre muchas cosas, he conocido más de la poesía de Estados Unidos.
–¿Cómo es tu relación con el corpus poético nerudiano?
—Mi primer encuentro con Pablo Neruda fue cuando recibí como regalo un libro bellísimo que se llamaba Oda a la bella desnuda y otros escritos de amor, de Ediciones Ekaré. También, como la mayoría de los estudiantes escolares, leí 20 poemas de amor y una canción desesperada, pero sentí más interés por Residencia en la tierra, que fue una de mis inspiraciones para escribir -torpemente- poesía en los inicios de la universidad. Reconozco que estoy apreciando más a Neruda que cuando era más joven y que debo leerlo y releerlo más. Pese a ello, gracias a él he entendido que la poesía puede encontrarse en lo más cotidiano y en la experiencia vital, tal como lo representa en sus odas. Eso fue lo que me impulsó a escribir «Larry, o antioda a la cebolla», un especie de guiño pícaro al poeta.
–Y por último, ¿Qué «afectos», desde tu posición, hoy están a la baja o alza en tu bolsa de valores?
—Esta pregunta es muy interesante. Estos tiempos complejos que ha dejado la pandemia, el cambio climático y las decisiones políticas de este mundo global hace que muchos de nosotros nos perdamos un poco de nosotros mismos, o incluso no sepamos bien qué somos. Al principio, debido a la vida como migrante, la incertidumbre y el confinamiento, el miedo y la desilusión fueron lo que se habían disparado y hecho rememorar ciertas experiencias dolorosas, pero con la guía de la terapia psicológica se habían canalizado y definido mejor. Es decir, entendí de dónde se había originado ese miedo y esa desilusión, que a veces se mezclaban con la ansiedad y la rabia. Encontré mi propio oráculo de Delfos, ese mensaje de autoconocimiento que no tenía hasta que empecé a escribir más activamente. Ahora doy forma a lo vivido por medio de la poesía y opto por la serenidad de lo pequeño que está en el día a día. Amar lo pequeño es el sentido, como las ciruelas de William Carlos Williams o el musgo de Mistral. Esas ciruelas que degusto o ese musgo que contemplo por un rato, sola o acompañada.
*Sobre Afectos, de Ivana Aponte, Ernesto González Barnert escribió en nuestro Portal Cultura:
https://cultura.fundacionneruda.org/2022/03/25/afectos-de-ivana-aponte/